II.
Carlos Cortés exponía ante la asamblea de socios de la Cooperativa Renacer, lo mismo que ya en dos reuniones anteriores había explicado con más detalles y empleando imágenes que proyectó en el muro. Había respondido muchas preguntas y aclarado todas las dudas que plantearon los socios. Ahora todos ellos, dispuestos en dos grandes círculos, escuchaban atentos y asintiendo con la cabeza.
– Como todos sabemos, antiguamente el dinero consistía en unas monedas de oro, que valían según el peso y los quilates del metal. Esas monedas las emitían personas o instituciones que garantizaban que se trataba de oro genuino, y que el peso y los quilates eran verdaderos. Como la gente creía y comprobaba que otras personas aceptaban esas monedas como pago por los bienes y los servicios que compraban, las monedas representaban el valor que estaba marcado en ellas. Después, el dinero estaba representado por billetes, o sea trozos de papel impreso, que valían según la cantidad marcada en ellos. Los billetes los emitían los bancos centrales de cada país, que garantizaban que esos billetes no eran falsificables, por lo que las personas podían confiar en su valor. Y como la gente creía y comprobaba que los demás aceptaban esos papeles como pago por los bienes y los servicios que compraban, los billetes representaban el valor que estaba marcado en ellos. Actualmente el dinero son cuentas virtuales, o sea números asociados a cada persona en un sistema informático; cantidades que se suman y se restan según los montos que las personas acrediten haber obtenido o haber gastado en los intercambios de bienes y servicios que realizan unos con otros. Los que controlan los programas informáticos garantizan que esas cantidades asociadas a las personas no pueden ser alteradas, y las personas confían en ellos. Como la gente cree y comprueba que los demás aceptan esos traspasos de cantidades entre las cuentas de unos y otros cada vez que hacen una compra o una venta, esas cuentas virtuales representan los valores correspondientes a las cantidades registradas en cada cuenta.
Cortés detuvo un momento su exposición. Recorrió con la mirada el auditorio. Enseguida preguntó:
– Ahora, díganme ustedes ¿qué es lo que hace que el dinero valga? ¿Qué es lo que otorga valor a las monedas, a los billetes o a los números en las cuentas informáticas?
Se alzaron muchas manos, demostrando que ya habían entendido lo que había explicado en las sesiones anteriores. Varios dijeron al mismo tiempo:
– La confianza.
Uno agregó después, explicando:
– Valen porque todos creen y confían en el valor que señalan los números escritos en las monedas, en los billetes o en el sistema de cuentas.
– Muy bien, muy bien – confirmó Cortés, que continuó diciendo: – Ahora miren esta hoja en blanco.
Tomó un lápiz y escribió sobre ella. Enseguida pasó el papel a una señora que lo escuchaba en primera fila y le pidió que lo leyera,
La señora se puso de pie y leyó:
– “Por este papel daré a cambio la cantidad de un mil Globaldollars en productos de mi granja. Firmado: Carlos Cortés.”
– Hágalo correr, por favor. Que pase de mano en mano.
Cuando el papel llegó al último de los asistentes, Cortés le preguntó:
– ¿Crees que si alguien me trae ese papel yo tendría que darle los mil Globaldollars en productos de mi granja?
– Sí, porque tú lo firmaste.
– Exacto. Porque si no cumplo, nadie en adelante confiaría en mí, ni creería en algo que lleve mi firma. Entonces ¿ustedes confían en mí?
Un murmullo de sís recorrió la asamblea.
– Bien, como ustedes confían en mí, les voy a pedir que hagan lo mismo que hice yo.
Repartió una hoja por persona, copió en la pizarra lo que había escrito en el papel, y pidió a todos que lo copiaran, poniendo al final la firma de cada uno. Cuando todos terminaron dijo:
– Ahora, hagamos girar esos papeles. Cada uno pase el suyo a la persona que está a su lado izquierdo y vayan comprobando que están todos firmados.
Después de un rato detuvo el giro de los papeles y explicó:
– ¿Saben lo que hemos hecho? ¡Hemos creado dinero! Porque cada uno de nosotros tiene en sus manos un papel que vale mil Globaldollars, por el que puede exigir al socio que lo firmó, que le entregue productos por valor de mil Globaldollars. ¿Se entiende lo que hicimos? ¡Creamos dinero! Y no poco, porque aquí somos 120 personas. Hemos creado, así fácilmente, 120.000 Globaldollars. Pero para no confundirnos, no hablemos de Globaldollars, sino de Alientos. Llamemos Alientos al dinero que hemos creado.
