Cecilia Montero[1]
Estamos atravesando una nueva transformación de la economía, la sociedad, la política y las instituciones en general. Ya se habla de la Cuarta Revolución Industrial [2]para designar un mundo en el que los individuos se mueven entre dominios digitales y realidades concretas, mediante el uso de tecnologías de conexión que les permiten administrar sus vidas. El hacerse cargo de la propia vida no es una opción sino una obligación de todo ciudadano en un mundo globalizado con Estados cuyos líderes e instituciones ya no pueden asegurar el bienestar social y la seguridad de todos. Al tiempo que emerge una cierta conciencia colectiva de que el planeta es nuestra frontera común, de que tanto lo que hagamos o lo que dejemos de hacer no es ajeno al destino de los demás. Pero el destino común no borra las desigualdades sino que las hace aparecer en toda su crudeza y con otra fisionomía.
La aplicación de la tecnología digital en el diseño, producción , comercialización y servicios ha sobrepasado el ámbito de la economía transformando las relaciones sociales, las comunicaciones, la política, los medios para llegar al poder y el ejercicio de la democracia en general. No es exagerado afirmar que el uso masivo de las nuevas tecnologías de información y comunicación (NTIC) está transformando la condición humana en la medida en que afectan la relación del ser humano consigo mismo, con los demás, con el Estado y con la naturaleza. Estos procesos, a los que designamos por carecer de una mejor expresión como una era digital, nos desafían a revisar las herramientas conceptuales con que las ciencias sociales han interpretado la realidad y en particular la forma en que abordan la desigualdad social.
El objetivo de esta ponencia es identificar las nuevas dimensiones de la desigualdad en un mundo interconectado en el cual las instituciones están dejando de operar, acercarnos a los mecanismos que la generan y apuntar a la urgencia de introducir una mayor complejidad en el diagnóstico de la experiencia y contenidos de la desigualdad. Un término quizá demasiado teñido por un enfoque estructural funcionalista. Esto conlleva también a una reflexión crítica acerca de los límites y alcances de las políticas sociales.
Necesitamos desarrollar una aproximación filosófico-social adecuada para comprender el mundo en que vivimos. Es mi convicción, desde hace muchos años,[3]que gran parte de las teorías y metodologías creadas y aplicadas por las ciencias sociales han perdido su capacidad heurística y que no son de utilidad para que las instituciones puedan intervenir eficazmente la realidad social. A mi entender el punto débil de ese conjunto conceptual, incluyendo tanto los modelos económicos neoclásicos, la teoría estructural-funcionalista como los enfoques marxistas, es que tuvieron como referencia el mundo transformado por la industrialización y el capitalismo de mercado. El lenguaje utilizado para interpretar los fenómenos sociales se apoyó en conceptos tales como: estructura social, clases, instituciones, cultura, actores, movimientos sociales, conflicto social y por supuesto desigualdad.
Desde hace varias décadas estos paradigmas vienen siendo de-construidos mediante referencias a sociedad del riesgo, sociedad fluida o sitiada, sociedad póstuma, antropoceno,(Beck, Bauman, Zisek, Sloterdjik …entre otros). El concepto mismo de sociedad ha sido cuestionado.[4]Es más, ya no son solo las ciencias sociales las que teorizan sobre el fin de los tiempos modernos y posmodernos, la reflexión contemporánea se nutre también del arte, el cine, la filosofía y la ecología. A la luz de expresiones tan fuertes me pregunto seriamente si tiene sentido continuar utilizando conceptos como el de desigualdad social o si, como dice Bauman, habría que reorientar la reflexión sociológica para comprender mejor el cambio fundamental que se ha producido en la experiencia común del ser-en-el-mundo.[5]En una era de cambios en que no está claro cuales son los agentes o actores sociales que tienen protagonismo, por no decir poder de alterar los hechos, entramos en una transición fluida cuyos procesos no pueden ser comprendidos por el aparataje teórico tanto de los enfoques estructuralistas como analíticos.[6]
¿En que era vivimos?
Aunque nunca hubo un consenso total quedó claro, desde el siglo pasado, que la modernidad y el progreso no serían indefinidos. Como no se comprendía del todo el tipo de cultura que estaba emergiendo, se le llamó postmodernidad si bien se continuaron utilizando las mismas categorías y conceptos modernos de sociedad, cultura, instituciones… La postmodernidad, en su vaguedad, se alargó demasiado y entramos a un s. XXI que no solo no tiene un futuro por delante sino que adquiere tintes de un mundo póstumo. El término es utilizado por la filósofa española Marina Garcés quien define la condición póstuma como el tiempo en que todo se acaba. [7]
“Hemos pasado de la condición postmoderna a la condición póstuma. El sentido del después ha mutado: del después de la modernidad al después sin después.
Lo que estamos experimentando no es una vuelta al pasado o una gran regresión como desde algunos debates actuales se está proponiendo pensar, sino la quiebra del presente eterno y la puesta en marcha de un no tiempo. Del presente de la salvación al presente de la condena. Nuestro presente es el tiempo que resta. Cada día, un día menos.” (op.cit p.23
¿Cómo es que llegamos ahí? Mi lectura es que se ha producido una evolución muy rápida en la conciencia del colectivo humano. La crisis del petróleo 1972/75 hizo caer en la cuenta que los recursos no eran inagotables y de ahí en adelante explotan por una parte, las guerras, en cuyo trasfondo geopolítico está el control del petróleo, con efectos catastróficos para poblaciones enteras. Por otra parte, aparece la cuestión de los límites del crecimiento (Club de Roma 1972). La respuesta a la pregunta acerca de cuanto durarían los recursos comenzó a instalarse. Y la respuesta fue un nuevo concepto económico: el desarrollo sustentable. Noción de moda que si bien integraba la cuestión medioambiental seguía sin abordar el tema de fondo, a saber el modelo de crecimiento. En efecto, el objetivo de la sustentabilidad nunca llegó realmente a implementarse pues se impuso en los 80 la ola neoliberal (Kissinger, Reagan) y luego el Consenso de Washington que impusieron políticas macroeconómicas restrictivas para favorecer el crecimiento. Más recientemente, y sin lograr afectar las políticas económicas, hemos visto surgir las propuestas a favor del de-crecimiento, lo que no constituye un modelo de economía que sea alternativo al neoliberalismo.
