SEXTA PARTE
AMOR Y PEDAGOGÍAS
Miércoles 24 de agosto de 2061.
Lo decidí. Le diré que no. No aceptaré nunca un novio sin estar segura de que esté enamorado de mí. Tampoco yo estoy segura de amarlo. Me gusta, sí. Quisiera besarlo, sí. Quisiera que me bese, sí. Y hasta que me acaricie y me apriete con sus brazos fuertes y sus manos grandes. Sí. Pero le diré que no, porque no quiero que me pase como a la Teresa, que anda con el Diego y que no sabe si él la quiere y que lo pasa mal por eso.
Domingo 28 de agosto de 2061.
¡Le dije que sí! No sé lo que me pasó. No pude decirle que no. Estaba tan lindo con su uniforme. Fuimos en bici hasta el mismo árbol del otro día, que había florecido como si le hubieran caído muchos copos de nieve. Raúl se subió al árbol y cortó una rama que tenía muchas flores. Me la pasó diciendo en voz bajita, emocionado, que eran flores de cerezo, que es el primero de los árboles frutales que florece anunciando la llegada de la primavera.
La carrera en bicicleta y la subida al árbol o quizás también la emoción del momento, habían puesto color en su cara, brillo en sus ojos y humedad en sus labios. Me miró a los ojos, me dijo “te amo”, y tendió los brazos para que me acercara. Me emocioné, el corazón me latía fuerte, sentí que la sangre me subía a la cabeza. Me acerqué con los brazos abiertos. Nos abrazamos. Yo sentía que el corazón le latía fuerte, igual que el mío en mi pecho. Estuvimos así abrazados hasta que se separó un poco, tomó mi cara en sus manos y acercó sus labios a los míos.
Fue lindo. Nunca olvidaré mi primer beso. Un beso tierno, dulce, amoroso. ¡Lo amo!
Me tomó de la mano y caminamos sin decirnos nada. Sólo estábamos felices. Después, andando en las bicicletas seguimos tomados de la mano. ¡Lo amo! ¡Te amo, Raúl!
Viernes 2 de septiembre de 2061.
Hoy en el recreo me junté con la Wendy, la Isabel y la Teresa. Tenía tantas ganas de contarles que ya estoy saliendo con un niño y que nos besamos. Quería que supieran que ya no soy tan chica como siempre me dicen. Yo creí que se iban a alegrar, pero no me dieron mucha bola. Sólo quisieron saber si era un niño de la escuela, y cuando les dije que no, parecieron aliviadas. Me dio rabia y por eso no les dije quien era, aunque me preguntaron en qué barrio vive y qué ropa usa y la marca de sus zapatillas.
Sábado 3 de septiembre de 2061.
No me puedo quedar dormida. Estoy preocupada, porque hoy en la cena mi papá le dijo al Alberto que en la tarde Raúl, su compañero de curso, fue a verlo porque quería hablar con él. Mis papás conocen a Raúl porque viene siempre a estudiar con mi hermano. Alberto y yo habíamos salido de compras con la mamá, así que no lo vimos.
Alberto dijo que Raúl ya no era compañero de curso porque se había cambiado a la Escuela Hidalguía. Cuando dijo esto mi papá gruñó y después volvió a decir que esa era una escuela fascista y que los papás de Raúl hicieron muy mal al sacarlo de nuestra escuela y ponerlo allá. Estaba tan enojado que le dijo a Alberto que era mejor que se alejara de ese muchacho. Como mi mamá dijo que no era para tanto, el papá insistió diciendo que Alberto se alejara de Raúl porque sólo sería de mal ejemplo para él.
Yo me asusté. ¿Qué diría mi papá si supiera que estoy de novia con Raúl? Me preocupa también que Raúl haya venido a ver a Alberto. ¿Será que le quiere contar que somos novios? ¡Espero que no! Yo no se lo dije ni se lo voy a contar, porque si mi hermano lo sabe, capaz que le pegue al Raúl. Y si lo sabe mi papá, lo va a echar y me va a prohibir verlo. ¡Ay, ya se empieza todo a complicar! Alberto quiso saber si Raúl le dejó algún recado. Mi papá solamente gruñó, moviendo la cabeza.