– Pero hay un problema – continuó Cortés después de ver que todos estuvieron de acuerdo. – El problema es que para comprar con los mil Alientos que cada uno tenemos en nuestra mano, tendremos que ir con el papel a encontrar a la persona que lo firma, y eso hace que la circulación de este dinero sea muy complicada y poco eficiente.
– A mí me tocó el de mi vecino – dijo Josefina riendo e indicando con el dedo a un socio que estaba al frente – No me costará ir a comprarle con este papel.
– Yo estoy fregado – respondió el vecino apuntado – porque a mí me tocó uno que vive al otro lado del cerro.
– Pero hay una solución para todos – continuó explicando Carlos Cortés. – ¿Qué les parece si entregamos todos estos papeles a la Tesorera de la Cooperativa? Si lo hacemos, la Cooperativa abrirá una cuenta a nombre de cada socio, reconociéndole que tiene mil Alientos a su disposición para comprar, sea a la Cooperativa o a cualquier otro socio, pero con el compromiso de que si le van a comprar a él, entregará productos hasta por mil Globaldollars, a la misma Cooperativa o a cualquier otro socio que le haya comprado con esos Alientos. A todos nos conviene, porque tendremos más dinero para comprar, y porque nos comprarán más productos que producimos.
Todos lo miraron, sorprendidos. Entonces los invitó a formar grupos de diez personas y a conversar sobre el tema, para decidir entre todos qué hacer.
Una hora después de animadas discusiones los grupos presentaron a la Asamblea diversas preguntas.
– ¿Podremos pagar la cuota de la Cooperativa con estos Alientos?
– Por supuesto, la Cooperativa los recibirá, y tendrá una cuenta en Alientos para ella misma. Pero con esos mismos Alientos, la Cooperativa podrá pagar a los socios, por ejemplo, una parte de los productos que entreguemos a nuestro Almacén.
– ¿Dónde más podremos comprar con Alientos?
– Los Alientos valen sólo para quienes confían en la Cooperativa y en sus socios.
Antonella levantó la mano.
– En la Escuela los aceptaremos como pagos de la matrícula de los alumnos.
Tres socios que tenían algún hijo en la Escuela aplaudieron.
Don Manuel comentó:
– Ciento veinte mil parece mucho, todo junto; pero son solamente mil Alientos por cabeza. Es muy poco dinero, no nos servirá gran cosa. ¿No podría ser más?
– Muy buena pregunta – replicó Carlos. – La Cooperativa puede aumentar la cantidad de Alientos que una persona puede crear. Pero siempre con un límite, porque hay que asegurarse de que la persona asuma compromisos que pueda pagar con la producción que realiza. Por ejemplo, la Escuela podría crear muchos Alientos porque tiene cómo responder con las matrículas. Ahora mismo podríamos decidir que el máximo sean 5.000 Alientos, y más adelante, en otro momento, aumentar la cantidad si entre todos, reunidos en Asamblea, estimamos que es conveniente.
– Entonces – dijo Manuel Rosende poniéndose de pie – yo propongo que subamos a cinco mil.
– Pero ¿todos tendríamos que asumir esa cantidad? Porque a mí, por ahora, los mil me parecen bien, pero no estoy seguro de más.
– No es necesario que todos creen la misma cantidad de Alientos. El mínimo sería mil, y el máximo, por ahora, cinco mil.
Antonella estaba entusiasmada.
– Si se aprueba que sean cinco mil, la Escuela firmará por cinco mil Alientos, que es lo que cuesta para un padre medio año de matrícula de un niño.
– Pero la Escuela no es socia de la Cooperativa – dijo Alejandro mirando a Antonella. – ¿Será que una empresa o una persona que no sea socia puede también emitir Alientos?
– Esa es otra muy buena pregunta – dijo Carlos. – Depende de nosotros decidirlo. Si lo aprobamos así, cualquier empresa, negocio o persona que produzca y venda algo, podrá emitir Alientos. Claro que será necesario que la Cooperativa lo apruebe en cada caso, después de certificar que la empresa o persona es confiable y que podrá cumplir el compromiso por la cantidad de Alientos que comprometa.
Ahora fue Vanessa la que intervino, poniéndose también de pie:
– Entonces, yo también, aparte de tú que eres mi marido, puedo dar y recibir Alientos.
