XXXV. Aislada.

La vida escolar de Matilde se fue tornando cada vez más difícil. Los compañeros de curso se alejaban de ella de modo ostensible, y el grupito dominante cuchicheaba mirándola y sonriendo, haciéndole ver de ese modo que no era deseada en el curso.

Dos o tres veces por semana la inspectora Leonor entraba a la sala de clases y la llamaba a la inspectoría, donde la conminaba con seño adusto a confesar que había sido ella la que había sustraído las pertenencias de sus compañeros. Se comportaba de manera estremadamente cruel.

—Te aconsejo que devuelvas lo que has robado—  le repetía.

Como Matilde guardaba silencio y sostenía su mirada inquisitiva, la inspectora agregaba:

—Sabes que no te queremos en este colegio. Lo mejor es que le pidas a tus padres que te cambien a otro que corresponda mejor a tu clase. Hay colegios especiales para rehabilitación.

Que la inspectora Leonor fuera a la sala y la llamara a inspectoría no resultaba extraño a los profesores ni a los alumnos, porque era una costumbre de ella intervenir de ese modo en las clases. Varias veces había llamado también a las dos niñas que hicieron la denuncia. Cada vez que Luciana y Eugenia iban a la inspectoría salían a hacer circular nuevos embustes contra Matilde, de los cuales ella no podía informarse porque nadie se acercaba a hablarle. Resultado de ello era que se acentuaba la hostilidad de la mayoría del curso contra la niña sobre la cual se afirmaban cosas que la desprestigiaban en distintos sentidos.

El objetivo que se había propuesto la inspectora no era otro que obligar a Matilde y a sus padrastros a que la sacaran del colegio.

Un día, durante la clase de Lenguaje y Comunicación, Eugenia levantó la mano, dijo que le habían sustraído de su mochila un bolso donde guardaba varios de sus útiles escolares, y que por favor la profesora pidiera a la directora que instalaran en la sala una caja de seguridad donde los alumnos pudieran guardar las cosas de valor. Para reforzar su pedido agregó:

—Hay alguien en este curso que no nos da confianza, porque ya son muchos los objetos de valor que han desaparecido.

Javiera, profesora de Lenguaje y Comunicación y que era también la profesora jefe del curso, reaccionó molesta:

—Creo que te estás sobrepasando, Eugenia. Te voy a decir algo más, y se lo voy a decir a todo el curso. Escuchen atentamente lo que les voy a decir. Creo que es injusto lo que están haciendo con Matilde. He visto que la aislan, que la dejan sola, y ustedes no tienen ninguna prueba contra ella. Debieran saber que hay un principio jurídico, según el cual se debe presumir la inocencia de una persona hasta que no esté comprobada su culpabilidad.

Matilde soportaba todo con la entereza que le daba el saberse inocente y sentirse apoyada por sus padrastros y por su hermano. Lo que dijo la profesora Javiera fue para ella un importante alivio, pues era la primera vez que sentía que alguien en el colegio la apoyaba.

El momento grato para Matilde era cuando se encontraba con Ambrosio que iba todos los días a buscarla a la salida de clases, y caminaban tomados de la mano. Se dirigían a una plaza donde sentados en una banca Matilde le contaba sobre su día escolar, poniendo énfasis en los aprendizajes que iba haciendo, las buenas notas que obtenía y alguna anécdota que hubiera ocurrido en el colegio. Evitaba hablarle del trato que le daban las compañeras, porque no quería que su hermano se preocupara más de la cuenta. Después de unos minutos de conversación en la plaza, continuaban caminando hasta la casa, donde Ambrosio la dejaba sabiendo que allí recibiría amor y comprensión.

Un día Violeta fue llamada por la directora. Había ocurrido algo que era importante que ella supiera. Violeta fue inmediatamente, dispuesta como siempre a defender a su niña. La directora Ernestina le dijo que la inspectora le había informado que había vuelto a ocurrir la desaparición de un bolso donde una alumna tenía sus útiles escolares. Pero el motivo de llamarla era darle a saber que ya eran varios los apoderados que se había presentado ante ella para solicitarle que Matilde fuera expulsada del colegio,  con el argumento de que era un mal ejemplo para sus hijas.