Mañana lo sabré todo porque quedamos de encontrarnos con Raúl. Ahora voy a tratar de dormirme, porque me levantaré muy temprano para ponerme bonita, con algunos de los trucos que nos enseñó Vanessa. Claro que no me pondré falda corta ni short porque tengo piernas delgadas que parecen de niña chica, y no quiero que Raúl las vea.
Domingo 4 de septiembre de 2061.
Hoy fue un día distinto al domingo pasado, porque con Raúl estuvimos como amigos más que como novios. Me desperté muy temprano. Mi intención era ponerme bonita. Me peiné igual como me peinó Vanessa en la escuela. Me pinté los labios, las uñas y las pestañas y me eché color en la cara, usando los productos de mi mamá. Me puse una blusa sin mangas y escotada, que deja ver un poquito que me están creciendo los senos. Yo quería salir antes de que se levantaran mis papás, que los domingos se quedan en cama hasta más tarde.
Lo malo fue que al salir del baño me topé con Alberto. Al verme toda pintada se rió de mí diciendo que parecía una mona. Después me retó con palabras bien feas, y me preguntó que con quien me iba a encontrar. Le dije que con mis amigas pero no me creyó, porque me amenazó con acusarme al papá si salía con esa pinta. Tuve que sacarme las pinturas, lavarme la cara, cambiarme la camisa y ponerme pantalones. Solamente cuando me veía fea como me veo siempre estuvo conforme y me dejó salir.
Al verme Raúl me dijo que le gustaba mi peinado. Él estaba sin el uniforme y ya se empezaban a ver sus crespos. Me preguntó qué quería yo que hiciéramos, y le dije que teníamos que conversar. Entonces dejamos las bicicletas bien aseguradas en la plaza y caminamos hacia el parque, donde nos sentamos en una banca.
Empecé preguntándole que a qué había ido ayer a mi casa. Me dijo que quería conversar con Alberto, y que también esperaba verme aunque fuera de lejos. Después, poco a poco para que no se fuera a enojar conmigo, le conté que mi papá no quiere que nos veamos con alumnos de la Escuela Hidalguía. Como me preguntó por qué, tuve que explicarle que mi papá piensa que les enseñan cosas que serían un mal ejemplo para nosotros.
Raúl me quedó mirando y se puso triste. Me preguntó si entonces iba yo a dejar de salir con él y a terminar nuestra relación. Le dije que no, que por supuesto que no. Él se extrañó de que no fuera a obedecer a mi papá. Le expliqué que mis papás no son ogros, y que a Alberto y a mí nos enseñan, nos dicen lo que piensan que es mejor para nosotros; pero nos dejan decidir con nuestra cabeza. Me dijo que tengo suerte y que sus papás no son así, porque cuando le prohíben o le mandan algo, está obligado a obedecer. Después me contó que su papá siempre le pregunta si sale con alguna chica, y que una vez escuchó que le dijo a su mamá que tenía miedo de que fuera gay porque no lo habían visto con una mujer. Le dije entonces que si quería que su papá nos viera juntos yo no tengo problema. Me respondió que el problema lo tiene su papá y no él. Me gustó eso. En todo caso, estuvimos de acuerdo en que era mejor no decirles nada a mis papás, ni tampoco a los suyos porque son entrometidos y capaz que quieran ir a conocer mi casa y a mis papás.
Mi otra preocupación es Alberto. Si sabe que ando con Raúl capaz que se peleen. Se me ocurrió que Raúl quería hablar con Alberto para contarle, como amigos que son; pero me dijo que quería conversar con él de cosas de la escuela. Le conté que mi hermano es peor que mis papás y que seguro que no me dejaría estar de novio con él.