En América Latina, y con mayor fuerza en Chile la cuestión de los límites del crecimiento también se obvió toda vez que se edulcoró el modelo neoliberal con una fachada particular: se le llamó “crecimiento con equidad”. Es decir, se integraba la cuestión de la desigualdad en la economía de mercado, activando las políticas sociales paliativas implementadas desde el Estado, con el supuesto de que las soluciones tecnocráticas inspiradas en principios de solidaridad podían corregir los efectos negativos del modelo. Si bien disminuyó notablemente la pobreza, la desigualdad se mantuvo lo que llevó a algunos a dudar si la baja notable del número de personas en situación de pobreza había sido el resultado de las políticas sociales o bien del crecimiento sostenido que experimentó la economía chilena durante la década de transición a la democracia.
La duda permanece toda vez que carecemos de un sistema de evaluación ex post de los efectos de las decisiones que implementan los gobiernos. Lo que observamos es que la actitud tecnocrática, el buscar soluciones caso a caso (o problem solving), se realiza con la mejor de las intenciones a la vez que encubre la complejidad de la que resultan las situaciones sociales concretas. Visto en perspectiva, y sin desmerecer los resultados positivos que tuvieron las políticas sociales focalizadas, el tema de la desigualdad se mantuvo intacto. En paralelo el neoliberalismo ganó en el imaginario dominante, en los deseos personales y colectivos. El ciudadano común asumió que tenía oportunidades de mejorar su situación y entró en el proceso de “gestionarse a sí mismo”. Motivaciones no le faltaban pues tenía a mano las satisfacciones narcisistas de quien ha sido deprivado y de pronto se le abre la oportunidad de visitar el mall. El consumismo llegó para quedarse. Y la desigualdad comenzó a cambiar de carácter pasando a convertirse en un consumo basado en el endeudamiento y en la dependencia de subsidios sociales.
Una década mas tarde, crisis subprime 2008, la estocada al capitalismo no vino de catástrofes naturales sino del corazón del sistema : las burbujas inmobiliarias y financieras. Y los gobiernos “tuvieron” que Intervenir los mercados para salvar el sistema (Estados Unidos, España, Grecia, Italia..). El efecto positivo de esa crisis fue que por primera vez la población mundial no pudo sino sufrir las consecuencias y comprender el riesgo inherente que conlleva la espiral exponencial de la especulación financiera. Se puso en duda la sobrevivencia del capitalismo mismo. El tema de cuanto queda de los recursos naturales quedó en segundo plano tras la pregunta ¿hasta cuando podrá el sistema capitalista aguantar su propio ritmo de crecimiento sin desinflarse? En términos de las personas la gran pregunta ya no es económica sino que se ha vuelto existencial. ¿Hasta cuando podremos los seres humanos aguantar condiciones de vida que nosotros mismos nos imponemos sin rompernos (como individuos) o extinguirnos (como especie)?
Los desplazamientos masivos de población y la agravación de la desigualdad social en el planeta provienen justamente de negarse a responder esta pregunta.Asistimos a una secuencia de catástrofes provocadas que han venido afectando a territorios o poblaciones enteras del planeta (Chernobyl, Bhopal, Irak, Chechenia, Syria…) sin mencionar los efectos que el calentamiento global producido por las economías industrializadas del hemisferio norte se manifiestan mas gravemente en el hemisferio sur, cuyas poblaciones pobres no sobreviven si no emigran (regiones subsaharianas).[8] Como testimonio de las nuevas urgencias planetarias están los gestos heroicos de hoy: imágenes de los rescatistas que salvan a los niños que naufragan desde las “pateras” o balsas que atraviesan el Mediterráneo. La inconsciencia se nos devuelve como un boomerang y devela nuestra finitud. Aunque no hay que ir tan lejos para apreciarlo. También en Chile las catástrofes naturales develan la negligencia social: los incendios en Valparaíso y en el Valle Central, la contaminación industrial en Quintero. En toda catástrofe hay una nueva vulnerabilidad social.
A la luz de estos desarrollos, aparecen las falencias de nuestra manera de pensar. Cuando los Estados-Nación están sometidos a reglas del juego impuestas por poderes y fuerzas cada vez mas anónimos queda al descubierto la ausencia de objetivos de largo plazo. Los gobiernos se suceden, cambiando las mayorías políticas, aunque todos siguen apoyándose por igual en instituciones que daban por sentado una cierta autonomía de gestión del espacio nacional. Nada mas lejos de la realidad. En la economía globalizada lo que domina son los flujos financieros, los negocios de las plataformas digitales, y la destrucción de mercados (lo que se ha llamado “uberización”). Mientras a nivel individual cada uno se gestiona a si mismo y lo hace desde su condición particular y única. Entonces lo que se hace valer desde la base es la diversidad, el repliegue, las reacciones autónomas, las identidades separatistas.
