Ambrosio miró dos veces el número de la casa. Coincidía con la dirección que indicaba el panfleto, pero no era lo que esperaba encontrar basado en la información que tenía. Era una casa antigua, que daba directamente a la calle, con una puerta de madera barnizada y dos ventanas laterales con protecciones de hierro forjado. Como el volante hablaba de un conjunto numeroso de disciplinas orientales, se había imaginado que encontraría una propiedad institucional, grande y claramente identificada con un nombre y un logo; pero se encontraba frente a una casa común y corriente.
Golpeó suavemente la puerta con los nudillos. No obtuvo respuesta, por lo que volvió a intentarlo, ahora con mayor energía. Escuchó un ruido como de una silla o un objeto que se arrastraba sobre el piso, de manera que tuvo la certeza de que había alguien en la casa. Esperó un minuto, y cuando se disponía a llamar por tercera vez se abrió la puerta.
Lo recibió con gran amabilidad una mujer con una larga cabellera de color castaño claro, ojos grandes y una sonrisa que le pareció algo artificial. Ambrosio pensó que tendría menos de treinta años, aunque la experiencia le había enseñado que las mujeres solían tener mayor edad de la que aparentaban. Estaba vestida con un sencillo vestido blanco, corto, con un amplio escote que dejaba ver el delgado cuello, los hombros y el comienzo de las curvas del pecho. Ceñía un cinturón de algodón encordado que resaltaba un cuerpo esbelto y armoniosamente ondulado. El pelo húmedo caía desordenado sobre los hombros, dando la impresión de que hubiera salido recientemente de la ducha. Ambrosio se dijo que era una mujer muy atractiva.
Al cruzar la puerta y encontrarse en el living de la casa, iluminado suavemente por la luz que provenía de una ventana de cristales coloreados y por dos cirios encendidos, lo envolvió un intenso olor a incienso combinado con el de un perfume muy agradable que emanaba del cuerpo de la mujer.
Ella lo invitó a sentarse en un sillón y tomó asiento frente a él, mirándolo en silencio a los ojos. La sala no era grande. Ambrosio observó diversas estatuillas de estilo oriental y dos grandes tapices adosados a los muros, que decoraban el lugar creando un cierto ambiente de misterio y esoterismo. Sintió la mirada a la vez cálida y profunda de la mujer y tuvo la extraña sensación de que ella escudriñaba sus secretos espacios interiores.
Se dió cuenta de que debía explicar el motivo que lo había llevado hasta allí, pero sintiéndose cohibido por el extraño ambiente en que estaban no atinaba a encontrar las palabras que decir. La mujer tomó una jarra de agua que estaba en una mesa pequeña junto al sillón, llenó un vaso y se lo ofreció, al tiempo que le preguntaba:
—¿Cómo te llamas?
—Me llamo Ambrosio, Ambrosio Moreno.
—Madame Madayanti —se presentó la mujer extendiéndole la mano.
Ambrosio pensó que la mujer era demasiado joven para presentarse como Madame. Tampoco se condecía con ese título el vestido sencillo, juvenil y sexi. El maquillaje del rostro contribuía poco a crear un personaje esotérico, pero resaltaba con colores tenues la belleza natural de los ojos y los labios. Como si le hubiera intuido el pensamiento la mujer agregó:
—Puedes decirme Madayanti. Cuéntame por qué has venido. ¿Cómo supiste de mí?
—Por este volante que estaba dentro de una revista que encontré en el Centro Hare Krishna. Me interesó la posibilidad de conocer sobre el aura y los chakras. Me atrajo también la oferta de un diagnóstico de salud espiritual, y como decía que era gratuito me atreví a venir.
—¿Eres devoto de Krishna?
—No, solamente estuve en el Ashram tres días, porque quería conocer de qué se trataba. Lo que busco en realidad es conocerme a mí mismo; y descubrir el sentido que debo darle a mi vida.
—Muy bien, muy bien, Ambrosio. Conocerse a sí mismo es el comienzo de la sabiduría, y el mejor modo de descubrir el propósito para el cual vivir. Hiciste muy bien en venir, porque te puedo explicar lo que te interesa, y en esta sesión podemos iniciar un diagnóstico de tu situación personal. Claro que, te lo debo decir, sólo la primera sesión es gratuita, porque éste es mi trabajo y de algo debo vivir.