En fin, quedamos en que en adelante nos veríamos en secreto, y establecimos que el lugar para encontrarnos, cuando no pudiéramos ponernos de acuerdo antes, sería siempre el árbol donde nos dimos el primer beso.
Le dije que lo amaba. Me dio un beso rico que todavía siento en los labios. Después, caminando hacia la plaza para recoger las bicicletas me acordé de lo que me había dicho una vez sobre lo que conversaban entre sus compañeros. Le pregunté si les había contado de lo nuestro. Se puso colorado cuando me dijo que sí; pero que no les había dicho quien soy yo. Me dio un poco de rabia, pero se me pasó al recordar que yo también le conté a mis amigas.
Al despedirnos me pidió que le dijera a mi hermano que quiere hablar con él. “Pero si le digo va a sospechar que estamos juntos”, le respondí. Raúl se dio con la mano en la frente y me dijo que no me preocupe, que él lo buscaría. Pero me gustaría saber de qué tienen que hablar los dos. ¡Chitas que es complicado esto del amor!
Martes 6 de septiembre de 2061.
A la salida de clases vi a Raúl a media cuadra al otro lado de la calle. Me dieron ganas de acercarme, pero habíamos quedado en encontrarnos sólo a escondidas. Él me vio y miró para otro lado. Me acordé que quería conversar con mi hermano, así que decidí esperarlo.
Cuando salió Alberto me colgué de su brazo, porque si Raúl se acercaba y conversaban estaría a su lado. No se atreverían a echarme, y si lo hacían no pensaba hacerles caso. Cuando Raúl se acercó me iba a saludar con un beso en la mejilla, pero yo moví la cara y nos dimos un besito en los labios sin que mi hermano se diera cuenta. Caminamos varias cuadras sin que Raúl soltara lo que tenía que decirle a Alberto. Dos veces dijo que tenía que conversar con Alberto, esperando que los dejara. Pero como yo no dí señales de alejarme, al final se decidió a hablar.
Empezó contando que en su escuela les están enseñando estrategia militar. Después de darle muchas vueltas tratando de explicar que lo que nos contaba no era para traicionar a sus compañeros sino porque es amigo nuestro, nos dijo que como una forma de practicar, ellos van a comenzar una guerra contra nosotros. Los alumnos de Hidalguía contra los de Renacer. “Pero si nosotros no queremos, no puede haber guerra, porque se necesitan dos para enfrentarse”, dije yo. Ahí nos explicó que la primera lección de la estrategia militar fue sobre cómo provocar una guerra. Y que una táctica muy antigua consistía en hacer un ataque sorpresa, que humille tanto al adversario que lo obligue a reaccionar para defender su honor. No quiso decirnos nada más.
Pobre Raúl que está entre dos lealtades, a sus compañeros de curso y a sus amigos de la escuela donde estuvo hasta hace poco. Por eso quería dejarme fuera del tema; pero yo entiendo su conflicto interior y que trata de hacer lo que le dice su conciencia. Creo que si se diera esta guerra, si pudiera, él sería neutral. ¿Y yo? Yo no. Si se da esta guerra saldré a batallar en primera fila. Yo amo a mi escuela; y ahora empiezo a entender por qué mi papá dice que la otra es una escuela fascista.
Cuando Raúl se despidió no nos pudimos besar porque mi hermano estaba frente a nosotros. Después le pregunté a Alberto que qué íbamos a hacer. Me respondió que yo no me meta. Que tiene que pensarlo. Alberto es bien líder en su curso y no creo que tenga miedo.
Jueves 8 de septiembre de 2061.
Ayer a la salida de clases esperé a Antonella. Estaba también Alejandro así que hablé con los dos. Les conté que supe que los alumnos de la escuela Hidalguía iban a provocar una guerra contra nosotros, como práctica de un curso sobre estrategia militar. Le dije todo lo que nos contó Raúl, pero aunque me preguntaron cómo me había enterado, no quise decirles más para no dejar al descubierto a Raúl.
