XIX. Hachís.

La conversación entre Ambrosio y Gabriel continuó en la tarde; pero esta vez el tema fueron las drogas. Fue Ambrosio el que ahora le preguntaba a Gabriel y le pedía detalles de lo que les pasaba cuando estaban bajo los efectos de la marihuana y de otros psicotrópicos.

—¿Cómo estuvo la sesión de marihuana de ayer?

—¿Sesión de marihuana? Eres divertido, por cómo lo dices. Pero sí, estuvo muy buena en realidad. Los pitos eran de la mejor calidad; y fumamos lo suficiente para volar largo rato. ¿Te gusta fumar?

—No, solamente lo hice una vez y no sentí ningún efecto. Debe haber sido que la marihuana era de mala calidad. Cuéntame lo que sentiste ayer.

—¿Que te cuente? No es tan fácil, y ya no lo recuerdo mucho. Es como los sueños, que cuando uno los ha tenido se recuerdan vivamente pero pronto se van olvidando los detalles, hasta que no recuerdas nada.

—Pero no te pido detalles de lo que pasó por tu mente. Supongo que si has fumado muchas veces podrás al menos decirme qué se siente.

—Bueno, te puedo decir que es rico. Casi siempre, al menos para mí, es rico, me siento bien. Pero es siempre diferente; y es distinto para cada persona. Algunos reaccionan mal, terminan llorando; pero es muy raro que se pongan agresivos, como en cambio sucede mucho con la cocaína y otras drogas. Y mucho depende del ambiente, de con quienes estás, de la calidad del pito, de tu estado de ánimo, y quizá de qué otras cosas. Te desinhibes. Te sientes libre, la realidad no te condiciona. Puedes volar, o sea, imaginas las cosas más extrañas e increíbles.

—¿Cuánto dura el efecto?

—Pueden ser diez minutos, o media hora y algo más si la marihuana es buena y la sabes fumar bien. Pero lo más interesante es que cuando estás bajo el efecto, el tiempo no transcurre igual que cuando estás normal. Es como si todo fuera más lento, como si el tiempo se detuviese. Eso te permite apreciar muchas cosas que normalmente no valoras porque vas muy rápido. En cambio, con el efecto de la droga el tiempo se hace lento y puedes apreciar detalles que por pasar tan rápido en la vida real no los percibes. ¡Eso! Los sentidos se agudizan.

—Hablas del estado normal como un estado en que no estás cuando estás bajo los efectos. ¿Qué quieres decir? ¿Que lo que te pasa cuando estás marihuaneado no es normal, y que lo que ves y observas no es real?

—Ah! Veo que sigues pensando en lo que conversamos en la mañana. Pues sí, creo que las drogas te ponen en un estado de conciencia alterada, y que lo que percibes y experimentas no es real. Como en los sueños, que los crees reales cuando estás soñando, pero después, cuando retomas tu estado de conciencia normal, te das cuenta de que lo que pasaba por tu mente no era real. Pero lo que sí era real, era que estabas  feliz, o te sentías libre y desinhibido, o eufórico, o maravillado por las cosas hermosas que imaginabas.

—Entonces, cuando vuelves a la realidad, te decepcionas.

—Si, incluso a veces te deprimes.  Esa es la razón por la cual, aunque no seas físicamente adicto a una droga, tiendes a volver a ella, para reencontrar ese estado rico que te proporciona.

—Escapar de la realidad ¿de eso entonces se trata? ¿Es eso lo que buscan hoy día tantos y tantos que se drogan?

—En cierto modo sí. Sí, es un modo de escapar de la realidad que nos atrapa, que nos estresa, que nos condiciona.

Ambrosio se quedó pensando. Recordaba la lectura bíblica y el sermón del pastor Rolando. Eso de que somos como el ciervo que tiene sed y busca la fuente hasta encontrarla, que tenemos sed de Dios y no paramos hasta unirnos a él. Pero aquí, con las drogas, se trata igualmente de salir, de escapar de esta realidad, como si fuera una búsqueda desesperada, porque ya no se cree que exista un Dios o alguna realidad espiritual que nos dé la felicidad. Le pareció importante profundizar el tema.

—¿Por qué crees que tanta gente, y especialmente los jóvenes, se vuelven adictos a las drogas?

—La adicción no es lo que buscan, sino un resultado. Lo que buscamos cada vez que nos juntamos a fumar, al menos en nuestro caso, es pasar un momento agradable.

—¿Sólo eso, o hay más?

Gabriel se quedó pensativo hasta que respondió:

—Escapar de los problemas y de los condicionamientos, por un lado, pero también encontrar algo profundo a que aspiramos, creo yo. Algo como un sustituto de la felicidad que no encontramos en la vida real. Salir de uno mismo.

Ambrosio quiso que Gabriel precisara la idea, por lo que le preguntó:

—¿Algo parecido a lo que se busca en los conciertos masivos, o en los partidos de fúlbol? ¿Vivir durante unas horas para algo, fuera de sí mismo, olvidados de todo lo que nos preocupa?

—No lo sé, sí, algo como eso. Pero no me preguntes tanto. Si quieres saber más, tienes que probarlo, tienes que experimentarlo. Quédate hasta el sábado y me consigo unos pitos de los buenos. Ahí podrás experimentar y entender en realidad de qué se trata.

