El cuarto día de los ejercicios espirituales marcó un cambio, el inicio de algo distinto a lo que habían sido los tres días anteriores. La mayor parte del tiempo estuvo dedicado a lo que el padre Andrés llamó “conversaciones sobre la mística”. Invitó a los asistentes a preguntar cualquier duda que tuvieran, a expresar sus propias opiniones, a plantear objeciones y críticas. Todo el día fue un largo conversatorio para prepararse intelectualmente para los tres siguientes que serían de silencio exterior y de silenciamiento interior.
El sacerdote comenzó explicando que lo que habían conocido y experimentado durante los primeros tres días del retiro eran solamente preparatorios para lo que intentarían conocer y experimentar en el tiempo restante.
—La filosofía y las ciencias, la poesía y las artes, y la ética y el vivir conforme al bien— dijo el padre Andrés —son los productos más notables y valiosos que ha generado el ser humano a lo largo de la historia. Son la expresión del espíritu humano en su estado natural, y conducen a las personas al más elevado desarrollo de su inteligencia, de su voluntad, de su sensibilidad y de su imaginación creadora. Cada una de ellas nos pone en el umbral de experiencias superiores que trascienden nuestra naturaleza humana. Traspasar ese umbral y alcanzar una experiencia trascendente es lo que en los estudios espirituales se llama ‘experiencia mística’, o también, ‘experiencia de unión espiritual’. En el budismo ha sido llamada “experiencia del Tao”, en algunas filosofías, “experiencia metafísica”, y en la mística cristiana se dice que es la ‘experiencia de unión con Dios’.
Ambrosio levantó la mano.
—Quisiera comprender bien lo que usted llama ‘espiritual’. Porque según lo que entendí en los días anteriores, la intelección racional, la intuición estética y la vivencia ética son experiencias propiamente espirituales. ¿En qué se diferenciarían, entonces, de la experiencia mística, que sería también una experiencia espiritual?
—Buena pregunta, importante pregunta, pregunta clave, en verdad. Yo me lo explico de esta manera. El intelecto racional, la intuición estética y la conciencia moral, son actividades y experiencias espirituales del ser humano, como también lo es la contemplación mística. La diferencia está en que las tres primeras están volcadas a conocer, contemplar y amar la verdad, la belleza y el bien que están en el universo, en las cosas, en los seres vivos, en las propias personas. Lo que llamamos mística sería una experiencia que tendría el mismo espíritu humano, pero orientado ahora hacia una realidad de la cual no tenemos conciencia directa y habitual porque está más allá de lo que pueden percibir nuestros sentidos, y para la cual tampoco está predispuesto normalmente nuestro intelecto. La mística sería el conocimiento, la contemplación y el amor volcados hacia una realidad espiritual suprasensible, suprarracional y supraconsciente.
—¿Cree usted —preguntó una joven —que una persona pueda tener una experiencia mística sin haber tenido antes experiencias racionales, intuiciones estéticas, vivencias éticas?
—No podría negarlo de manera absoluta —respondió el padre Andrés—, pero tiendo a pensar que no, porque la experiencia mística supone un desarrollo previo del espíritu humano, que puede alcanzarse por alguno de los tres caminos que hemos visto: intelectual, estético o ético. Cualquiera de estos caminos puede llevarnos a aquél grado de desarrollo espiritual que nos ponga en el umbral de la experiencia mística. Aunque algunos autores sostienen que la experiencia mística se alcanza en el abandono o incluso en el desprecio de esas experiencias intelectuales, estéticas y éticas, yo en cambio, estudiando las biografías de esos mismos y de otros místicos, he llegado a la conclusión de que todos ellos, antes de tener sus experiencias místicas, han sido personas muy santas, o sea avanzadas en el camino de la vivencia del bien, o personas muy sabias, o sea avanzadas en la búsqueda de la verdad, o grandes poetas o artistas, o sea personas avanzadas en la contemplación estética. Jesús, Buda, San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Meister Eckart, por nombrar algunos grandes místicos, eran personas de gran desarrollo moral, intelectual y artístico.
El anciano se calló, creando de ese modo un momento de reflexión. Después agregó, profundizando la idea que había expueto;
—La experiencia mística parece encontrarse al final de un camino de ascenso espiritual que implica desarrollo de las facultades superiores del hombre. Esto no invalida lo que dicen los autores místicos: que la experiencia de unión espiritual está más allá del conocimiento racional, más allá de la intuición estética, más allá de la vivencia moral. Es otra cosa, superior, que trasciende todo conocimiento y toda emoción, y por eso decía que es una experiencia suprasensible, suprarracional y supraconsciente. Los autores describen esta experiencia como ‘iluminación’, y no encuentran palabras para expresarla.
