EL DESAFÍO DE UNA IGLESIA MÁS HORIZONTAL Y MENOS DESIGUAL.

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Raúl Rosales C[2]

 

La crisis que vive actualmente la iglesia chilena pone de manifiesto, de algún modo, la profunda desigualdad existente al interior de la iglesia entre su parte jerárquica y su parte “pueblo de Dios”. Sumándose a este hecho el que sus grandes temas de convivencia y relacionalidad siguen decidiéndose a miles de kilómetros de distancia; restando poder a las comunidades locales y a sus miembros que, cada vez más, dejan de considerarse  “ovejas”. Una pregunta que cabe --desde una perspectiva de derechos-- es sobre los límites que presenta el actual Código de derecho canónico frente a los estándares mínimos del ordenamiento jurídico internacional. Estos límites se han hecho evidentes a propósito de los miles de casos de abuso sexual, de conciencia y de poder que comprometen a miembros de la jerarquía eclesiástica. Cabe pensar entonces cómo ésta comunidad particular llamada iglesia católica transita a relaciones de horizontalidad e igualdad como señal de caminar hacia una nueva y mejor civilización.

Urgentes cambios estructurales en la iglesia

Al pensar la iglesia lo hacemos siempre intentando actualizar ciertas decisiones que generaciones anteriores han tomado antes que nosotros, confrontándolas, por cierto, con los desafíos que hoy vivimos. Es un ejercicio dialogante,  agradecido y sensible a las contribuciones que van haciendo diferentes actores en la construcción histórica de la comunidad de fe que requiere una mirada lúcida y adulta.

Hoy, ante los testimonios de la víctimas de abusos, se levanta un llamado claro a volver a Jesús, al evangelio, a la santidad y a vivir una espiritualidad más auténtica; sin embargo, no es suficiente la reforma puramente espiritual. Esta reforma espiritual para que sea tal debe dar paso a una necesaria y urgente reforma estructural de la iglesia. Esta reforma estructural es fundamental para tener una comunidad de fe que pueda ser digna del siglo XXI y de los anhelos más sentidos de los/as seguidoras de Jesús de Nazaret de cara a las necesidades que presenta la humanidad actual.

Tenemos en nuestra tradición cercana un acontecimiento mayor que ha argumentado fundadamente la necesidad de reformas estructurales, como es el Concilio Vaticano II, releído luego en  América Latina por la Conferencia de Medellín el año 1968, hace ya medio siglo.

La reforma mayor… hacia una igualdad fundamental

El año 1980 fue publicada la tesis doctoral del canonista chileno Fernando Retamal con el título: “La Igualdad fundamental de los fieles en la Iglesia según la constitución dogmática “Lumen Gentium” -Estudio de las Fuentes-[3]que muestra todo el proceso de transformación de una cultura de diferenciación estamental muy arraigada en esta iglesia a una comprensión más igualitaria y horizontal de la misma. Este autor señalaba a fines de los 70 que había que volver a la Lumen Gentium a la hora de prospectar efectivas reformas en la comunidad de los fieles. 

En efecto, por primera vez es enseñado por un Concilio Ecuménico el principio de la igualdad fundamental de los fieles. Constituye realmente una auténtica novedad. Aunque la conciencia de esta verdad no es nueva pues se encuentra en numerosos testimonios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, profundizándose con la descolonización, la abolición de la esclavitud y la consolidación de una conciencia universal que encuentra su formulación en la Carta de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en 1948.

El Vaticano I un lastre histórico

Para F. Retamal, constituye una novedad que el Concilio Vaticano II haya planteado la igualdad fundamental de los fieles por cuanto el Concilio Vaticano I enseñaba que la existencia de una jerarquía instituida por Cristo, traía como consecuencia la radical desigualdadde los miembros de la Iglesia (unos eran parte de la iglesia docente y otros de la iglesia discente). Autocomprensión que se afirmaba en el rechazo a los “errores protestantes y a una concepción anarquista que negaba el fundamento natural de toda autoridad constituida”. El primer esquema de la Lumen Gentium señalaba que la Iglesia es un cuerpo en que unos están sometidos a otros, y en ella hay clérigos y laicos, jefes y súbditos, maestros y discípulos y estados de vida diversos. Por esta razón, en las discusiones previas al documento aprobado de la Lumen Gentium aparecía la preocupación por salvaguardar el principio jerárquico y la subordinación que le es debida por los demás fieles. No se veía aún claramente cómo compatibilizar una igualdad fundamental entre todos los fieles con la desigualdad que origina la jerarquía existente en la Iglesia. Existían temores ante el peligro de una incongruente “democratización” en la Iglesia que socavara los fundamentos de las estructuras de derecho divino, se decía… Es el lastre histórico del Vaticano I.