—Está bien — comentó Ambrosio.
—Bien, te explicaré qué son los Chakras y las Auras, y luego podemos evaluarlos en tí. Espera un momento, voy a buscar algo.
Madayanti se levantó y entró por el pasillo interior de la casa. Ambrosio, que se había ya acostumbrado a la escasa iluminación de la sala, pudo ahora distinguir en el muro lateral de la habitación una serie de diplomas enmarcados. Se levantó a mirarlos. Eran diplomas de distintos tamaños y diseños, intestados algunos a Madame Madayanti y otros a Aurora Rocío, que acreditaban la realización de cursos de diferentes disciplinas esotéricas: aromaterapia, reiki, grafología, tarotismo, quiromancia, biodanza energética, imanoterapia, astrología, teosofía. Pensó que era demasiado para una mujer tan joven.
Madame Madayanti volvió a la sala y viendo que Ambrosio miraba los diplomas se acercó a él y le dijo:
—Como puedes ver, he estudiado muchas disciplinas y sabidurías. Aurora Rocío es mi nombre de pila; y aunque me encanta, en mi trabajo prefiero que me llamen Madayanti, porque es el nombre que me dió mi maestro espiritual en la India cuando alcancé el quinto nivel de instrucción tántrica.
—¿Tiene un significado el nombre Madayanti? —Se atrevió a preguntar Ambrosio.
—Sí, es un nombre de origen sánscrito. Tiene dos significados. Significa Flor de Jazmín, y también la Fuerza del Deseo. El maestro me dijo que es el nombre que corresponde a mi personalidad.
Madayanti traía en sus manos dos grandes láminas de color. Esta vez no se sentó delante del joven sino que lo invitó a que se sentara a su lado en un sofá de dos asientos, para así mostrarle mejor las láminas. Extendió una primera lámina sobre sus muslos y rodillas, cubriendo en parte también las piernas del joven. Ambrosio sintió el roce y cierta suave presión de la pantorrilla de la mujer sobre la suya, pero su atención recayó rapidamente sobre la colorida imagen de la lámina.
Representaba a un joven desnudo de frente y de pié, con las manos juntándose sobre su cabeza hacia lo alto, parado en su pié izquierdo sobre el piso y el derecho apoyado en la rodilla de la pierna izquierda. Una serie de figuras constituidas de pétalos de distintos colores que daban la impresión de rotar sobre sí mismas estaban distribuidas desde encima de la cabeza hasta bajo los genitales.
—Según enseñan las más antiguas sabidurías sánscritas —comenzó a explicar Madayanti adoptando ahora sí la actitud de una Madame— el cuerpo humano está compuesto de tres campos de energía. Uno es el campo físico, que es el del cuerpo que vemos y palpamos habitualmente, con todos sus órganos externos e internos. Ese nivel es el que seguramente te enseñaron en el colegio en clases de biología.
Ambrosio asintió. Había sido un buen estudiante y tenía bastante clara la fisiología del cuerpo humano, con todos sus órganos, sus funciones y sus dinámicas.
—Por sobre este nivel del cuerpo físico se encuentra el segundo campo de energía, que es el de los chakras. Los chakras son vórtices o remolinos de energías más sutiles, invisibles a la vista pero que pueden ser identificados y sentidos por el cuerpo, por las temperaturas que emanan de ellos. Los chakras se encuentran localizados en diferentes lugares del cuerpo. Son siete los chakras principales, y están conectados en el plano físico con las distintas glándulas endocrinas, afectando positiva o negativamente nuestro comportamiento corporal, y también nuestras emociones y estados mentales.
Madayanti le fue indicando varios puntos en la figura representada en la lámina, mientras le explicaba lo que iba mostrando.
