XX. La Amistad.

El sábado siguiente en la mañana se juntó nuevamente un grupito de amigos de Gabriel en su casa. Fueron llegando uno tras otro aportando cada uno algo que les serviría para alimentarse y entretenerse: carne para asar a la parrilla, ensaladas, verduras, cervezas, vino, pisco, guitarra, bongó. Se juntaron, además de Gabriel y Ambrosio, tres mujeres, Stefania, Julia y Consuelo, y tres hombres, Jorge, Roberto y Marco. ¿Celebraban algo? No, se juntaban simplemente por la amistad que los unía, por el gusto de juntarse. Una amistad que habían formado y fue creciendo a lo largo de los años en que compartieron estudios y aventuras de la vida universitaria. Y ahora seguían juntándose cada vez que podían hacerlo.

El encuentro empezó con un brindis.

—¡Por la amistad! —exclamó Gabriel.

—¡Por la amistad! —repitieron todos en coro.

Ese brindis fue repetido varias veces durante la tarde y hasta la noche, iniciado ora por uno, ora por otro de los comensales.

Ambrosio los fue conociendo y dándose cuenta de algunas relaciones que había entre ellos: Jorge y Consuelo eran pareja y se notaba que estaban enamorados. Stefania fue a sentarse en el respaldo del sofá, en la misma posición en que la había conocido el día en que llegó a la casa de Gabriel y encontró al grupo volando por la marihuana. Era una mujer muy atractiva, que sabía que lo era y que habiendo sido siempre alabada por su belleza asumía un cierto aire de superioridad y distancia. De hecho, en el lugar donde estaba sentada su cabeza quedaba más arriba de los demás aunque estuvieran de pié. Ambrosio se dió cuenta de que Marco estaba prendado de ella, por la forma en que la miraba, por los reiterados piropos que le dijo, y por las atenciones que tuvo con ella todo el tiempo, ofreciéndole y acercándole las distintas bebidas y comidas que estaban a disposición de todos. Pero a Stefania todas esas atenciones excesivas le molestaban porque venían de alguien en quien no estaba interesada. Gabriel estaba atento a las necesidades de todos y a todos animaba, a cantar, a beber, a compartir la mesa. Julia era una mujer gordita, alegre y dicharachera, que cantaba con una voz melodiosa y entonada. Roberto pasó gran parte del tiempo sacando acordes y melodías con la guitarra y encabezando el canto. Su vista se desviaba a menudo hacia Stefania, limitándose a sonreírle. Rechazaba la cerveza y el vino que Marco insistía en ofrecerle. Ambrosio supo que a Roberto le hacía mal el alcohol porque escuchó a Gabriel decirle a Marco en voz baja:

—¿Por qué le ofreces trago si sabes que le hace mal? ¿Acaso no lo escuchaste cuando nos dijo el otro día que había decidido dejar de beber?

—Pero qué! Si cuando toma se pone más simpático.

—Sabes que le hace mal, que termina en mal estado. Un buen amigo no le regala tortas de azúcar a un diabético, ni pisco a una persona que sufre de alcoholismo.

Gabriel, comprobando que no había en la casa bebidas sin alcohol salió a comprar y volvió al rato con unas botellas de coca-cola y jugos de frutas. Le ofreció a Roberto que le aceptó con una sonrisa. Ambrosio pensó que era una gran suerte tener a Gabriel como amigo.

Ambrosio, como recién llegado al grupo y habiendo conocido solamente a  Gabriel, se mantuvo todo el tiempo algo al margen. Su repertorio de canciones era reducido y distinto al que cantaban, de modo que los escuchaba e intentaba sumarse a los estribillos y  llevar el ritmo  con las manos. Era fácil ver que era bastante menor que los demás, y como estaba callado y no intervenía en las conversaciones tuvo en todo el día pocas ocasiones de conversar. Además de Gabriel, que en varias ocasiones se le acercó a preguntarle o invitarlo a algo, solamente Julia se le acercó con la intención de saber algo de él. En ese nivel elemental de la conversación Ambrosio no tenía mucho que decir. Le contó que venía de Los Andes, que había terminado el colegio y que estaba buscando trabajo, luego de haber trabajado como temporero. Julia le contó que tenía un hermano menor que había terminado el colegio y que estaba estudiando para preparar la prueba para entrar a la universidad. Cuando la conversación entre ambos empezaba a tomar cierto cauce Julia fue llamada por Marco para que le ayudara en algo, de modo que hasta ahí quedó.

