III.
Vanessa estaba descontenta, inquieta, no sabía qué hacer, cómo enfrentar la situación en que se encontraba. Necesitaba conversar con alguien que la comprendiera, que la orientara.
Hacía tiempo que no se encontraba con Antonella, por dos motivos. El principal era que Carlos le encargaba cada vez menos actividades que realizar en la ciudad, y en cambio le pedía que le ayudara en la granja. La otra razón era que no quería incomodar a su amiga, que cuando iba por algún motivo a su casa la notaba incómoda si también estaba Alejandro. Decidió ir a encontrarla a la salida de la Escuela. Allá podían conversar tranquilamente.
No quiso interrumpir las clases por lo que esperó en el ingreso que Antonella saliera. Lo que sucedió entonces la hizo estar tan contenta como no lo había estado desde hacía tiempo. Los primeros que salieron fueron los alumnos. Lucía, al verla, corrió a abrazarla. Muchos otros niños corrieron también hacia ella y la rodearon. Durante el mes en que reemplazó a Antonella se habían entendido tan bien, porque ella, en el fondo, mantenía su espíritu infantil y fue para ellos no solamente una profesora que trató de enseñarles todo lo que sabía, sino también una amiga y confidente, a la que acudieron muchas niñas a contarle sus dudas e inquietudes de adolescentes.
Cuando salió Antonella y se acercó al grupo Lucía le preguntó que cuándo volvería a hacerles clases.
– ¡Invítela, profe!
– ¡Dígale que venga a enseñarnos cosmética!
– ¡Y danza!
– Sí, que venga, que venga.
Cuando los niños se fueron retirando y finalmente quedaron las dos amigas Vanessa dijo mostrando sus manos a Antonella:
– Mira, amiga, cómo se están poniendo mis manos.
Antonella las miró, las tomó entre las suyas y las examinó.
– No veo nada raro, tus manos están lindas como siempre. Ah! Sólo que no te pintaste las uñas.
– Ay, amiga, tú no ves nada. Ya no están tan tersas y suaves como antes. Los trabajos que hago en la granja, y el sol, y no tener plata para las mejores cremas, van a terminar poniéndolas feas. ¡Y yo no quiero!
Antonella le sonrió con afecto y le dijo:
– Tú vas a ser siempre la más linda y muy querida. Ya viste cómo te rodearon los niños. Y cómo te miran todos, tratando de que no se note mucho, en las reuniones de la Cooperativa. Ven, vamos a servirnos un té y a conversar.
– ¿No sería mejor una cerveza? Sólo cuando vengo a la ciudad puedo tomar cerveza o vino, porque resultó que Carlos es abstemio.
– Bueno, vamos por una cerveza entonces.
Fue cuando abrieron la segunda botella que Vanessa se soltó y contó a su amiga todo lo que tenía guardado desde hacía tiempo.
– No sé que hacer. Siento que me asfixio al aire libre. Carlos no me deja ser como yo soy. Tú me conoces. No soy para trabajar en el campo a pleno sol. Carlos está celoso, y ya casi no me deja venir a la ciudad. Yo le soy fiel, no he estado con nadie desde que nos casamos. Él es bueno en la cama, y yo no necesito a nadie más, aunque a veces me tienta hacer una escapada; pero no lo hago, porque estoy casada y quiero serle fiel. Pero él se pone celoso hasta de que me miren. ¡Y a mí me gusta que me miren! Tú me conoces. Dice que hay tanto trabajo que hacer en la granja, y es verdad. Pero yo no sirvo para eso. Y me critica por cómo me visto. Si soy linda como dicen, digo yo ¿por qué no puedo mostrarlo y que también a los demás les guste mirarme?. ¿De qué sirve ser linda si nadie puede verlo? Carlos no me entiende. Y se queja cuando me demoro mucho tiempo arreglándome. Para peor, dice que ya nos gastamos la plata del crédito y que recién en unos meses empezaremos a ganar más con lo que producimos. Lo peor es que no quiere que trabaje para ganar Alientos, que harto nos servirían. Yo quiero ayudar con lo que sé, enseñando cosmética, ya viste cómo a las niñas les interesa lo que les enseñé, que fue apenas un poquito. Son puros celos de él, porque siempre saca a relucir que dije que podría hacer masajes. Le juré que sólo cosmética. Le digo que sólo a las mujeres. Pero no hay caso, no lo acepta. ¿Qué puedo hacer, amiga querida? Yo no sé qué hacer. Dime qué puedo hacer, por favor. Me siento encerrada ¿sabes?