Tomó en seguida uno de los libros que había dejado en la mesa, se ajustó los lentes y buscó entre las páginas lo que iba a leer:
—Escuchen cómo cuenta San Juan de la Cruz una de sus experiencias místicas:
“Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. / Yo no supe dónde entraba / pero cuando allí me vi / sin saber dónde me estaba / grandes cosas entendí / no diré lo que sentí / que me quedé no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. / De paz y de piedad / era la ciencia perfecta, / en profunda soledad / entendida vía recta / era cosa tan secreta / que me quedé balbuciendo / toda ciencia trascendiendo. / Estaba tan embebido / tan absorto y ajenado / que se quedó mi sentido / de todo sentir privado / y el espíritu dotado / de un entender no entendiendo / toda ciencia trascendiendo. / El que allí llega de vero / de sí mismo desfallece / cuanto sabía primero / mucho bajo le parece / y su ciencia tanto crece / que se queda no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo.”
—¿Le parece a usted, padre, que podemos afirmar que esa realidad suprasensible, suprarracional y supraconsciente que se alcanza en la iluminación mística, es Dios? —preguntó una mujer ya mayor.
—Sobre esta pregunta tengo algo que decirles, con total sinceridad. Ustedes saben que yo son fraile dominico y que soy creyente en Dios, no lo voy a negar. Pero ¿qué significa decir que uno cree en algo? Creer es adherir a una afirmación, es expresar el propio consentimiento respecto a algo que se afirma socialmente. Pero nuestras creencias dependen de muchas circunstancias que no controlamos nosotros: el mundo cultural en que nos criamos, lo que nos enseñaron nuestros padres, la escuela, los medios de comunicación, etc. No me parece que las creencias de uno tengan mucho que ver con el desarrollo espiritual. Excepto cuando ciertas creencias motivan a las personas a desarrollarse en la búsqueda del conocimiento, en la contemplación estética y en la vivencia de los valores y las virtudes morales. Diría que la creencia en Dios favorece en las personas la búsqueda espiritual, y en particular la experiencia mística; pero no es indispensable. De hecho hay místicas orientales, como ciertas formas del budismo y del confusianismo, que no hacen referencia a Dios, como sucede en cambio en la mística cristiana y en la mística sufi de los islamistas.
—Pero usted, padre —dijo Ambrosio—, ¿piensa que en la experiencia mística se da un contacto, una unión del espíritu humano con Dios?
—No puedo afirmarlo ni puedo negarlo. La verdad es que no quiero darles una respuesta que condicionaría sus búsquedas, que deben ser personales. Además, si yo les dijera que la experiencia mística consiste en la unión con Dios, quienes no creen en Dios, como nuestro amigo Ambrosio que nos dijo ser agnóstico, no tendría motivo alguno para pensar que es posible y para buscarla. Y nadie puede ser excluido de esta búsqueda, que quizás nos lleve a creer en Dios.
—Muchas gracias, padre, en verdad le agradezco mucho esa respuesta —le dijo Ambrosio, mientras los demás asistentes, todos creyentes cristianos, estaban muy desconcertados de que el sacerdote no les hubiera dado la respuesta que esperaban, la respuesta que confirmara sus propias creencias religiosas.
Uno de ellos insistió en el tema:
—Pero Dios existe, padre, y la espiritualidad es para buscarlo y llegar a conocer y amar a Dios sobre todas las cosas, ¿no es así?
—Dije que no lo niego; pero tampoco lo afirmo. En esos versos que acabamos de leer de San Juan de la Cruz, él afirma e insiste que en su experiencia mística “entró donde no supo, y se quedó no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.
En la sesión de la tarde el padre Andrés repartió una hoja que leyeron y comentaron entre todos.
—Lo escribí hace algunos años —les dijo—. Resume en cierto modo lo que les he explicado hoy.
“Cuatro miradas” era el título del escrito, que decía así:
“Sentado en la piedra a la sombra del árbol, un poeta recita los versos que va componiendo: “Danza mi alma vagabunda / con el viento / entre las ramas del nogal / ángeles de luz cantan y brincan / en la añosa casa de sus abuelos. / Las hojas cuchichean / rememoran nostalgias / amores y noches juveniles / y bailan también y vuelan. / La tarde va tejiendo / una manta de colores sobre el cesped.”
“Un científico que por allí pasaba y lo había escuchado recitar, detiene su andar, alza la vista siguiendo la mirada del poeta, observa atentamente y dice: “Sueñas, poeta amigo, y te engañas. Este que miras es un Castanea, árbol de la familia Fagaceae, llamado vulgarmente castaño. Caen sus hojas porque es del tipo caducifolia. La corriente de aire mueve las ramas y las hojas caen según las leyes inmutables de la física. Distingo allí tres especies de aves: Mimus thenca, Sporagra barbata, y Moluthrus bonariensis, llamadas vulgarmente tencas, jilgueros y mirlos. Pían por instinto para emparejarse y perpetuar sus especies. Y tu no estás allá bailando sino sentado en la piedra, imaginando cosas que no existen”.
Un labrador aporca la tierra para que el agua llegue mejor a las raíces del árbol. Dice: “El castaño necesita que el agua penetre hondo en las raíces, para que los frutos sean buenos, grandes y sanos. Al terminar el invierno podaré algunas ramas para que siga creciendo y dando buenos frutos. Y tendremos buena leña con las partes nudosas, y con los palos delgados prepararé tutores para que los árboles del vivero crezcan bien. Y tallaré algunos juguetes para los niños. La madera del castaño es muy buena para muebles y tallados. Este castaño es un árbol bueno, muy bueno con nosotros, y aquí todos lo queremos y cuidamos”.