Pero Ambrosio no estaba para nada aburrido. Estaba atento a lo que hacían, a las relaciones que había entre ellos, a los dichos que intercambiaban, a las cosas que hacían. En cierto modo y sin hacerlo de modo consciente, aplicaba lo que le había enseñado Josefina sobre el método de la observación antropológica, por lo que fue descubriendo los rasgos de la personalidad de cada uno, las relaciones que se daban entre ellos, los factores que unían al grupo y los que generaban  grupitos menores, que se formaban y disolvían siguiendo curiosos cambios emocionales. Fue también notando los diferentes efectos que iba experimentando cada uno a medida que iban vaciándose las botellas de cerveza, vino y pisco.

Una de las cosas que llamaron la atención de Ambrosio fue el comportamiento bastante torpe de Marco en su intento de llamar la atención de Stefania y de ser premiado por alguna sonrisa, que ella evitaba regalarle. Stefania, en cambio, seguía con bastante interés y gusto las canciones que cantaba Roberto y correspondía a las miradas y sonrisas ocasionales de él. Marco, que se daba cuenta de que Stefania le prestaba más atención a Roberto que a él, tentaba a éste con vasos de vino o de pisco, que iban quedando sin ser consumidos en un estante al lado de donde tocaba su guitarra, y que terminaban siendo bebidos o alejados de ahí por Gabriel. Marco, que por su parte hacía gestos de ¡salud! a todos, fue el primero en emborracharse. Una borrachera más bien molesta, que lo llevó primero a atreverse a sentarse al lado de Stefania y abrazarla, con el único resultado de que varios lo reprendieron por molestarla. Se fue finalmente a tender en un rincón después de apropiarse de cuatro o cinco cojines que en ese momento no estaban siendo ocupados.

Jorge y Consuelo, que habían llegado juntos y que evidentemente formaban pareja, se mantuvieron uno al lado del otro gran parte del tiempo. Se besaron frente a todos, e incluso Jorge le dió varias caricias que Ambrosio pensó que eran más bien apropiadas para la intimidad y no para hacerlas en público. Pero no tardó en darse cuenta de que con esa ostentación de besos y caricias lo que hacía Jorge era poner en evidencia ante todos que Consuelo era “su” mujer, sobre la que tenía todos los derechos. Ella lo aceptaba sin dar ninguna señal de molestia, al contrario, parecía gustarle. Pero esto fue así hasta que el alcohol comenzó a hacer su efecto. Todo cambió cuando Consuelo, que estaba con la espalda apoyada en el pecho de Jorge, se desprendió del abrazo con que él la mantenía apretada, diciéndole con un tono de voz que mostraba cierto enfado:

—¡Déjame!

Jorge la soltó y todos vieron cómo ella caminó con paso inseguro por efecto del alcohol hasta donde estaba Roberto tocando la guitarra. Se sentó en el suelo delante de él y apoyando sus manos en los brazos del guitarrista, que se vió obligado a interrumpir el canto, le dijo:

—Tú sí que tocas y cantas bonito.

—¡Gracias, Consuelo! Tú también cantas y tocas muy bien. Toma la guitarra.

Ella tomó la guitarra y comenzó a puntearla, pero luego la dejó a un lado diciéndole:

—Me encanta como cantas. Me encantas, me encantas, me encantas.

Junto con decir esto lo tomó del cuello y se acercó a él dándole un beso que quedó marcado en la mejilla de Roberto.