—Mira, aquí se pueden ver los siete chakras principales. El primero, por encima de la frente es el chakra llamado sahasrara o coronilla. Es el chakra del espíritu, de color índigo, y representa la unidad de nuestro ser. Se llama también el chakra del ‘yo soy’. Viene después el chakra ajna o del tercer ojo, ubicado en medio de la frente, de color azul. Es el chakra de la inteligencia, que se llama también ‘yo comprendo’. El tercero es el vishuddha o de la garganta, de color celeste, es el chakra de la expresión y la creatividad. Lo llaman también ‘yo hablo’. El cuarto chakra es el anahata o del corazón, de color verde, es el chakra afectivo, o del nivel emocional, que se llama también ‘yo amo’. Viene después el manipura o chakra umbilical o del plexo solar, que se refiere a la acción, la eficiencia y el poder. De color amarillo, se le dice también ‘yo puedo’. Swadishthana es el sexto chacra, de color naranja, es el chakra del nivel sexual y del placer, ubicado, como puedes ver, sobre los órganos sexuales. Se lo identifica también como ‘yo deseo’. Y el último chakra de abajo es el muladhara, de color rojo. Es el chakra del nivel físico o del enraizamiento, que se refiere a la subsistencia y se llama también ‘yo tengo’.
Terminada la explicación Madayanti dejó las láminas sobre una mesa que estaba al lado del sillón y poniendo una mano sobre la rodilla de Ambrosio le preguntó:
—¿Qué te parece? ¿Qué me dices?
—Es muy interesante —respondió Ambrosio— sólo que no sé de dónde proviene el conocimiento de estos chakras. ¿Por qué no se enseñan en el colegio? ¿Será porque sobre ellos no hay evidencia científica?
Madayanti se sorprendió de este comentario, dándose cuenta que no le sería tan fácil despertar la confianza del joven.
—Son conocimiento muy antiguos, de los más antiguos sabios orientales, que se han trasmitido de generación en generación a lo largo de muchos siglos y milenios, y que hoy día son apreciados también por muchos científicos y médicos. Las ciencias no los reconocen, porque como te decía antes, no se pueden ver, ni siquiera con un microscopio. Pero sí los podemos sentir mentalmente. Por lo demás, no cabe duda de que todos los seres humanos tenemos estas energías espirituales, cognitivas, creativas, afectivas, emocionales, sexuales y físicas a que se refieren los chakras, y que ellas están conectadas a los diferentes órganos del cuerpo. ¿Te has dado cuenta de que cuando hablamos del conocimiento hacemos referencia a la cabeza? ¿Y que cuando tenemos problemas de comunicación sentimos que se nos cierra la garganta? Y cuando hablamos del amor y los afectos ¿no tendemos a llevarnos la mano al corazón? ¿Y acaso no sentimos los placeres asociados a los órganos sexuales? ¿No te parece que hay poco que discutir sobre estas energías conectadas con los distintos órganos del cuerpo?
Ambrosio encontró que esta explicación era bastante razonable y asintió con un gesto de la cabeza. Apreció que en su explicación Madayanti no hiciera referencia a alguna divinidad o religión, como había ya escuchado demasiado en las reuniones con los devotos de Krishna.
—¿Y las auras, qué son las auras? –preguntó.
Madayanti levantó la mano que mantenía posada en la rodilla de Ambrosio y tomó nuevamente las láminas. Desplegó la segunda de ellas sobre sus piernas y las de Ambrosio. Representaba la silueta estilizada de un cuerpo de mujer circundado de una secuencia de franjas luminosas de colores: rojo, naranja, amarillo, verde, celeste, azul y violeta. Un rayo de luz blanca caía de lo alto sobre la cabeza de la figura y bajaba por su cuerpo hasta los pies, distribuyéndose en forma de raíces que se hundían en una tierra transparente.
—Esta lámina representa el aura, o las auras de una persona. Son energías aún más misteriosas que los chakras, pero son tan reales como ellos. El campo áurico o de las auras es un campo de energías más sutiles, etéreas o espirituales que los chakras, e igual que ellos forman parte de lo que somos. Las auras son campos de energías luminosas, de diferentes colores, que emanan de nuestro cuerpo y que nos conectan con el universo entero. Las auras son estas luminosidades de colores que permanecen en suspensión alrededor de todo nuestro cuerpo, y se extienden por encima de nuestras cabezas hacia lo alto, y se hunden por debajo de nuestros pies en el suelo, como raíces invisibles. Como puedes apreciar, los colores de las auras son los mismos que los de los chakras y se encuentran ordenados igual que éstos. Es porque están relacionados: cada aura se conecta con cada chakra, como también se relaciona con los correspondientes órganos y funciones del cuerpo físico.