Por esta razón, Retamal  consigna que en medio de esta discusión empieza a tomar cuerpo la comprensión de la iglesia como Pueblo de Diosy que se convertirá en un capítulo clave en el Esquema III de la Lumen Gentium. Como se sabe, el cambio de posición del capítulo sobre la Iglesia como Pueblo de Dios, -de ser tercero pasó a ser segundo-, significó reubicar a la jerarquía de la iglesia como un servicio a ese Pueblo. Es lo que se llamó la revolución copernicana de la Lumen Gentium del Vaticano II. Así, enfáticamente en su número 32 señala que existeuna verdadera igualdad entre todos, por lo que respecta a la dignidad y a la acción que es común a todos los fieles. Sin embargo, la acción que es común a todos y todas no es idénticaen todos y da lugar a la especificación de órganos, funciones, ámbitos de actuación. Así, igualdad fundamental no se confunde con identidad de funciones. Lo que lleva a afirmar a Retamal que la variedad funcional nada tiene que ver con una hipotética desigualdad radical entre los fieles cristianos, como sería el caso de la actual imposibilidad de las mujeres de acceder al sacerdocio ministerial. No obstante, hoy día cabe preguntarse si esta imposibilidad no ha implicado acaso desigualdad y discriminación de facto con respecto a las mujeres en general.

A fines de los setenta, este profesor de derecho canónico vislumbraba que al Derecho de la Iglesiale correspondería hallar los cauces de legítimo ejercicio consecuencial de esta enseñanza conciliar, delimitar campos de autonomía, estructuras de diálogo y congruentes corresponsabilidades, explicitar derechos y deberes fundamentales a todos los fieles y las específicas determinaciones que fluyen de la variedad funcional en que se ejercen. Pero esa futura Ley canónica fundamental (especie de constitución) que esperaba el profesor Retamal, nunca llegó a promulgarse durante el largo pontificado de Juan Pablo II. Y hoy tenemos otro encuadre muy diferente, además de crítico. En el contexto actual pensamos que efectivamente podríamos haber realizado estas reformas sin víctimas.

Es lamentable que los abusos sexuales, de conciencia y de poder revelen que aquel lastre histórico del Vaticano I todavía no puede ser dejado atrás. Siguiendo las palabras usadas por el papa Francisco a los obispos chilenos cuando caracteriza esa “psicología de élite” --tan propia de la iglesia que irradiaba Karadima-- podemos pensar en la presencia aún actual de esa eclesiología del Vaticano I. En ella, el clérigo aparece como esencialmente diferente al laico. Controla un poder sagrado que lo hace estar más allá del bien y del mal y, si lo quiere, puede abusar sin límite alguno en cualquier campo. Simbolizando, de alguna manera estos clérigos, a esa sociedad abusiva que tienen de contexto.

La reforma estructural es una exigencia que viene de fuera de la iglesia

Lo anterior es una de las conclusiones a la que llega la “Comisión Real” constituida por el Estado de Australia para analizar, examinar y hacer propuestas sobre el abuso sexual que entregó su Informe Final en diciembre del 2017[4].  Uno de sus volúmenes de 926 pp. está dedicado a la iglesia católica[5]. Ahí analiza su estructura y forma de operar, junto con hacer importantes propuestas de mejora. La Comisión reveló que el 36% de las víctimas totales de abuso sexual de menores estuvieron ligadas a esta iglesia. El Informe consigna un atraso en casi veinte años de la Santa Sede en temas de abuso sexual de menores. 

Entre los múltiples factores que contribuyen al abuso sexual de menores en la iglesia, la Comisión consignó la incidencia de elementos individuales y sociales, teológicos y de la estructura jerárquica de la misma institución, formación de los clérigos y la cultura clerical. 

¿Por qué el clericalismo es señalado como un factor contribuyente al abuso sexual de menores?  Porque el clericalismo representa la sacralización del sacerdote y de la institución eclesial católica. Se caracteriza al clérigo como un liderazgo autoritario, con una visión rígida y jerárquica del mundo y al estado sacerdotal se lo siente con superioridad respecto al estado laical, especialmente por la sexualidad que se supone sublimada en el celibato. Esta sacralidad con que se invisten les hace objeto de una confianza y autoridad desmedida, que algunos aprovecharon para abusar de menores. En el uso del podery los privilegios se olvida al pueblo de Dios, señala el Informe. Sumado el hecho que la cultura clerical cuida la reputación de la institución, a través del silencio y ocultamiento, empatizando más con los perpetradores que con las víctimas.