Jorge, decididamente irritado por lo que estaba viendo, tomó a Consuelo por un brazo tratando de que se levantara.

—Ven acá, estás borracha.

—No, tú estás borracho. Déjame que quiero cantar con Roberto.

Pero Jorge la había tomado con fuerza y la arrastró alejándola de Roberto. Se produjo una situación tensa, en que empezaron a intervenir varios de los que habían asistido a la escena. Julia se puso abiertamente de parte de Consuelo, levantándose e intentando incluso que Jorge la soltara. Stefania observó la escena sin intervenir. Gabriel trató de distender la situación. Roberto miraba todo con los ojos muy abiertos. El episodio terminó cuando Marco, que abrió un ojo al percibir el alboroto hizo un brindis:

—¡Por la amistad!

Todos llenaron sus vasos y brindando por la amistad los vaciaron de un solo trago. Jorge y Consuelo volvieron a pararse uno al lado del otro pero ahora ambos con la espalda contra la muralla. Consuelo rechazó durante un buen rato los intentos que hacía Jorge por besarla o acariciarla. Finalmente cedió, pero como estaban ya bastante borrachos pronto se quedaron dormidos tendidos sobre los cojines.

Otro hecho que Ambrosio observó con atención se inició cuando Julia, alegre y dicharachera, le dijo en broma a Stefania que bajara del pedestal a juntarse con los sencillos humanos de abajo. Como Stefania hizo como que no la hubiera escuchado, primero Julia y después un poco todos los demás comenzaron a provocarla, riéndose de la actitud de reina que había tomado esa noche.

—¿Saben ustedes lo que significa el nombre Stefania? —preguntó Julia. Y sin esperar respuesta agregó: — Es un nombre de origen griego, y significa la coronada, la ganadora, la winner. Me lo contó ella misma.

La molestaron durante un buen rato. Stefania entendió que era una broma de amigos, pero que había también en las pullas algo de verdad, algo que molestaba a sus amigos, de modo que bajó del respaldo del sillón en que había permanecido sentada ya mucho tiempo y empezó a compartir más cercana a sus amigos. Pero como al rato volvió a sumergirse en sus pensamientos y parecer distante volvieron a molestarla. Hasta que Gabriel interrumpió las bromas diciéndoles:

—No la molesten, por favor. Stefania está viviendo una situación difícil y por eso está distraída.

Apenas terminó de decirlo Gabriel se arrepintió de haberlo dicho, pues sus palabras fueron como una señal que hizo que Jorge, Consuelo y Julia se acercaran a Stefania y comenzaran a preguntarle con insistencia qué era lo que le pasaba. Stefania trató de minimizar, dijo que Gabriel había exagerado. Pero le insistían:

—A los amigos hay que contarles lo que a uno le pasa.

—Si no nos cuentas ¿cómo vamos a poder ayudarte?

—No te quedes encerrada, dínos lo que te pasa.

Ambrosio intuyó que lo que los movía a preguntarles con insistencia no era un genuino deseo de ayudarla sino la curiosidad, y en más de alguno, cierto deseo de saber que también ella, la más hermosa, la sobresaliente en la universidad, la que de algún modo u otro estaba por sobre ellos, estaba viviendo algo que la bajaba hasta su propio mediocre nivel.

Stefania dijo que estaba cansada y que se iría a su casa. Gabriel la acompañó hasta la calle, caminó unas cuadras con ella, conversaron. La idea de que a los otros los movía la curiosidad fue comprobada por Ambrosio cuando, al volver Gabriel, insistían ahora en que él les contara lo que le pasaba a Stefania. Pero él no les dijo nada.

Con Stefania que se había retirado, Marco que dormía, Jorge y Consuelo enojados, Roberto que había dejado de cantar y tocar guitarra, y Julia que había perdido el ánimo, el encuentro decayó y los invitados se fueron yendo en busca de alguna otra entretención para esa noche. De Marco, tendido en su rincón, ninguno de los que se fueron se preocupó, suponiendo que Gabriel como dueño de casa se encargaría de él.

