SOMOS DE LA MISMA ESPECIE

Arsenio Arbeláez [1]

 

Mi propósito al escribir el presente ensayo, es explorar cómo los prejuicios de todo tipo, afectan negativamente las relaciones de horizontalidad y de igualdad entre las personas. Así mismo, el papel central que el respeto por los derechos humanos y una educación adecuada desempeñan en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

No me cabe la menor duda de que para hoy las relaciones entre los seres humanos tienen que alcanzar un mayor nivel de horizontalidad y menos desigualdad, no solo porque el mundo se ha tornado en una aldea global sino como resultado de la evolución de la conciencia colectiva de una humanidad que ha llegado a su edad de madurez. En cuanto a lo primero, ya lo anticipaba Pierre Teilhard de Chardin, al asegurar que las relaciones entre los seres humanos serían más fraternas y equitativas debido a la “Planetización de la Humanidad”; en cuanto a lo segundo, es una convicción de quienes percibimos que la Nueva Civilización porta la semilla para traer a la existencia una nueva raza de hombres.

La siguiente es una experiencia de la vida real acaecida en una población del Norte del Cauca en Colombia: En cierta ocasión, jugaban felices en un parque varias niñas entre los cuatro y seis años. La mayoría eran de raza negra y con ellas se encontraba una niña de piel blanca y cabello rubio. Una tía de la niña rubia que observaba atenta no resistió la tentación de llamar la atención de su sobrinita y le preguntó: -¿Cómo te sientes jugando con estas negritas? La respuesta de la niña fue: -¿Tía, cuáles negritas?

La inocente respuesta de la niña significó para la señora una tremenda lección según la narración de ella misma.

Me parece que la actitud de esta niña refleja perfectamente la sabiduría de estas palabras:

“¡Oh Hijos de los Hombres!

¿Acaso no sabéis por qué os hemos creado a todos del mismo polvo? Para que ninguno se enaltezca a sí mismo por encima de otro. En todo momento ponderad en vuestro corazón cómo habéis sido creados. Puesto que os hemos creado a todos de una misma substancia os incumbe ser como una sola alma, caminar con los mismos pies, comer con la misma boca y habitar en la misma tierra para que mediante vuestros hechos y acciones se manifiesten los signos de la unicidad y la esencia del desprendimiento desde vuestro más íntimo ser…”(Bahá’u’lláh. “Las Palabras Ocultas”.68 Árabe.)

Los recientes estudios sobre el Genoma humano nos confirman que las diversas razas que han poblado el planeta están constituidas en un 95% por los mismos genes. En consecuencia, el 5% de la constitución restante corresponde a la diversidad psico-física correspondiente a las características fenotípicas que tienen su origen en factores geográficos, reproductivos, alimentarios y culturales.

En el proceso de las interacciones sociales, los individuos construyen su identidad personal con características culturales tan particulares como para conformar incluso una determinada comunidad etnográfica. 

Es sabido que la horizontalidad era una característica de las comunidades nómadas y si existía alguna diferencia relevante era debido a la fortaleza física y en consecuencia, a la “Ley del más fuerte”, pero se fue alterando con el paso hacia el sedentarismo causado por la aparición de la agricultura y la ganadería. De acuerdo al enfoque estructural y estructurante de Claude Lévi-Strauss, la conformación de las familias determinada fundamentalmente por el papel de la mujer, generó un proceso de socialización sistemático. Sabemos también, gracias a la historia que a partir de las etapas de formación del clan y la tribu, los núcleos sociales han experimentado relaciones de conquista y dominación y la inminente colonización que exacerbó las diferencias y desigualdades entre pueblos; a lo largo de este proceso evolutivo, la desigualdad e inequidad fueron siendo causadas por el acceso a la riqueza, el conocimiento y el ejercicio de poder y con ello, se da la aparición de los prejuicios de todo tipo convirtiéndose en una fuerte barrera para la armoniosa convivencia.

Los prejuicios, al igual que la identidad cultural, son construidos y algo que se enseña entre generaciones. Cada tipo de prejuicio es un bloqueo que imposibilita la interacción a plenitud en el mismo nivel de igualdad con otros. En el plano moral, los prejuicios son considerados como enfermedades espirituales que se contraen por la acción del ejemplo de padres a hijos y en general, algo que fluye desde aquellos que se encuentran en posiciones de poder.

