SÉPTIMA PARTE - EL BUEN DINERO Y EL DINERO MALO. I. Como el trigo y la cizaña

SÉPTIMA PARTE

 

EL BUEN DINERO Y EL DINERO MALO

 

I.


Como el trigo y la cizaña, la Cooperativa Renacer y la Colonia Hidalguía crecían una junto a la otra. La Colonia incrementaba semana a semana la mano de obra necesaria para la construcción de las infraestructuras y para operar en las plantaciones agrícolas e industriales, con obreros que llegaban atraídos por la oferta de trabajo remunerado. Se puso en marcha también, al interior de la Colonia, la Escuela de Oficiales destinada a continuar la formación militar y tecnológica de los adolescentes y jóvenes que se destacaban y reclutaban en la Escuela Hidalguía de la ciudad. Como la población trasladada estaba compuesta en su gran mayoría por hombres, la Colonia instaló además, no muy lejos de la Escuela de Oficiales, un burdel donde se prestaban servicios sexuales. que los trabajadores pagaban con elevadas cantidades de fichas y vales que la tesorería de la Colonia emitía y cambiaba por el dinero que ganaban con gran fatiga y sudor.

Más abajo, en los Campos de El Romero Alto, la Cooperativa también se expandía, con la llegada de los jóvenes apoyados por el CCC para levantar sus casas y sus granjas en los predios abandonados que fueron asignados a Renacer. Gran impulsor de este desarrollo fue Carlos Cortés, quien había sido el fundador y durante años el líder organizador de una Comunidad Ecológica asentada en Batuco, cerca de Santiago, que se había relacionado con el CCC después de que salvó y trasladó a la escritora Matilde Moreno, secuestrada por la CIICI, el día de su famosa conferencia.

Con su incansable trabajo y entusiasmo, Carlos Cortés había convencido y movilizado a numerosas parejas de profesionales y técnicos, así como a varios propietarios de predios vecinos a los suyos, con el proyecto de crear una Aldea Comunitaria, para cuya aprobación en la Cooperativa Renacer y para el apoyo financiero del CCC, contó con el decidido respaldo y colaboración de Alejandro y de Antonella.

Se daba así la especial circunstancia de que Alejandro y Carlos, los dos líderes del proyecto RENACER, uno como Presidente de la Cooperativa y el otro como Coordinador de la Aldea Comunitaria, se encontraban habitualmente en la casa del uno o del otro, acompañados por Antonella y por Vanessa. Las dos mujeres se habían conocido y entablaron amistad cuando estuvieron secuestradas en el bunker de Kessler. Ahora, además de los proyectos que realizaban con sus respectivos maridos, compartían el secreto de la infidelidad de una de ellas con el esposo de la otra, ocurrida ocasionalmente varios meses atrás.

Antonella la había perdonado pero no olvidaba lo sucedido, y Vanessa lo sabía, generándose una comprensible distancia emocional entre ellas. Una situación que habían aclarado hacía tiempo, y sobre la cual habían vuelto a conversar cuando ambas supieron que vivirían muy cerca. Vanessa le había prometido a Antonella que nunca volvería a estar siquiera cerca de Alejandro; pero eso no era ya posible. Unos hechos y circunstancias imprevisibles las habían llevado a vivir como vecinas y a compartir trabajos, convivencias y preocupaciones.

* * *

Ramiro Gajardo estaba furioso. Su plan de alcanzar la posesión de doce mil hectáreas, cantidad necesaria para adquirir el estatus de Comuna independiente que le permitiría una especial autonomía institucional y política, se había dificultado seriamente por unos hechos desgraciados acontecidos unos meses antes.

La noticia del apaleamiento de Raúl por un alumno de la Escuela Hidalguía fue tema de conversación durante varias semanas en todo El Romero y sus alrededores, porque en una pequeña ciudad de provincia, sucesos que afectan a alguno de sus habitantes se convierten durante mucho tiempo en tema de conversación obligado entre los vecinos. El caso había trascendido, además, porque el papá de Lucía, que tenía la peor de las opiniones sobre la pedagogía de Hidalguía, convenció a los padres de Raúl de que presentaran el caso como intento de homicidio frustrado, pero dirigiendo la denuncia no contra el niño agresor sino contra el profesor de estrategia militar al que acusaron de incitación a la violencia.