Cuando los demás se fueron, Gabriel, Roberto y Ambrosio se pusieron a lavar todo lo que había sido ensuciado y a ordenar la casa. Los tres estaban sobrios. Gabriel porque no había exagerado con los tragos, Roberto porque se había mantenido todo el tiempo abstemio, y Ambrosio porque solamente se había servido un par de cervezas.

Cuando terminaron de ordenar la casa los tres se sentaron a conversar. El tema lo puso Ambrosio al decir:

—Muchos brindis por la amistad, pero la amistad más o menos no más.

La afirmación de Ambrosio sorprendió a Gabriel, que en cierto modo se sintió afectado por la crítica.

—Sí, hoy no anduvo muy bien. Creo que fue porque algunos se pasaron con el trago. De todos modos, es un buen tema para conversar, la amistad. Tú que andas buscando el sentido de la vida, creo que la amistad tiene mucho que ver. Porque para cada uno, los amigos son muy importantes. 

—Así lo entendieron también Platón y Aristóteles que sobre el tema escribieron mucho– intervino Roberto, que había estudiado filosofía junto con Gabriel. –Sí, es una buena pregunta, en qué consiste ser amigos. Pero, a ver, ¿por qué dices que la amistad que viste es más o menos no más?

—Voy a ser bien sincero. No digo nada de ustedes dos, porque tú estuviste alegrándonos a todos con la guitarra y las canciones, y Gabriel estuvo atento a que todos estuvieran bien y que lo pasaran lo mejor posible. Pero Marco, por ejemplo, te estuvo molestando a cada rato ofreciéndote vino y pisco que no querías tomar. Y a Stefania no dejó de importunarla, tratando de hacerse el gracioso para que le prestara atención. No me parece que sea verdadera amistad el hostigar a las personas ofreciéndoles lo que no quieren recibir.

—¿Y no podría ser que me ofreciera de beber porque a él le gusta beber, y que fuera demasiado atento con Stefania porque está enamorado, porque la ama?

—Puede ser; pero se supone que un buen amigo piensa dar a sus amigos lo que ellos necesitan o quieren, no lo que uno quiere para sí mismo. A mi me pareció que es muy egocéntrico. Además, no le prestó atención a nadie más, y nadie se preocupó de él, aparte de Gabriel que cuando el otro cayó borracho fue a ponerle un cojín para que apoyara la cabeza.

—¿Alguna crítica más? —intervino Gabriel.

—Sí, tengo bastante más que decir; pero si no te enojas.

—No, no, dále, con confianza, que estamos entre amigos...

—Bueno, ahí está todavía Marco durmiendo borracho. Los que se fueron, seguro que pensaron que te harías cargo de él, si es que pensaron algo, lo digo por lo bebidos que estaban. Se fueron cuando les pareció que la fiesta ya no estaba entretenida. Dejaron todo sucio y ninguno pensó en lavar lo que habían ensuciado, en ordenar lo que habían desordendo. Hace un  momento fui a ver el refrigerador y estaba vacío, nada que beber, nada que comer. Jorge y Consuelo llegaron con una caja de seis cervezas, y se tomaron por lo menos doce, y el vino y el pisco, y comieron todo lo que encontraron. Perdona, pero a mí eso no me parece amistad, sino aprovecharse de los amigos.

—Bueno, pero eso no es importante. Nosotros siempre hemos compartido sin fijarnos mucho en quién hace qué aportes.

—Ya, me imagino quiénes son los que hacen siempre los aportes en este grupo, y quiénes los que llegan con alguna cosita menor.

—Uy, cada vez más duro, amigo, no encuentras nada bueno.