Gordon Allport, psicólogo de la Universidad de Harvard, en su libro” La naturaleza del prejuicio” (1954), menciona que es una etiquetación realizada de manera negativa que se adopta como forma de pensar desde pequeños. El prejuicio surge como un proceso de formación de un concepto o juicio sobre una persona, objeto o idea de manera anticipada.

La tendencia a descalificar a alguien con base en cierta condición sobre la cual no se tiene un conocimiento válido, es en el fondo un acto de injusticia que coloca en situación de inferioridad a otros impidiendo el acercamiento en una arena de igualdad y equidad. Son muchas y variadas las formas de prejuicio, pero las más conocidas tienen que ver con la raza, el género, la religión, la clase y la nacionalidad, sin contar los llamados “prejuicios sutiles”. A continuación me referiré de manera sucinta a ellos desde la causalidad y en un intento por proveer una guía para contrarrestarlos efectivamente.

El prejuicio de raza, considerado tan normal en épocas pasadas y resultado de procesos de conquista y dominación entre pueblos ha sido el causante de tantas guerras e infinidad de injusticias que los corazones se entristecen y se avergüenzan, al repasar episodios de la historia en los que pueblos completos han sido arrasados al ser señalados como anormales, incluso como seres no inteligentes debido al color de su piel y/o sus características fenotípicas diferentes.

Afortunadamente, la conciencia colectiva está progresando de manera consistente en este asunto, al grado que es frecuente ver cómo se alzan voces de protesta cuando se presentan actos discriminatorios. A menudo se registran las noticias de sanciones aplicadas a establecimientos comerciales (especialmente de entretenimiento) que impiden el ingreso a personas de raza generalmente negra que desean disfrutar de sus servicios.

El racismo es tan aborrecible que la comunidad internacional a través de sus organizaciones lo incluye como preocupación de primera mano ya que atenta contra los más fundamentales derechos de todo ser humano, siendo uno de ellos, desarrollar sus potencialidades y prosperar como persona digna en el mismo nivel de posibilidades de todos los miembros de la sociedad. Es loable que muchas entidades de todo tipo en el mundo estén dando pasos significativos para controlar mediante normas, toda clase de discriminación racista. La Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) por ejemplo, estipula fuertes sanciones a dirigentes y jugadores que manifiesten actitudes racistas dentro y fuera de los campos deportivos. 

La ONU desde su “Conferencia sobre el racismo” llevada a cabo en Durban, Sur África en 2001, ha venido auspiciando no solo foros de conversación sobre el tema sino la elaboración de contenidos curriculares a nivel de programas educativos para la promoción de la multiculturalidad y el respeto a la diversidad. 

 Los programas educativos de muchos países, siguiendo estas tendencias culturales ya están incluyendo en sus contenidos curriculares valores y principios relacionados con la Unidad en Diversidad que buscan inculcar la idea de que la humanidad es como una sola familia; es precisamente, desde el interior del núcleo familiar donde se debe dar la guía y la praxis de tales valores y principios considerando la importancia capital de la educación de los padres a sus hijos. Se espera que la nueva cultura así promovida, elimine de las interacciones  los malos hábitos y maneras estereotipadas tan frecuentes en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Superar la barrera del prejuicio racial permitirá a las personas convivir en armonía considerándose unas a otras como si fuesen las flores de un mismo jardín, las cuales, aunque distintas en forma, fragancia y color, adornan y enriquecen el paisaje.

El prejuicio religioso que tiene su raíz en la convicción subjetiva de que una creencia aprendida individualmente o como legado generacional, es la opción espiritual verdadera para lograr la plena felicidad, se convierte en un muro de separación entre las gentes, más aún, cuando dicha convicción va acompañada de fanatismo. Es triste ver como la historia está llena de episodios trágicos perpetrados en nombre de religiones lideradas por clérigos con la falacia de la “salvación individual” y con el propósito de canalizar la fuerza de la Fe de las personas en pro de sus intereses económicos y políticos. 

En el afán de aminorar las fricciones entre pueblos por cuestiones de su religión, el tema entró a hacer parte del marco normativo mundial de la ONU para combatir la intolerancia religiosa, la estigmatización, la discriminación, la incitación a la violencia en contra de las personas a causa de su religión y que fue establecida en la resolución “16/18” de 2011 del Consejo de de Derechos Humanos. A pesar de estos esfuerzos, algunos estados y grupos étnico-religiosos alegan que es inherente a sus derechos culturales, el conservar ciertas costumbres y tradiciones que no consideran como intolerantes; de ahí, que la resolución ha ido quedando inócua, así como la capacidad de la Institución para contrarrestar acciones fanáticas e incluso, la reaparición de colectivos abanderados por ideales políticos-relilgiosos dispuestos a emprender campañas guerreristas para imponer su soberanía a costa del derramamiento de la sangre de muchedumbres por lo general inocentes.

