Daniel Duhart S. [1]
En nuestro artículo presentado en el anterior Workshop “Los Grandes Desafíos que enfrenta hoy la humanidad”[2], planteamos que el empeño por entender lo que percibimos como un proceso de cambio civilizatorio, y el de contribuir a su vez a la construcción de una nueva civilización, “…ocurre no sólo en un momento de gran agitación en la vida de la humanidad –agitación que se incrementará en su extensión e intensidad a medida que el proceso de transformación avance- pero también en un ambiente de significativa actividad intelectual”. En esa presentación, analizamos el ambiente de efervescente discusión intelectual que ha emergido en América Latina sobre la cuestión del desarrollo, y lo que ha venido a llamarse como la ‘modernidad’, y vimos que a lo largo del siglo XX han vuelto siempre a resurgir las preguntas existenciales más apremiantes de la humanidad, expresadas en un contenido espiritual recurrente desde diversas tradiciones culturales.
Frente a ese panorama que denominamos como la ‘demanda de certidumbre’, afirmamos que, si en nuestro discurso sobre el ascenso de una nueva civilización aceptamos al “… materialismo introducido en el mundo por Occidente como una de las causas de la gradual desintegración de la presente civilización, y si estamos a la vez dispuestos a dar su propia voz a una nueva forma de pensamiento religioso libre de las supersticiones del pasado”, podríamos explorar algunos conceptos contenidos en los escritos de la fe bahá’í, una religión que aborda de manera directa varios de estos aspectos relacionados con la edad de transición que vivimos. En esa exploración, vimos que el contexto de crisis actual podría entenderse como el período de la adolescencia de la humanidad, el cual se encontraría en tránsito hacia su edad de madurez, una época de cambios turbulentos y gran confusión, pero a la vez dotada de capacidades y potencialidades emergentes. Bajo esta perspectiva, la modernidad, sus alcances y limitaciones, y la variada producción intelectual que ha generado, podría ser vista más bien como reflejo de la entrada de la humanidad a la adolescencia, y no a la madurez: “Es en este contexto de la adolescencia de la humanidad que debemos entender nuestra época y su naturaleza como la edad de la transición”. Esta perspectiva no se planteaba como una simple curiosidad, sino para analizar sus implicancias en términos de la manera en que pensamos nuestras contribuciones para el ascenso de una nueva civilización. Así, terminamos nuestra presentación describiendo el desafío intelectual al cual nos enfrentamos hoy: “si aceptamos que los siglos recientes corresponden a la edad de la adolescencia de la humanidad, y que seguimos viviendo en este periodo, entonces los grandes pensadores en cuyos trabajos nuestros sistemas de pensamiento actual han sido construidos (…) pertenecen todos a esa edad. Requiere mucho cuidado entonces el decidir cuáles de sus ideas son simplemente expresiones de la rebelión ante las fantasías del niño, cuáles son una continuación de esas mismas ilusiones, y cuáles son percepciones de las exigencias de la edad de la madurez. Tal análisis cuidadoso demanda un esfuerzo extraordinario para desprendernos de los sistemas de conocimiento que hemos heredado, liberarnos de las emociones que engendra la ideología, e inspeccionar los elementos útiles y no-útiles de las fundaciones intelectuales de nuestra presente civilización. Pero más allá de las ideas y teorías, los hábitos de pensamiento de la adolescencia deben ser examinados y trascendidos.” Es en este marco que deseamos abordar la discusión planteada en el presente Workshop: el desafío de una sociedad más horizontal y menos desigual.
I
Quisiéramos comenzar realizando la siguiente afirmación: Toda teoría social contiene, implícita o explícitamente, alguna noción de ser humano y de sociedad, alguna concepción de la realidad. Al momento de analizar fenómenos como la desigualdad y la exclusión social, debemos dar atención a los supuestos acerca del ser humano y la sociedad en las que se fundan, pues aunque nuestra intención sea llamar la atención sobre algún fenómeno de injusticia social que requiera de transformación urgente, las acciones que se deriven de nuestros marcos de pensamiento podrían más bien profundizar el fenómeno de desigualdad, o mantener un stato quo, fragmentando aún más la realidad social.
