PRIMERA PARTE
RENACER E HIDALGUÍA
I.
Alejandro se despertó sobresaltado. Se levantó de la cama tratando de no despertar a Antonella y caminó en puntillas hacia la ventana, sin encender la luz. Era la segunda vez que veía pasar de noche una retroexcavadora. Había visto no hacía mucho y siempre de noche otras máquinas que antiguamente se empleaban en la construcción, y también una serie de camiones de tolva cargados de materiales.
– Todo eso es muy extraño – le comentó a Antonella que se había asomado también a mirar lo que pasaba.
– Sí, algo grande deben estar construyendo en alguna parte; pero lejos de aquí, porque el ruido de los motores se escucha en el silencio de la noche hasta que se extingue a la distancia.
Desde que se había terminado el petróleo y después de la Gran Devastación Ambiental habían visto cantidades enormes de antiguos camiones y máquinas como esas, abandonadas en las carreteras o amontonadas por el gobierno en gigantescas montañas de chatarra que se podían ver desde lejos; pero nunca las habían visto funcionando, porque desde antes de que ellos nacieran, los medios de transporte y de carga eran pequeños y movidos casi todos con energía eléctrica, la que se acumulaba en las baterías HT9 que, aunque muy perfeccionadas, eran incapaces de mover máquinas tan pesadas.
– Debe ser gente muy poderosa y rica – comentó Antonella.
– Sí, y no muy santa, porque mueven sus máquinas de noche …
– ¡Mmm! No me gusta nada esto.
– A mí tampoco. Vinimos a vivir al campo para estar tranquilos y quizás que cosas oscuras se están tramando por estos lados.
– Algún día sabremos de qué se trata. Pero ahora volvamos a dormir, que mañana tenemos mucho que hacer en la escuela.
La casa de Alejandro y Antonella estaba a cien metros del camino de tierra por donde pasó la retroexcavadora. Sus vecinos más cercanos eran los de una familia numerosa que vivía al otro lado del camino, en un viejo caserón de adobes construida en la falda de una empinada colina. En la zona no había luz eléctrica aunque a la orilla del camino se podían ver algunos postes del viejo sistema de alumbrado público, ahora enteramente inútiles, que habían resistido los embates de los temporales de vientos y lluvias, relámpagos y rayos.
Alejandro y Antonella habían comprado la casa y la hermosa granja en que vivían. Estuvo abandonada desde que fallecieron sus dueños. De ella se habían hecho cargo los hijos que vivían en Santiago y que no tenían la menor intención de volver a vivir en el campo. En el predio había diversos árboles frutales, destacándose dos grandes higueras, tres nogales, un enorme castaño y varios naranjos, limoneros y olivos. La casa era de construcción sólida y muy bien diseñada, lo cual demostraba que fue de una familia de clase alta. Pero como era muy poca la gente que actualmente quería irse a vivir al campo, la propiedad estuvo en venta durante años bajando su precio constantemente, por lo que Alejandro y Antonella pagaron bastante menos de lo que, al verla y entusiasmarse con ella, imaginaron que costaría.
Recibieron la casa incluso con sus antiguos muebles, que limpiaron y repararon con dedicación y arte, de manera que ahora vivían muy cómodamente, además de estar bastante protegidos de las inclemencias del tiempo. Eran, además, casi enteramente autosuficientes, pues habían construido un invernadero donde producían todo tipo de hortalizas, un gallinero con ocho gallinas y un gallo, una crianza de conejos, cuatro ovejas y un perro guardián. También repararon una noria que les proporcionaba toda el agua necesaria, que extraían con una bomba movida por paneles fotovoltaicos, los mismos que daban electricidad a la casa. Y lo mejor era que la propiedad no estaba lejos de la pequeña ciudad de El Romero, a la que Antonella y Alejandro llegaban en bicicleta en sólo veinte minutos.