No es la desigualdad estadística entendida como la distribución de los ingresos, lo que hay que administrar y resolver sino un drama mas profundo que nos involucra a todos. No podemos continuar hipotecando el futuro. Entretanto, el consumismo de unos es a costa de la imposibilidad de sobrevivir de otros. Baste citar como ejemplo el colapso del edificio de una industria textil en Bangladesh el 2013 que desveló el verdadero precio en vidas de una industria de la moda que es, además contaminante. Este es el contexto concreto de lo que hemos llamamos, con un tono neutro, globalización, un proceso que desemboca en la toma de conciencia de la finitud de todos, unos antes y otros después. En esto no hay solamente desigualdad social sino que nos acercamos a un naufragio colectivo. Dicho de otra manera los pilares en los cuales descansa el “éxito” del modelo actual (individualismo, competencia, consumo) son justamente los vectores de lo que hipoteca el futuro. La propuesta es a revisar cuan atados están nuestros conceptos y distinciones a un modelo de crecimiento capitalista cuyos supuestos ya no se sostienen.
CASEN 2017 : una herramienta incompleta
Ante un escenario como el descrito cabe preguntarse acerca de la utilidad de las herramientas de que dispone el discurso oficial para describir la sociedad, al cual recurre también en forma habitual el pensamiento académico y que se compone de la recolección de datos estadísticos. Todo el aparataje institucional y la organización de las reparticiones del Estado moderno se ha basado en la segmentación de la población en grandes agregados estadísticos para justificar la asignación del gasto.
Un buen ejemplo para el caso de Chile es la encuesta CASEN (Caracterización Socio-económica nacional) que contiene en su misma definición una pretensión estructuralista: “encuesta a hogares, de carácter multipropósito, que abarca diversos temas como educación, trabajo, ingresos, salud, siendo además una encuesta transversal que incluye el espectro de toda la población del país.” Un instrumento estadístico que ilustra muy bien el tipo de información que producen y manipulan los gobiernos.
El trasfondo teórico de este tipo de instrumento es clásico i.e. se da por supuesto que existen regularidades sociales, normas y patrones, que una vez conocidos permiten racionalizar la vida de los ciudadanos. Son los llamados “hechos sociales” que se imponen por sobre los individuos como agentes activos (Durkheim y Weber). Supuesto que ha dejado de funcionar en la medida en que la sociedad se hace mas fluida perdiendo consistencia las formas de organización y socialización.
La encuesta es una medición cuantitativa que tiene dos méritos: por una parte, se viene haciendo desde 1985 cada dos o tres años, lo que permite la comparación no solo de los fenómenos que mide sino también del posible impacto de las políticas sociales implementadas a lo largo del tiempo. Por otra parte, las sucesivas modificaciones introducidas en la encuesta misma reflejan tanto la dificultad de medición de un problema complejo como la voluntad de abordar el carácter sistémico del mismo. Es así como ya no se mide solo la pobreza por ingresos sino que se ha introducido la noción de pobreza multidimensional que pone el foco en el acceso a derechos sociales (salud, educación, vivienda) y laborales (empleo y seguridad social). Gracias a ello se ha podido constatar que si bien la pobreza por ingresos monetarios se ha venido reduciendo, aunque mas lentamente, en los últimos años la desigualdad en la distribución del ingreso es tenaz. Chile sigue marcando records de desigualdad social con un coeficiente de Gini de 0,501 y donde el 10% de los mas altos ingresos es 39 veces mas alto que el ingreso del 10% de menores ingresos (habiendo aumentado con respecto a la cifra de 33,9 observada el año 2015).
Las interpretaciones oscilan entre quienes atribuyen el escaso impacto de las políticas sociales a un problema de tiempo, de maduración, hasta el extremo opuesto que afirma que las desigualdades solo pueden disminuir con un mayor crecimiento económico. Lo paradojal de ambas posturas es que no acaban de dar cuenta del siguiente resultado: al introducir un nuevo filtro como las transferencias monetarias del Estado a los hogares (bonos, subsidios) esta distancia se reduce 17 veces. Este último dato puede mirarse de dos maneras: como indicador de una “buena política” o al revés, como una herramienta que mantiene la dependencia de ciertos hogares respecto de la ayuda estatal.
El enfoque estadístico de la desigualdad así como las interpretaciones que se dan a partir de los datos recogidos están obviando, a nuestro juicio, dos temas de fondo. Por una parte, no permiten avanzar en la comprensión de la desigualdad social , tal como la experimentan y la resuelven los individuos y las familias en una sociedad y un momento determinado. La fluidez de las situaciones de vida es alta con frecuentes cambios de actividad y empleo, emprendimientos no regulados, diversificación de las fuentes de ingreso, acceso a transferencias monetarias, endeudamiento, enfermedades catastróficas no cubiertas, etc. En estas mediciones los habitantes y sus grupos familiares quedan reducidos a agregados estadísticos, los cortes que se hacen entre una categoría y otra son arbitrarios, lo que fue útil para la ingeniería social del s. XX pero ya ha dejado de serlo. No por azar se ha observado que las herramientas cuantitativas clásicas (censos, encuestas) no logran predecir tendencias ni menos comportamientos. Por otra parte, los análisis que se limitan a comparar series estadísticas dejan en la sombra la real capacidad del Estado ante un capitalismo financiero rampante, de introducir correcciones en el acceso a los recursos. Todo ocurre como si fuera posible introducir criterios de solidaridad sin tocar los mecanismos económicos de la reproducción de la desigualdad.
Lo que no se reconoce es que las estadísticas son un constructo social concebido con fines precisos de control de la población propios de un Estado racional moderno que ejercía el poder como si administrara una fábrica, de ahí el nombre de ingeniería social. El supuesto de este enfoque funcionalista (Parsons) era que mientras mas conocimiento se tuviera de una sociedad cuya estructura y procesos tenían regularidades, mayor sería la capacidad de intervención. Desde larga data ha sido monopolio de las instituciones del Estado el definir que información recoge, como la organiza y como la usa. En un estudio clásico aparecido a mediados de los 70, en plena crisis del mercado del trabajo, el francés Francois Michon demostró como los gobiernos de los países tenían en sus manos la definición de la magnitud del desempleo en el país. Su estudio mostraba como los países diferían en los criterios utilizados para determinar el nivel de la cesantía. [9]Mas aún los criterios implícitos en las categorías estadísticas traducen una variedad de funciones regulatorias. Así, la cesantía (como la pobreza) se pueden considerar como funcionales en tanto cumplen un rol de ajuste del sistema productivo excluyendo/incorporando mano de obra según los ciclos económicos.