En este sentido, uno de los hábitos de pensamiento que identificamos como característico de la modernidad, y del periodo de la adolescencia en que nos encontramos, es el hábito de atomizar y dividir el mundo a nuestro alrededor. Este es un patrón de pensamiento muy útil para estudiar en profundidad segmentos de nuestra realidad, pero puede tener consecuencias perniciosas cuando lo confundimos con la realidad misma, mucho más compleja. Esto se relaciona con otros hábitos de pensamiento, como el impulso a crear falsas dicotomías y analizar todo bajo esos términos, la tendencia a reificar elementos específicos de la identidad humana e imponerla sobre los otros, la tendencia a reducir procesos complejos de cambio social a unos pasos simplistas, el considerar el análisis científico únicamente como la capacidad de diferenciar pero perdiendo la capacidad de encontrar patrones de unidad, el hábito de criticar con habilidad pero sin avanzar en la búsqueda de soluciones constructivas, la dificultad de combinar el pensamiento teórico con la práctica, y el hábito de dividirnos en base a cualquier característica imaginable, permitiendo que la política de la identidad gobierne todos los aspectos de nuestras vidas.
En este sentido, si la discusión sobre la desigualdad y la horizontalidad se realiza bajo una concepción de la realidad que se concibe como compuesta de partes intrínsecamente diferenciadas y en competencia, podría ser muy difícil que el resultado de este análisis tenga un efecto constructivo, y más bien podría terminar produciendo el efecto contrario, generando aún más fragmentación social. De hecho, varias de las teorías contemporáneas que intentan superar la desigualdad contienen una visión del mundo como inherentemente competitiva o conflictiva, ya sea entre clases sociales, entre naciones, dentro del mercado, entre modelos económicos, entre civilizaciones, entre ideologías, etc., y se encuentran ante la paradoja de que desean generar una sociedad más pacífica e igualitaria, pero a la vez concibiendo a los actores que deben realizar esta gran tarea, a la humanidad, como inherentemente egoísta, finalmente incapaz de realizar tal visión.
Bajo el marco de la edad de transición en que vivimos, y la construcción de una nueva civilización, es interesante dar cuenta de visiones alternativas sobre la naturaleza de la sociedad, y la humanidad, buscando hábitos de pensamiento que reflejan vislumbres de las capacidades de una madurez emergente. Es interesante notar en este contexto la confluencia epistemológica entre una variedad de enfoques disciplinarios, tales como la filosofía política y moral, los estudios altruistas, las teorías de la comunicación, la física teórica, la sociología relacional, la sociología de la ciencia y la sociología del tiempo, entre otros, que están indicando que los marcos de pensamiento modernos, caracterizados por un enfoque mecanicista y atomizado, tienen una tendencia a la fragmentación social en comparación con marcos que privilegian una visión más relacional, destacando las interconexiones e interdependencia. Esta confluencia epistémica se relaciona también con el concepto de ‘unicidad’ que se puede observar en los escritos de la fe bahá’í, y a continuación pasamos a analizar algunos elementos de esta gran confluencia.
II
En el campo de la filosofía política y moral se puede observar claramente cómo el marco de pensamiento moderno ha generado una mirada atomista y fragmentada de la realidad. Uno de los pensadores de la Ilustración más conocidos, Thomas Hobbes, es quizás el que mejor ha representado esta noción, con la famosa metáfora de la sociedad como la ‘guerra de todos contra todos por otros medios’. Un autor que ha vuelto a incorporar la teoría del contrato social es John Rawls. Aunque su propuesta del ‘velo de la ignorancia’ es ingeniosa, al analizar los supuestos sobre el ser humano y la sociedad que contiene, aparece nuevamente una noción de individuo egoísta por naturaleza. Justamente como reacción han emergido una serie de autores que critican estos supuestos. Tal es el caso de Alasdair MacIntyre, quien en su famoso texto “Tras la virtud” reflexiona sobre la ‘unidad de la vida humana’. Destaca aquí el concepto de fragmentación, que MacIntyre vincula con el paradigma moderno, el cual llevaría a mirar la realidad, en este caso la realidad humana, dividida en segmentos, producto del pensamiento filosófico atomístico y de los modelos sociológicos, que realizan una separación tajante entre el individuo y los papeles que representa (MacIntyre, 2001:253). El pensamiento de MacIntyre refleja una especie de concepción narrativa de la unidad humana, y las imágenes que construye sobre la interdependencia de la realidad social son muy cautivadoras y nos presentan un ejemplo de una manera alternativa al modelo atomista o parcelado, abriendo espacios para una noción de individuo que puede perseguir fines mayores.