Carlos, sorprendido y descolocado por la intervención de su esposa la miró muy serio.
– Pero ¿qué podrías …?
– Yo sé cortar el pelo, sé hacer la manicure, puedo dar masajes y también sé Reiki.
Algunos se rieron, otros tomaron muy en serio lo que dijo.
Don Manuel zanjó el asunto:
– La señora Vanessa es una más entre nosotros. No veo que haya problemas.
La reunión continuó por más de una hora. Al final se aprobó la creación del Sistema Monetario “Aliento”, con un máximo de 5.000 unidades por persona o empresa, y abierto a todos los negocios, profesionales y personas de la zona que presenten la correspondiente solicitud y que, una vez aceptados por la Directiva de la Cooperativa, firmen el compromiso de participación, igual que lo harían todos los socios que quisieran participar.
Carlos Cortés estaba feliz por el resultado tan exitoso de su propuesta; pero muy contrariado por lo que había hecho Vanessa. Estaba decidido a encararla al llegar a casa; pero ella lo desarmó en el camino cuando saltando y sonriendo le dijo:
– ¡Estoy feliz! Por fin me siento parte de tu proyecto. Te voy a colaborar todo lo que pueda. ¿Estás contento conmigo, mi amor?
Carlos le sonrió, sin dejar de pensar que tenía que encontrar el modo de hacerla desistir. Conozco tus masajes y no quiero siquiera imaginar que se los des a otro.
* * *
“Tengo una información que puede interesarle”. Decía uno de los tantos mensajes que Conrado Kessler encontró en su IAI al completar su jornada de trabajo. Era de Benito Rosasco, el abogado en campaña de la Colonia. Pensó que se trataba de otro predio que estuviera en venta en Los Campos de El Romero Alto. “Envíame de inmediato los antecedentes”, respondió con otro mensaje. Recibió un nuevo texto: “No es del trabajo, sino algo personal”. Kessler, intrigado, lo citó para encontrarse en media hora frente a la piscina.
Rosasco lo esperaba en una mesa.
– Creo que la noticia que le tengo, don Conrado, merece que me invite un whisky – dijo el abogado cuando Kessler se sentó frente a él.
Kessler y Rosasco no eran amigos y nunca habían intimado, aunque se conocían desde hacía años. Uno militar y el otro abogado, el primero bastante mayor que el segundo, tenían poco en común fuera del hecho de que trabajaban al servicio de Gajardo desde los tiempos de la Dictadura Constitucional Ecologista. Por eso Kessler se sorprendió de la familiaridad con que le habló Rosasco, que en la jerarquía establecida por el jefe le había siempre estado subordinado.
– No es mala idea beber un trago, pero dime de una vez de qué se trata, porque estoy intrigado.
Kessler llamó a un mozo al que pidió una botella de whisky y dos vasos. Miró a Rosasco esperando que éste hablara. Rosasco sonrió, sabiendo que lo que iba a contarle interesaría mucho al hombre que tenía al frente. Decidió ganar puntos y no soltar la noticia tan fácilmente. Siempre es bueno hacerse amigo de las personas importantes. Esperó que el mozo les sirviera el whisky. Levantó el vaso e invitó a Kessler a chocarlo:
– ¡Salud!
Después de que ambos tomaron un sorbo el abogado dijo:
– Adivine con quién me encontré en El Romero.
A Kessler, acostumbrado a recibir informes precisos y a dar órdenes, no le gustó el tono en que Rosasco le hablaba.
– Ya, dígame de una vez de qué se trata eso que tiene que informarme.
El abogado, acostumbrado a obedecerle, lo hizo. No sabiendo si referirse a ella como la ex-amante de Conrado o como su prostituta se limitó a nombrarla:
– Vanessa.
Ante la cara de asombro de Kessler agregó: – La chica venezolana.
Kessler, que soñaba con ella despierto y durmiendo, enmudeció. La piscina frente a la que estaban, construida según el modelo de la que tuvo en su mansión en Santiago, donde la había visto nadar y mostrarse desnuda ante él y ante Gajardo tantas veces, contribuyó a que el impacto de la noticia fuera aún mayor. Llenó el vaso y después de beberlo preguntó a Rosasco:
– ¿Dónde la encontraste? ¿Cómo está ella?