Este Informe acusa con todas sus letras que la Iglesia a nivel de suestructura organizacional se asemeja a una monarquía absoluta. El poder se concentra a tal nivel en el papa, los obispos y superiores religiosos que no tienen los contrapesos ni chequeos propios de las actuales organizaciones civiles. El poder se concentra en clérigos varones y casi no existen laicos ni mujeres en las instancias de decisiones y de poder. Según la Comisión, la evidencia constata una falta de liderazgo tanto en obispos como en superiores religiosos, sumado a una falta de preparación y capacitación en temas de conducción, toma de decisiones y rendición de cuentas. Por otra parte, observa que el Código de Derecho de la Iglesia, por lo menos en 24 de sus cánones usa el secretismo como recurso para proteger al perpetrador y evitar el escándalo. Y para la Comisión es claro que este Código no cumple con los estándares del Derecho civil de muchos países.

Son varios los factores que analiza muy ponderadamente esta Comisión Real pero, en relación a nuestro tema, es clave su aguda crítica a la concentración de poder en la jerarquía católica.  Abogando por la inclusión del laicado, especialmente mujeres, tanto en las estructuras de gobierno como en la toma de decisiones. Propone que la selección de obispos sea un proceso con amplia participación del laicado, más transparente, responsable ante la comunidad del Pueblo de Dios. Para el buen gobierno de una diócesis, invita a la implementación frecuente de sínodosdiocesanos, como una instancia participativa de consulta, diálogo y escucha.

Estas sugerencias que vienen de una Comisión de alto nivel externa a la iglesia católica son desde todo punto de vista, pero especialmente desde un punto de vista teológico, un evangelio, es decir, una buena noticia que nos viene de la sociedad civil. Igual como sucedió con el evangelio de los DDHH. Además, concuerda plenamente con los esfuerzos realizados por el Concilio Vaticano II. Y la base  argumental está en miles de datos y en la información recopilada y analizada por cerca de cinco años. De modo que si esta comunidad de fe no se reforma estructuralmente cometería un suicidio moral.

El poder de servir a la comunidad se comparte

La iglesia no ha tenido relaciones fáciles con esta hija de los tiempos modernos llamada democracia[6], pero fue también el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes 44) el que la valora cuando reconoce agradecido cuanta ayuda recibe del mundo esta iglesia. Constatamos que la democracia persiste como ideal de convivencia política y la utopía del ideario democratizante sigue vigente, a pesar de las desilusiones y los desengaños debido a que en ese ideario sigue resonando una pregunta siempre actual ¿cómo llevar a cabo un ejercicio del poder lo más democrático posible?Hoy, por el peso de los acontecimientos, la iglesia debe hacerse la misma pregunta que se hace el mundo. 

Pero, como dice J.Noemi, el problema para la iglesia frente al ideario democrático es doble porque, por una parte, debe hacerse cargo de la reacción obcecada que tuvo frente a este ideario democrático que surgió con la Revolución francesa y que creó un abismo entre el mundo moderno y la iglesia y entre la razón y la fe durante los dos últimos siglos; y, por otra parte, los múltiples reparos que se hicieron a este ideario con posterioridad al Vaticano II en su vuelta a la gran disciplina.

Ahora bien, no está demás repetir que el Vaticano II es un reconocimiento solemne de la modernidad en sus aspectos positivos. En GS 73-76 se percibe una clara ratificación del ideario democrático como un fenómeno histórico positivo, sin que por ello se canonice un modelo concreto de democracia. Es un reconocimiento que diferencia pero no contrapone la iglesia al mundo.Con ello se renuncia a ser o cobijar como propia una forma de convivencia política alternativa a la que ha surgido de la modernidad. Hay un reconocimiento de la legitimidad de la democracia como utopía mundana y moderna. Y la iglesia se sitúa ahí como servidora del mundo(GS 3).

El invierno eclesial del post-Concilio significó que este servicio al mundose desdibujara y junto con cierta atracción por el ancien régimevuelve la eclesiología del Vaticano I. El Concilio Vaticano II se tiñe de sombras. Es como si el mismo Vaticano II hubiera “iniciado y dado sustento a un proceso de descomposición al interior de la iglesia”[7]. Conjuntamente grupos cristianos conservadores vuelven a insinuar la posibilidad de instaurar en América Latina una sociedad católica alternativa a los modelos derivados de la perversa modernidad que ha corroído el occidente cristiano. Así, pues, tenemos una atmófera post-conciliar que se desentiende muy rápidamente del horizonte eclesiológico del Vaticano II. Y lo más grave es que junto con relativizar el servicio al mundo que debe prestar la iglesia como algo externo a ella, la iglesia no se hace cargo ad intra de su propia mundanidad o laicidad[8]. Esta es una tarea pendiente que nos ha dejado el Vaticano II. Pues se trata no sólo de hablar de democracia sino hacerla y construirla cotidianamente en favor del amor.La iglesia para ser creíble, y sus orientaciones en lo que respecta al ejercicio del poder sean dignas de fe para una razón democratizante, debe hacerse cargo internamente de la positividad de dicha razón. Debe llevar a cabo internamente un ejercicio del poder que no es ajeno a las vicisitudes y ambigüedades de cualquier ejercicio humano del poder.