—Yo me he negado, como ya le dije en  nuestra conversación anterior. Pero no sé cuanto podré resistirme para no tomar una medida tan drástica. En todo caso, creo que son ustedes los que debieran tomar la decisión de buscarle otro colegio, por el bien de ella y del colegio.

—Ni hablar de ello— fue la respuesta de Violeta, que se retiró sin decir nada más.

Violeta se dió cuenta de que la situación estaba tomando una deriva cada vez más grave, por lo que decidió conversar el tema con un amigo abogado. Necesitaba clarificarse las ideas y ver qué era lo que podía hacer.

—Si estás totalmente segura de que Matilde es inocente —le dijo su amigo—, lo que habría que hacer es buscar la forma de que el colegio investigue de modo profesional los hurtos que ocurrieron.

—Se lo pedí a la directora, pero me dijo que los apoderados de los alumnos que habían denunciado las pérdidas no estaban dispuestos a hacer una denuncia formal, para no involucrar a sus hijos en un caso judicial. Lo que me temo es que expulsen a Matilde y que eso, además de dañarla a ella, le signifique un estigma que tendrá que arrastrar durante toda la vida.

El abogado se quedó pensando. Al final le dijo:

—Podemos hacer algo para impedir que Matilde sea despedida. Algo que pondría a la dirección de la escuela ante un problema.

Le explicó su idea a Violeta, quien estuvo totalmente de acuerdo. El abogado escribió entonces la siguiente carta:

Estimada Sra. Ernestina Pulido – Directora del Colegio Alta Montaña:

Mi hijastra Matilde Moreno ha sido objeto de una acusación, realizada por dos alumnas de su curso y avalada por la Inspectora de disciplina del colegio señorita Leonor Robledo. Se acusa injustamente a Matilde, sin prueba alguna, de que sería responsable de la sustracción y hurto de diversos objetos y pertenencias de propiedad de algunas alumnas de su curso. Estando segura de la inocencia de mi pupila, le solicité a Ud. verbalmente que inicie una investigación profesional a efectos de que sea descubierto el verdadero autor de los graves e inaceptables hechos que han ocurrido en el colegio. Como Ud. se negó a hacerlo, dando como razón que los padres afectados no estaban dispuestos a hacer una denuncia que involucrara a sus hijos en un caso judicial, le solicito ahora formalmente, en defensa de la honra de nuestra hijastra Matilde Moreno, que se realice al menos una investigación a cargo de un detective o investigador profesional, a fin de que los hechos se esclarezcan completamente. Estoy dispuesta a asumir enteramente los costos que dicha investigación implique, de modo que el colegio no incurra en ninguna pérdida ni situación que lo afecte. Estará usted de acuerdo conmigo en que el pleno esclarecimiento de los hechos y el descubrimiento del verdadero autor de los hurtos ha de redundar en beneficio del prestigio del colegio. Por esta razón, he dado formalmente poder notarial al abogado Sr. Heriberto Marín para que me represente ante el Colegio que Ud. dirige, y ante cualquier autoridad civil, judicial y del Ministero de Educación, con quienes sea necesario comunicarse a  fin de que se proceda adecuadamente conforme a lo solicitado en ésta. Saludan atentamente a Ud.

Firman:  Violeta Molfano de Radosky (apoderada) - Heriberto Marín (abogado)

Violeta esa noche leyó la carta redactada por el abogado a Renato, Ambrosio y Matilde, quienes estuvieron de acuerdo en proceder a enviarla. Matilde, emocionada, le dió un  gran beso a Violeta y otro a Renato.

Al día siguiente el abogado se encargó de dejar la carta en la Secretaría del Colegio, en sobre cerrado dirigido a la Directora. Al consignarla pidió que quedara constancia en el cuaderno de comunicaciones que estaba a disposición de los apoderados, de que la carta había sido entregada y recepcionada formalmente en Secretaría, indicándose la fecha y hora correspondiente. Así comprendería la Directora que la cosa iba en serio y que no era posible hacer como si la notificación no hubiera existido.