—Ya me puse a hablar y creo que lo voy a decir todo. A Stefania, que claramente estaba triste y que sólo se alegraba un poco con tus canciones, sin contar lo del hostigoso, los demás se dedicaron a molestarla, de una manera que me pareció bastante hiriente. Y cuando tu Gabriel les dijiste que estaba con algún problema, la actitud me pareció aún peor, porque trataron de que les contara lo que ella no quería decir.

—Pero eso no lo puedes criticar así. Entre los amigos es normal conversar, contarse los problemas para podernos ayudar unos con otros.

—A mi me pareció que era curiosidad, y curiosidad incluso malsana en alguno o alguna, como de alegrarse de que ella la más hermosa tuviera problemas.

—Pero estás exagerando con tu crítica.

—Bueno, tal vez; pero que era curiosidad me quedó claro cuando después de que Stefania se fue, todos querían que tú les contaras qué le pasaba, qué problema tenía. Si yo tengo un problema que no quiero que se sepa, no me gustaría que lo fueran contando por ahí a mis espaldas. Por supuesto, tu fuiste otra vez buen amigo, cuando no quisiste decirles nada aunque se molestaran contigo.

Gabriel y Roberto se quedaron pensando, hasta que Gabriel dijo:

—Yo creo que el problema de hoy fue que había demasiado para  beber y poco para comer, y eso fue afectando el ambiente.

Roberto acotó: — Sí, desde que salimos de la universidad y no nos juntamos para estudiar o preparar alguna actividad social o política juntos, nuestros encuentros casi todos son así.

Ambrosio comentó:

—El anterior fue con marihuana. No estaban borrachos pero estaban volados.

Roberto: — Hombre, veo que eres un moralista. ¿Acaso también te molestó que Jorge y Consuelo se besaran y manosearan?

—No, no. No quiero ser moralista. Sólo soy alguien que observa y trata de conocer a las personas. Lo que me molestó de Jorge fue cuando se puso pesado con Consuelo, celoso porque se acercó a tí y alabó tu canto. Creo que ser posesivo es lo contrario de ser amistoso, y que poco tiene que ver con el amor verdadero.

—Entonces ¿qué es para tí la amistad?

—Yo no sé definirla, pero creo que puedo distinguir cuando hay amistad verdadera y cuando no la hay. Los verdaderos amigos tratan de ayudarse unos a otros; un buen amigo se preocupa que sus amigos estén bien, contentos, que no les pase nada malo, al contrario, que sea para ellos lo mejor. Diría que sin generosidad por parte de cada uno, no puede haber verdadera amistad.

—Uno puede hacer el bien a otras personas sin necesidad de que sean sus amigos, ni de que se establezca amistad entre ellos — replicó Roberto.

Ambrosio lo pensó un momento y dijo:

—Creo que tienes razón. Querer y buscar el bien de otros no es necesariamente amistad; pero sin querer el bien de los amigos, no hay amistad.

—Como se dice, buscar el bien de los amigos es condición necesaria, pero no suficiente. Entonces ¿qué más?

Ambrosio lo pensó unos momentos y agregó:

—Por ejemplo, esta conversación que aquí tenemos, con la confianza con que hablamos, diciéndonos lo que pensamos sin ocultarnos las críticas ni teniendo miedo a ser mal entendidos, creo que sí es amistad.

—O sea que para tí, la amistad consiste en conversar con confianza y decirse mutuamente lo que se piensa.

—Sí. Al menos diría que éste es otro componente muy importante de la amistad. Conversar diciéndose la verdad, haciéndose preguntas para comprenderse mejor unos a otros.

—Interesante observación —comentó Gabriel. – Antes nos juntábamos a conversar, a conversar sobre nosotros y sobre el mundo, tratando de comprender. Como estudiantes de filosofía, diría que nos movía buscar la verdad de las cosas, de la vida, de nosotros mismos.

—En cambio ahora —dijo Roberto—, ni hoy ni el domingo pasado tuvimos alguna verdadera conversación. Sólo bromas, comentarios al pasar, nada interesante que decirnos.