Otro campo del conocimiento que ha realizado importantes contribuciones para esta discusión es la Física teórica. Un autor en particular es David Bohm, para quien el interés ha sido comprender a la realidad en general, incluyendo la consciencia, como un todo coherente, el cual nunca es estático ni completo, sino que es concebido como un proceso continuo siempre en despliegue (Bohm,1988: 2). Bohm cuestiona la tendencia a la separación o fragmentación en el pensamiento cultural moderno, el ver a la realidad como intrínsecamente separada, en contraste con los hallazgos de la física que estarían mostrando que ésta podría concebirse como un todo interconectado. Bohm analiza las dificultades para que la humanidad se conciba como una unidad mayor, una totalidad, como consecuencia de la reificación de identidades particulares, aunque sea con fines de sobrevivencia. Para Bohm, refiriéndose a la relación entre pensamiento y acción en las personas, “Si, cuando piensa sobre la totalidad, la considera constituida por fragmentos independientes, su mente tenderá a trabajar de este mismo modo, pero, si puede incluir las cosas, de una forma coherente y armoniosa, en un todo global que es continuo, no fragmentado, y sin frontera alguna (porque toda frontera es una división o ruptura), entonces su mente tenderá a moverse de un modo similar y fluirá de ella una acción coherente con el todo.” (Bohm, 1988: 2-3). Para Bohm la respuesta estaría en estar siempre conscientes de esta tendencia a la fragmentación inherente en nuestra acción en el mundo, para dar cuenta de la mejor manera posible de la totalidad interconectada.
¿Qué implicancias tienen estas ideas para nuestro análisis sobre la desigualdad y el desafío de construir una sociedad más horizontal? Ahora, esto no quiere decir que desde el punto de vista de la edad de la adolescencia en que vivimos el pensamiento de MacIntyre y Bohm no reflejan estas condiciones también; en ocasiones MacIntyre cae en un comunitarismo extremo, o Bohm permanece más en el plano teórico que el práctico. Pero ambos presentan vislumbres de lo que podrían ser algunos de los elementos para la construcción de relaciones sociales de una etapa más madura de la humanidad.
III
Como decíamos más atrás, en los escritos de la fe bahá’í encontramos también percepciones que nos informan sobre algunas de las características de un modo de pensamiento y acción que podrían ayudar en el tránsito a la madurez de la humanidad. Uno de estos elementos es la noción de unicidad de la humanidad, el cual interconecta los conceptos de unidad y justicia, muchas veces vistas como opuestas. En un documento presentado en la Cumbre de Desarrollo Social, en el año 1994, la Comunidad Internacional Bahá’í enunciaba así las relaciones entre la justicia y la unidad: “En el plano individual, la justicia es esa facultad del alma que permite a la persona distinguir la verdad de la falsedad. A los ojos de Dios —asevera Bahá’u’lláh— la justicia es ‘la más amada de todas las cosas’, pues faculta a cada ser humano para ver con sus propios ojos antes que con los ojos de los demás, y conocer con su propio entendimiento antes que con el de su vecino o grupo. Requiere imparcialidad de juicio y equidad en el trato con los demás, lo que hace de ella una compañera constante, aunque exigente, en todas las ocasiones de la vida. En el plano social, la preocupación por la justicia es el rasero indispensable en toda toma colectiva de decisiones, pues ella constituye el único instrumento mediante el cual se logra la unidad de pensamiento y acción. Lejos de impulsar el espíritu punitivo que a menudo se agazapó bajo su nombre en épocas pasadas, la justicia es la expresión práctica de la convicción de que, en aras del progreso humano, los intereses de la persona y los de la sociedad se entrelazan inextricablemente. En la medida en que la justicia se convierte en preocupación rectora de la interacción humana, cobra impulso un clima consultivo en el que cabe examinar desapasionadamente las opciones y seleccionar los cauces de acción pertinentes. En tal clima, las tendencias, siempre presentes, hacia la manipulación y el partidismo tienen muchas menos posibilidades de desviar el proceso decisorio.”