Una propuesta para enfrentar con éxito las desigualdades nacidas del prejuicio religioso, debe necesariamente incluir la enseñanza del principio de que la verdad religiosa es relativa y no absoluta. Es decir, que la verdad, como si fuera una luz, es vista por cada quien con diferente color de lente, pero si nos despojamos de las gafas del prejuicio, todos veremos la misma realidad espiritual. La comprensión y práctica de dicho principio puede contribuir eficazmente a labrar el camino hacia la unidad entre religiones, las que deberían ser vistas como rios que desaguan en el mismo Mar de la Realidad Divina.

El prejuicio de género, en particular el referente a la histórica discriminación de la mujer, causada por concepciones machistas auspiciadas en gran parte por las religiones tradicionales, ha privado a la humanidad durante los primeros milenios de la civilización de su potencial. La etiqueta de que la mujer es “el sexo débil” ya no tiene validez y en realidad no es más que un desgastado modelo mental que requiere ser cuestionado. A decir verdad, el mundo ha venido atestiguando la entrada exitosa de ellas en todos los campos del quehacer humano, participando en igualdad de capacidad y talentos con el varón pero con menos remuneración; para nadie es un hecho desconocido que las mujeres sobrellevan un mayor peso de las cargas de la vida cotidiana, porque además de sus esfuerzos por capacitarse y servir en las instituciones de la sociedad, sus energías todavía les alcanza para atender el trabajo hogareño. Basta mencionar que es común la escena en la que una madre ayuda con las tareas de su niño, mientras va preparando alimentos para atender a su marido quien charla con sus amigos en la sala.

De ahí que si se pretende que las relaciones sean más horizontales y menos desiguales en esta materia, incumbe a los varones ser más conscientes del principio de “Igualdad entre hombres y mujeres” y asumir aquella parte de las responsabilidades que ellas dejan de cumplir para ir al campo laboral y académico. En otras palabras, el hombre tiene que capacitarse para entender que la relación con ella es una de plena complementariedad como lo expresa una conocida metáfora en la que se compara a la humanidad como un ave cuyas alas son el hombre y la mujer y hasta que ambas alas no se desarrollen a plenitud no podrá volar perfectamente el pájaro. En la medida que este principio se implemente en los diversos estamentos sociales, el bienestar y prosperidad serán mayores, incluso los procesos hacia la paz serán más viables ya que son las mujeres a quienes por naturaleza les preocupa más el cuidado y protección de la vida. La siguiente cita contribuye a ilustrar muy bien el tema:

“La emancipación de las mujeres, el logro de la igualdad total entre ambos sexos, es uno de los más importantes requisitos previos para la paz, aunque sea uno de los menos reconocidos. La negación de dicha igualdad perpetra una injusticia contra la mitad de la población del mundo y provoca en los hombres actitudes y costumbres nocivas que se llevan de la familia al trabajo, a la vida política y, por último, a las relaciones internacionales. No existen bases morales, prácticas ni biológicas para justificar tal negación. Sólo en la medida en que las mujeres sean aceptadas con plena igualdad en todos los campos del quehacer humano, se creará el clima moral y psicológico del que puede surgir la paz internacional.”(Casa Universal de Justicia. “La Promesa de la paz Mundial”. 1985) 

La xenofobia como expresión del prejuicio de nacionalidad se ha quedado sin fundamento. La humanidad es un todo orgánico con su miríada de pueblos diversos que por las circunstancias de la globalización, ahora le incumbe aprender a vivir como un solo pueblo. Una conciencia de “Ciudadanía Mundial” que trasciende el ámbito local, está generando sentimientos de pertenencia a la raza humana que amplían las preocupaciones, necesidades y esfuerzos por el bienestar ajeno, que en épocas pasadas no era visto como normal. Es el caso reciente de los niños atrapados en una cueva de Tailandia y fue conmovedor ver cómo un buzo inglés no dudó en entregar su vida para salvar a niños de otra cultura. Con experiencias tan nobles como ésta, podemos afirmar que se está allanando el camino hacia un estado de convivencia en el que nos sentiremos como “ciudadanos de una patria común llamada tierra”.