Madayanti miró al joven que la escuchaba atentamente y no supo con certeza si la sonrisa que asomaba en sus labios expresaba diversión o encantamiento. Le sonrió afectuosamente y continuó explicando.
—En esta lámina las auras o aureolas que circundan el cuerpo están todas ordenadas y se presentan de tamaños más o menos similares. Pero en las personas reales no ocurre así. En unas personas predomina un áurea, un color, y en otras son más fuertes otros colores diferentes. Y el aura de una persona rara vez está tan ordenada como aparecen aquí en la imagen. El desorden de las auras, que se observa en forma de protuberancias, de cortes, de entremezclamientos de colores, ponen de manifiesto la situación mental, emocional, espiritual y corporal de las personas, incluso sus enfermedades físicas y sus incoherencias y faltas morales.
—¿Y cómo se pueden ver las auras de una persona?
—Las auras pueden ser vistas por personas que han sido especialmente capacitadas para ello. Existen técnicas que se aprenden en la formación tántrica. Para ver con claridad las auras se necesita haber alcanzado el quinto nivel. Yo a veces veo el aura de las personas cuando voy por la calle, otras veces me resulta más difícil, y con algunas personas no llego a conectarme. Pero la mayor parte de las veces se requiere algún grado de preparación mental, una cierta disposición espiritual.
—¿Puedes ver mis auras? ¿Me podrías decir en qué estado se encuentra este misterioso campo energético que me circunda?
—Creo que sí —respondió Madayanti.— Ponte de pié frente a mí, dando la espalda a ese espejo grande que ves ahí. Manténte bien erguido, separa un poco los pies, y cierra los ojos.
El joven hizo lo que Madame le indicaba. Ella encendió dos cirios que estaban sobre enormes candelabros a cada lado del espejo y se puso frente a él a unos dos metros de distancia. Lo miró atentamente de la cabeza a los pies. Desde que Ambrosio había entrado a su casa no dejaba de pensar que era muy apuesto y atractivo. Tal vez por eso extendió la observación del ‘campo físico’ y del ‘campo áurico’ de Ambrosio durante más tiempo de lo que requería normalmente para ver las auras. Finalmente empezó a contarle el resultado de su examen. Ambrosio abrió los ojos y sus miradas se encontraron.
—Lo que he visto circundando tu cuerpo son tres auras. La más intensa y extendida es el aura de color naranja, que corresponde a la energía del deseo y al chakra del sexo; pero no es un aura que aparezca ordenada, no es plana sino que muestra protuberancias y desorden. Tienes también un aura azul, que corresponde al campo del conocimiento racional. Esa aura es fuerte y se extiende plana alrededor de tu cuerpo, lo que indica que tu mente procede normalmente y con lucidez racional. Y por sobre ésta, aparece el aura de color índigo, la del espíritu, pero está entrecortada y bastante dispersa, sin que evidencie una forma ordenada.
Madayanti guardó silencio, extendió sobre Ambrosio una mirada intensa y continuó:
—Me atrevo a decir que eres un verdadero buscador espiritual, pero que estás desorientado y no sabes qué camino seguir. Eres inteligente, muy racional, de mentalidad que me atrevería a llamar científica. Y, también, que eres un joven intensamente sexual, pues el campo del placer aparece como el más extendido; pero se encuentra claramente desordenado.
Ambrosio se sonrojó levemente y no pudo evitar que Madayanti se diera cuenta de su rubor. Ella hizo como si no lo hubiera notado, miró el reloj que pendía de un muro y le dijo:
—Hace ya quince minutos que debía venir una paciente que tenía reservada la hora para una sesión de reyki. Como no llegó, dispongo todavía de tiempo. Si quieres te hago una evaluación más completa, en base a los chakras. Debes saber que nunca lo hago en la primera sesión, y normalmente cobro por ello, pero contigo haré una excepción y será gratis.
—Muy bien, me parece estupendo —afirmó el joven.
—Bien. Debemos pasar a la segunda sala para hacer la evaluación de los chakras.