Hoy fue un día especial en la escuela. Yo creo que fue por lo que hablé ayer con la profe y Alejandro. La cosa es que nos juntaron a los dos cursos mayores. Antonella empezó dándonos una charla sobre la paz y que no debemos pelear aunque nos provoquen, y varias cosas de esas, muy religiosas. Después Alejandro nos explicó que, igual, si nos atacan debemos estar preparados para evitar los daños que puedan hacernos, y que también hay que saber defenderse. Cuando dijo que si nos pegan no siempre es bueno poner la otra mejilla noté que a Antonella no le gustó, pero no dijo nada.
Nos explicó también que para evitar la guerra hay que estar preparados para defender la paz, y que para eso necesitamos también conocer bastante sobre la guerra. Antonella puso cara de disgusto, pero no dijo nada. No sé qué podría haber dicho porque lo que nos explicó Alejandro es tan claro como el agua. Yo miraba a Alberto, que escuchaba muy atento. Vi también al Toñito metido entre medio de los grandes. No debía estar porque es del curso de los chicos; pero él siempre se escapa y hace lo que quiere.
Alejandro terminó la explicación diciendo que algo muy importante en las guerras era el conocimiento del territorio. Y después de eso, nos organizó en grupos de a tres y realizamos una actividad de reconocimiento del barrio. Parecida a la actividad que ya habíamos hecho, pero distinta porque en lo que debíamos fijarnos ahora, y recordar sin fotografiar, eran los lugares abiertos y los sin salida, aquellos donde podían vernos y donde pudiéramos escondernos, donde había gente y los solitarios, donde se podía correr sin problemas y donde se encontraban obstáculos.
Fue entretenido. Estábamos recorriendo el barrio cuando vimos pasar un grupo de alumnos de Hidalguía, al trote, mirando fijo adelante y gritando para llevar el ritmo. Eran veinte, los conté. Cuando regresamos a la escuela Antonella nos dijo que mañana conversaríamos en cada curso por separado contándonos lo que habíamos visto hoy, y que entre todos trataríamos de dibujar en la pizarra un mapa del barrio.
En la casa Alberto me preguntó qué les había contado a los profes. Le aseguré que no les dije cómo lo supe. Yo creía que Alberto se enojaría conmigo pero me hizo cariño en la cabeza. No quiso decirme nada más. Yo creo que está decidido a organizar a su curso para enfrentar a los de Hidalguía, pero que no quiere que yo sepa ni menos que me meta.
Sábado 10 de septiembre de 2061.
En la mañana vinieron seis compañeros de Alberto y se encerraron todo el día en su pieza. No me dejaron entrar, y cuando les pregunté si querían algo que les lleve me mandaron a comprar pan, queso, galletas y una gaseosa grande. Cuando les traje lo que me pidieron tampoco me dejaron entrar. A mi mamá le dijeron que tenían que estudiar y que no querían ser molestados.
Daría todo por saber qué están tramando. Lo bueno es que mañana me encontraré con Raúl en nuestro árbol.
Domingo 11 de septiembre de 2061.
¡Qué rabia tengo! Hubo vientos fuertes todo el día y no me dejaron salir de la casa. No creo que Raúl haya ido hasta el árbol, porque de verdad estuvo muy peligroso. Ahora el viento ha cesado pero ya es de noche. Tendremos que esperar otra semana para vernos. A menos que él se acerque a la escuela o nos encontremos dando vueltas en bicicleta.
Sábado 24 de septiembre de 2061.
No tuve tiempo para escribir durante la semana, pero pasaron muchas cosas que voy a resumir ahora. Tengo que empezar diciendo que mi hermanito es un genio de la estrategia. Me dí cuenta el lunes cuando encontré en su pieza una hoja grande doblada en cuatro. Él había salido para encontrarse con sus amigos.