De esta forma la desigualdad llega a ser entendida como la exclusión de un número variable de personas “desfavorecidas” en términos no absolutos como la pobreza sino relativos por referencia a quienes se ubican en el extremo de los “favorecidos”. No se trata de posiciones en un espacio determinado, como eran los marginales que se instalaban en la periferia de la ciudad, sino de constructos ex post derivados de mediciones específicas. Habría personas excluidas para siempre (los mayores de cierta edad), otros serían excluidos mientras se educan para obligarlos a hacerlo de la manera que convenga mas al sistema productivo (los jóvenes) mientras otros serían una reserva potencial (las mujeres). Lo que está en juego es una cierta credibilidad de la toma de decisiones mas que la realización de una aspiración del buen vivir. Los datos se utilizan para fundamentar las decisiones de política económica y social que se toman al repartir los recursos públicos. El instrumental se ha ido perfeccionando (focalización de grupos mejor delimitación de categorías) estamos lejos de una mayor comprensión antropológica de las dinámicas que hacen posible o que cierran las puertas de acceso a una integración social duradera.
Si la fluidez, el movimiento permanente, y la individualización son los procesos que caracterizan al mercado laboral estas construcciones conceptuales y metodológicas parecen abstractas. No hay que confundir el acento administrativo puesto en las disparidades (desigualdades, jerarquías…) que son una construcción estadística con la diferenciación social generada por el sistema mismo de producción/consumo la cual cambia de carácter en forma permanente. Baste recordar la clase media afectad apor la crisis subprime en Estados Unidos y España. En Chile está el caso de la multitienda La Polar que dejó al descubierto la desprotección del cliente modesto que depende de la compra en cuotas. Hogares que bien pueden haber descendido bajo la línea de la pobreza por el abultamiento de las deudas. Sea cual sea la posición en que las estadísticas coloquen a los individuos, una mayoría sigue viven simultáneamente ansiosos y sobre estimulados ya que su futuro depende de las decisiones que tomen y desilusionados e impotentes ante los escasos resultados de las mismas! Aunque bien puede ocurrir que algunos se gestionen a sí mismos de tal manera que encuentren como surfear la paradoja individualismo/impotencia.
La experiencia de la desigualdad
Cuando la pobreza deja de ser el principal problema social aparece el tema del malestar social. El mérito del informe del PNUD del 2012 titulado “Bienestar subjetivo: el desafío de repensar el desarrollo” fue justamente de apuntar al carácter subjetivo y multidimensional de la experiencia social. Lo que sabemos es que no basta con que disminuya en forma significativa el número de personas que viven bajo una línea, establecida estadísticamente, llamada línea de la pobreza. Su experiencia de vida tiene que ver ciertamente con su capacidad de satisfacer necesidades básicas pero también y en forma importante con su sentido de pertenencia a una sociedad que lo incluye, que le da seguridad frente a contingencias, y que le ofrece oportunidades futuras. Este razonamiento, mas integral, plantea la noción de integración social, del “ser parte” como valor.
Este enfoque, que derivó también en referencias a la “felicidad”[10]apunta a que la desigualdad es tanto una realidad objetiva como una experiencia subjetiva que puede originarse en múltiples formas. Richard Sennett ha puesto el énfasis en la desigualdad que se vive como abuso, como falta de respeto y que consiste en la impresión de no ser visto, de no ser considerado. ¿Cómo es encontrarse en la categoría de quienes son receptores pasivos de los programas sociales? ¿Qué pasa cuando otros deciden por uno sin consulta previa? ¿Qué sentido tiene el ser consumidor de servicios concebidos por otros para uno? Preguntas que apuntan a una noción de equidad y de respeto que atraviesa los límites de la diversidad de talentos, de ingresos, raza y otras características. Pocas naciones han alcanzado arreglos sociales donde se cuida esta dimensión de inclusión social a la vez que se respeta la diversidad (Holanda, Escandinavia, Alemania).
Esta dimensión de la equidad como buen trato y “sentirse respetado” se puede llevar mas lejos y ahondar en el sentido de dignidad que otorga el poder decidir sobre la propia vida. La gestión de sí mismo, del hogar, de los bienes, es parte central de la satisfacción en la vida cotidiana. El ciudadano actual es un “sí mismo” que se auto gestiona y que se cree capaz de hacerlo. La oposición al fin del co-pago de la escolaridad puede estar asociada a este sentimiento. Ser consumidor es al fin y al cabo un vivir tomando decisiones sobre múltiples aspectos de la propia vida. Como bien lo decía Ulrich Beck, “el modo en que uno vive se ha vuelto una solución biográfica a las contradicciones sistémicas”. Lejos estamos del Estado de Bienestar que proveía todo lo necesario a ciudadanos pasivos. De ahí la sobrevaloración por parte del individuo de tener la capacidad y los medios para construir esas soluciones biográficas, para hacer su propio camino. Todos nos convertimos en empresarios independientes.
Siguiendo en esta línea podemos desde ya apreciar la complejidad de la experiencia de vida en una sociedad desigual que incluye múltiples dimensiones: lo propiamente económico y la capacidad financiera, el sentido de pertenecer en iguales condiciones, el ser respetado en las relaciones sociales, la dignidad que proviene de gestionar su propia vida hasta las dimensiones mas recientes de la desigualdad como el rechazo a vivir en zonas de sacrificio, la voluntad de autogestión, la afirmación de las diferencias de género. Estas ultimas expresiones tienen en común un elemento defensivo pero también la petición, reclamo o reivindicación de un derecho fundamental, el derecho a decidir su suerte. Lo que estaría indicando que la globalización no reduce las luchas por el poder sino que éstas se desplazan, se atomizan y cambian de modo de expresión.
