EL SUEÑO ECOFEMINISTA: Comunidades post-patriarcales de resistencia y esperanza.

Mary Judith Ress [1]

 

No hay duda que estamos viviendo en medio de múltiples crisis: un planeta cada vez más dañado, la crisis de modelo económico neo-liberal, la debilidad de nuestras instituciones democráticas y el desgaste de los partidos políticos, el escándalo de pedofilia de la iglesia católica y su encubrimiento por los obispos, el auge de los fundamentalismos, para mencionar algunas.  A la vez, sentimos que estamos frente a un gran cambio evolutivo que está ampliando la consciencia humana hacia nuevas intuiciones sobre quienes somos como humanos y quienes podríamos ser en nuestra continua transformación como especie.    

Intuimos que las múltiples crisis reflejan también una crisis espiritual muy profunda. Estamos andando dentro de un complejo e inmenso cambio paradigmático.   Parece que los fundamentos filosóficos por los cuales hemos organizado la realidad ya no nos sostienen. La familia humana está siendo aplastada por el individualismo, el patriarcado, una mentalidad mezquina de la competencia.  Hoy en día la depresión está casi una pandemia—que puede manifestarse en mucha ansiedad y estrés y aun peor, puede causar adicciones, obsesiones de todo tipo, y hasta violencia (a sus seres queridos y a uno mismo).

En muchas tradiciones espirituales, creemos que la depresión es una manifestación de lo que llamamos “soul loss”—la perdida del alma.  No estamos cuidando el alma.  Hay muchas definiciones del alma y no voy a entrar en este debate.  Pero lo que si, sabemos, es que el ser humano en sies un ser con un tremendo anhelo: el anhelo para la conexión, a pertenecer (al tribu, a la comunidad, a la familia, a la Madre Tierra).  Queremos vivir una vida de sentido, plenitud, de poder decir al final de nuestros días, “he cumplido” (recordando las palabras de Padre Hurtado, “Contento, Señor, contento).  

Estamos descubriendo que el mismo proceso de la evolución nos ha hecho seres espirituales, nos está haciendo seres espirituales, y en el futuro, vamos a ser más espirituales todavía. 

Pero, que es “espiritualidad”?  Es nuestra capacidad de amar que experimentamos en la relación maternal. Esta capacitad viene de nuestra herencia mamífera.  Desde los estudios del celebro, desde la neurociencia,  sabemos que el centro de nuestras emociones positivas está ubicado en nuestro sistema límbico.  Las emociones como confianza, esperanza, amor, felicidad, perdón, compasión, gratitud, de poder ser amaravillada—están escritos en nuestro ser, y son necesarios para nuestra sobrevivencia como especie.  Claro, las emociones negativas como la rabia, el miedo, el dolor, también son necesarios en momentos específicos para la sobrevivencia—pero son más bien importantes para la sobrevivencia del individuo.  Mientras las emociones positivas nos mantienen abiertas al futuro, nos hacen más tolerantes, más vinculadas.

Pero más que cualquier emoción, es la empatíaque nos hace humanos.  El sentir con. Com-pasión.  La compasión nos motiva a actuar, de ser Buen Samaritanos. Hay tantos ejemplos de eso…  El Buda, por ejemplo, nos enseño que la iluminación es el compromiso de buscar el bienestar de toda la humanidad.  

Entonces, la espiritualidad tiene una profunda raíz psico-biológico.  Estamos programados de ser seres espirituales.  Es más, estamos realizados cuando llegamos a sentir estas emociones positivas.  Son claves para nuestra salud mental, para nuestra resilancia. La espiritualidad refleja el impulso evolutivo de ser más conectado, más en comunión con los otros de nuestra especie—y con toda la comunidad de la tierra. 

(Una nota de clarificación:  Estoy vinculando la espiritualidad con las emociones positivas—no con creencias en un Dios.  Ser “espiritual” se manifiesta en nuestra confianza en que la bondad del universo, que el proceso evolutivo está llevándonos cada día hacia una comunión más profunda. 

Y una palabra sobre la diferencia entre religión y espiritualidad:  Las religiones han ido institucionalizándose, muchas veces concentrando en las doctrinas, las tradiciones, los valores. Tienen membrecías, una evolución cultural, unas creencias, son bastante autoritarios---y en sus formas más fundamentales pueden ser bastante intolerantes y exclusivos.  La espiritualidad está basada en experiencias psicológicas y emocionales conectadas a lo transcendente.  Viene de nuestra biología.  Confiamos en la experiencia más que en la doctrina—en un sentido de participación en la energía que sostiene todo el universo). 