Al leer Ernestina la carta, alarmada, convocó a su despacho a la inspectora y la puso al tanto de la situación nueva que se creaba.

—Señorita Leonor, debo preguntarle si está usted completamente segura de que la niña Matilde es la culpable de los hurtos.

—Completamente segura —respondió la inspectora—. Tengo experiencia en este tipo de casos, y las chicas que la acusan  confirman y seguirán confirmando que vieron a la alumna Matilde realizando hurtos. No debiera usted abrigar ninguna duda. Yo sigo insistiendo en que la mejor salida a este problema es la expulsión.

—El problema es que mi deber es proteger la reputación de nuestro colegio, y la expulsión de la chica, después de que en este asunto se ha puesto un abogado, ya no es posible. Usted sabe cómo los abogados pueden enredar las cosas.

—Pues, entonces, puede darle curso a la investigación profesional. Pero si lo hace, será mejor que sea el colegio el que contrate al detectivo privado, pues así seremos nosotros su cliente, a quién entregará la información, y nos aseguraremos de darle instrucciones precisas sobre lo que puede y lo que no puede hacer.

—Lo pensaré. Pero sí, creo que tiene usted razón, debemos mantener las cosas bajo nuestro estricto control. Sí, e informaré a los apoderados de los alumnos que sufrieron los hurtos, que hemos decidido por nuestra cuenta hacer la investigación, sin involucrar a la justicia sino como una iniciativa privada del colegio que se mantendrá bajo estricto control, de modo de no afectar en ningun caso a las niñas.

—Si le parece a usted, puedo encargarme yo misma de contactar a alguna agencia de detectives privados y asumir la administración del caso. Después de todo, como inspectora de disciplina, pienso que el tema cae bajo mi responsabilidad.

—Está bien. Pero, por favor, le pido la más completa discreción. Que nada de esto llega a oídos de ningún alumno ni apoderado, ni siquiera de los profesores, antes de que hayamos contratado al detective e informemos oficialmente a todos.

—Cuente usted conmigo, y con mi discreción. Tengo experiencia y sé manejar situaciones difíciles como ésta. Si usted me lo permite, lo primero que haré será responder la carta de la señora y el abogado, informándoles que he sido designada por la dirección del colegio para atender la solicitud, y que pronto le comunicaremos la decisión que se adopte. Así ganamos tiempo mientras encuentro al detective indicado, y paralizamos cualquier nueva acción que realicen. ¿Le parece bien?

—Sí, tiene usted razón Leonor. Compruebo una vez más que tiene la experiencia y la habilidad necesaria para resolver el caso sin afectar el prestigio del colegio.

La inspectora comprendió que la situación se había complicado inesperadamente, y que le sería difícil mantener el caso bajo su control, como había sido hasta ahora, porque la intervención de un abogado que sería hostíl, y de un detective que tendría que dar cuentas no solamente al colegio sino que sería exigido también por la contraparte, o sea el abogado aquél, era inevitable. Pero peor hubiera sido haberse negado a la investigación, pues la señora y su abogado podrían haber llevado el caso ante el Ministerio de Educación, como lo habían insinuado en la carta, y ahí sí que el asunto podría complicarse más de la cuenta.

Le preocupaba también, y mucho, lo que le había informado la alumna Eugenia en cuanto a que la profesora de Lenguaje y Comunicación se había manifestado públicamente en defensa de Matilde, y que había hablado de la presunción de inocencia, que ella, por cierto, no había tenido en cuenta para nada.

Así comprendió Leonor que ella misma estaba en problemas, pues había llevado la acusación contra Matilde de un modo excesivo, especialmente por haber presionado a las alumnas para que aseguraran haber visto a Matilde realizar el hurto. Un detective diestro las podría poner en dificultades, interrogándolas acuciosamente y confrontando sus respectivas versiones de los hechos. Por suerte tenía a las chicas bajo su completo control, y tenía tiempo para aleccionarlas y obligarlas a que dieran de los hechos una versión bien estudiada que ella se encargaría de indicarles.

