Ambrosio y Gabriel se despertaron poco después de la cuatro de la mañana con los cánticos que los devotos entonaban a voz en cuello en alabanza a la suprema conciencia de Krishna. Ambrosio, que se había dormido sin sacarse la ropa se lavó rápidamente la cara y salió a mirar. Le había interesado esa comunidad de devotos que parecían haber resuelto la cuestión que a él le inquietaba desde hacía tiempo, la del sentido y el propósito de la vida.
Se puso a observar desde el corredor, a través del portón abierto, lo que hacían los devotos. Pudo ver que lo que inicialmente eran sólo cantos acompañados de los instrumentos musicales se convertía luego en una danza que los devotos realizaban en círculo, y después se daba paso a una procesión ceremonial en que iban recorriendo todo el templo, haciendo venias cada vez que pasaban delante del altar principal o de alguna de las imágenes distribuidas en los muros. Terminada la sesión de cantos y danzas, que se prolongó por más de una hora, los devotos fueron tomando lugar, algunos sentados en las sillas o en los cojines, otros en el suelo, la mayoría adoptando la posición del loto, otros apoyando la frente en el piso. En absoluto silencio y sorprendentemente inmóviles, con los ojos cerrados, parecían meditar.
Ambrosio se sacó los zapatos y entró al templo. Se sentó al final de la sala apoyando la espalda contra el muro, al lado del portón de ingreso. Pero no cerró los ojos sino que se puso a observar atentamente, desplazando su vista de un devoto a otro. Desde el lugar donde estaba podía observar todo lo que ocurría, que en realidad no era mucho, o más bien casi nada durante los primeros minutos. Se preguntaba en qué estarían pensando, si es que pensaban en algo. Trataría de averiguarlo, aunque imaginó que lo que pasaría por la mente de cada uno de esos hombres y mujeres debía ser muy diferente de unos a otros. ¿O tal vez no? ¿Estaría entre ellos el ladrón de la cámara?
A medida que pasaba el tiempo Ambrosio se dió cuenta de que algunos devotos eran vencidos por el sueño porque sus cabezas se inclinaban sin control aparente. Cuando fueron varios los que estaban vencidos por el sueño uno de los monjes se puso de pié y comenzó a recitar en voz alta el Hare krishna, hare krishna, krishna krishna, hare hare, hare rāma, hare rāma, rāma rāma, hare hare. Rápidamente los devotos tomaron el ritmo, los dormidos se despertaron y en pocos minutos todos se habían sumaban al coro. Incluso Ambrosio, que habiendo escuchado tantas veces el mantra no tuvo dificultad con la letra ni con la melodía. El que había iniciado el canto se sentó, dejó de cantar, y nuevamente los devotos se pusieron en la actitud de meditación ya conocida.
Ambrosio pensó que era normal que se durmieran a esa hora, porque las actividades laborales y ceremoniales se habían prolongado hasta tarde y ya estaban otra vez cantando y alabando a Krishna cuando todavía era noche. Dormían menos de lo recomendado por la ciencia médica; pero ya le había informado un devoto con el que le tocó compartir cabaña, que su religión les exigía someterse a estrictas disciplinas de alimentación, de trabajo, de abstención del sexo y de horarios destinados a la alabanza, porque entendían que manteniendo así bajo control las necesidades y exigencias del cuerpo, el alma se libera de los condicionamientos materiales y se dispone mejor para acercarse a la pureza y perfección divina.
Cuando supo esto Ambrosio pensó que el señor Krishna pudiera ser un dios demasiado exigente e incluso algo sádico; pero desechó ese pensamiento al ver que los devotos de Krishna parecían personas alegres y dotadas de suficientes energías como para cantar y danzar con entusiasmo y trabajar durante todo el día sin descanso.
Estaba en estos pensamientos cuando vió que el anciano gurú de los devotos subió al estrado frente al altar y comenzó una charla.
Así se informó Ambrosio que la humanidad está viviendo desde hace más de cinco milenios en la era de Kali, que es un largo tiempo de confusión y de hipocresía que domina la vida de los humanos. Por fortuna la entrada de la personificación de Kali en el planeta, que había ocurrido el año 3.102 antes de Cristo, no había logrado el dominio completo de la tierra porque vivía en ese tiempo entre los humanos la personificación de Visnú, o sea el señor Krishna, que vivió durante 112 años enseñándonos a vivir de modo que podamos alcanzar la devoción pura. Sus enseñanzas quedaron escritas en lo libros sagrados, los Veda, y especialmente en el Bhagabad Gita. Alcanzar la devoción pura mediante el canto de alabanza, la meditación y el cumplimiento de las normas de alimentación, salud, trabajo y sexualidad, es el sentido de la religión Krishna.