Antonella vio que unas lágrimas asomaban en los ojos de Vanessa. La entendía, no por experiencia propia porque ella era muy distinta, sino por sus muchas lecturas, y sobre todo por su singular capacidad de empatizar con las personas. Ella se parecía más a Carlos que a Vanessa. Podía entender sus celos, porque también ella los sentía con su marido, y por causa de la misma Vanessa. ¿Qué puedo decirle? ¿Cómo aconsejarla, que le sirva de verdad?
Como Antonella no respondió de inmediato Vanessa continuó:
– Tú me aconsejaste que me case ¿lo recuerdas? Y yo estuve tan contenta. Dime ahora qué puedo hacer.
– Sí, lo recuerdo – comenzó a responder Antonella –. Te pregunté si lo amabas y me dijiste que sí. Es el amor lo que hay que seguir en la vida, amiga querida. ¿Lo amas todavía?
– Sí, lo amo, pero a veces me da mucha rabia, y lo odio. Pero, sí, lo amo. Es bueno, es cariñoso, hacemos el amor como me gusta. Me ama, y por eso se pone tan celoso. Pero eso mismo me molesta, me disgusta mucho, mucho, porque no puedo ser libre como quiero.
– El amor, Vanessa, nos exige a veces sacrificar otras cosas que nos gustan. No podemos tener en la vida todo lo que quisiéramos. Creo que, si actúas con inteligencia, lo puedes hacer cambiar. Sus celos, puede que tengan algo de razón ¿no es cierto?
– ¡Pero no le doy motivo!
– Te entiendo, le eres fiel. Está bien. Pero si te vistes, como te digo, algo más recatada, seguro que no le molestaría tanto que vengas a la ciudad, creo yo.
– Sí, lo he pensado. Cuando lo pienso, sueño con unos vestidos largos muy hermosos, y unas blusas maravillosas que venden en la boutique. Pero son carísimos, y creo que no podré nunca comprarlos.
Antonella le sonrió, comprensiva. Verse bella. Que la miren porque es hermosa. No es sexo lo que busca. Yo la entiendo. Pero es difícil que lo entienda un hombre.
No se le ocurría qué más decirle. Vanessa, que no aguantaba estar mucho en silencio, tenía más cosas que contar a su amiga.
– Hace unos días, en un bar, me topé con Benito. Me asusté y escapé corriendo.
– ¿Quién es Benito? – preguntó Antonella intrigada.
– Claro, no lo conoces. Es que a veces cuando hablo contigo te confundo un poquito con Danila, una amiga algo mayor que yo, con la que hablábamos todo y que me aconsejaba. Ella trabajaba también para Kessler, como escort, y vivíamos juntas. Pero si tú la conociste. Es la que informó a la policía cuando estábamos encerradas tú y yo, y nos salvó. Ahora tiene un local de masajes en Santiago y siempre me ofrece que vaya a trabajar con ella. Es mi otra amiga, pero que no veo hace mucho tiempo. Yo no quiero trabajar con ella, porque no es sólo para masajes sino para atender a los hombres en lo que quieran. Gana mucha plata, pero yo no quiero volver a eso, tú sabes.
– Sí, a Danila la conozco, pero ¿quién es Benito?
– Es un abogado joven. Uno que trabajaba para mi jefe.
– ¡Mmm! ¿Todavía lo llamas jefe?
– Perdona. Es que me cuesta nombrarlo como Kessler. Benito trabajaba para él. El jefe ... perdón, Kessler, me mandaba a atenderlo de vez en cuando, como un premio, decía, por algo que el abogado habría hecho para él. Seguro que Benito sigue trabajando para él. ¿No me dijiste que Kessler está en la Colonia esa de arriba?