Trabajaron mucho durante dos años. Ahora estaban más aliviados pues solamente debían mantener lo ya construido, y promoverlo como un Centro de Desarrollo Humano Sustentable, el sueño de Alejandro, vinculado al proyecto de una cooperativa campesina, y de una escuela en la ciudad, que era el sueño ya cumplido de Antonella.
* * *
El ex-general Conrado Kessler se sentía satisfecho con el avance de las obras, que iban en un 85 % de lo proyectado. El búnker subterráneo estaba terminado y ya provisto de todo lo necesario para que allí pudieran cobijarse cuarenta personas y resistir cualquier ataque durante meses. Estaban completando la construcción de las bodegas de acopio y almacenamiento de provisiones. Siete viviendas fortificadas estaban también habitables, mientras avanzaban en la obra gruesa de las edificaciones para los milicianos y los obreros con sus familias. Con la retroexcavadora recientemente recibida esperaba completar la ampliación del tranque y la extensión de los antiguos canales de regadío, que debían abarcar las ocho mil seiscientas hectáreas de la hacienda, incluidos los bosques y las quebradas que bajaban desde la cordillera. Todavía no habían terminado las obras de un misterioso Recinto 9 ni la Escuela de Oficiales, y faltaba iniciar la piscina, obra que su jefe decía que era “la guinda de la torta”, la feliz culminación de todo el proyecto.
Ramiro Gajardo era ‘el jefe’, como lo llamaban todos. Durante la Dictadura Constitucional Ecologista fue un férreo Ministro del Interior, y cuando se estableció la democracia y fue destituido, impulsó la creación del Partido por la Patria, una organización de corte fascista y populista en la que aglutinó a gran parte de los que junto con él fueron desplazados de sus cargos en el gobierno. En las dos etapas de su actividad política fue secundado por su fiel amigo y disciplinado general Conrado Kessler, actualmente exonerado y con el que había compartido varios meses de cárcel, quien fue durante años el Director de la CIICI (Central de Información, Inteligencia y Control Ideológico), el temido servicio represivo de la dictadura.
El Partido por la Patria conspiró contra la democracia y estuvo cerca de recuperar el control del Estado, pero sus dirigentes cometieron un error táctico de proporciones al secuestrar a una joven inocente llamada Antonella Gutiérrez, hecho que al ser descubierto significó que Gajardo, Kessler y varios de sus secuaces fueran condenados conforme al nuevo Código de Justicia Penal que había sido instaurado junto con el restablecimiento de la democracia. Una condena que muchos consideraron muy benigna dada la gravedad de los delitos que estos hombres cometieron; pero los jueces tuvieron que considerar que habían sido altas autoridades en el régimen anterior, gozaban todavía de un importante apoyo ciudadano, en un momento en que las autoridades democráticas no querían que se acentuaran las divisiones y los conflictos políticos en el país.
Gajardo y Kessler se mostraron arrepentidos de sus delitos y se comportaron del mejor modo durante el período de su reclusión, ganando numerosos ‘puntos buenos’ que les significaron una importante reducción de los tiempos de su condena. Pero apenas se vieron libres tejieron rápidamente sus redes de poder y de apoyo, recibiendo importantes donaciones de poderosos empresarios y de algunos estados extranjeros que todavía se mantenían en dictadura.
Mientras estuvo recluido Ramiro Gajardo diseñó una nueva estrategia de poder, destinada en una primera fase a acumular fuerzas para una resistencia prolongada, cuyas bases materiales eran las obras que estaban a cargo del ex-general Conrado Kessler, y que Gajardo había bautizado como Colonia Hidalguía.
* * *
Gajardo y Kessler, que estuvieron durante más de quince años en el centro del poder, conocían mejor que nadie las debilidades del Estado. El fenómeno social conocido como el Levantamiento de los Bárbaros, bandas de delincuentes, desadaptados y marginados sociales que asolaron barrios enteros de las ciudades y que incendiaron vehículos, edificios institucionales, escuelas y negocios, y la posterior Gran Devastación Ambiental que sobrevino al acelerarse el cambio climático, habían derivado en una gran crisis económica que terminó con el Derrumbe del Poder, esto es, el deterioro acelerado de las finanzas internacionales y de los grandes grupos económicos que habían concentrado la riqueza y que controlaron los medios de comunicación y las empresas de tecnología avanzada a nivel global.