Del trabajo, al consumo, a la sumisión
La evidente complejidad de los fenómenos nos ha hecho percibir que no podemos continuar con el método que consiste en ir aislando problemas, separando categorías e identificando soluciones de corto plazo. Es hora de aceptar la impotencia de cualquier ingeniería social debido a la interdependencia de los procesos y la necesaria unidad de todos en concebir un nuevo paradigma. También se requiere comprender la envergadura de los cambios en el modo de vida, los que están incidiendo en la manera en que se vive la desigualdad social. Nuestras sociedades e instituciones modernas se organizaron en torno al trabajo. Las ciencias naturales surgen y se desarrollan como conocimiento de la naturaleza con el objetivo de dominarla. Las empresas utilizaron la tecnología y el trabajo humano para procesar los recursos naturales. A su vez, las ciencias sociales se orientaron a comprender la experiencia humana para controlarla y los investigadores pasaron a jugar el rol de servidores del príncipe, los Estados nacionales. El objetivo de la educación era y sigue siendo la adquisición de competencias de los niños y jóvenes para entrar a un mercado. Sin embargo la sociedad no esta centrada en el trabajo, ya no somos productores sino consumidores. Como bien lo expresa Bauman ese mundo estructurado y funcional que se organizaba en torno al trabajo se agotó, y la sociedad está “sitiada”, es pura fluidez.
La industrialización dejó al ser humano con un poder inmediato: el petróleo que le provee una fuerza de movimiento ajena a todo límite. La era del consumo le agrega otra capacidad: la de satisfacer necesidades reales y creadas también ad infinitum. Los pobres tienen que endeudarse para ocupar, vía el consumo, su lugar en la sociedad. El individuo, con o sin recursos, se siente poderoso, ya no necesita la aprobación de otros para obtener placer, él puede escoger a muy temprana edad con un dispositivo móvil en la mano. Pero “consumir” también quiere decir hacer desaparecer. La economía basada en el consumo se basa en crear deseos efímeros y productos desechables. Las cosas, las imágenes, desaparecen por el uso, por la propia acción del consumo. Y ahí se experimenta el vacío.
Hay aquí una paradoja vivida -no quizá en forma consciente- que se instala en todo ser humano del planeta. Un sentido del “yo puedo”, por tanto “yo soy” a la vez que una experiencia de impotencia, de quedar fuera por razones que escapan a la propia voluntad, por parte de sistemas anónimos. Es decir un “yo no puedo”. Una vez copadas las tarjetas de crédito se cierra la puerta a la integración por muy espúrea que sea. Las formas de exclusión del sistema son mas diversas pero al mismo tiempo mas categóricas porque se basan en el código binario de la informática (conectado/desconectado). Es lo que aparece justamente como malestar social, una desigualdad vivida como impotencia, como sumisión a reglas no democráticas.
En la era digital en que vivimos, en una cultura del eterno presente, si estás desconectado, simplemente desapareces. O bien tu espacio virtual puede ser interceptado e invadido por “hackers” lo que desencadena medidas de seguridad en todos los sistemas de los cuales dependemos, y en una eventual “desconexión” temporal. Eso nos puede ocurrir de un momento a otro, en forma sorpresiva, cuando por alguna razón misteriosa se nos bloquea el acceso a la red de internet. De un momento a otro puedes encontrarte “desconectado” de todo: sin información, sin dinero, con acceso denegado a múltiples servicios. En cierto sentido dejas de existir. Hay una angustia latente en la conexión permanente. Basta ver el semblante de un adolescente al que se le acaba la batería de su dispositivo, como diciendo ¿“Y que voy a hacer ahora”?
La sumisión a dinámicas y sistemas que escapan a la injerencia ciudadana está presente en todos los regímenes. En el capitalismo se expresa como la máxima privatización, hay pagar por todo: alimentación, vivienda, educación, salud, previsión social, sin contar con la obligación de pagar impuestos y multas. Pero también somos los propios individuos los artífices de nuestra pérdida de autonomía en la medida en que dejamos que los sistemas penetren en la vida privada. Si mostramos nuestras preferencias, en la elección de todo tipo de objetos, también las entregamos cuando escogemos un film, un viaje, o…una pareja. Al hacerlo estamos perdiendo privacidad, destrezas emocionales, hábitos de comunicación y sobretodo quedamos a merced de quienes nutren los algoritmos que luego no gobernarán. Es una realidad que conocemos bien y que asumimos con resignación. La sumisión o dependencia no consentida en reciprocidad, está oculta tras la resignación.
Un tema poco abordado es que si gracias a la globalización vemos productos similares en los escaparates de las marcas de moda en todo el mundo (Nike, Zara, Apple..) lo que queda oculto es que algunos están pagando el costo real de esos productos, en sus propias vidas. El consumismo de unos es posible gracias a la desigualdad y la sumisión en que viven otros. Sabemos que China es actualmente la fábrica del mundo. Un régimen autoritario con partido único, con un sector capitalista pujante pero controlado por el Estado, que está experimentando el aumento de sus clases medias. Un régimen cuya estrategia es diseñada a nivel central: participar en las oportunidades del capitalismo financiero mundial, convertirse en una potencia tecnológica sustentable y mantener el control de la economía digital (cierre del acceso a Google). Sin embargo, la desigualdad en las condiciones de vida y de trabajo, está conduciendo a una indignación moral larvada.