Como podemos relacionarnos nuevamente para poder vivir este anhelo de pertenencia?  Que está emergiendo?  Quizás el sueño ecofeminista puede ofrecer algunas posibilidades.  

El sueño ecofeminista: bioregionalismo, comunidades post-patriarcales

El sueño del ecofeminismo es que recordemos quienes somos: hijas e hijos de la Madre Tierra, formando—como otros especies—parte de una comunidad profundamente relacionada entre si.  El ecofeminismo vincula la opresión de las mujeres y la destrucción del planeta a la mentalidad patriarcal—son dos formas de violencia que se refuerzan y alimentan mutuamente.  Después de haber sido ambas la fuente de la vida, las mujeres y la tierra han llegado a ser recursospara ser utilizados—y abusados—de la forma en que la estructura de poder lo desee. (Para más sobre el ecofeminismo, ver: Mary Judith Ress: Sin visiones nos perdemos: Reflexiones sobre Teología Ecofeminista Latinoamericana,Santiago, Chile: Con-spirando, 2012).

El ecofeminismo está inspirada tanto por la ecología profunda como el feminismo radical/cultural.  Los ecologistas profundos promueven el “sentirse bien en su lugar”, es decir, en su bioregión.  Entendemos una bioregión como “un área geográfica identificable por sistemas de vida interactuando, que es relativamente auto-suficiente en los procesos siempre renovadores de la naturaleza. Toda la diversidad de funciones de vida se lleva acabo como una comunidad que incluye los componentes físicos y orgánicos de la región.

Cada uno de los sistemas de vida que la componen deben integrar su funcionamiento

dentro de esta comunidad para sobrevivir de una manera efectiva.” (Thomas Berry, The Dream of the Earth, San Francisco: The Sierra Club, 1988, p. 166). 

Las ecofeministas abogamos por el bioregionalismo—una alternativa a la visión del planeta como una colección de estados-naciones. Anhelamos formar comunidades sustentables en términos de especies y en términos de miembros, que mantienen un cierto equilibrio numérico; que puede sostenerse a sí mismo en cuanto a alimentos y el bienestar para todos sus miembros; puede regenerarse y ajustarse a los cambios de las estaciones.

Es vivir dentro de los límites y los dones provenientes de un lugar, creando una manera de vivir que puede ser transmitida a las futuras generaciones. Es ser Mapu-Che--gente del lugar.

El sueño de las feministas radicales/culturales es similar a lo de los ecologistas profundas.   Ansían comunidades locales donde las relaciones estén basadas en la justicia, la igualdad y el respeto hacia las mujeres, hombres y niños y donde una práctica post-patriarcal sea la norma.

Una sociedad ecofeminista “sería igualitaria y ecológicamente sustentable. No habría división sexual/de género del trabajo y, cualquier trabajo que sea necesario sería integrado con todos los aspectos de la vida comunitaria. Las relaciones entre los humanos y entre los humanos y la naturaleza serían armoniosas y cooperativas. (…) La mayoría de las ecofeministas hacen un gran esfuerzo para incluir a los hombres en estos sueños utópicos y abogan para la diversidad de género, raza, edad y orientación sexual como algo esencial para una comunidad viable”, dice la ecofeminista Mary Mellor (Feminism & Ecology, New York: NY University Press, 1997, pp. 69-70.) 

Otra gran teóloga ecofeminista y mentora mía, Rosemary Radford Ruether, diseña una visión para un tiempo post-patriarcal en su libro, Gala y Dios: Una teología ecofeminista para la recuperación de la tierra (México: DEMAL, 1995). Nos llama a construir “comunidades de celebración y resistencia” que ella define como grupos locales que se pueden identificar y con los cuales una vive, trabaja y reza. Hay tres aspectos interrelacionados de estas comunidades:

Primero, modelar las terapias, espiritualidades personales y las liturgias comunitarias a través de las cuales nutrimos y simbolizamos una nueva consciencia biofílica.

Segundo, utilizar las instituciones locales sobre las cuales tenemos cierto control: nuestros hogares, escuelas, iglesias, los campos y los negocios controlados localmente, como proyectos pilotos para una vida ecológica. 

Tercero, construir las redes organizacionales que salen más allá, regionalmente, nacionalmente e internacionalmente, como un empeño de cambiar las estructuras de poder que hacen que el presente sistema de muerte permanezca en su lugar.