El abogado pensó en la respuesta más conveniente que darle. Finalmente decidió decirle la verdad:
– Estaba yo en un bar tomando cerveza con unos colegas. Ella entró, hermosa como siempre, con minifalda y una blusa escotada, y fue a sentarse ante el mesón.
– Y tú ¿qué hiciste? ¿Le hablaste? ¿Supiste donde vive? ¿Supiste qué hace?
Las preguntas apresuradas de Kessler hicieron comprender a Rosasco que la noticia había impactado intensamente a Kessler.
– Me acerqué. Le pregunté si me recordaba. Al verme se asustó, creo. Sólo me dijo que ya no trabajaba y salió corriendo del bar. Tomó una bicicleta y la vi alejarse.
– ¿Le tomaste una foto?
– No se me ocurrió. Lo siento, jefe. Pero era ella. Y estaba igual de bella y sexy.
Rosasco no tenía nada más que contar y Kessler nada más que preguntar. Mudos los dos, dieron cuenta de la mitad de la botella de whisky. Finalmente Kessler tomó una decisión.
– Bien. Me interesa esa chica. Quiero que la busques y que averigües todo sobre ella, dónde vive, lo que hace, con quiénes está. Pero no le digas a nadie, absolutamente a nadie, que la encontraste. Te premiaré generosamente por cualquier noticia que me lleve a encontrarme con ella. Y si puedes concertarme una cita, en cualquier lugar que sea, te conseguiré un importante aumento de sueldo.
Benito Rosasco le aseguró que lo haría. Se alejó sonriendo. La complicidad con Kessler era ya un gran logro, y los premios que le prometió por encontrarla lo decidieron a darle máxima prioridad a ese encargo.
* * *
Ramiro Gajardo supervisó personalmente la instalación de los equipos en el amurallado Recinto 9 al que tenían acceso solamente él y los técnicos informáticos. Ni siquiera a Kessler proporcionó una clave que le permitiera ingresar por su cuenta, aunque lo había llevado en varias ocasiones a visitar las obras y lo hizo participar en la vigilancia durante la recepción, el traslado y la instalación de los aparatos. El sistema era poderoso y estaba calculado que al llegar a su pleno funcionamiento llegaría a consumir no solamente la energía que llegaba al Recinto directamente desde la generadora instalada en la represa, sino toda la energía disponible en la Colonia. Pero eso no ocurriría antes de tres o quizás cuatro años de operación, durante los cuales esperaba haber aumentado la capacidad generadora en la Colonia mediante instalaciones fotovoltaicas y eólicas.
Gajardo era un hombre de una ambición desmedida. Cuando fue Ministro de Seguridad y Control Interior durante la Dictadura Constitucional Ecologista, intentó vanamente convencer al gobierno de que diera curso a un gran proyecto destinado a reactivar el desarrollo de la informática, que se había detenido después del colapso de las multinacionales de la información y las comunicaciones como consecuencia del Derrumbe del Poder Económico, Financiero y Mediático. Siempre le respondieron que su proyecto tenía costos demasiado altos, y que los reducidos recursos de que disponía el Estado eran y serían por mucho tiempo empleados prioritariamente en la recuperación directa de los bosques y de los ecosistemas naturales.
La fundamentación ideológica ecologista del proyecto del Ministro era que, si los humanos son los causantes de los desequilibrios ecológicos y del deterioro del ambiente natural, la solución mejor y definitiva era sacarlos de la naturaleza y hacerlos vivir lo más posible en un mundo virtual, aunque fuera ilusorio. La respuesta de los detractores era que, dado que el deterioro ambiental ya se había producido, se necesita un máximo de actividad humana controlada, orientada a reparar los daños y restaurar los equilibrios.