Pasaron a una sala interior que era una habitación más pequeña, que se encontraba a oscuras, con las cortinas cerradas. Madayanti encendió la luz eléctrica que iluminó el ambiente y Ambrosio pudo apreciar lo que había en el cuarto. En los muros de un fondo azul oscuro destacaban numerosas pequeñas imágenes de colores brillantes que representaban estrellas y soles, signos del zodíaco y variadas otras figuras que Ambrosio no supo reconocer, todo lo cual daba a ese cuarto un aspecto esotérico. Destacaba en el centro de la habitación una camilla cubierta con una sábana blanca. Había también dos sillas, un biombo de tres cuerpos y una pequeña mesa redonda de tres patas sobre la cual estaba un candelabro de bronce de siete velas y un inciensario. Una puerta interior entreabierta permitía ver un baño.
Madayanti se acercó a la camilla y alisando con la mano la sábana que la cubría dijo con voz segura, como quien da órdenes que no pueden ser desobedecidas.
—Mientras voy a prepararme para la sesión, prepárate también lavándote las manos y la cara. Esa puerta da a un baño donde puedes hacer tus necesidades. Después te desnudas detrás del biombo y dejas todas tus ropas sobre esa silla. Te extenderás sobre la camilla, cubriéndote desde la cintura hacia abajo con esta toalla blanca. Así me esperarás, tratando de relajarte lo mejor que puedas, con los ojos cerrados. Yo iré a prepararme y regreso en unos cinco minutos.
Exactamente cinco minutos después Madayanti entró en la sala portando una caja de madera que dejó sobre la mesa redonda. Ambrosio estaba tendido en la camilla, con las piernas juntas, tratando con la mano derecha de asegurar la toalla en la cintura, asegurándose de que estaba bien cubierto a pesar de que la amarra con que había sostenido la toalla se había soltado un poco al subir a la camilla. Madayanti comprendió que el joven no estaba relajado sino más bien inquieto y expectante.
—Muy bien. Te explicaré lo que vamos a hacer. Ten confianza, que nada malo te podrá ocurrir, al contrario. Será solamente una sesión de evaluación del estado de tus chakras, que te servirá para mejor equilibrarlos. Pero lo primero que debemos hacer es alinear y aplanar tu aura.
Con los ojos entreabiertos Ambrosio vió que la mujer pasaba su mano derecha por encima de su cuerpo pero sin tocarlo, empezando desde la cabeza y hasta los pies y volviendo en seguida a subir hasta la cabeza. Esta operación la repitió tres veces. Mientras lo hacía Madayanti tuvo ocasión de apreciar el cuerpo esbelto del joven, su abdomen plano y perfecto, su pecho cubierto de un escaso vello dorado, sus brazos musculosos y sus piernas largas y bien torneadas.
Al terminar el aplanamiento del aura Madayanti tomó la caja de madera de la que emanaba un leve vapor y la acercó a Ambrosio de modo que la viera.
—En esta caja hay siete piedras, planas y redondas, de distintos tamaños. Como ves, son todas negras. Están calientes, pero no queman, y son muy lisas, de modo que no podrán hacer ningún daño a tu piel. Cada una de ellas tiene dibujada por detrás, la flor que corresponde a cada chakra, del color que ya sabes cuáles son. Las iré colocando y disponiendo en los lugares de cada uno de tus chakras, y podré moverlas ligeramente hasta encontrar el lugar exacto de cada vórtice de energía. Es probable, más bien es seguro, que sentirás corrientes de energía y calor, o bien de vacío y frío, de distinta intensidad. Es importante que estés atento a esas corrientes de energía, y que las recuerdes, porque cuando después me las describas podré yo hacer la evaluación sobre el estado de tus chakras. Es mejor si mantienes los ojos cerrados y que no te muevas; pero si sientes la necesidad de abrir los ojos o hacer cualquier movimiento, como rascarte o lo que sea, puedes hacerlo. Pero en ningún caso debes tocar con tus manos las piedras. ¿Está claro?
—Sí, lo entiendo.
—Empecemos entonces. Lo primero es acomodarte un poco porque estás muy tieso.
Madayanti tomó la mano izquierda de Ambrosio y levantando levemente su brazo lo separó unos centímetros de su cuerpo. Hizo lo mismo con el brazo derecho. Enseguida le levantó ligeramente la cabeza y pasó su mano sobre su cabello, como peinándolo. Después fue al otro extremo de la camilla y separó apenas unos centímetros los pies de Ambrosio, solamente para que sus piernas dejaran de rozarse.
—Ya está —dijo—. Colocaré las piedras en tus chakras.