Para Ruether, las terapias de sanación y las espiritualidades necesitan concentrarse en el crecimiento interno, en el aprender como “ser”, aprender como gozar de la bondad y belleza de la vida. Ella pide a estas comunidades que recobren nuestro nexo cuerpo-psiquis-espíritu, “para aprender a respirar de nuevo, para sentir nuestra energía vital… volver a ponerse en contacto con la tierra viva. Podemos comenzar a liberar los poderes intuitivos y creativos congelados de nuestro organismo, pintar y escribir poesía, y saber que el suelo donde nos paramos es sagrado” (pp. 279).

Estas comunidades deben crear sus propias liturgias para hacer duelos en conjunto y también para celebrar la sanación o un nuevo nacimiento. Ruether cree que estas comunidades, si se organizan de una manera ecológica, pueden transformarse en proyectos pilotos para despertar la consciencia en una escala más grande, gradualmente afectando el uso de la energía, el reciclaje de los desechos, el transporte y la agricultura—verdaderamente, toda la manera en la cual la sociedad está organizada. Aunque utópicas, estas comunidades de celebración y resistencia ofrecen—a mi modo de pensar—nuestra mejor esperanza para vivir “de manera justa y correcta” en el futuro. 

La revolución invisible

Intentos por forjar comunidades sustentables y a la vez post-patriarcales están brotando alrededor del globo en la medida en que más y más gente se da cuenta que la

humanidad debe encontrar maneras alternativas y sustentables para sobrevivir. Aunque la extensión de estas comunidades es tan variada como las personas que las integran, me gustaría subrayar el increíble crecimiento de “centros de educación ecológica”—o a veces llamados “centros de eco-espiritualidad” o incluso “eco-monasterios”—que están siendo establecidos más y más por grupos de religiosas católicas. 

Muchas monjas están tremendamente atraídas a lo que llamamos “la nueva cosmología”.  Como son mujeres prácticas, tienen una gran atracción para aprender sobre tratamientos naturales para sanar a aquellos con quienes trabajan –sean estas víctimas de violencia, personas sufriendo con Sida, los moribundos, los niños malnutridos o las personas indigentes y ancianas. Hay un buen número de religiosas trabajando en los barrios marginales o en áreas rurales empobrecidas o con gente indígena, que se han auto- educado calladamente como “médicas” para tratar enfermedades específicas.

Aunque no necesariamente pueden estar de acuerdo con que se les llame así, están asumiendo un rol antiguo y reverenciado entre los pueblos indígenas latinoamericanos: el de la curandera, o machi. Así como aquellas mujeres de la antigüedad, también saben que la sanación involucra al cuerpo tanto como al espíritu. No sólo aplican sus talentos de matrona y remedios de hierbas, sino también su preparación en psicología y consejería para ofrecer una integralidad a las personas que sirven. 

Algunas congregaciones religiosas femeninas parecen ser el grupo más susceptible para abrazar este anhelo emergente de formar eco-comunidades. Influenciadas especialmente por el pensamiento del gran “geólogo” católico Thomas Berry (1914-2009) y su invitación para “re-habitar la tierra”, aprendiendo de la misma Tierra, las monjas se están convirtiendo rápidamente en agricultoras orgánicas, horticultoras, cocineras vegetarianas, maestras de Reiki y practicantes de la salud holística, botánicas de base, astrónomas aficionadas, y maestras/líderes de ecología y cosmología –todo dentro de los nuevos centros que están fundando. Adondequiera que voy, veo ramificaciones de estos centros de educación ecológica: existen tres (de lo que yo sé) en mi estado natal de Ohio en los Estados Unidos. He visitado tales centros en Brasil, Nicaragua y Costa Rica.  Una de las más famosas está en la selva panameña del Darién fundada por las religiosas de Maryknoll (ver su programa ecológica, the web of life,Melinda Roper cpastoralsantafe@gmail.com)

Mucha de la inspiración para estos centros viene de “Genesis Farm” (Granja Génesis), un centro de educación ecológica ubicado en el estado de Nueva Jersey y fundado en 1980 por la religiosa Dominica Miriam Therese MacGillis. Una discípula apasionada de Tomás Berry, MacGillis no solamente tiene una granja orgánica viable, sino que ha inspirado proyectos como huertos comunitarios, una escuela primaria local donde se enseña “la nueva cosmología”, un programa de Maestría universitaria sobre sustentabilidad ecológica, y un movimiento para aprender sobre los ecosistemas de la región y luego protegerlos. También realiza rituales para marcar los cambios de las estaciones. (Participé en el ritual del Solsticio de Verano, donde MacGillis unió a Juan El Bautista con aquella personalidad que viene de los márgenes a invitar a la comunidad para que adquiera un nuevo sentido de sí misma. Como parte del ritual, cada una de nosotras hicimos nuestras propias coronas de flores del verano y bailamos la danza espiral liderada por Miriam Therese.)