Los prejuicios de clase, aunque generalmente también son negados por sus practicantes, se dan en la medida que los individuos acceden a la riqueza y/o al conocimiento que permite un mejor posicionamiento laboral y político. Sin embargo, es lamentable que en muchos de estos casos, los sujetos olvidan incluso desde qué estrato social iniciaron su ascenso convirtiéndose en opresores de sus pares y coetáneos. Por supuesto que está dentro de la libertad y los derechos individuales el aprovechar las oportunidades para prosperar y avanzar en la escala social, siempre y cuando cultive esas bellas cualidades de humildad, sencillez y denodado servicio a sus congéneres. Al considerar este tema, vale la pena destacar los crecientes niveles de sensibilidad social que se están logrando últimamente en varias partes del mundo.

Por ejemplo la noticia reciente en Medellín, donde un vendedor ambulante al ingresar a un prestigioso restaurante fue cordialmente invitado por una pareja a su mesa para compartir la cena. La empleada le notificó al señor de que le entregaría su ración en una caja para que la consumiera en la calle, ya que una persona como él, no estaba admitida para alternar con los demás comensales en ese lugar. Esto provocó el enojo, no solo de la pareja, sino de otros de los presentes. La noticia hizo que al otro día decenas de jóvenes universitarios se fueran a protestar a la salida del restaurante con sus loncheras para almorzar sentados sobre el andén, expresando de esta manera su grave censura a tal acto discriminatorio. La propietaria del restaurante manifestó públicamente sus disculpas e invitó al vendedor para que fuera acompañado de su familia a cenar a su negocio y por supuesto, muchas otras invitaciones le llegaron al señor. De lo anterior,  se podría inferir que el asunto a revisar no es en realidad la posición social en la que se encuentre una persona sino sus actitudes discriminatorias hacia otros. 

La homofobia, es otro tipo de prejuicio que  ha venido tomando fuerza durante los años recientes e impide a muchas personas alternar armoniosamente con otros a quienes se les juzga por su condición sexual diversa, privando al grupo del caudal de talentos y capacidades que estas personas también tienen para ofrecer al progreso de una comunidad. Recordemos que cada individuo es quien es responsable de sus elecciones y es el deber de todos manifestar amor y unidad sin distinciones.

Sobre los prejuicios sutiles, se puede decir que son más comunes de lo que pensamos. Con base en la naturaleza instintiva del ser humano, existe una actitud egoísta en nuestro comportamiento social que nos previene contra otras personas a quienes descalificamos solo por ser nuevas en el grupo de nuestro círculo o bien porque tienen características personales diferentes a nuestra manera de pensar. Por ejemplo, alguien podría no simpatizar con otro simplemente porque es tímido o habla demasiado; porque lo considera tacaño o es hijo de alguien con quien tuvo un problema. Recuerdo una ocasión cuando orientaba una de mis clases de química y una de las estudiantes me manifestó lo mal que le caía un compañero, solo porque hablaba muy duro y usaba botas mexicanas. Un día se causó un accidente en el laboratorio y el aula se llenó de humo y como se complicaba la evacuación rápida, este hombre rompió con el gran tacón de sus botas la vidriera, permitiéndonos así salir ilesos. Fue bonito ver como mi amiga estudiante cambió su actitud hacia él y buscó su amistad.

Así como el prejuicio es una tendencia aprendida, de la misma manera, es posible aprender una actitud de apertura y aceptación de otras personas. En este sentido, los sistemas educativos, los medios de información y organizaciones ya están actuando consistentemente pero hace falta más acuerdo para la acción a nivel familiar y comunitario. Es aquí, donde se haría necesario un importante énfasis axiológico.

Una pedagogía de relaciones horizontales comprende una serie de principios, valores e ideales a los que cada cultura se va acercando según sus sistemas  educativos  y el acervo de tradiciones correspondientes. No obstante, la humanidad ha ido alcanzando cierta “Unidad de pensamiento en los emprendimientos mundiales” que de alguna manera está influenciando las mentalidades diversas hacia una mayor conciencia de que la especie humana es en su esencia una realidad del mismo origen con variaciones causadas por diferentes circunstancias.