Me costó darme cuenta de lo que significaba el dibujo, porque no es tan bueno como yo para pintar y la hoja estaba llena de rayas. Después de mirarlo harto rato comprendí que era un mapa de una parte del barrio, en el que habían marcado los pasajes, las calles y los lugares abiertos. En cinco lugares poco visibles habían dibujado círculos azules, y al centro de un espacio abierto un círculo rojo. Desde los círculos azules salían flechas punteadas en dirección al círculo rojo.
El martes llovió fuerte y no pasó nada. El miércoles en la tarde, después de clases, salí en bicicleta a recorrer el barrio. Comprobé lo que había imaginado. En los cinco escondites marcados en el mapa con un círculo azul, había cuatro niños y niñas del curso de Alberto. El lugar del círculo rojo era una banca, donde conversaban dos niños y una niña. Yo me escondí en un lugar desde donde veía todo. Ese día no pasó nada, y tampoco el jueves.
Pero el viernes cuando ya empezaba a oscurecer, aparecieron seis muchachos con el uniforme de Hidalguía. Los vi acercarse al lugar donde estaban los tres nuestros sentados en la banca. Los miré bien para comprobar que Raúl no venía en el grupo. Los seis comenzaron a insultar a los tres que seguían sentados, los amenazaban y los incitaban a pelear. Como ellos no reaccionaban, se les acercaron más, para pegarles. Pero ya en ese momento vi que los nuestros, desde los cinco escondites, partieron corriendo y los rodearon. Como los uniformados se vieron en minoría, escaparon corriendo.
Alberto levantó un puño. Los demás lo imitaron y celebraron con gritos la victoria. Yo me acerqué corriendo y me uní a ellos. Alberto me preguntó que qué estaba haciendo ahí. Le conté que los había estado mirando y que también los vi el miércoles y el jueves cuando no pasó nada. Quise saber cómo supo que los otros iban a atacar a los tres en la plaza. Me dijo que viéndolos correr con sus gritos se dio cuenta de que no miran los lugares por donde pasan. Después me explicó lo que yo ya había entendido, o sea que los tres en la banca eran un cebo, y que habían armado bien la trampa en la que cayeron como moscas.
Adoro a mi hermano. Es genial. Es mi héroe.
Domingo 25 de septiembre de 2061.
Por fin hoy nos encontramos. Raúl estaba re-lindo. Le habían crecido los crespos y se veía colorado porque llegó pedaleando a todo dar para llegar a tiempo. Por suerte llegó sin el uniforme porque desde lo que pasó ya no me gusta que lo use. Lo pasamos rico pero no quiero escribir lo que hicimos por si Alberto llega a descubrir mi diario, así como yo encontré su dibujo.
Martes 27 de septiembre de 2061.
¡Qué rabia! ¡Qué rabia! Me descuidé cuando iba en bicicleta por una calle sin gente. Se aparecieron de repente tres niños de Hidalguía. Me botaron. Me defendí lo que pude, pero entre dos me inmovilizaron, y cuando vi la tijeras me quedé quieta. Me cortaron el pelo. ¡Horrible! Después pincharon las dos ruegas de mi bici. Cuando se alejaban uno de ellos gritó: “Díle a tu hermano que esto es guerra”.
Yo quería esconderme, que no me vieran los papás. Por suerte no estaban cuando llegué a la casa con la bici a cuestas. Pero estaba mi hermano. Se puso furioso. “¡Qué cobardes que son! Atacar a una niña más chica entre tres. ¡Ya van a ver esos cobardes! Si quieren guerra, guerra tendrán.
Me encerré en el baño a llorar. Lloré de rabia. Después traté de arreglarme el pelo lo mejor que pude, y me puse un gorro para que no se notara lo que me hicieron.
Miércoles 28 de septiembre de 2061.
Me extrañó que había pocos niños del curso de Alberto en la escuela. Lo busqué pero tampoco estaba. Cuando llegué a la casa supe lo que pasó.