—Esta primera, la de la coronilla o el espíritu, la coloco encima de tu cabeza. Debo cuidar que quede lo más estable posible teniendo en cuenta tu peinado.
Ambrosio sintió los dedos de la mujer moviendo en círculos su pelo, y cuando ella dejó la piedra en el lugar apropiado, apoyada verticalmente, no alcanzó a sentir que la piedra estuviera caliente.
Madayanti tomó la segunda piedra, mucho más pequeña que la primera, y la puso en medio de la frente de Ambrosio, que mantenía sus ojos cerrados. Ambrosio sintió que la temperatura de la piedra era apenas superior a la de su cuerpo.
La tercera piedra era algo más grande y Ambrosio la sintió más caliente cuando ella la puso en su cuello sobre la garganta. Pero al hacerlo se le presentó alguna dificultad para instalarla correctamente en el vórtice del chakra. En efecto, en la posición en que estaba, con la cabeza apoyada a la misma altura de la espalda, sobresalía en el cuello de Ambrosio una prominente nuez de adán. Además el joven tragaba saliva intermitentemente provocando un cierto movimiento de su cuello que desestabilizaba la piedra. La mujer dejó entonces la piedra a un lado sobre la camilla, y comenzó a dar al joven un suave masaje en el cuello. Los dedos de Damayanti eran suaves y tibios, y el masaje resultó muy agradable a Ambrosio, que finalmente se mantuvo quieto permitiendo que la mujer instalara establemente la piedra del tercer chakra. Pero en el mismo momento en que se alcanzó la estabilidad de la piedra surgió en la mente de Ambrosio una inquietud: ¿qué pasará cuando ella trate de instalar la piedra correspondiente en el chakra del sexo? Pensando en ello tragó saliva y la piedra del cuello se deslizó cayendo nuevamente sobre la camilla. Madayanti acarició suavemente el cuello de Ambrosio y dejando posada la piedra en su lugar le dijo:
—No te preocupes si se cae otra vez. No hay problemas, pues eso sería también un indicio que algo nos dirá sobre la situación de este chakra de la expresión.
El procedimiento de instalación de la piedra del chakra del corazón fue distinto a los anteriores. Madayanti tenía la piedra, de tamaño considerable, en una mano, y con los dedos de la otra iba haciendo círculos, como remolinos, en diferentes lugares del pecho de Ambrosio. Después de cada remolino dejaba unos instantes la piedra en ese lugar, y luego iniciaba en otro lugar un remolino similar, procediendo en seguida a desplazar la piedra. La operación se repitió cinco veces hasta que la piedra quedó instalada en el lugar que ella consideró que era el apropiado. Mientras Madayanti procedía de este modo, la inquietud de Ambrosio sobre lo que debiera ocurrir más abajo se acentuaba, y notó que su pene adquiría un mayor tamaño, pero sin alcanzar dureza ni erguirse, manteniéndose cubierto por la toalla blanca. Para evitar excitarse Ambrosio intentaba concentrarse mentalmente en cualquier otra cosa, y en parte lo lograba, igual como había logrado mantener estable la piedra en su cuello, la que precisamente al pensar en esto sintió que se desplazaba y rodaba hacia un lado.
Madayanti no pareció darse cuenta de ello, mientras procedía con la piedra del chakra del plexo solar o umbilical. La tenía tomada con tres dedos de su mano derecha, mientras posaba la izquierda en la cintura del joven. Procedió a girar la piedra varias veces en el sentido del reloj en la parte baja del estómago y la instaló finalmente más arriba del ombligo.
Llegaba así el momento que inquietaba a Ambrosio. Notando Madayanti que el pene del joven no estaba fláxido y que el montículo que destacaba en la toalla había aumentado de tamaño, se sonrió y casi deja escapar una risita. Se limitó a dejar la piedra, que era bastante grande y pesada, presionando suavemente en el relieve que producía el órgano sexual sobre la toalla. Ambrosio agradeció mentalmente que lo hiciera sobre la toalla y que no la hubiera levantado, como en algún momento llegó a temer; no obstante, en el mismo momento en que sintió el peso de la piedra sobre su pene, la protuberancia que éste marcaba en la toalla se ensanchó otro poco, de modo que la piedra se deslizó hacia un lado. Madayanti intentó estabilizarla pero el resultado fue cada vez el mismo, haciendo siempre más difícil lograr la estabilidad. Y cada vez que la piedra se desplazaba ella se sonreía, hasta que no pudo ya evitar un suspiro que había contenido hasta ese momento. Viendo que fallaba en sus intentos de estabilizar la piedra decidió dejarla ladeada, apoyada en la protuberancia de la toalla.