—Los templos y los ashram sagrados donde vivimos los devotos son lugares de refugio, protegidos por Krishna, en los que no entra Kali, y donde aprendemos un modo de vivir sano y honesto, que nos encamina a cumplir el propósito último de nuestra vida que es amar a Krishna y unirnos a su perfección con devoción pura.
El gurú guardó un momento de silencio, extendió su mirada sobre la congregación de los devotos deteniendo la vista unos segundos sobre cada uno de ellos, y prosiguió:
—Lo que ha ocurrido ayer en nuestro ashram es sumamente grave. Si en este lugar protegido por la suprema personificación de Dios se ha producido el hurto de un objeto valioso de uno de los visitantes, es porque alguna debilidad nuestra ha permitido que el espíritu de Kali, que es espíritu de confusión e hipocresía, se ha introducido entre nosotros.
Guardó un muy serio silencio y volvió a extender la vista sobre los devotos, que esta vez se mostraban consternados e inquietos.
—Para expulsarlo —continuó diciendo el gurú— es necesario que redoblemos nuestra devoción, que cantemos y dancemos con mayor energía, y que adoremos con mayor concentración que nunca a nuestras deidades.
El gurú tomó la iniciativa y se fue postrando delante de cada una de las imágenes que estaban frente a los devotos y detrás del altar. Ante cada una de ellas recitaba unas palabras en un idioma extraño. Los devotos le seguían, haciendo lo mismo, hasta que finalmente la sesión sagrada concluyó con el consabido mantra del hare hare.
Salieron todos del templo y se fueron a tomar un austero desayuno: dos frutas, un puñado de nueces y un vaso de leche. Al terminar recibieron la instrucción de dedicar la mañana de ese día a buscar la cámara fotográfica perdida.
Cuando Ambrosio se levantó de la mesa y se disponía a seguir a Gabriel que ya había iniciado la búsqueda de su preciada cámara, vió que se le acercaba el gurú, que lo miraba con ojos penetrantes. El maestro lo invitó a caminar hacia el cerro. Ambrosio lo siguió, pensando que el gurú le estaba dando la oportunidad que esperaba para hacerle tantas preguntas que tenía.
—Maestro, en su enseñanza usted habló de Visnú, de Krishna y de Dios. Quisiera saber si son personas diferentes, o tres dioses distintos.
—Brahma es Dios. Visnú es Dios, el Dios creador. Krishna es la Suprema Personalidad de Visnú. Krishna es Dios.
Ambrosio pensó que la respuesta que le daba el gurú era enteramente ambigüa, pero la había pronunciado con tal seguridad que concluyó que para el gurú era totalmente clara sin que fuera necesario entrar en mayores explicaciones. Pero Ambrosio quería entender, por lo que preguntó nuevamente:
—Maestro, usted mencionó a varias deidades, cada una con sus nombres, que no alcancé a memorizar. Y los devotos en el templo se postraban ante distintas imágenes. Lo que quisiera saber es si en su religión esas deidades son también dioses. Lo digo porque, por lo poco que sé de religión, entiendo que las religiones monoteístas son el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. ¿Es que acaso el hinduísmo es una religión politeísta?
Por un gesto de su brazo Ambrosio pensó que el gurú estaba molesto con la pregunta; pero después de un momento recibió la respuesta:
—El problema son los nombres de Dios, y eso crea confusión al que no los entiende. Por ejemplo, entre los cristianos se afirma que Dios padre es Dios, y que Jesucristo es Dios hijo, encarnación de Dios. Pero los cristianos hablan de un solo Dios. En la antigua religión persa conocida como Mazdeísmo o Zoroastrismo, se afirma que hay sólo un Dios creador llamado Ahura Mazda, el cual fue personificado y enseñado por el profeta Zoroastro. En el hinduísmo hay diferentes versiones, y según las distintas comunidades se hace referencia a distintos nombres. Lo que yo creo —afirmó enfáticamente el gurú— es que Dios es uno solo, pero que ha tenido y tiene distintas personificaciones, que ponen de manifiesto las diferentes cualidades de Dios. El Señor Krishna apareció en la tierra por primera vez hace cinco mil años. Su última venida fue en 1486, presentándose como Sri Chaitanya Mahaprabhu, actuando como su propio devoto, que en su absoluta perfección vino a actualizar las enseñanzas divinas, contenidas ya enteras en los antiguos libros sagrados.