En los viejos tiempos conocidos como ‘de democracia’, los Estados nacionales y los gobiernos dependían estructuralmente de ese Poder económico, financiero y mediático, que los financiaron durante al menos dos siglos mediante los impuestos y a través de los pagos ‘informales’ con que los corrompían y controlaban. Al caer esas fuentes de sostenimiento los Estados y los gobiernos quedaron reducidos a las pocas estructuras de poder que lograron sostener, y no fueron capaces de atender las mínimas demandas sociales.
Los primeros servicios desmantelados fueron la educación pública y los sistemas de salud y previsión social. En seguida debieron reducir al mínimo indispensable los centros del poder estatal distribuidos territorialmente, a saber, las provincias y las municipalidades. Pero después, durante la Dictadura Constitucional Ecologista, el Estado recuperó fuerza y pudo mantener el control social mediante la represión, ejercida con decisión, después de que el ejército logró retirar todas las armas que tenían los habitantes. Se había llegado así a cumplirse el eterno desafío estatal de mantener el monopolio de la tenencia y uso de las armas, y de someter a la población por el miedo que la misma dictadura generaba a través de la represión policial y militar de todo indicio de organización política y de autonomía civil.
La Dictadura Constitucional Ecologista, al comienzo apoyada por la inmensa mayoría de la población que sólo deseaba el restablecimiento del orden y que se emplearan todos los recursos en la recuperación del medio ambiente, se sostuvo durante diecisiete años. Durante ese tiempo la sociedad se dividió en dos sectores. Una parte de la sociedad logró mantener ciertos niveles de bienestar, de empleo controlado de energía eléctrica, y de acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones que continuaron avanzando, pero que eran ahora de altísimo costo para los usuarios. La otra parte de la sociedad sobrevivía en la pobreza y la marginación, sin acceso a los servicios públicos, trabajando informalmente, y estando fuertemente controlada por la policía. Los trabajadores más eficientes y con suerte lograban conseguir empleos más estables pero muy mal remunerados.
Cuando cayó la Dictadura Constitucional Ecologista el Estado perdió la capacidad y voluntad de represión que había sido la fuente principal de su poder, y ahora se sostenía solamente en el apoyo moral que le daba la ciudadanía. Pero ésta se encontraba abrumada por la muy difícil lucha que cada persona, familia y comunidad debían dar cada día por su propia sobrevivencia, en las tan difíciles condiciones en que la naturaleza había puesto a la especie humana en el planeta que no supo cuidar y que había devastado.
Gajardo, habiendo ejercido durante casi dos décadas el cargo de Ministro del Interior, había acumulado una gran fortuna chantajeando empresas y exigiendo pagos desorbitados por la protección que ofrecía a los negocios frente a la delincuencia. Todo eso lo realizaba en complicidad con su fiel amigo Kessler, quien dirigía a su antojo la CIICI y actuaba como el jefe de una verdadera y poderosa mafia disciplinada e institucionalizada. Era en base a esa gigantesca fortuna y a sus relaciones con otros individuos y grupos poderosos que Gajardo y Kessler habían emprendido y estaban realizando su tercer proyecto de poder y enriquecimiento.
* * *
Alejandro y Antonella decidieron visitar a la familia que vivía en la ladera del cerro frente a su casa. No habían tenido tiempo para hacerlo antes, porque además de los trabajos de la granja dedicaron mucho tiempo a encontrarse con los papás de los niños que serían los alumnos de la Escuela de Antonella. Como ésta ya estaba ahora funcionando, había llegado el momento de dar comienzo al segundo proyecto que tenían en mente: organizar una cooperativa campesina asociando a los granjeros y pequeños productores de la zona, y con ellos dar vida al Centro de Desarrollo Humano Sustentable.