Antonella no dejaba de sorprenderse de que Vanessa hablara con tanta naturalidad de esos años y de las cosas terribles que le pasaron.
– ¿Te dijo algo ese Benito? ¿Cómo fue que te topaste con él?
– Nada especial. Yo entré a un bar por un café. Él estaba con unos amigos en la mesa y se me acercó. Me invitó y le dije que no. Eso fue todo.
– ¡Es peligroso, Vanessa! Son hombres malos.
– Lo sé, Anto. Por eso no quise hablar con él. Pero yo no les tengo miedo ¿sabes? No sé por qué escapé.
– Porque son hombres malos, muy malos, querida, por eso escapaste.
– Lo sé, son malos. Te secuestraron y te amenazaron con cortarte las manos, lo sé.
– Sí, y también a tí te secuestraron.
– ¡Mmm! Yo no sé por qué lo hizo. Pero sí, estuvo muy mal que me encerrara contigo. Pero también fue bueno que pasara, porque si no, no te hubiera conocido, ni habría estudiado, y mi vida seguiría igual que antes.
– Debes tener mucho cuidado Vanessa.
– Yo lo perdoné. Para ti es más difícil perdonar, lo sé, porque te hicieron mucho daño.
Pobrecita. Lo que Kessler le hizo a ella es mucho peor que lo que me hizo a mí.
– No Vanessa, yo los perdoné; pero no quiero, no debo olvidar lo que son. Y temo por ti, no por mí, amiga mía.
– Yo en cambio perdono y olvido. Vivo cada día, no miro mucho para atrás, ni tampoco ando imaginando el futuro. Me gusta gozar lo bueno de la vida en cada momento.
Qué buena es. No sé si aplaudirla, o remecerla para que se espabile.
Las dos amigas continuaron conversando sin darse cuenta del paso del tiempo. Cuando empezaba a oscurecer Vanessa dijo a Antonella que debía irse urgente, porque Carlos estaría ya poniéndose inquieto por su retraso.
– Si quieres – le dijo Antonella en broma – te doy un certificado de que estuviste conmigo.
– No, amiga, gracias. Creo que todavía me cree, porque nunca le miento.
– ¿Le contaste que te topaste con el Benito ese?
– Ni loca. Capaz que no me deje salir nunca más.
– Pero sería bueno que él sepa. Insisto en que es peligroso.
– No. Tú misma me dijiste que no había que contarle todo al marido ¿recuerdas?
– Lo recuerdo. Y no puedo desdecirme, amiga. Pero, por favor, si vuelves a toparte con cualquier persona de ese tiempo, dímelo al tiro ¿ya?
– Lo prometo. Pero no te preocupes tanto por mí, que sé cuidarme.
Tomaron sus bicicletas y se fueron juntas. La granja de Carlos estaba en el camino hacia la de Alejandro. Se abrazaron al despedirse. Antonella llegó a la suya cinco minutos después. Estaba oscureciendo. No había terminado de dejar su bicicleta cuando sintió que la llamaban por el IAI.
– Soy Carlos. ¿Has visto por casualidad a Vanessa? Es tarde y no ha llegado …
Pobre Vanessa, pensó Antonella. Carlos quiere asegurarse de que es verdad que estuvo conmigo.
– No te preocupes, Carlos. Estuvo conmigo hasta hace cinco minutos. Seguro que está por llegar.
– Gracias, me quedo tranquilo.
Pobre Carlos también. Espero que no me pase dudar de lo que me diga Alejandro.
* * *
Pasó un año. Los negocios de la Cooperativa Renacer prosperaban más rápidamente de lo que nunca hubieran imaginado los granjeros. Eran ya más de doscientos los socios, y noventa los predios adscritos al sistema comercial que crearon alrededor del Almacén. Los productores agrícolas se coordinaban para producir sin competir entre ellos, planificando los tipos y cantidades de cada producto, y asegurando también con ello una correcta rotación de los cultivos para que la tierra mantuviera la mejor productividad. Para que todos estuvieran de acuerdo y cumplieran siempre lo planificado, idearon un sistema de precios y de subsidios internos, tendiente a garantizar que cada granjero obtuviera anualmente un monto similar de ganancias, aunque proporcional a su producción, independientemente del cultivo que les correspondiera asegurar. Después de que lo idearon y comenzaron a probarlo, comentaban que era un sistema tan obvio, y sin embargo a nadie se le había ocurrido antes de formar la cooperativa.