El primer capítulo describe la odisea de un supervisor en una mina de carbón, la “montaña de oro negro”, que razona con sus compañeros de trabajo acerca de un impecable vehículo Audi estacionado en las instalaciones. Las escenas se despliegan sobre el trasfondo lúgubre de las instalaciones antiguas y de viviendas obreras derruidas. En el trasfondo desfilan imágenes de las labores de construcción de un mega puente moderno o del momento en que el dueño de la empresa con su flamante esposa abordan un jet privado. Un retrato fiel de la China emergente, con sus contrastes y polaridades. El grupo de obreros ríe e ironiza jugando con el hecho de que su dueño, hoy propietario de la mina, haya ascendido. No así el protagonista quien intenta mostrarle al contador el abuso cometido con ellos por haber vendido una propiedad colectiva sin haber repartido los beneficios a los trabajadores. Acto seguido redacta una carta de protesta que no alcanza a llegar a destino, los servicios de correo están coludidos con Pekín y un grupo de matones le hace ver que su vida corre peligro. Luego, otro grupo lo visita y le lanza un fajo de billetes al rostro.
Esta historia, así como el resto de los capítulos del film, no tiene un final feliz. Lo que se nos muestra es la disyuntiva de los sistemas que anuncian “o te sometes o te suicidas”. Tal es la experiencia de la desigualdad en un capitalismo de Estado autoritario que hoy por hoy está al borde de convertirse en la primera potencia económica mundial. Los métodos que usa la élite gobernante para someter a la población no difieren de las prácticas de corrupción que se han ido revelando en varias latitudes. Mas, aún el film muestra como al interior de las empresas se hace gala de prácticas management llevadas al paroxismo como p.ej. llamarle “Oasis de Prosperidad” a los barracones donde viven hacinados los “nuevos” obreros. Las ciudades industriales chinas están creciendo en forma exponencial como es el caso de Chongquing, situada a orillas del Yangtse, una ciudad de 35 millones de habitantes que amanece con una capa de niebla y smog dejando apenas entrever la maraña de grúas y edificios en altura que se levantan en cosa de días. Catalogada como polo de crecimiento, alberga la producción automotriz, informática y es sede de institutos de investigación tecnológica. Basta ver las imágenes de esas torres gigantescas que no dejan pasar el sol para comprender la magnitud de la desigualdad en que vive la población trabajadora.
En otro registro, el de la novela, también se aborda el tema de la sumisión. Michel Houellebecq, que ya había impresionado con sus Partículas Elementales, publica Sumisiónel año 2015 en la misma fecha en que ocurrió el atentado en París contra el semanario Charlie Hebdo.[11]Haciendo ficción, este autor amante de los extremos, anticipa el viraje hacia populismos autoritarios imaginando un escenario de irrupción de un gobierno islámico aliado de los partidos tradicionales franceses en decadencia. Una novela terrible que restituye, como ningún trabajo de ciencia social lo ha hecho, una descripción del mundo en que estamos entrando. Su personaje central no es un marginal ni un excluido sino un profesor universitario perfectamente integrado que va entrando progresivamente en el túnel de soledad e impotencia que mencionamos mas arriba: o se somete a lo que comienza a imponerse o perece. Su vida transcurre en una rutina que se despliega en un sector del barrio latino de París. Las referencias históricas y literarias le dan un trasfondo de estabilidad, el largo plazo de la cultura occidental, a la vez que su vida comienza a entrar en la espiral de la impotencia. La soledad, la falta de vínculos afectivos, el individualismo vacío de quien tiene poder de compra pero vive una vida sin sentido, son las variables que Houellebecq utiliza para colocar su tema: la fragilidad de los bastiones culturales occidentales que dejan al ciudadano a merced de los mega poderes de turno (con una referencia explícita a Arabia Saudita). En este caso, son los excluidos de origen árabe los que después de haber vivido como inmigrantes pasan de la resignación a tomar el protagonismo, pero bien podría tratarse de rusos o chinos en Manhattan.
Lo que estamos planteando es que hay que mirar las tendencias ocultas que se están abriendo paso en la cultura global. Los excluidos de ayer conocen tan bien los mecanismos de la sumisión que pueden aprovechar los vacíos del sistema político para imponer un nuevo orden basado una nueva cultura de la sumisión, esta vez imponiendo su propia religión y cultura en el país de acogida! O bien puede darse al revés, la explosión identitaria en los países de acogida las clases medias empobrecidas que ven minados sus valores, empleos, lenguaje. El viraje hacia populismos de derecha en varias latitudes muestra los vacíos que ha ido dejando el sistema político-institucional. Proceso que está en plena expansión con movimientos que trascienden fronteras y que llaman a interrogarse sobre las consecuencias políticas de las nuevas formas de exclusión.
La dependencia digital
Si queremos profundizar en las nuevas dimensiones que reviste la experiencia de la desigualdad las estadísticas no son de mucha ayuda. Hay que entrar de lleno en la forma en que la economía de datos y la inteligencia artificial están transformando, todos los días, el mundo material. Ahora es la técnica que guía al hombre y no al revés. No se trata de hablar solo de máquinas, prótesis, robots… sino de la cultura que emerge al generalizarse el uso y la penetración de estas tecnologías en la vida cotidiana.
Nuestra hipótesis es que lo que ha pasado a organizar nuestras vidas es un nuevo lenguaje dominante que se ha impuesto en forma silenciosa y que hay que manejar para no quedar excluidos. Dicho de otra manera, hemos entrado a una cultura digital, informática, basada en códigos binarios, que supone un cambio lingüístico y un cambio filosófico (el tiempo y el espacio están alterados). Algunos términos del cambio lingüístico son: usuario, código, contraseña, identidad, navegar, seguidores, “me gusta”…. Las nuevas herramientas, las redes, son también, un medio de comunicación que puede potenciar nuevas formas de acción colectiva.