Ambrosio lo pensó unos segundos. Poco antes le había dicho a su amigo que él estaba abierto a conocer y a experimentar lo desconocido, y que en su búsqueda no podía encerrarse en unos límites demarcados por otros.

—Sí, lo haré. Te lo agradezco. Si he experimentado en estos meses tantas cosas nuevas, no veo por qué dejar de probar también la marihuana. Pero sólo si me acompañas, porque me da algo de miedo.

Los días pasaron rápidamente. Gabriel salía cada mañana con su cámara y no volvía a la casa hasta tarde. Le explicó a Ambrosio que quería participar en un concurso de fotografía artística y que andaba en busca de algo que fuera realmente bueno que presentar.

Ambrosio preparó un currículum y salía también en la mañana en busca de trabajo. Ocupó gran parte del tiempo libre leyendo algunos libros de filosofía que tenía Gabriel. Los escogía al azar o según le atrajeran los títulos. Leía de ellos solamente algunos párrafos, páginas sueltas. De ese modo tan poco serio se formó una idea bastante confusa de lo que es la filosofía.

El sábado en la tarde Gabriel llegó con los pitos esperados.

—Hachís —le dijo. Es un tipo de marihuana, siempre basado en la planta Cannabis Sativa, pero muy bien procesada, de modo que adquiere la mayor potencia. Esta proviene de Ecuador. Es de lo mejor, ya verás. Me la pasó uno de mis amigos que estuvo aquí el domingo.

Para no preocuparlo, Gabriel no le dijo que esos pitos eran una preparación especial, que costaba bastante más de lo que valía la marihuana común. En los pitos que se había conseguido la marihuana estaba mezclada con unas hierbas alucinógenas de modo que era esperable que, sobre todo para quien fumaba por primera vez, los efectos fueran notoriamente más intensos. Él la conocía y la había probado en más de una ocasión, y como también conocía al proveedor no tenía preocupación en cuanto a la calidad del producto. Gabriel había decidido que Ambrosio, por su inteligencia y por las conversaciones filosóficas que habían tenido, se merecía ese regalo especial.

Prepararon el ambiente, se relajaron, pusieron una música suave, cerraron la puerta de modo que no fueran interrumpidos. Gabriel notó que Ambrosio estaba inquieto. Sabía que no era el mejor estado para que la experiencia fuera placentera, de modo que tomó una decisión y le dijo:

—Puedes estar completamente tranquilo, Ambrosio. Relájate. Fumarás sólo tú, mientras yo trabajo con mis fotografías. Así también estaré atento a cómo estés. Empieza a fumar, lentamente. Será cosa de pocos minutos, y máximo en una hora estarás de nuevo igual como te encuentras ahora. Tranquilo que no pasa nada. Y yo estaré aquí.

Ambrosio le agradeció, y esa actitud relajada y amistosa de Gabriel lo tranquilizó. Se tendió en el sofá y comenzó a fumar. La marihuana terminó de relajarlo. Pocos minutos después Gabriel le escuchó decir con voz traposa:

—Veo doble. No, las cosas se duplican. No, de las cosas emana un cuerpo sutil que las duplica.

Gabriel sonrió, complacido. La mezcla de marihuana y alucinógeno estaba haciendo efecto en su amigo del mejor modo que pudiera esperarse.

Ambrosio alucinó largamente. Vió que su propio cuerpo, o tal vez eran sus chakras y sus auras, se desprendían de su cuerpo, y que podía mirarse a sí mismo desde arriba. Podía volar, allá arriba, dejando su cuerpo tendido en el sofá. Bailaba al son de una música celestial. En su alucinación se hicieron presentes los dioses de cartón piedra que había visto en el ashran de los hare krishna, la paloma de la virgen de los aymaras, el Yatiri de la huilancha, el padre Pedro, Madayanti y los signos de los chakras que giraban a gran velocidad, la biblia que dejaba caer sus páginas y que también volaban formando un remolino. Se sentía fuera de su cuerpo, y danzaba junto a todas esas imágenes misteriosas y amistosas. Hasta que poco a poco todo se fue aquietando, y vió retornar su cuerpo volador a su propio cuerpo que todavía estaba en el sofá.

—¿Qué tal? —Le preguntó Gabriel.

—Maravilloso, como un sueño loco.

Le contó su extraña experiencia, a lo que Gabriel acotó:

—Uf! Ahora sí que creerás en todas esas creencias de seres extraños de los que me hablaste el otro día.

—No sé, tengo que pensarlo. Pero es lo contrario. Estas que acabo de tener fueron alucinaciones, como sueños, falsas imágenes, en un estado que tu llamaste de conciencia alterada, producto de estas hierbas que fumé. Nada me lleva a creer que sean reales, verdaderas, o que lo que pasó por mi mente corresponda a algo real. Pienso que las aluciné solamente porque las tenía grabadas en mi memoria, consciente e inconscientemente, no sé. Nada más lejano de lo que le pasa a esas personas que tienen fé en que sus creencias y experiencias religiosas son verdaderas.

—Mmm. Tienes razón. Nadie en su sano juicio confunde lo que alucina o lo que sueña con la realidad, una vez que se despierta o que vuelve a estar consciente normalmente. Esa confusión se da solamente en los esquizofrénicos, en los que por alguna extraña alteración del cerebro alucinan sin saber distinguir lo real de lo fantasioso.