MacGillis está invitando a toda una generación de religiosas para volver a enraizarse. Citando a Berry, que dice que trabajar en un huerto es activar los misterios más profundos del universo, ella ve esta actividad como “una invitación dentro de la trayectoria del cosmos a medida que se despliega y revela a sí mismo en una coliflor. El entrar en los espacios interiores del mundo natural es confrontar nuestra propia arrogancia. Debemos desarmar en nosotros mucha de estas actitudes de dominación interior o de indiferencia si queremos descubrir lo divino” (Miriam Therese MacGillis, “Genesis Farm links Holistic Living with Envisioning a New World Order”,IDOC Internacionale,Roma: Julio-agosto,1990, pp. 39).  

Estos centros de eco-espiritualidad están inspirados con un sentido renovado del significado de los votos de pobreza, castidad y obediencia. 

El voto a lapobrezapasa a ser el llamado para estar satisfecha con la comunidad de vida y el papel de los humanos dentro de ella: Estaremos contentas y gozosas cuando reconozcamos nuestro propio lugar en esa comunidad. Así, seremos capaces de frenar nuestra adicción al consumo, que se está comiendo vivo al planeta. Desde esta perspectiva, seremos capaces de tocar la energía necesaria para crear las nuevas formas de sustentabilidad que tanto necesitamos en estos tiempos. Tendremos la energía para poner las necesidades humanas en armonía con la comunidad de la vida.

El voto a lacastidadestá vista como la necesidad humana para conectarse. MacGillis nota que hoy en día existe una tremenda herida en la construcción del Yo. El lado oscuro de esto es que a menudo manipulamos a otros para nuestra propia auto estima. El llamado aquí para los humanos es “ser puros de corazón”, ser “castos” –lo que es una manera de ver. Tiene que ver cómo nos conectamos con otros –y no tiene nada que ver con el celibato. Para MacGillis, una falta de castidad da como resultado el sexismo, el racismo y el militarismo: “Estamos llamadas a testimoniar en contra del hecho que todo el planeta ha sido llevado hacia una objetivación pornográfica. Y ahora todo el planeta tendrá que llegar a ser ‘casto’ para sobrevivir – tendrá que vernos a todos como sujetos, no como objetos”, dice ella.

Finalmente, el voto a la obediencia esta vista como un llamado de responder a la creatividad en el corazón del universo, que exige una profunda escuchar.  Acá, prácticas de meditación colectiva y poner atención a nuestra intuición son el orden del día. Debemos ser obedientes a ese proceso. 

MacGillis ve este entendimiento de la pobreza, la castidad y la obediencia como una llamada para todos los humanos. Los votos ahora deben ser vistos como una alianza con la tierra para protegerla, defenderla y cultivarla.

Ella dice: ”Estamos invitadas a ser una presencia en nuestra bioregión. A desarrollar la capacidad de escuchar las voces de esta comunidad sagrada. A escuchar las escrituras del mundo natural. A formar nuevas comunidades en nuestras bioregiones. Debemos recordar que la tierra es primaria; los seres humanos derivativos. Debemos sentirnos en casa en nuestras bioregiones y hacer del alimento un sacramento de nuevo; a sentir al espíritu en la comida siendo nutrido amorosamente. Sugiero que estamos llegando una vez más a la plenitud de los tiempos. Quizás no nos encontramos al final de la vida religiosa. Sospecho que sólo ahora estamos comenzando!”

 

[1]                Mary Judith Ress, teóloga ecofeminista, co-fundadora de Con-spirando, colectivo de mujeres trabajando en el ecofeminismo, espiritualidad y teología. También es co-fundadora de Tremonhue: Centro de Espiritualidad y Salud Integral.  Autora de varios libros, incluyendo Sin Visiones Nos Perdemos: Reflexiones sobre Teología Ecofeminista Latinoamericana, su tesis doctoral.  Últimamente se dedica a escribir novelas: Flores de Sangre: De la Bandera a El Salvador, 1970-79, (Santiago: Cuatro Vientos, 2014) dedicada a las cuatro religiosas asesinadas en El Salvador en 1980).