Al hacer esto Madayanti sintió un cosquilleo en los pezones y se dió cuenta que se estaba excitando como una muchacha. Tuvo entonces la tentación de acariciar el miembro del joven, pero se contuvo desplazándose en cambio hasta ponerse detrás de la camilla donde sobresalían los pies de Ambrosio.
Entonces hizo algo que Ambrosio no se había imaginado y que ella misma tampoco había pensado hacer. Tomó en sus manos un pié de Ambrosio, lo levantó con la mano izquierda y con la derecha comenzó a acariciarlo, realizando un suave masaje circular con sus pulgares.
Ambrosio abrió entonces los ojos y la miró. Ella estaba inclinada hacia adelante de tal modo que el escote del vestido le dejaba ver buena parte de la redondez de sus senos, visión que aumentó todavía más cuando ella apoyó el pié del joven sobre su pecho arrastrando la tela hacia abajo.
Ambrosio sintió que por su rostro y su cuello la sangre circulaba con fuerza, congestionando y pintando de rojo sus mejillas. Ocurrió entonces lo que había temido, pero que ya no le importaba. Su pene engrosó, endurecido, y se levantó de modo que la tibia piedra negra cayó hasta la camilla desplazando la toalla, que ya no cubría su sexo que se mantenía erguido enteramente. Excitado al máximo, miraba los senos redondos y levantados de Madayanti, y le gustó darse cuenta de que ella mantenía sus grandes ojos abiertos posados sobre su órgano sexual, que de pronto comenzó a experimentar rítmicas pulsaciones y espasmos que lanzaron al aire el blanco fluido seminal. La energía sexual desbordada se fue apagando lentamente, y sólo entonces Madayanti que había continuado masajeando el pié de Ambrosio lo dejó posar nuevamente en la camilla.
Ambrosio, parcialmente repuesto, trató de articular algunas palabras para explicar lo que le había sucedido, puesto que Madayanti se mantenía en silencio, mostrándose descorcertada por lo que acababa de ocurrir.
—Me debe disculpar, no era mi intención...
—No te preocupes, Ambrosio. Estas cosas pueden suceder, y sólo son destellos de energía de los chakras, las auras y las glándulas del cuerpo. No te preocupes lo más mínimo. No te debes disculpar. Lo que pasó fue en gran parte culpa mía, que me dejé llevar y jugué más de lo debido con la situación, al darme cuenta de que te estabas excitando. Ahora lávate y vístete. Te espero en la sala para explicarte algunas cosas que creo que es importante que sepas.
Ninguno de los dos pensó que la evaluación de los chakras había quedado inconclusa puesto que una piedra apenas tibia, la del séptimo chacra, permanecía todavía en la caja de madera.
Pocos minutos después Ambrosio se presentaba nuevamente en la sala, vestido, peinado y compuesto. Allí lo esperaba Madayanti, pero justo en el momento en que le indica el sillón frente a ella para que se sentara se oyeron unos fuertes golpes en la puerta. La mujer miró el reloj y comprendió que era exactamente la hora a la que había citado a una de sus pacientes más importantes, que siempre golpeaba la puerta de ese modo autoritario. Se acercó a Ambrosio y muy cerca de su oído para asegurarse de que no fuera escuchada desde la calle, le dijo:
—Mira, la persona que golpeó la puerta viene a que la atienda, y es importante para mí y para ella que la reciba. Pero me gustaría mucho conversar contigo y explicarte más sobre los chakras y darte el diagnóstico prometido. ¿Es posible para tí venir otro día? ¿Tal vez mañana mismo?
—Sí, puedo. ¿A qué hora llego?
—Igual que hoy, a la misma hora. ¿Puedes?
—Sí, aquí estaré mañana.
Se despidieron con un beso en la mejilla, mientras Madayanti dejaba entrar a una señora gorda y bien vestida que se dejó caer sobre el sofá.