—No entiendo muy bien –se atrevió a decir Ambrosio.
—No puedes entenderlo porque no tienes la conciencia de Krishna. Sólo un devoto puro lo llega a comprender plenamente. Lo que puedo decirte es que en nuestra comunidad universal de la conciencia de Krishna nos consideramos monoteístas polimórficos, es decir, que hay un solo Dios, que aparece en distintas manifestaciones que lo personifican. Cada una de ellas es una persona, todas iguales, y todas únicas y todas diferentes.
El gurú indicó con un gesto que con lo dicho había terminado, y guardó silencio. Ambrosio entendió que el maestro no quería más preguntas. Esto lo desilusionó, porque tenía muchas más cuestiones que plantear; pero el gurú desvió la conversación en otro sentido.
—Tu amigo, el que perdió la cámara fotográfica...
—Lo conocí al llegar aquí. Me dijo que era estudiante de filosofía y aficionado a la fotografía.
—Es curioso, porque la cámara la perdió en la tarde, y no lo ví que antes tomara fotografías. No, no estoy dudando de él, porque ví que portaba la cámara colgada al cuello, pero no la usó.
—Bueno, es que le dijeron que no estaban permitidas las fotografías en este lugar.
—Pues no es así —rebatió sorprendido el gurú. —Aquí todos pueden tomar las fotografías que deseen, solamente que no molesten interfiriendo con las ceremonias y devociones.
Ambrosio se quedó pensativo. Se le ocurrió que en vez de buscar la cámara en cada rincón o escondrijo, lo que debían hacer era descubrir quién era el que la había escondido. Estaba por decirlo, cuando escuchó que el guró decía en voz baja, como hablando consigo mismo:
—Todos buscan la cosa; pero lo que hay que encontrar es a la persona. Si hubiera yo alcanzado la devoción pura sería clarividente y sabría quien la tomó y donde se encuentra.
Escuchar esta confesión envalentonó a Ambrosio que se atrevió a decir:
—Yo tengo una idea de quién puede ser. Creo que sé quien es el ladrón.
El gurú se mostró abiertamente interesado, e interrogó a Ambrosio demostrando ansiedad:
—¿Quién crees que fue?
Ambrosio le describió a uno de los devotos con gran precisión. De unos cuarenta años, más bien macizo, vestido con túnica gris, la cabeza cuidadosamente afeitada pero dejando una larga cola, y el rostro pintado con varias manchas, lo que lo distinguía de los demás que solían tener sólo una marca en la frente que se extendía en ocasiones por la nariz.
—¿Por qué crees que es él el ladrón?
—Tengo varios indicios, que solamente ahora los he juntado. Lo primero es que fue él quién indicó a Gabriel con un gesto severo que no debía tomar fotografías; y eso es bastante raro si usted dice que no hay prohibición de fotografiar a los devotos. Lo segundo es que lo estuve observando esta mañana en el templo, y lo ví inquietarse bastante cuando usted habló de la presencia del maligno Kali en el ashram. Se movía y cambiaba de posición, mostrando claramente que no estaba tranquilo. Y lo tercero es que ayer, cuando todos buscábamos la cámara, me pareció que iba de un lugar a otro, buscando como todos, pero desordenadamente, sin detenerse a mirar a fondo en ningún lugar. No buscaba, pero hacía como que buscaba.
El gurú se quedó un momento pensando. En seguida, apoyándose en su bastón y en el hombro de Ambrosio, se dirigió al gong y lo hizo sonar fuertemente. Los devotos se juntaron y los convocó al templo con voz autoritaria. Todos lo siguieron, sorprendidos, mirándose unos a otros pero sin decir palabra. Cuando todos estuvieron reunidos y expectantes su voz tronó como no le habían escuchado nunca antes los devotos:
—Nada puede mantenerse oculto mucho tiempo para la sagrada conciencia de Krishna. En mi lección de la madrugada dije que un ashram y un templo Hare Krishna son un lugar de refugio ante los males de este mundo durante la era de Kali.