Este concepto de unicidado unidad orgánicano debe confundirse con uniformidad, más bien se referiría al desarrollo de las diversas capacidades individuales y colectivas necesarias para enfrentar los desafíos actuales de la historia humana. Bajo este marco, la conciencia de la unidad orgánicadel género humano se convertiría en el andamiaje de una estrategia mediante la cual la población mundial se comprometería para asumir de manera responsable su destino colectivo.
En un libro reciente que publicamos sobre la fe bahá’í y América Latina, comentamos lo siguiente sobre esos conceptos: “El concepto de que la humanidad constituye un solo pueblo entraña retos fundamentales para la mayoría de las instituciones de la sociedad contemporánea. Hoy en día, el conflicto se acepta como norma corriente en la interacción humana; se expresa en la estructura del gobierno civil, en el principio acusatorio que sustenta en buena parte el derecho civil, en la glorificación de la lucha entre clases y grupos sociales, y en el espíritu competitivo presente cada vez más en los emprendimientos de la vida moderna (…) En una carta que Bahá’u’lláh le enviara hace más de cien años a la Reina Victoria, Él usaba la analogía del cuerpo humano para describir el modelo más prometedor para la organización de la sociedad planetaria. Por supuesto que la sociedad humana no está compuesta, como el cuerpo, de una cantidad de células diferenciadas, sino de personas dotadas cada una de inteligencia y voluntad. Sin embargo, los modos de obrar de la biología humana ilustran bien el modelo que destaca principios fundamentales de la existencia. Es la integridad y complejidad del orden que constituye el cuerpo humano lo que permite la realización plena de las capacidades inherentes y las características tanto del cuerpo como de cada uno de los elementos que lo integran. Las células únicamente pueden desarrollar las potencialidades que les son propias cuando forman parte del cuerpo. La armonía y coherencia entre sus partes es lo que hace que el organismo como un todo logre cumplir con su propósito de permitir la expresión de la conciencia humana; de esta manera, el objetivo del desarrollo biológico trasciende la mera existencia del cuerpo y de sus partes. Este mismo principio se aplica a la sociedad. La especie humana es un todo orgánico, el punto culminante del proceso evolutivo. El hecho de que la conciencia humana opere necesariamente a través de una infinita diversidad de mentes y motivaciones particulares no menoscaba en lo más mínimo su unidad esencial. En efecto, precisamente lo inherente a esa diversidad es lo que distingue a la unidad de la homogeneidad o uniformidad” (Duhart et al, 2011: 7).
IV
Conscientes de los alcances y limitaciones intrínsecas de toda metáfora, y los usos opresivos que ha tenido la noción de ‘cuerpo’ en el pasado, es interesante analizar un poco más las implicancias de esta analogía con relación a nuestra exploración de un marco de pensamiento y acción más cercanos a la edad de la madurez que hemos hecho a lo largo de este ensayo. ¿Qué implicancias podría tener para abordar las cuestiones de la desigualdad y la construcción de una sociedad más horizontal?
Un autor que ha aportado a esta discusión es Michael Karlberg, para quien el predominio de lo que denomina la ‘cultura de la competencia’ en la cosmovisión occidental moderna estaría generando sistemas de organización social ecológicamente y socialmente no-sustentables, obligándonos a explorar discursos alternativos que puedan producir sistemas más interdependientes (Karlberg, 2004). Para Karlberg, incluso la cultura de la competencia generaría lo que denomina la ‘cultura de la protesta’, que al intentar revertir los efectos de la primera termina promoviendo los mismos sistemas adversarios, generando un stato quocontinuo. Para captar la lógica de la interdependencia y promover el principio de la justicia, Karlberg hace referencia a la metáfora del cuerpo social orgánico(Karlberg, 2012: 24), proponiendo relaciones de cooperación dentro de un marco discursivo de unicidad de la humanidad, en cuanto visión del mundo basado en categorías sociales y de identidad más abarcadoras (pero no excluyente de sub-identidades heterogéneas), para contrarrestar procesos de exclusión centrados en la separación y la ‘otredad’. Justamente el re-enmarcar las nociones de altruismo y cooperación bajo el concepto de la unicidadpermitiría no concebirlos como expresiones de egoísmo ‘disfrazado’, articulándolos dentro de un marco discursivo más amplio que resalta la interdependencia. Incluso, bajo una visión de mundo centrada en la unidad orgánica, ciertos grados de jerarquía y representación con fines de coordinación y organización social podrían ser aceptables, pues estarían gobernados por principios de justicia e interdependencia, y utilizados para esos fines. A su vez, las acciones que se impulsen para superar la desigualdad y la exclusión podrían ser menos propensas a ser utilizadas en favor de una facción, pues estarían concebidas en el contexto de una cultura en la cual todos se conciben como partes interdependientes, una totalidad que al mismo tiempo reconoce su diversidad.