Alberto y nueve compañeros fueron a esperar al curso de Hidalguía a la hora en que pasaba trotando por el parque. Se habían subido a los árboles, y cuando pasaron les tiraron tomates podridos y huevos. Lo malo fue que los uniformados no pasaron de largo sino que treparon a los árboles para pegarles. Alberto me dijo que pensaban que estando más arriba no los dejarían subir, pegándoles patadas. Pero como eran casi el doble al final les pegaron fuerte. Alberto llegó con un ojo en tinta y con moretones en los brazos y en la cara.
Le pregunté si entre ellos estaba Raúl. Me dijo que iba en el grupo pero que cuando empezó la pelea se alejó.
En la casa le hice las curaciones que sé hacer. Cuando la mamá le preguntó qué le había pasado mi hermano dijo que se había caído de la bicicleta, que no era nada grave y que no le dolía. Pero yo sé que sí le duele mucho.
Jueves 29 de septiembre de 2061.
Se supo todo. Cuando llegué a la escuela estaban varios papás y mamás del curso de Alberto hablando con Antonella y los otros profes. Después supimos que uno de los niños, que llegó muy herido a su casa, contó lo que había pasado. Se llamaron los papás y por eso estaban muchos ahí, alegando por lo que pasó. Eso es todo lo que supe porque a los niños nos hicieron entrar a las salas.
Mas tarde supe que Antonella con Alejandro y varios papás llevaron a los niños que tenían heridas y pusieron una denuncia en la policía. Después fueron hasta la Escuela Hidalguía y ahí parece que llegaron a un acuerdo, porque cuando volvieron, Antonella nos juntó a todos y dijo que la guerra con los niños de la Escuela Hidalguía se daba por terminada, de común acuerdo entre los responsables de las dos escuelas. Cualquiera que rompa el acuerdo de paz, explicó Alejandro, será despedido de la escuela en que esté y denunciado a la policía.
Alberto no quedó conforme. Estaba enojado porque les habían pegado, y estaba furioso porque esos cobardes me cortaron el pelo y me rompieron la bicicleta. Traté de tranquilizarlo, pero fue para peor. Espero que acepte la paz y que no haga una tontera.
Después se puso a arreglarme la bici. Te amo hermanito.
Domingo 2 de octubre de 2061.
Hoy pasó algo terrible. Apenas nos encontramos en el cerezo Raúl me contó, muy asustado, que sus compañeros lo habían amenazado con darle una paliza de la que no se repondría nunca. Lo acusan de traidor. Por ser amigo de mi hermano le echan la culpa de haberle avisado cuando iban a provocarnos para comenzar la guerra. También lo acusan de cobarde por haberse escapado cuando los atacaron con tomates y huevos desde los árboles.
Me dijo que cuando salió de su casa en la bici le pareció que lo seguían dos compañeros de su curso. Para escapar de ellos y llegar a encontrarse conmigo dio varias vueltas y creía haberlos perdido. Lo convencí de que ya que estábamos en el camino que sube hasta la granja de Antonella y Alejandro fuéramos a contarles.
Íbamos despacio, conversando, y ya estábamos cerca, cuando por atrás llegaron los dos de su curso que lo perseguían. Lo botaron de la bice y empezaron a darle puñetes y patadas. Yo traté de defenderlo, pero uno de ellos tomó un palo grande y me amenazó con pegarme en la cabeza. Le dió un tremendo golpe a Alberto en las costillas, que lo dejó tumbado y gritando de dolor.
Estaba a punto de pegarle otra vez cuando, no sé de dónde, apareció el Toñito. Se puso delante del que tenía el palo, a dos metros, apuntándolo con la honda completamente tensada. “Bota el palo o te rompo un ojo”, le dijo. El matón dejó caer el palo. “Un paso atrás o te rompo un ojo”, volvió a ordenar el Toñito. El matón retrocedió. “Toma tú el palo”, me dijo el Toñito. Lo hice, preparándome a descargarlo si se nos acercaban.