El liderazgo de la nueva economía lo tiene un grupo muy reducido de empresas globales. Son las denominadas GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) cuyos fundadores son conocidos pero de ahí para abajo no se sabe nada. Los Estados están experimentando serias dificultades de regular el negocio de estas empresas en su territorio. Y detrás de ellas están asomando las empresas campeonas de la precarización de mercados enteros las NATU (Netflix, Airbnb, Tesla y Uber).
El empleo y las condiciones de trabajo están cambiando en forma acelerada. La penetración de negocios deslocalizados y gestionados en forma remota está disolviendo la organización de las empresas. No solo desaparecen empleos en sectores tradicionales (hotelería, turismo, transporte, telecomunicaciones, etc.) sino que con ellos desaparecen también los empresarios, los gerentes, los supervisores. Muchos empleados y empleadas pueden hoy en día decir “Mi jefe es un algoritmo”. Sabemos que existen en algunas zonas del mundo concentraciones de ingenieros bien pagados que están concibiendo y operando los sistemas de la economía digital. Pero en el otro extremo de la cadena, diseminados por el planeta hay miles de trabajadores realizando tareas banales sin ninguna calificación y que serán robotizadas en un futuro cercano. Son los bullshit jobso empleos inútiles, insatisfactorios, que mantienen a los trabajadores en un estado depresivo latente (David Graeber). Al mismo tiempo la informática ha logrado lo que ningún jefe o supervisor habría podido hacer: el trabajo permanente sin tiempos muertos. El ejecutivo tiene que escribir sus propios informes, el empleado de banco introduce los datos en línea, los médicos deben llenar las fichas de sus pacientes durante la consulta, etc. En cierto sentido con esta intensificación del trabajo nos explotamos a nosotros mismos.
Pero en lo esencial, se podría decir que los sistemas informáticos y los algoritmos han generado una nueva forma de dependencia, la dependencia digital. Con esta expresión me refiero a los mecanismos inconscientes que operan tras la supuesta libertad de elección que nos proponen. Los diseñadores de los GAFA han recurrido a las neurociencias para afinar los programas de manera de monopolizar la atención del “usuario”. Lo que introducen son sesgos cognitivos como p.ej. ventanas que aparecen o se deslizan en la pantalla, generar sensación de escasez, proponer membresías que dan sentido de pertenencia, mostrar signos de status que configuran una cierta identidad, generar sensación repetida de aprobación social, etc. El resultado es que cambia totalmente nuestra economía del tiempo y nuestra asignación de recursos. Pasamos en forma desapercibida mucho tiempo en los navegadores, pagamos derechos para entrar, compramos bienes y servicios.. Y en cada operación digital hay quienes ganan pero que no muestran la cara.
Por otra parte los sistemas informáticos son un nuevo y potente mecanismo de control social. Se está generalizando la práctica de obligar al consumidor/ciudadano a realizar operaciones de todo tipo (comerciales, financieras, administrativas, fiscales) en forma informática. Los programas pueden ser indicativos, ofreciendo una gama de alternativas entre las cuales el consumidor selecciona, decide y paga (comprar pasajes, reservar hora médica). Pero también hay una gama de programas prescriptivos en los cuales uno tiene que seguir un protocolo determinado, lo cual tiene validez y no se puede deshacer. Baste como ejemplo la declaración de renta en línea. Lo que ciertamente aumenta la eficiencia pero va marginalizando progresivamente la evaluación humana la que queda en manos de una herramienta automatizada. Es frecuente escuchar que “se cayó el sistema” o “hubo un error en el sistema”. Los servidores de Servicio al Cliente tampoco responden.
No sabemos aún hasta adonde nos llevará la dependencia digital. Lo que sí aparece es que opera como instrumento de homogeneización, estamos todos en la misma situación. A condición de disponer de un dispositivo digital y de una tarjeta de crédito. Se ha democratizado el acceso a internet y con ello al mundo de oportunidades que eso abre. La amenaza de quedar excluidos nos afecta a todos por igual aunque algunos tienen mas medios alternativos de los cuales echar mano en caso de emergencia cuando se caen los sistemas. Curiosa expresión, como si un “ello” impersonal y pasivo fuera el agente. Es la referencia a la máquina a la que le ocurren eventos pero no es responsable.
En resumen, en un mundo globalizado todos tenemos acceso a la información y a las ofertas que aparecen en cualquier rincón del planeta. Pero esta sobre exposición que suprime el tiempo y las distancias genera al mismo tiempo un desarraigo en las zonas de acogida y un sentido de no pertenencia. El concepto de exclusión, muy utilizado en Francia en los años 80 y que luego tiende a desplazar al de pobreza en la Comunidad europea, se refiere a la falta de participación de segmentos de la población en la vida social, económica y cultural de sus respectivas sociedades debido a la carencia de derechos, recursos y capacidades básicas (empleo, educación, salud, protección legal, tecnologías de información). La preocupacion por la exclusión proviene de la aparición de ghettos urbanos en las grandes ciudades donde se hace visible la desigualdad y la vulnerabilidad de ciertas categorías de población. Es justamente en esos “bolsones de excluídos” que surgen las manifestaciones violentas que antecedieron a los atentados perpretrados por grupos extremistas islámicos.
Los términos evocados al inicio (sociedad líquida, póstuma, riesgo, incertidumbre..) no han sido recogidos por la economía a pesar de que todo indica que el sistema capitalista mundial sólo está postergando una deriva especulativa que puede estallar en cualquier momento, como ya ocurrió el año 2008. Incluso se ha llegado a decir que los propios operadores financieros no son capaces de controlar la rapidez con que los algoritmos realizaron operaciones. Los movimientos del capitalismo financiero parecen haber entrado en una espiral sin control. Thomas Piketty y otros han puesto en evidencia el aumento sostenido de las desigualdades de ingreso y patrimonio a escala mundial.[12]Si bien reconocen que el proceso se ha agudizado con la globalización y los cambios tecnológicos, también señalan que esto no es ineluctable ya que las principales fuerzas que mueven los mercados pueden ser tratadas a nivel político. Sólo que… se requeriría de una acción concertada de los gobiernos a nivel mundial! Tamaña empresa que hasta la fecha va mas bien en sentido contrario (Brexit, Trump).