De poco sirvió que Gajardo expulsara al profesor y al director de la escuela. Los testimonios que dieron uno a uno los alumnos y los apoderados de la escuela de Antonella hicieron que la controversia judicial se prolongara, concitando una constante atención de la gente, así como un debate en las redes sociales sobre los modelos pedagógicos de las dos escuelas. Un debate que se fue extendiendo hasta abarcar todo el proyecto de la Colonia Hidalguía, que era confrontado con el proyecto de la Cooperativa Renacer.

La reputación de los proyectos es esencial para el éxito de cualquier proyecto. Y mientras la reputación de la Cooperativa se elevaba, la de la Colonia caía. Pero la reputación es sólo un elemento de la ecuación. Gajardo contaba con un arma poderosa, el dinero, que disponía en abundancia y que se multiplicaba a medida que su proyecto avanzaba.

Las cantidades de dinero que Gajardo había empleado en las obras de infraestructura de la Colonia eran enormes. La construcción del bunker subterráneo, las obras de la represa y el embalse, la compra de las turbinas, los sistemas de generación, transporte y acumulación de energía eléctrica, la canalización de las aguas, la construcción de la Villa de los ejecutivos, de las viviendas de los empleados y de los campamentos de los obreros, la escuela en la ciudad y la escuela al interior de la Colonia, la compra de las propiedades de los parceleros, y muy especialmente el Recinto-9 cuyo destino solamente él y Kessler conocían, se habían realizado con casi un veinte por ciento de sobre costo respecto de lo presupuestado. La cifra sería bastante mayor si no fuera porque a través del sistema de los vales y fichas la Colonia lograba recuperar el cuarenta por ciento de los pagos de remuneraciones.

Las obras de infraestructura en la Colonia estaban prácticamente terminadas, y las actividades agrícolas, industriales y de servicios se sostenían por sí mismas. En instalar y poner en funcionamiento todo aquello, Gajardo había invertido casi todo el dinero que pudo conseguir. Estaba contento de lo logrado; pero sus planes eran mucho más ambiciosos. Los había elaborado cuidadosamente y era el momento de pasar a la Cuarta Etapa del plan estratégico.

Todo estaba listo y preparado en el misterioso Recinto 9 al que había hecho llegar por conductos subterráneos, desde la Central Generadora instalada en la represa hasta la Central Transformadora al interior del Recinto 9, la corriente de alta tensión, necesaria para operar los sistemas electrónicos y los poderosos equipos informáticos y de computación que había comprado en Corea y que pronto llegarían a la Colonia. Ocho ingenieros informáticos del más alto nivel ya estaban diseñando los sistemas que Gajardo les había encomendado.

* * *

Vanessa estaba cansada. Había terminado de realizar una serie de trámites que le habían encargado. Miró el cielo y, comprobando que el tiempo estaba calmo y que nada permitía prever un cambio, aunque era algo tarde y pronto empezaría a oscurecer, decidió servirse un café. Siempre que iba a la ciudad se vestía de un modo que inevitablemente despertaba el interés y la mejor disposición de los burócratas con los que debía tratar. Esta vez iba en minifalda y con una blusa casi trasparente. Su entrada al bar no pasó desapercibida para el grupo de hombres que conversaban sentados en una de las mesas.

A Vanessa le gustaba que la miraran y admiraran la belleza de su cuerpo perfecto. Era algo que venía desde que, estando bajo la protección y el dominio de Kessler, se bañaba desnuda en su piscina frente a Gajardo y a los otros hombres a los que prestaba sus servicios sexuales. Ese modo desinhibido de vestirse era algo que a Carlos molestaba sobremanera. Desde que se casaron fue varias veces motivo de discusión. Pero ella no podía evitarlo, y aunque se vestía al gusto de él cuando estaba en la granja, cada vez que iba a la ciudad lo hacía como ella quería. Le explicaba que así lograba realizar más fácilmente los trámites que le encomendaban, pero no lo convencía.

Vanessa se sentó ante el mesón en un taburete, mostrando las piernas a los que quisieran mirarlas. Pidió un café. Uno de los hombres que estaban en la mesa se levantó y fue a sentarse a su lado.

– Hola Vanessa. ¡Qué bella estás!