Por la experiencia que tenían por haber participado ellos mismos y sus padres en el Consorcio Cooperativo CONFIAR, conocido en el país y en gran parte del mundo como el CCC, sabían que antes de proponer a los campesinos su iniciativa debían ganarse su confianza y trabar amistad. Alejandro había escuchado desde muy niño decir al recordado Juan Solojuán, que el fundamento de cualquier organización comunitaria es la confianza mutua, y que ésta se logra solamente con el tiempo necesario para que las personas se conozcan y descubran lo que tienen en común.
Don Manuel, el jefe de familia, que los vio cruzar la calle y acercarse a su casa salió a recibirlos, mientras su esposa observaba todo desde la ventana. Seis o siete niños de distintas edades se acercaron también, curiosos por saber de qué se trataba. Para ellos los días se sucedían siempre iguales, a menos que ocurriera algún evento climático imprevisto. Rara vez recibían alguna visita, y siempre tenían trabajo que hacer en el campo, en actividades que antes el abuelo, ya enfermo y que nunca salía de la casa, y ahora don Manuel, encomendaba a cada uno según la edad, el sexo y las capacidades que iban demostrando.
Don Manuel les tendió la mano pero no pronunció palabra ni movió un músculo de la cara. Alejandro entendió que el hombre esperaba que se presentaran y les dijeran el motivo de su visita.
– Me llamo Alejandro Donoso. Ella es Antonella, mi esposa. Vivimos al frente, y como somos vecinos, vinimos a presentarnos.
– ¡Mmm! Bastante tiempo demoraron en venir. Los vimos llegar hace dos años, y desde aquí hemos visto cómo trabajan y los adelantos que han hecho en la Granja que era del doctor don Ernesto.
– Ahora es nuestra – explicó Antonella. – La compramos y nos vivimos a vivir aquí porque nos gusta el campo.
– Yo soy Manuel Rosende, para servirles, y mi esposa es María. Entren a la casa. Las personas que trabajan con sus manos son aquí bienvenidas.
Don Manuel se sentó en la cabecera de la mesa y los invitó a tomar asiento a un costado. María se sumó a la conversación después de ofrecerles té, limitándose a dejar cuatro tazas en la mesa, un tarro con azúcar y una tetera con agua hirviendo.
– Sírvanse a su gusto, por favor.
Hablaron largamente de gallinas, de ovejas y de conejos. Don Manuel quiso saber detalles sobre las razas de las ovejas, el color de los huevos de las gallinas y el peso que alcanzaban los conejos de la granja de Alejandro. También hablaron sobre los problemas que tenían con los cultivos a causa del cambio climático. Todo eso dio motivo a una conversación que se extendió por casi dos horas.
En un momento en que la señora María se levantó para ir a la cocina, Antonella la acompañó llevando las tazas. Mientras las lavaba le preguntó si los niños sabían leer.
– Los más grandes sí. Yo misma les enseñé. El problema es que solamente tengo un silabario y un antiguo misal que era de mi madre, así que no hay mucho que puedan leer. Además, hay tanto trabajo en la huerta que poco tiempo queda para aprender otras cosas.
Después de un momento agregó: – Dicen que en la Colonia pronto abrirán una escuela.
– ¿Sí? ¿Cómo es eso?
María no respondió, arrepintiéndose de haber hablado más de la cuenta. Revolvió una vez más la olla que estaba cocinando y regresó al comedor seguida de Antonella. Se paró al lado de su esposo y dijo con autoridad:
– Ya se puso el sol hace rato y está anocheciendo.
Don Manuel siguió conversando sin hacerle caso. María insistió:
– Manuel, es hora de que entren los niños. Tenemos que preocuparnos de nuestras cosas. Y pronto llegará José.
– ¿Quién es José? – se atrevió a preguntar Alejandro
– José es nuestro hijo mayor y llega siempre muy cansado del trabajo …
Alejandro y Antonella entendieron el mensaje de María y alzándose tendieron la mano a Manuel Rosende y su señora para despedirse.
– Fue muy grato estar con ustedes – dijo Alejandro.