Con los buenos resultados del negocio pudieron instalar tres nuevos puestos de ventas en la ciudad, y compraron un camión con el que diariamente transportaban los productos desde las granjas hasta los puestos de ventas. Y lo más sorprendente para ellos fue que lograron una gran clientela fiel y constante, no sólo de personas y familias sino también de verdulerías y de otros negocios, que se fueron sumando al sistema monetario de los Alientos, llegándose a realizar a lo largo y ancho de El Romero y de los Campos de el Romero Alto, un notable proceso de desarrollo local autosustentado.
“El trigo y la cizaña crecen juntos, y Dios hace llover sobre justos e injustos”, dicen los Evangelios. Así estaba ocurriendo, en efecto, porque al mismo tiempo que prosperaba la Cooperativa Renacer lo hacía también la Colonia Hidalguía.
El criptomoney–sistem–game–hologramatic había comenzado a funcionar con gran éxito, y la recepción de dinero que el sistema iba dejando en manos de Gajardo era mayor a la capacidad de inversión, gasto y consumo que la Colonia Hidalguía podía realizar.
Lo único que Gajardo lamentaba era no haber llegado a conseguir las doce mil hectáreas que le hubieran permitido constituirse como Colonia Comunal Autónoma. Pero con el sistema monetario virtual, incontrolable por el Estado, el objetivo de reducir al mínimo el pago de impuestos, uno de los fines por los que le interesaba ser Comuna, ya estaba en gran parte logrado. Y cuando Gajardo escuchó el rumor de que la Cooperativa proyectaba crear una nueva escuela para los hijos de los parceleros de Los Campos de El Romero Alto, decidió también ampliar su oferta escolar, reduciendo al mínimo los costos de matrícula, y creando un sistema de becas para atender a los niños de quienes no estuvieran en condiciones de pagar. Inició aceleradamente la ampliación de la escuela que mantenía en la ciudad, y programó un nuevo recinto educacional en la Colonia.
Así, el enfrentamiento con la Cooperativa, que se había desplegado en torno al control de las aguas y a las compras y posicionamiento de las propiedades, y que concluyó con los procesos judiciales que terminaron empatados, continuaba ahora por el control de la educación de los niños. Un frente de batalla que ambos contendientes consideraban decisivo.
* * *
Gajardo y Kessler, sentados en traje de baño frente a la piscina temperada en la que se habían bañado en compañía de dos hermosas prostitutas, compartían una botella del mejor ron que tenían en bodega. Después de un nuevo sorbo y de echarse atrás en la poltrona Gajardo exclamó:
– ¡Necesito una chica! La más hermosa y sexy. Debe ser apenas mayor de edad para no tener problemas.
– Que no te bastan ellas – respondió Kessler indicando con la mano a las dos jóvenes que desnudas tomaban el sol al otro lado de la piscina.
– No la quiero para mí. Es para el sistema.
– Explícame.
– Te explico. En el criptomoney–sistem–game–hologramatic tengo previsto otorgar premios a los participantes que van acumulando inversiones y apostando fuerte. Los genios informáticos y del diseño que tengo trabajando en el Recinto 9, tienen listo un sistema que permite trasmitir un holograma háptico en 3D, a distintos usuarios del sistema.
– ¿Qué es eso de un holograma háptico?
– Imagina que estás en tu habitación, y que aparece una bellísima muchacha frente a tí. No ella, sino su imagen, en tres dimensiones, formada mediante una inmensa cantidad de fotogramas. Pero no es sólo imagen, sino que esa imagen proyectada, la puedes tocar, o sea la sientes en el tacto casi como sin fuera real. Imagina que, de acuerdo a tus deseos, pero limitados por los puntos que hayas ganado previamente en el sistema, puedes interactuar con ella.
– ¿Cómo así?