Después, restaurada la democracia, Gajardo trató de recuperar el poder creando el Partido por la Patria con el que intentó promover revueltas y protestas sociales que le permitieran dar un golpe de Estado. La derrota de este intento lo llevó a cumplir un largo período de encierro en la cárcel, durante el cual elucubró el plan y la estrategia que ahora estaba desarrollando en la Colonia Hidalguía. Con ésta no pretendía ya conquistar el poder del Estado, sino configurar un poder lo más independiente posible, provisto de una inmensa riqueza, capaz de llevarlo a conquistar el mundo mediante el dominio del comportamiento de las masas por el control tecnológico de la que su mentor ideológico, un bio-psicólogo alemán de pensamiento tan discutido como fascinante, llamaba la “mente común” de la especie humana. Algo de esto se había ya realizado, y con ello demostrado viable en mayor escala, durante la tercera década del siglo XXI, cuando una compañía llegó a lograr que más de mil millones de personas en todo el mundo dedicaran muchas horas de cada día a competir virtualmente entre todos, jugando durante horas y horas y año tras año un mismo juego de ingenio, todos conectados en la Internet y cada uno solo ante su propia pantalla. Ese avance tecnológico en el control de las mentes fue interrumpido por el Levantamiento de los Bárbaros, la Gran Devastación Ambiental y el Derrumbe del Poder. Pero si había sido posible, pensaba Gajardo, nada impedía que volviera a realizarse y a ser llevado a su mejor y más completo cumplimiento.
El primer paso para avanzar en ello era acumular y controlar volúmenes inmensos de dinero con los cuáles contratar a las mejores mentes tecnológicas del mundo y ponerlas a trabajar en los equipos más avanzados. Era la Cuarta Fase del plan que estaba iniciando.
Estando en la cárcel, Ramiro Gajardo tuvo la suerte de compartir encierro con un joven que se definía como un hacker–rom–cracker, que cumplía condena por haber realizado estafas informáticas notablemente sofisticadas. Con él y a través de sus propios estudios, llegó a entender a fondo la lógica de los juegos y de las aplicaciones que se emplean en las redes sociales. Se interiorizó también en las tecnologías de blockchain que en su tiempo se emplearon en las diversas versiones de criptomonedas. Estudiando la historia de éstas comprendió las razones de sus notables éxitos así como las de su inexorable fracaso. Y un día se le iluminó la mente: era necesario combinar las tecnologías de los juegos con las de las criptomonedas, y crear un sistema monetario virtual que se basara simultáneamente, combinándolos, en los mecanismos psicológicos que mueven a las personas a la adicción irreparable por el juego informático, y los no tan distintos mecanismos mentales que llevan a los individuos a la acumulación obsesiva de riqueza. Tal sistema monetario virtual debía, además, garantizar que los participantes permanecieran por siempre en el anonimato, pero al mismo tiempo asegurar a los vencedores el reconocimiento social que merecieran sus éxitos, pues en la psicología de los individuos carece de sentido la acumulación de riqueza que no pueda ser ostentada, así como tampoco tienen suficientes incentivos los juegos y competencias en los que triunfar no sea reconocido ni conduzca a la fama. Necesitaba para ello integrar al sistema un tercer componente: la tecnología del holograma, que comprendía menos pero que no dudaba de que podría contratar a quienes más supieran de ello, porque, pensaba, todos tienen un precio, y cuando tu dinero no tiene límites puedes lograr lo que desees.
En ese notable proyecto consistía el gran secreto que escondían las instalaciones del que Gajardo bautizó con el nombre de Recinto 9. Con él pretendía cumplir simultáneamente dos principales objetivos: obtener una riqueza gigantesca y en verdad interminable, e iniciar en la práctica, de modo experimental, el control de la ‘mente común’ de la especie humana.
El proyecto consistía en crear, con la lógica de las criptomonedas, una sofisticada pirámide de acumulación de dinero, que se haría interminable e indestructible al aplicarse en ella la lógica de los juegos, de modo que los inversores virtuales se harían adictos al juego-inversor participando en competencias de ingenio y en apuestas en que, sin saberlo pero igual que en los casinos, las probabilidades de perder fueran mayores que las de ganar, mientras que a través de un complejo sistema de hologramas en 3D hápticos, capaces de reaccionar también al tacto humano y que permitirían una interacción casi completa entre el individuo y la imagen, los triunfadores recibirían lo que apetecieran, pero convenientemente graduado y escalado, como premio por el crecimiento de sus inversiones y los logros y éxitos alcanzados en los juegos; premios convenientemente graduados y escalados a fin de que los participantes estuvieran siempre e interminablemente incentivados a continuar participando.
– Lo principal – había explicado a los expertos informáticos contratados para realizar el proyecto – es la confianza que hay que obtener de los participantes en el sistema. La confianza, que es la base sobre la cual se han creado todos los sistemas monetarios que han existido y que existen en el mundo, y que es también esencial en todos los juegos y competencias deportivas. Confianza en el cumplimiento de las reglas, confianza en que ganar es siempre posible, y confianza en el reconocimiento que obtendrán los vencedores.
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