El principio de “La Educación Universal” debería por sí mismo contribuir a que las personas tengan las mismas oportunidades de acceder al conocimiento y con su adecuado aprovechamiento, se ubiquen dentro del sector de la escala social que más les convenga. Sin embargo no siempre es así, dichas oportunidades se ven afectadas por las limitaciones económicas y laborales impuestas por grupos politizados que aducen tener el monopolio de la verdad. Podríamos decir que tales grupos usan el conocimiento como instrumento de poder y para ello cuentan con el monopolio de los medios de comunicación. A veces esta noción se presta para dominar a otros e inducirlos a actuar de cierta manera en favorde los intereses de aparatos partidistas causando una especie defragmentación en comunidades, cada una con sus propios intereses y valores. 

Las relaciones sociales han venido experimentando una mejoría en materia de horizontalidad e igualdad a partir de 1948 con la promulgación y adopción por parte de la ONU de la carta de los derechos humanos, con lo cual, el respeto a la justicia entre los individuos se garantizó. Al tenor de lo anterior, se hace pertinente enfatizar el papel que La Justicia desempeña en la observancia y garantía de los derechos humanos por cuanto es ésta la “facultad que permite distinguir la verdad del error” y el instrumento evaluador de las acciones individuales en el proceso de convivencia. Tradicionalmente, estamos habituados a considerar La Justicia desde las conveniencias personales y no desde la perspectiva de que nuestras propias acciones sean justas hacia los demás, reafirmando con ello que al garantizar los derechos de nuestros semejantes, también se garantiza nuestro propio bienestar.

A escala internacional, vale la pena reconocer los esfuerzos de las Naciones Unidas no solo para difundir el tema sino garantizar los derechos de los menos favorecidos, especialmente en casos de naciones en conflicto. Esta preocupación se ha materializado con la convención de Ginebra de 1949, cuando se protocolizó el Derecho Internacional Humanitario (DIH), mediante el cual, se protegen los derechos de todos los civiles, los miembros de entidades encargadas de preservar la vida e integridad de las víctimas y de aquellos que han depuesto las armas.

Queda claro que para construir una sociedad más horizontal y con menos desigualdad, se requieren esfuerzos concertados en lo social y en lo individual. En el primer aspecto, las distintas instituciones continúan perfeccionando sus ordenamientos académico-jurídicos, así como sus planes de acción acorde con las dinámicas y demandas de las comunidades a las que sirven. Por otra parte, incumbe a los individuos, dentro de un marco moral digno de la naturaleza humana realizar el gran esfuerzo de “reinventarse”  gracias al influjo de un Poder Celestial que les aflore ese impulso solidario y fraterno que yace latente en todos los corazones. Es este impulso característico de la conciencia humana el que sustancia el imperativo moral que lleva a enunciar muchos de los derechos que se consagran en la Declaración Universal y los Convenios relacionados. La educación universal, la libertad de movimiento, el acceso a la información, y la oportunidad de participar en la vida política son todos aspectos de su operación que requieren garantías explícitas por parte de la comunidad internacional. Lo mismo vale decir de la libertad de pensamiento y creencias -incluyendo la libertad religiosa-, y del derecho a tener opiniones y a expresarlas debidamente. 

En la base de la sociedad, los protagonistas de la acción, deben disfrutar de  las ventajas que los grandes avances científico-tecnológicos les brindan a hombres y mujeres comprometidos, pues son ellos de quienes depende la ejecución de cualquier proyecto. Así, las cualidades humanas requeridas tales como la honradez, la predisposición para el servicio , la diligencia para el trabajo y el espíritu de colaboración, serán dispuestas felizmente al logro de metas colectivas enormemente exigentes cuando cada miembro -más aún,- cuando cada grupo goza de la participación universal en maneras justas y equitativas.

No es utópico pensar con el espíritu alentado por la esperanza que las semillas de conocimiento aquí esparcidas, encontrarán en la tierra fértil de muchos corazones la receptividad suficiente como para que germinen gracias a los benditos hálitos del poder del amor. Me refiero al amor divino, ese que ha sido la causa por la cual hemos aparecido todos y que está libre de limitaciones, tales como parentesco, género, raza y nacionalidad; es decir, es el amor universal que como fuerza de atracción es también responsable de la unión de todas las esferas del universo y de la aparición de la vida. Si al amanecer de cada día, reflexionamos en cómo todo ha sido creado por la acción de este amor divino, seguramente que naceremos hacia una verdadera Nueva Civilización.

 

[1]                Arsenio Arbeláez es Licenciado en Biología y Química. Universidad de Caldas 1980,Manizales,Colombia; Magister en Educación y Desarrollo. Universidad NUR-FUNDAEC 1999, Cali-Santa Cruz.