– Por ejemplo, le puedes sacar la blusa, y después el sostén, y dejarla descubierta. Y puedes hacer que se tienda en la cama, y que abra las piernas, y que se mueva. Pero, claro, todo eso, solamente después de que hayas acumulado muchísimos puntos. Hay que merecerla, hay que invertir en nuestra criptomoneda, y jugar y apostar, arriesgando cada vez un monto mayor de dinero. ¿Qué te parece? ¿No es genial?
– Sí – respondió Kessler – es genial; pero yo prefiero hacer todo eso con esas chicas que tenemos al frente ¿no crees?
– En efecto, he comprobado que no inviertes en nuestra criptomoneda ni juegas ni apuestas. Y no te culpo por ello. Pero no todos son así ni tienen las oportunidades que tenemos aquí con las mujeres. Además, para los participantes en mi sistema todo se mantendrá oculto, en el más total anonimato. No temerán ser descubiertos. No temerán ser castigados. No tendrán miedo a que la mujer lo traicione. Y sin ninguna culpa, porque todo será virtual. Podrías incluso golpear a la chica, violarla, hacerla hacer lo que quieras, siempre que se haya programado antes.
– Te entiendo bien, Ramiro. Entiendo que lo que necesitas, es una chica que se deje fotografiar y filmar en todas las actitudes y acciones sexuales que a tí y a tus expertos del Recinto 9 se les ocurra. Para encontrarla te puedo organizar un casting.
– No. Esto debe mantenerse en secreto, porque si llamas a un casting vendrán miles de chicas pretendiendo quedar seleccionadas. No. Te pido que la busques y escojas tú. Ojalá que nadie sepa de qué se trata. Y puedes pagarle todo lo que pida, y mucho más. Hablo de millones ¿me entiendes? Pero debe ser ¿cómo te lo explico?, tan bella y sexy, y al mismo tiempo tal inocente y entregada … como Vanessa, aquella chica tuya fascinante, la venezolana.
Kessler dio un salto en la poltrona al oír el nombre de la chica que, ya le había venido a la mente con la descripción que había hecho su jefe que era la chica que necesitaba.
Dudó si contarle al jefe que ella se encontraba en El Romero, que Rosasco la había visto, aunque todos los intentos que había hecho el abogado por encontrarla habían sido inútiles. En sus noches de insomnio, pensando en Vanessa, Kessler había imaginado la manera de encontrarla; pero no podía hacerlo pues se necesitaba mucho dinero, y no tenía modo de justificar ante Gajardo tanto gasto. Pero ahora sí. ¡Ya podría encontrarla! Aplicaría el plan, pero sin decirle a Gajardo que era precisamente a Vanessa a quien buscaría.
Kessler explicó su plan al jefe. Para encontrar a la chica más bella, más sexy y más inocente, como tenía prohibido convocar a un casting, debía colocar en todos los lugares públicos, a la salida de las escuelas y de los cines, en las plazas y en los lugares de juego, incluso en los bares, diminutas cámaras que registrarían a las paseantes. Él seleccionaría las mejores, e iría a hablar con ellas, hasta conseguir a la chica perfecta.
– Todo eso ¿cuánto costaría? – quiso saber Gajardo.
Kessler ya había hecho el cálculo, incluyendo el costo de un sistema que seleccionaría automáticamente las imágenes que incluyeran bicicletas y rostros de mujeres, descartando el resto.
– Unos dos millones.
– Es mucho.
– Pero, jefe, piense que además podría servirnos para estar siempre al tanto de lo que sucede en la ciudad.
Gajardo lo pensó un momento, concluyendo:
– Mmm! Tienes razón. Te traspasaré el dinero. Pero necesito tener el resultado a más tardar en tres meses.
– Es poco, jefe, porque la instalación de las cámaras no puede hacerse a la vista de todos. Hay que aprovechar las noches, y producir los cortes de luz necesarios para actuar sin ser vistos, o si somos vistos, sin ser reconocidos.
– Está bien. Confío en tí.
– Ramiro, usted sabe que cuando me encarga algo me pongo entero a cumplirla.
– Lo sé, Conrado, lo sé. Terminemos ahora esta botella.
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