Gabriel se puso de pié y comenzó a dar pequeños pasos, pensativo, entre los cojines y el sillón. Finalmente se acercó a Roberto y le dijo:

—¿Sabes de qué me estoy dando cuentas?

—No, ¿de qué?

—De que este amigo nuevo que tenemos, que recién viene saliendo del colegio, preguntando y opinando, nos ha llevado a la misma conclusión a la que el viejo sabio Sócrates llevó a sus jóvenes discípulos haciéndoles preguntas y conversando. ¿Te acuerdas de el Lisys, el Diálogo sobre la amistad?

—No lo recuerdo mucho. A Platón lo estudiamos en primer año, y teníamos demasiadas ganas de llegar pronto a estudiar a los filósofos modernos y contemporáneos.

—Tienes razón, pero a mí me tocó hacer una exposición ante el curso sobre el Lisys y por eso lo recuerdo bastante.

—Ya. ¿Y cuál era esa conclusión?

—Lo recuerdo más o menos. Era algo muy profundo, que me impactó. Porque para Platón la amistad no es algo puramente psicológico sino algo esencial en la vida humana. Algo así como que la amistad consiste en buscar juntos, unos con otros, el bien y la verdad, compartiendo cosas buenas y placenteras, y conversando para aprender unos de otros. Me atrevería a decir que para Platón la amistad es como una religión.

—Interesante —acotó Roberto. —Pero ya que estamos siendo bien sinceros, les tengo que confesar que a mí lo que más me atrae de nuestros encuentros es el canto, cantar y tocar guitarra, y escuchar cantar a todos. Me encanta como canta la Julia. Y me encanta también mirar a la Stefania, que estaba hoy día, aunque triste, tan bella como siempre.

—Ahí está —casi gritó Gabriel —ahí está el cuadro completo. Sí, el de Platón, que decía que en la amistad es también esencial la belleza. En ese Diálogo Sócrates insistió mucho en la belleza de uno de los discípulos, no recuerdo cual, pero insistió en lo bello que era. Sí, el cuadro completo. La amistad la entendía Platón como el buscar juntos lo bueno para cada uno, buscar juntos la verdad dialogando, y admirar juntos la belleza en todas sus formas. Decía que como nosotros somos intermedios, o sea, que no tenemos todo el bien, ni toda la verdad, ni toda la belleza, es importante que nos encontremos a compartir como amigos lo que de hermoso, de verdadero y de bueno tengamos o hayamos encontrado cada uno.

—La belleza del cuerpo, de las cosas hermosas, y la belleza interior de las personas —agregó Roberto.

Ambrosio estaba encantado. Absorbía todo lo que Gabriel decía, y ya empezaba a ponerlo en relación con las experiencias buenas y malas que había vivido los meses pasados. Estaba descubriendo el profundo sentido de la amistad, lo esencial de la amistad, su profundidad religiosa. Lo expresó así:

—La amistad que aquí estamos compartiendo es algo hermoso, que nace de  la belleza interior de cada uno, de la conversación y el canto que compartimos.

—Sí, pero bajando un poco a la tierra, si nos preguntamos por qué nos juntamos cada vez que podemos en nuestro grupito de amigos, la respuesta es que nos juntamos para estar juntos, para no estar solos.

—Claro, para conversar y aprender, compartir cosas buenas que nos gustan, apreciar el canto y nuestros cuerpos y almas. Sí, pero qué profundo puede llegar a ser todo esto.

—Creo que debemos proponernos una renovación de la amistad entre nosotros. La próxima vez que nos juntemos tendremos que comenzar haciendo una autocrítica de nuestro encuentro de hoy — concluyó Gabriel.

Hasta ahí llegó la conversación, porque en ese momento Marcos se despertó y, no sin dificultad, se puso de pié. Roberto le ayudó a levantarse y lo acompañó a lavarse. Ambrosio sentía la emoción de haber encontrado a esos dos amigos y de haber compartido con ellos amistad verdadera.