Lo nuevo y preocupante de la situación económica mundial es que el sistema capitalista estaría fuera de control en la medida en que los Estados nacionales han perdido capacidad y voluntad de regular la financiarización creciente.[13] La carrera frenética por aumentar los beneficios se ha traducido en formas especulativas de aumento del valor de las acciones en detrimento de la inversión. El patrimonio y los activos de los mas ricos del mundo no ha hecho sino aumentar gracias a la estrategia post crisis del 2008 de los Bancos Centrales para evitar una depresión. El comportamiento de los ya mencionados GAFA es el ejemplo mas citado: su patrimonio se acrecienta en forma artificial gracias a aumentos de capital que ellos mismos compran![14]Estrategias que van de la mano de una menor inversión, de la supresión de empleos o el aumento de empleos precarios en diversas partes del mundo.
Conclusión
Vivimos en otro mundo. Las instituciones de la modernidad van perdiendo sus cimientos ante la impotencia de los Estados nacionales. Todos los habitantes del planeta estamos inmersos en la dependencia digital, nos une una red de información global que ha impuesto otro lenguaje, otra cultura, otras relaciones sociales. Lo que la globalización y la digitalización están generando son procesos de desarraigo, de pérdida de identidades basadas en el territorio, en una historia común. La falta de interlocutores a los cuales dirigirse alimenta a su vez la indignación moral que experimenta el ciudadano común. En la economía digital desaparecen los intermediarios y los representantes. No es de extrañar que estalle el resentimiento directo contra las elites gobernantes que no han resuelto los problemas que los afectan y que broten las promesas populistas.
Si la filosofía está de vuelta es quizá porque la salida no está en la economía, en la tecnología, ni en la política. Lo que necesitamos, adoptando expresiones de Peter Sloterdijk, es un cambio de conciencia, el punto de partida para asumir que es la oportunidad del ser humano de convertirse realmente en una especie. El Antropoceno es la alteración irreversible de las condiciones biofísicas y geológicas de la Tierra como consecuencia de la actividad humana. Entonces es justamente nuestra especie quien tiene el protagonismo.
No hay soluciones locales a problemas globales. No hay autoridad legítima cuando se deterioran las confianzas. No hay políticas sociales eficaces con instituciones débiles. No hay paliativos ante los mega desastres. Cuando la lista es larga, casi infinita, de todo aquello que no tiene solución, no queda sino ser conscientes y asumir la propia responsabilidad. Ha quedado en evidencia que la interconexión del mundo nos convierte a todos en vecino, la suerte de los demás es también mi suerte. Estas son buenas noticias que nos sacan de la inercia, de la pasividad y de la ignorancia. Saber es movilizador. Es posible dar vuelta el problema y utilizar el conocimiento y la tecnología para el ser humano. Cada grupo, cada comunidad, cada persona puede iniciar acciones sin esperar ni delegar[15]. Esta es la utopía. Hemos pasado milenios estudiando como funciona la materia, la vida, el universo. Lo hicimos desde la separación y el utilitarismo, ahora estamos en condiciones de unirnos al proceso.
[1] Cecilia Montero es Doctora en Sociología, fue Investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia. Profesora Titular de Sociología en la Universidad de Chile y Directora del Departamento de Políticas Públicas. Su libro más reciente “De la Ciencia a la Conciencia. Un viaje interior”, Random House, 2016. Fundadora y directora de Espacio Indigo.
[2] Schwab, K. (2016) The Fourth Industrial Revolution, Crown Business.
[3] Ver Montero, Cecilia “Crépuscule ou renouveau de la sociologie: un débat chilien” en Cahiers Internationaux de Sociologie. Vol.CVIII ,2000. p.37-56..“De la cité à la conscience: chemin de sociologue” revista Sociologie tu Travail, París, 2005. “Se puede cambiar la sociedad”? Epílogo al libro de Claudio Naranjo, Cambiar la Educación para Cambiar el Mundo, Indigo/Cuarto Propio, Santiago 2007.
[4] AlainTouraine, La fin des sociétés, Seuil, París, 2013.
[5] Zygmunt Bauman, La Sociedad Sitiada, FCE, 2011.
[6] Ver al respecto el debate reciente que se produjo en Francia a raíz de la publicación “Le danger sociologique” de Gérald Broner y Etienne Gehin, PUF, 2017.
[7] Garcés, Marina Nueva ilustración radical, Anagrama, Barcelona, 2017.
[8] En la exposición The Future is Here, V.& A. Museum, Londres, 2018 se mostró en tiempo real como una enorme nube tóxica se desplazaba hacia África.
[9] Francois Michon, Chômeurs et chômage, PUF, 1975.
[10] He manifestado mi desacuerdo radical con los ranking de felicidad y comentado el caso de Bután como una política de la felicidad (Ver Montero, C. La verdadera felicidad, Quienes Somos, 2014)
[11] Michel Houellebecq, Sumisión, Anagrama, 2015
[12] World Inequality Report, 2018.
[13] La revista Magazine Littérairededicó un número especial al tema bajo el título “Le capitalisme ne répond plus”, Octubre, 2018
[14] Un dato ilustrativo: el capital de Amazon y Apple ya supera el PIB de un país como Francia.
[15] Ver ponencia de Rodrigo Calcagni en este mismo Worksshop.