Me tiritaban las piernas. Ahí ya no sabíamos qué más hacer. Raúl empezó a levantarse. El Toñito seguía apuntando a la cara de uno, y yo amenazaba al otro con el palo. Entonces los matones retrocedieron, diciendo que se irían si les dejábamos tomar sus bicicletas. El Toñito asintió con la cabeza, sin dejar de apuntarle.
Cuando dejamos ya de verlos ayudamos a Raúl, que como gritaba de dolor preferimos acomodarlo tendido en el pasto. Toñito me dijo que iría a avisar a Alejandro, porque su casa estaba cerca. Cuando ya se alejaba le pregunté si de verdad le hubiera roto un ojo. “Mira ese tarro”, me dijo indicando un envase de cerveza botado como a veinte pasos. Toñito le apuntó con la honda. El tarro voló lejos.
Me quedé cuidando al Raúl. Al rato, que a mí me pareció que era eterno, Antonella, Alejandro y el Toñito llegaron con una camilla hechiza de madera y lona. Ya todos en la granja Antonella avisó por su IAI al papá de Raúl lo que había pasado, que le estaban dando los primeros auxilios, y que no se preocuparan porque mañana a primera hora vendría un médico a verlo. Cuando iba a avisarle a mis papás le pedí que le dijeran solamente que no se preocuparan y que me quedaría a dormir en su casa porque se había hecho noche.
Antonella hizo como le pedí, pero después me preguntó que por qué no le contaba todo a mis papás. Le expliqué todo el enredo con Raúl y con mi hermano. Me dijo que ella no les diría nada, pero que yo lo hiciera, porque a los papás no hay que engañarlos. Se lo prometí.
Miércoles 3 de octubre de 2061.
La paliza que le dieron a Raúl fue muy grave. Le rompieron dos costillas y un brazo. De la clínica donde lo curaron lo llevaron a su casa. Ahora está enyesado y vendado, y necesita ayuda para levantarse y caminar.
Yo voy todas las tardes a verlo, y por eso no he tenido tiempo para escribir mi diario. Le conté a mis papás que somos novios, y no pasó nada grave porque supieron que a Raúl lo sacaron de Hidalguía y volvió a nuestra escuela. Mi hermano también lo acepta, pero está siempre entre medio y poco puedo estar sola con Raúl.
Domingo 7 de octubre de 2061.
Como terminó otro mes Antonella nos pasó el viernes otra parte del cuento de Lucero, que ahora que tengo un día más libre puedo copiar. Me parece que aquí se acaba el cuento, porque todos terminan así.
“Un burro solitario, sin la compañía de otros burros, sin amo que le indique qué hacer, sin más comida y agua que la que encontrara a la orilla del camino o entrando a huertos ajenos, es un burro desorientado, que además queda expuesto a muchos peligros. Pero esa era la condición en que se encontraba Lucero, y debía adaptarse ahora a esa nueva vida.
Sobrevivió así durante un año entero, siempre recordando a Reinita y siempre tratando inútilmente de encontrar un camino que le condujera nuevamente a la granja de don Joaquín.
Lucero adelgazó, le creció la crin y se llenó de polvo y de barro. Parecía un burro vagabundo, y de hecho lo era.
Hasta que un día de madrugada Lucero escuchó sonar unas campanas. Tañían distinto de las que provenían de la Iglesia del pueblo de don Joaquín; pero eran campanas fuertes y claras, por lo que imaginó que estaba cerca de algún pueblo.
Se fue acercando de a poco, con cuidado, evitando hacer ruido y sin ser visto. Avanzando por el camino que conducía al pueblo vió a la distancia a un hombre de campo, que tenía un aire campesino parecido al de José, su antiguo cuidador.
Lucero necesitaba un hombre que lo protegiera y que lo hiciera trabajar. Se le acercó lentamente, mirándolo de frente, con las orejas alzadas, y listo para escapar si se percatara de que el hombre tuviera alguna intención perversa y quisiera lacearlo. Pero el hombre no llevaba cuerda ni lazo, tenía una mirada limpia y directa, y no parecía un hombre malo.