El poder de servir a la comunidad debe compartirse como en toda democracia. Y más aún hay una experiencia de Dios que da razón radicalmente de este compartir el poder. Sabemos que la división de las funciones legislativas, judiciales y de gobierno que establece la democracia tiene relación con la necesidad de equilibrar el poder para que sirva a la soberanía del pueblo y no aplaste a la ciudadanía; sin embargo, la iglesia posee una argumentación propiamente teológica y que compromete lo más profundo de la fe que profesa esta comunidad, distorsionada radicalmente desde Constantino. En efecto, esta comunidad entiende más allá de la democracia como servicio a la soberanía del pueblo, la necesidad de servir a la soberanía del Espíritu, presente en todas las personas y en la comunidad. 

La experiencia del Espíritu está en el centro de la experiencia comunitaria especialmente cuando cada persona se expresa libremente. En la comunidad, el Espíritu está en cada persona y esta es una “palabra de Dios” que debemos escuchar. En consecuencia, con esta lectura teológica de la comunidad de fe se impone transitar a estructuras de gobernanza eclesial más inclusivas de la mujer y en suma del laicado, más participativas y vinculantes, más transparentes. El no tenerlas ha contribuido a las respuestas inadecuadas ante el abuso sexual, de poder y de conciencia de una parte del clero. Hoy existen estándares de gobernanza que permiten acercarnos a estructuras más transparentes y que nos posibiliten entender y vivir lo que pretendía el Vaticano II con su idea de Pueblo de Dios y de igualdad fundamental de todos los fieles y de sacramento de unidad de todo el género humano.

Tenemos hoy la tremenda oportunidad de transitar efectivamente a una estructura organizacional que fortalezca la colegialidad y la sinodalidad de la iglesia. El Sínodo de los Obispos  que actualmente se realiza cada cuatro años debería ser dotado de mayores atribuciones de cara al servicio que presta el papa a la unidad de la iglesia.  La sinodalidad de la iglesia debe ser permanente especialmente para la evaluación y la rendición de cuentas. Los liderazgos tienen que dedicar gran parte de su tiempo a escuchar  y especialmente a escuchar lo que el Espíritu dice a las iglesias. La participación del laicado y de las mujeres en todos los niveles debe ser garantizada por estructuras jurídicas vinculantes como los consejos pastorales, consejos diocesanos y en los sínodos diocesanos.  Así también, la elección de los obispos debe tener criterios muy claros en relación a los perfiles de liderazgo necesarios (al servicio de las personas más que de la institución, por ejemplo) y que procedan de un proceso participativo de toda la comunidad. Los  liderazgos que se elijan deben poseer una clara disposición al servicio de algo más grande que la misma comunidad. En definitiva,liderazgos al servicio del Espíritu presente en una comunidad saludable y segura, donde los niños y niñas no estén amenazados de acoso.

 

[1]     La presente reflexión se inspira en los aportes de Carlos Schickendantz, Claudia Leal y del presbítero Eugenio de la Fuente realizados en el Encuentro Renacer profético a los 50 años de Medellín (Santiago 12-14/10/2018) .

[2]                Raúl Rosales es Raúl Rosales Carreño Bachiller en Teología de la Universidad Católica. Magister en Teología de la Facultad de Sao Paulo. Actualmente es Director del Centro Ecuménico Diego de Medellín.

[3]     Anales de la Facultad de Teología, vol. XXX (1979), Santiago, 1980, 368 pp.

[4]             Ver: www.childabuseroyalcommission.gov.au

[5]             A.Moreira, “Qué concluyó la Comisión Australiana sobre abuso sexual”, en Mensaje 667 (2017), pp. 31-33.

[6]             J.Noemi, “La democracia: una interpretación teológica”, en Varios, Signos de los Tiempos; interpretación teológica de nuestra época(Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2008) pp. 263-280.

[7]             J. Noemi, op.cit., p. 268.

[8]                Ibid., p.269.