– Sí – confirmó Antonella – Aprendimos mucho. Y el té estaba muy rico. Cuando quieran vengan a visitarnos.
– Gracias, algún día iremos a verlos – prometió la señora María.
– Sí. Ahora los acompaño hasta la calle – agregó don Manuel.
Ya en su casa Antonella le contó a Alejandro lo que había dicho doña María sobre una Colonia y una escuela que abrirían pronto.
– Tenemos que saber más sobre eso. Tal vez se relaciona con los camiones y la retroexcavadora. Debemos volver a conversar con los vecinos lo antes posible.
– Sí. Cuando estabas en la cocina le pregunté a don Manuel si había escuchado en la noche pasar la máquina; pero se limitó a levantar los hombros como quien dice que de eso no sabe nada, o que no le importa.
Alejandro se instaló a mirar por la ventana. Quería saber por donde llegaba José del trabajo. Pasó una hora y estaba ya oscuro cuando alcanzó a ver un joven que venía por el camino desde la dirección hacia donde habían pasado los camiones y las máquinas. Lo siguió con la vista hasta que el hombre subió por la colina y entró a la casa de los vecinos.
Volviendo donde Antonella reflexionó:
– Debemos conversar de nuevo con los vecinos. Lo antes posible. Y que nos cuenten lo que saben sobre esa Colonia.
– Y sobre esa escuela –agregó Antonella. – El problema es que de acuerdo a las costumbres campesinas la próxima visita la deben hacer ellos a nosotros.
– Y no es seguro que quieran hablar de eso.
– Ya pensaré algo para hacerlos hablar. ¡Déjamelo a mí!
Alejandro le sonrió. Sabía que Antonella era capaz de hacer hablar a un mudo. Y yo haré mi parte, pensó.
* * *
Pasaron tres semanas casi sin darse cuenta, pues Antonella y Alejandro estuvieron dedicados a los trabajos de la granja y a avanzar en el diseño de los programas de estudio que pensaban desarrollar en la Escuela.
Fue un domingo, cuando el sol todavía brillaba entre las nubes, que divisaron a doña María, don Manuel y José bajando por la ladera. Expectantes los vieron detenerse antes de cruzar la calle. Alejandro se apresuró en ir a su encuentro.
Junto a Antonella les hicieron un recorrido por la granja. Los llevaron a ver la crianza de conejos, el gallinero y el huerto orgánico, dándoles extensas explicaciones que interesaron mucho a los visitantes. Mientras caminaban hacia la casa Alejandro ofreció enseñarles todo lo que quisieran sobre esos modos de cultivo y de crianzas.
Los dos jóvenes anfitriones pensaban que con tantas explicaciones se habrían ya ganado la confianza de los vecinos. Y era así, pero no lo suficiente para que le respondieran la pregunta que le hizo Antonella a José sobre su trabajo.
Alejandro pensó que era el momento de poner su parte. Antes de que Antonella llegara de la cocina con el té y unas galletas, dispuso vasos en la mesa, abrió una botella de aguardiente e invitó a brindar por la amistad que había nacido entre los vecinos.
Cuando tres horas después empezaba a oscurecer, Antonella y Alejandro estaban satisfechos con lo que habían sabido. Que era todo bastante sospechoso lo pensaron porque la señora María les repitió muchas veces, ante cada cosa que don Manuel y José les contaban, que no debían decirle nada a nadie, porque ‘esa gente’ no quería que nada de lo que estaban haciendo en la Colonia se comentara fuera de la hacienda.
Lo que supieron Alejandro y Antonella fue que a unos veinte kilómetros hacia la cordillera se estaban abriendo caminos, construyendo casas y galpones, una represa, canales de riego y otras obras cuyo sentido José no comprendía. Lo habían reclutado para trabajar asalariado hacía cuatro meses. Con él trabajaban unos doscientos hombres y unas treinta mujeres. La mayoría de ellos vivían en la zona, más cercanos de la hacienda de lo que estaban ellos. Algunos que no eran del lugar vivían en un campamento que se había instalado en la misma hacienda.