Extendió la mano apuntando con el índice en dirección a uno de los devotos, el que le había indicado Ambrosio y que ante lo que acababa de escuchar se mostraba abiertamente inquieto:
—Acércate, devoto Marco. Ponte aquí delante.
El hombre miró hacia la puerta como evaluando la alternativa de escapar; pero desistió y se puso en el lugar que le indicaba con el dedo el gurú.
—Nada puede permanecer oculto a la suprema conciencia de Krishna. —Vociferó el gurú. —Vé a buscar la cámara que robaste, tráela acá. Nos explicarás por qué lo hiciste. Si no lo haces, tu destino será peor que cien años de infierno, reencarnado en quizá que bicho despreciable.
Gabriel, temiendo que el hombre pudiera intentar escaparse se desplazó rápidamente hacia la puerta y siguió atento sus movimientos. Marco se encaminó a paso lento hacia un enorme eucalipto, y empinándose para alcanzar un escondrijo oculto en el tronco, sacó la cámara fotográfica que había escondido en ese lugar que había considerado que nunca sería descubierto. Con la cámara en mano, cabizbajo y asustado, volvió a entrar al templo, entregando la cámara al gurú. Se volvió y caminó hacia la puerta del templo, pero el gurú lo detuvo con voz fuerte:
—¡Detente!
El pobre hombre se volvió, se arrodilló en el piso, juntó sus manos suplicando perdón y comenzó a balbucear:
—Perdón, les pido perdón. Pido perdón al Maestro que me descubrió, y al Señor Krishna misericordioso.
Pero el gurú no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente.
—Dínos por qué hurtaste la cámara de un visitante. Dinos quién eres, dinos qué haces aquí entre nosotros. Dí por una vez la verdad, porque nada puede permanecer oculto a la conciencia de Krishna.
El hombre, más asustado por la amenaza del gurú que arrepentido por lo que había hecho, lo confesó todo. Era un convicto que había escapado de la cárcel, y que no había encontrado un mejor lugar para esconderse que la comunidad Hare Krishna. Con sus extraños atuendos y actitudes, con la cabeza afeitada pero con cola y con el rostro pintado, dificilmente alguien lo reconocería. En el ashram encontraba un lugar donde vivir y todo lo que necesitaba. Había sido su escondite durante ya seis meses. Hasta que al ver al joven fotógrafo que lo enfocaba con la cámara se asustó de que alguien pudiera reconocerlo en una fotografía. No se le ocurrió nada mejor que esconder la cámara. Explicó que su intención no era robar ni hacerle daño al joven visitante. Sólo esconder la cámara y evitar ser fotografiado; pero cuando se descubrió que la cámara había desaparecido no supo qué hacer, temiendo que alguien pudiera verlo si iba a recogerla al escondite donde la había dejado.
Cuando terminó de hablar los ojos de todos se dirigieron al gurú. Si ya lo admiraban por sus virtudes y devoción, ahora que había puesto en evidencia poseer el don de la clarividencia que sólo alcanzan los devotos puros, la admiración llegaba al máximo. Pero ¿qué haría ante este hombre?
El gurú estaba claramente en un dilema y se daba cuenta de que todos esperaban su sabia decisión. ¿Debía perdonarlo, conforme a la Deidad de la Misericordia? ¿O castigarlo, siguiendo a la Deidad de la Justicia?
Lo pensó un momento, pero no tardó en enunciar su irrevocable veredicto:
—Queridos hermanos devotos de Krishna. El ashram es un lugar de refugio de los devotos, para encontrar aquí el modo de liberarnos de la confusión y la hipocresía que reinan en el mundo. Pero no es un refugio para ladrones ni convictos. Marco, que no es un verdadero devoto, deberá irse hoy mismo de este lugar, después de completar el rapado de su cabello, lavarse los signos de su rostro, entregar la túnica y vestirse con su ropa de civil. Sería terrible que algún día se descubriera que hemos sido cómplices y encubridores de alguien que es buscado por la justicia civil. Nosotros no lo denunciaremos, pero debe irse. Oraremos al Señor Krisna y a la Deidad de la Misericordia por su alma. Ustedes dos, acompáñenlo a su habitación para que se cambie y hasta que se cumpla esta decisión.
Gabriel estaba feliz por haber recuperado su cámara. Ambrosio estaba más bien sorprendido por el hecho de que el gurú se hubiera atribuido la clarividencia, cuando había sido él quien le señaló al culpable.