Por supuesto que esta discusión es mucho más profunda de lo que hemos abordado en esta breve exploración, y que no pretendemos abarcar todos los aspectos que son necesarios para enfrentar el gran desafío de construir una sociedad más horizontal y superar la desigualdad. Nuestro aporte inicial ha sido el dar cuenta de que la visión de la realidad a partir de la cual abordemos este desafío tendrá importantes consecuencias, en especial en el contexto de la edad de transición en que vivimos.
Es más, el trabajo intelectual de superar los hábitos de pensamiento de la adolescencia y filtrar las percepciones que presentan vislumbres de la madurez, es de gran importancia si queremos que nuestros esfuerzos puedan contribuir a la construcción de una nueva civilización. En este sentido, creemos que es clave explorar el poder transformador que tiene el proceso de re-enmarcar conceptos como cooperación, desigualdad y exclusión social, para lo cual son necesarios los esfuerzos para reformular los discursos públicos basados en visiones alternativas sobre la naturaleza humana y de la sociedad, junto con la generación de iniciativas sociales que ayuden a traducir este tipo de principios en prácticas concretas, en un proceso de aprendizaje continuo.
Finalmente, un proceso de transformación cultural y de visiones de mundo de esta magnitud es lo que puede generar la motivación y consciencia que se requieren para movilizar a las masas de la humanidad en la construcción de una sociedad basada en relaciones más justas e interdependientes.
Bibliografía
Arbab, Farzam y Duhart, Daniel (2017), “Algunos pensamientos sobre el proceso de construcción de una nueva civilización y la naturaleza de la edad de transición en que vivimos”, enLos Grandes Desafíos Que Enfrenta La Humanidad Hoy.Universitas Nueva Civilización: Santiago
Bohm, David (1988), La Totalidad y el Orden Implicado, [trad. de Joseph M. Apfelbaüme]. Kairós: Barcelona.
Comunidad Internacional Bahá’í (1995). Prosperidad Mundial. Terrassa: Editorial Bahá’í de España, 1995. Publicado originalmente como The Prosperity of Humankind. Wilmette: Bahá’í Publishing Trust.
Duhart, Daniel; Mirkovic-Kohm, Helen; y Roldán, Jairo (2011). Donde brilla la luz. La fe bahá’í en Latinoamérica. Asamblea Espiritual Nacional de los bahá’ís de Chile: Santiago.
Karlberg, Michael (2004), Beyond the culture of contest. From Adversarialism to Mutualism in an Age of Interdependence. George Ronald: Oxford.
Karlberg, Michael (2012), “Reframing Public Discourses for Peace and Justice”, en Forming a Culture for Peace: Reframing Narratives of Intergroup Relations, Equity and Justice, Karina Korostelina (ed.), Palgrave Macmillan.
MacIntyre, Alasdair (2001), Tras la virtud. Editorial Crítica: Barcelona.
[1] Daniel Duhart es Licenciado en Historia, Magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos. Candidato a Doctor en Sociología, su tema de tesis: "El contenido espiritual en los discursos de transición civilizatoria Latinoamericanos".
[2] Ver: Farzam Arbab y Daniel Duhart (2017). “Algunos pensamientos sobre el proceso de construcción de una nueva civilización y la naturaleza de la edad de transición en que vivimos”. En:Los Grandes Desafíos Que Enfrenta La Humanidad Hoy. Universitas Nueva Civilización: Santiago.