– El trabajo es muy duro y la paga es poca – confesó José –, pero nos dan un plato de comida todos los días. Y además nos entregan un paquete de arroz o de fideos cada semana para que llevemos a nuestras casas.
Cuando Alejandro le preguntó si había firmado algún contrato de trabajo José dijo que algo había firmado, pero que no le habían dado una copia.
Don Manuel Rosende estaba orgulloso de que su hijo estuviera ganando dinero, que aunque poco, les era muy necesario. A doña María en cambio ese trabajo de José no le gustaba nada, porque el pobre llegaba todas las noches destruido de tanto trabajar. Afirmó que a su hijo lo explotaban miserablemente.
– Además – explicó –, eso de la represa que están construyendo no me gusta nada, porque el agua del arroyo ha disminuido mucho desde que llegó esa Colonia.
* * *
Ese último comentario de la señora María le dio vueltas en la cabeza a Alejandro durante toda la semana. El sábado siguiente tenía las ideas claras y tuvo una larga conversación con Antonella.
– He pensado mucho, mucho, desde que conversamos con los vecinos.
– Me he dado cuenta porque te paseas de un lado a otro y estás más callado que de costumbre.
– ¡Mmm! El asunto es que no me gusta eso de la Colonia, y sobre todo me preocupa lo de la represa, que está haciendo escasear el agua que riega las chacras de los campesinos. Además, me temo que sigan contratando a los jóvenes más fuertes, por una paga miserable, y que las familias campesinas se terminen empobreciendo al no contar con su trabajo en las granjas.
– Tienes razón. Es para preocuparse. Pero ¿en qué estás pensando?
– Que llegó la hora de que empecemos a formar la cooperativa con los productores campesinos.
– Si lo has pensado bien y estás seguro, debes hacerlo. La Escuela está ya funcionando y no es tanto lo que te necesito en ella. Claro que a mí me ocupa todo el tiempo, y no podré ayudarte como quisiera.
– Lo que necesito, Antonella querida, es tu apoyo y tus consejos. El trabajo yo lo sé hacer por tantos años en CONFIAR. Sabes que nací y me criaron dentro del CCC.
– Te amo, amor mío. Puedes contar conmigo en todo, en todo lo que pueda.
– Lo sé, querida, lo sé. No podría haber tenido más suerte en la vida que haberte conocido y que estemos juntos. ¡Vamos a seguir conversando en la cama!
– ¿Conversando? Como si no te conociera… Pero bueno, vamos.
– Uy, cuánto entusiasmo …
– Es que estoy cansada. Además de los trabajos del día he estado preparando las clases de la semana que viene. Esos niños son muy habilosos y exigentes ¿sabes?
– Lo sé, querida, lo sé. Y los campesinos a los que pienso organizar también lo son, y tienen mucha experiencia.
– Sí, los niños están siendo mis maestros, y los campesinos serán tus maestros.
– Eres muy sabia, querida. A veces pienso que eres demasiado sabia…
– ¿Demasiado, dices? Por supuesto que no. Si lo fuera me tomaría unos días de descanso; pero ahora no puedo. De todos modos, sí, vamos a conversar en la cama…
Días después Antonella fue a Santiago para participar en una Asamblea del CCC, porque su Escuela estaba asociada al Consorcio. Regresó con una caja llena de folletos y juegos pedagógicos especialmente preparados para apoyar la formación de cooperativas campesinas. Traía la muy buena noticia de que la Financiera Cooperativa del Consorcio estaba decidida a entregar a Alejandro el apoyo que necesitara, incluyendo un crédito inicial para la cooperativa, la que una vez formada, podrían asociarla al Consorcio y operar con ella en la forma en que lo hacían todas las empresas asociadas.
Alejandro Donoso se puso de inmediato a la tarea y recorrió gran parte de la zona visitando a los campesinos. Dos meses después contaba con veintiséis personas dispuestas a participar en una primera reunión informal en que analizarían el proyecto de una cooperativa campesina.