Se aproximaron el uno al otro hasta llegar a tocarse. El hombre lo acarició en el lomo y le habló diciendo:
– Ea! ¡Borrico! Eres lo que necesitamos, lo que andaba buscando. Me llamo Pedro, y tú ¿cómo te llamas?
Lucero respondió con un rebuzno suave que más parecía un bufido que un rebuzno.
El hombre lo condujo hasta un pequeño huerto al lado de la casa donde vivía. Lo lavó con cuidado y con paciencia. Le arregló las pezuñas que le habían crecido más de la cuenta, le cortó y peinó la crin que caía desordenada a ambos lados de su pescuezo. Lo alimentó y le dio de beber agua limpia, que era lo que Lucero más extrañaba, porque en todos esos meses se había tenido que contentar con beber aguas sucias o llenas de musgo.
Esa noche Lucero volvió a dormir como cuando estaba en la granja de don Joaquín. Y soñó que corría y jugaba con Reinita.
En la mañana Pedro le dio de comer y de beber, y en seguida lo ensilló, comprobando así que el burro, aunque lo había encontrado tan sucio y desgreñado, no era un asno salvaje sino que estaba domesticado y se dejaba montar.
Ese día, en la vida de Lucero, fue realmente el más extraño. Pedro lo llevó hasta una plaza donde lo esperaba un hombre vestido con una sotana negra y que levantaba en sus manos una enorme cruz.
El hombre de la cruz se puso a caminar. Pedro montado en Lucero lo siguió detrás, mientras una multitud exultante los vitoreaba en procesión, agitando palmas, portando ramos de olivos, y cantando “Hosanna, Hosanna al hijo de Dios, al señor rey de los humildes, que entra en Jerusalén con todo su poder y majestad”.
Lucero intuyó que aquella era una fiesta popular muy importante en el pueblo, por lo que se comportó con notable dignidad. Avanzó a paso lento, adoptando la misma actitud que había visto en Moreno cuando lo cabalgaba don Marcos preparándose para los encuentros deportivos. Avanzaba con la mirada al frente, dando pasos acompasados y siguiendo el ritmo de los cánticos que entonaba la procesión.
La fiesta concluyó cuando el hombre de negro empezó a tirar sobre las cabezas de la gente, con un ramito de olivo que empapaba en un tiesto blanco, gotas de agua cristalina. Al primero que bendijo el cura fue a Lucero al que roció abundantemente en la crin y que él, sacudiéndose, repartió entre los que estaban cerca.
– ¡Lucero!
El burro dio un brinco al sentirse llamar nuevamente por su nombre después de tanto tiempo en que sólo le decían “burro”.
Reconoció a José, su antiguo cuidador que lo hacía trabajar en la hacienda de don Marcos. Se le acercó, brincando de júbilo.
– Te llevaré mañana donde tu dueño, que te busca por todos lados desde que te escapaste hace ya más de un año.
En el camino de regreso a casa José le fue contando que ya no trabajaba con el patrón don Marcos porque lo trataba mal y le pagaba menos. Se había rebelado tal como le había enseñado el burro aquél día en que se resistió a moverse con la carga mojada.
José había partido en busca de otro trabajo, y ahora estaba de operario en una empresa de agroindustria, donde le pagaban bien y lo trataban con respeto. Se había casado y su esposa esperaba un hijo para septiembre.
Cuando llegaron finalmente a la granja de don Joaquín fue recibido con júbilo por toda la familia, que hicieron una fiesta en su honor. Y cuál no sería su felicidad cuando encontró que en su propio establo estaba Reinita, acompañada de una pequeña borriquita que amamantaba. La chiquita era igualita a él, y había nacido hacía apenas un mes.
Y de ahí en adelante Reinita, Lucero y su pequeñita, a la que todos llamaban Chiquilla, fueron muy felices.”
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