Un místico que está de paso escucha los versos del poeta, las aseveraciones del científico y las palabras del labrador, los mira con ternura y camina hacia el nogal. Se abraza al tronco, siente que su yo se disuelve y que su espíritu se confunde con el Existente que se oculta en el árbol, en el viento, en los pájaros, en los versos del poeta, en las verdades del científico y en la bondad del labrador.
Les dice: “La verdad, la belleza y la bondad son una sola cosa, tres dimensiones distintas de un solo ser no más. Son tres hermanas inseparables. Hay verdad y bien en la poesía, bondad y belleza en la ciencia, verdad y hermosura en el buen trabajo. Al buscar la verdad, la belleza y el bien buscáis lo esencial; pero habéis de saber que lo que une a todo eso está más allá del alcance de vuestras facultades separadas. Al mirarlas desde fuera, exteriormente, vosotros las separáis. Pero la verdad, la belleza y la bondad son, en lo íntimo y profundo del ser, una sola cosa”.
El científico al místico: —Yo busco la verdad entera, universal; avanzo lentamente y con método para no engañarme, paso a paso, expandiendo el conocimiento en espiral, sin distraerme. No desdeño ningún conocimiento, pero desecho todo aquello que me desconcentra y saca del camino emprendido, por bueno y agradable que sea.
El místico: —La persona intelectiva que busca la verdad vive inquieta y no encuentra la paz hasta que alcanza y se une a la verdad primera, que es el Existente.
El poeta al místico: —Intuyo lo que dices, místico amigo. La belleza no tiene principio ni fin, está en todas partes, en todas las cosas. Pero es fugitiva y no puedo dejarla pasar sin que se pierda. Debo atraparla, recrearla interiormente cada vez, en todo tiempo y en cada lugar.
El místico: —La persona sensitiva que busca la belleza con pasión vive ansiosa y no descansa sino al unirse a lo sublime y perfecto, que es uno y eterno, que es el mismo Existente.
El labrador al místico: —Con mi trabajo extraigo de la tierra, del agua, del árbol y de todas las cosas, lo bueno que hay en ellas, y lo pongo al servicio de las personas. Pero todos los días debo reiniciar la tarea fatigosa, porque lo que labro y produzco se consume, y con los años se consume también mi vida.
El místico al labrador: —La persona activa que produce bienes y servicios para satisfacer las necesidades, aspiraciones y deseos humanos, se fatiga y desgasta en su labor si al trabajar la tierra, la madera y la herramienta no contempla al mismo tiempo sus bellezas y verdades, descubriendo en todo lo que hace al Existente.
Una misma pregunta asoma en la conciencia del poeta, del científico y del labrador: — ¿Acaso debemos seguir tus pasos?
El místico, que conoce lo que hay en el corazón de los hombres responde a la pregunta inexpresada:
—Cada uno debe ser fiel a su camino, sea el del arte, el de la ciencia, el del trabajo y la acción, o el de la mística. Lo necesario es estar abiertos para aprender uno del otro. Y llevar cada uno su propia búsqueda hasta el final, donde todos los caminos se unen, como los ríos en el mar. Sólo entonces se encuentra la plenitud de lo bello, de lo verdadero y de lo bueno.”
Al terminar la jornada Ambrosio fue al hospital para su encuentro diario con Stefania. En la mañana le habían hecho una transfusión de sangre, y le habían dado unas medicinas que la mantenían casi sin dolor.
—Mañana dejo el hospital, vuelvo a mi casa. No es porque me hayan dado de alta, sino lo contrario. Sé que me quedan pocos días, Ambrosio, pero ¿sabes?, estoy tranquila, no le temo a la muerte. Es raro, nunca he sido muy creyente ni religiosa, pero estoy tan confiada en que no somos solamente el cuerpo, que no creo que con la muerte se acabe todo. Estos días he tenido unas experiencias tan hermosas. Creo que hoy tuve una experiencia mística, como una iluminación, no sé como expresarlo. Fue como haber entrado en un lugar que no sabría decir nada sobre él, aparte de que era como estar envuelta en una luz amorosa. Y tuve la sensación de conocer allí las verdades más profundas, pero que no se pueden decir con palabras. No sé cuanto tiempo estuve allí, porque fue como estar fuera del tiempo y del espacio. Te lo debo a tí, amigo querido.
Ambrosio le leyó el texto de San Juan de la Cruz que les había leído y entregado en una hoja el padre Andrés.
—Sí, fue eso, exactamente eso, lo que me pasó, yo no lo sabría decir mejor —comentó Stefania.
Ambrosio le contó todo lo que había aprendido ese día y terminó leyéndole el texto de las Cuatro Miradas. Igual que el dia anterior, Stefania terminó durmiendo con la cabeza apoyada en el hombro de su amigo, posición en que los encontraron al llegar los padres de la joven.