Aún con todos estos razonamientos y decisiones Leonor estaba alarmada. Si nada hubiera hecho, nada debiera temer; pero no era el caso, pues había hecho y dicho varias cosas incorrectas que era necesario que no fueran descubiertas. Pensó que lo mejor era ganar tiempo, por lo que mandó la carta de respuesta a la señora Violeta y a su abogado en los términos que había planteado a la Directora. Decidió tomar las cosas con calma, ganar todo el tiempo posible, y buscar mientras tanto alguna forma de evitar que la investigación se realizara.

Para eso era importante contar con la mayor información posible. Tuvo entonces la idea de observar lo que hacía Matilde a la salida del colegio. Si fuera el caso de que se fuera a pié, le seguiría los pasos y tal vez descubriera algo que le permitiera acusarla de algo más.

Pensó que realmente tenía suerte, que había intuido bien, cuando vió a Matilde salir del colegio y abrazarse con un joven mayor que ella, con el que se alejaron tomados de la mano. Los siguió a la distancia, discretamente, sin que ellos la vieran, hasta que se sentaron en un banco de la plaza que estaba a tres cuadras del colegio, y los vió que se mantenían abrazados, apoyando Matilde su cabeza en el hombro del joven.

No cabía ninguna duda sobre lo que había visto. Pensó que con eso estaba en condiciones de agregar una fuerte presión sobre Matilde y sobre su madrastra. Tal vez lograría que la retiraran del colegio sin que fuese necesaria la investigación solicitada.

Tres días después Violeta fue citada nuevamente por la Directora del colegio.

—Lamento mucho informarle— empezó diciendo Ernestina— que se ha presentado una nueva y muy seria situación que afecta a su hija. Aunque esto no ocurrió al interior del colegio, es algo que nos afecta, y que siento que es importante que usted sepa.

—Me está usted alarmando, Ernestina. Dígame lo que ha sucedido.

—Su hijastra Matilde ha sido vista por sus compañeras, realizando un abierto acto lujurioso, pocos minutos después de salir del colegio, en una plaza pública. Un joven bastante mayor que ella la tomó de la mano a la salida de clases, y la llevó hasta la plaza que está a dos cuadras de acá. Allí comenzaron a besarse y a toquetearse impúdicamente, y no le doy más detalles porque me da verguenza decir lo que me dijeron que pasó entre ellos. Eso no debiera importarme, más allá del hecho de preocuparme por lo que pueda ocurrirle a una de nuestras alumnas; pero se da la situación de que el hecho afecta la reputación de nuestro colegio, pues Matilde estaba con su uniforme escolar, que la identifica ante todos como alumna nuestra.

Violeta escuchó todo esto sin inmutarse exteriormente, pero en realidad estaba estupefacta. De pronto lo comprendió todo: lo que había realmente pasado, y lo que habían inventado contra su pequeña Matilde y que involucraba esta vez también a Ambrosio. No podía creer que fuara posible tanta maldad, tanto encono contra una niña buena como Matilde. Tuvo la intuición de que esta podía ser la ocasión para poner fin a los problemas que angustiaban a su familia; pero no alcanzaba a ver de qué forma pudiera ello ocurrir. Debía pensar, y ahora no decir nada, hasta aclararse bien las ideas.

—¿Qué me dice, señora Violeta? Parece que tendrá que estar más atenta a lo que hace su hijastra...

—No sé que pensar. Lo que usted me dice es sin duda muy preocupante. Tengo que pensar. Hablaré con Matilde. Y le tendré una respuesta muy pronto.

—Yo tampoco quería creerlo cuando me informaron; sobre todo porque la veo siempre con su uniforme muy bien puesto y ordenado; pero la verdad es que ya había escuchado rumores que hablaban de la liviandad y falta de pudor de Matilde. Pero tengo que creerle a la inspectora Leonor y a la chica que me contó con bastantes detalles lo que había visto en el banco de la plaza.

Violeta se despidió, pensando en cuánta podía ser la maldad que afectara a una niña inocente, y en que esta vez no le sería tan difícil defender a Matilde de una acusación tan injusta como absurda.