Se sobresaltó a escuchar su nombre. Le costó reconocerlo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo con él. Y eran tantos los hombres que en aquellos años tuvo que atender. Recordaba solamente que éste era abogado y que se llamaba Benito. Nunca fue un buen amante, por lo que las veces que Kessler le pidió que fuera a verlo simulaba sentir placer para dejarlo contento y que le diera una buena propina.

– Ya no trabajo – le dijo Vanessa girando en el taburete para alejar su pierna de la mano que Rosasco había puesto en su rodilla.

– Uy, qué esquiva estás. Si no te haré nada que no te guste, y ando con bastante dinero en el bolsillo.

Vanessa se levantó, dejó el café sin beberlo y fue a pagar a la caja.

Benito Rosasco la siguió, diciéndole:

– ¿Que no recuerdas lo bien que lo pasamos?

Vanessa no le respondió. Pagó, salió, tomó la bicicleta que había dejado encadenada en el ingreso del local, y partió a toda velocidad rumbo a su casa. Rosasco, desde la puerta del bar, estuvo mirándola hasta que se perdió en la distancia.

Vanessa no esperaba ni se había imaginado volver a encontrarse con alguno de esos hombres. Había dejado atrás, en el olvido profundo, los tiempos en que vivió protegida y sujeta a los caprichos de Kessler. Antonella le había advertido que éste estaba cerca, en la Colonia; pero ella no quiso siquiera pensar que fuera peligroso estar tan cerca de ese hombre.

Cada vez que regresaba de la ciudad Vanessa acostumbraba relatar a su marido con detalle todo lo que había hecho. Esta vez omitió el incidente en el bar, pues sabía que si le hablaba de su encuentro con Rosasco sería motivo de una nueva discusión. Carlos conocía el pasado triste de Vanessa. Ella se lo había contado todo y él la había aceptado tal como era, enamorado como estaba. Su modo de ser desinhibido le molestaba cuando ella lo mostraba en público; pero él gozaba como nunca hubiera sospechado que fuera posible, cuando estando solos ella le prodigaba su encantador e intenso erotismo.

Pocas veces se había atrevido a decirle que gastaba mucho dinero comprando esos tan caros productos cosméticos, ni que dedicaba demasiadas horas del día a embellecer su cuerpo. “¿Acaso no te gusta que sea bella?” era la respuesta que Vanessa le daba con su más encantadora sonrisa. Y una vez agregó: “Y es bien poco el dinero que me dejas”. Carlos no le respondió, aun sintiendo que ese reproche era completamente injusto pues le pasaba todo lo que quedaba después de pagar las cuotas del crédito que había tomado con el CCC y de realizar las obras comprometidas con la Cooperativa.

Carlos entendía que a Vanessa, que nunca había vivido en el campo, le desagradaran los trabajos agrícolas, que no eran apropiados para su naturaleza delicada. Por eso habían decidido que ella se encargara de todos los asuntos que hubiera que realizar en la ciudad. Y cada vez que salía del campo y partía a la ciudad, lo que sucedía varias veces en la semana, Vanessa se preparaba convenientemente y lo cumplía todo feliz y contenta, regresando siempre mejor dispuesta para complacer a su esposo.

Cuando se quedaba en la granja Vanessa se paseaba, se tendía en el césped, o se acercaba a conversar con las personas que estuvieran trabajando. Carlos le había prometido que algún día construiría la piscina con que ella soñaba. En sus planes había muchas otras cosas que hacer antes; pero ella insistía, siendo éste otro motivo de discusión entre ellos.

Una tarde en que estaban solos en la granja Carlos vio que Vanessa tomaba un atado de cañas de bambú que él había comprado con la intención de construir un gallinero. Tendiendo las cañas sobre el césped observó que ella delimitaba un gran rectángulo. Ahí quiere la piscina. Cuando terminó de colocar las cañas, Vanessa entró a la casa y regresó cubierta con una gran toalla blanca. Al acercarse al rectángulo dejó caer la toalla y, enteramente desnuda, entró al rectángulo de un salto y empezó a simular que nadaba, moviéndose sinuosamente para que él apreciara sus encantos. En su ingenuidad Vanessa creyó que de ese modo convencería a su marido de que adelantara la construcción de la piscina: pero lo que en realidad logró fue que Carlos decidiera en ese instante que dejaría incumplida su promesa por siempre.

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