IV. Antonella regresó a Los Campos de El Romero Alto

IV.


Antonella regresó a Los Campos de El Romero Alto viajando en el bus de la noche del lunes. Al llegar, Alejandro le contó que en la asamblea de socios habían visto lo sucedido en Santiago y que la habían aplaudido mucho cuando la vieron sosteniendo a Larrañiche en su declaración ante la prensa. Le dijo también que la reemplazó en la escuela y le informó lo que había enseñado a los alumnos.

– Sonó muchas veces tu IAI, que dejaste en el escritorio. Parece que alguien estaba deseoso de hablar contigo.

Antonella imaginó que sería el guardia del Senado, y por las palabras que usó Alejandro para informarla pensó en jugar un poco poniéndolo celoso. Aunque lo había perdonado no podía olvidar que él había dormido con Vanessa.

– Ah! Debe haber sido Jorge.

– ¿Quién es Jorge? – quiso saber Alejandro.

– Un joven uniformado que conocí en Santiago.

– Y le diste tu número …

– Sí. Estuve más de seis horas con él…

– ¡Aha! Entiendo.

Justo en ese momento sonó el IAI.

– Debe ser él nuevamente – dijo Alejandro.

Era Mariella, que la llamaba para saber cómo había llegado y contarle que Tomás Ignacio se estaba recuperando muy bien.

Antonella vio que en el IAI había un mensaje de texto. Era de Jorge. Le decía que la había visto en la tele y que estaba orgulloso de haberla conocido y de haberle ayudado a entrar al edificio. Le contaba también que la había llamado varias veces, pero que no insistiría porque la última vez que lo hizo supo que era casada cuando le respondió uno que dijo que era su esposo.

Antonella sonrió. Con que habló con él y me hizo creer que no sabía nada. Borró el mensaje.

– ¿Quién era?

– Mariella, para decirme que Tomás Ignacio se está recuperando muy bien.

– ¡Qué buena noticia! Pero me estabas contando del uniformado …

– No, nada importante, no te preocupes. ¡Te amo!

Y agregó mientras se alejaba, sonriendo con picardía: – Ahora estoy algo cansada del viaje, así que me voy a reposar un rato.

– Yo también te amo, Antonella. Te amo mucho.

* * *

Don Manuel, doña María y José conversaban en el comedor de su casa sobre el problema del agua. Era necesario encontrar los papeles donde constaran los derechos de al menos algunos propietarios. Incluso si fuera uno solo nos serviría.

El abuelo, que desde hacía más de un año estaba afectado por una parálisis facial que le impedía hablar, estaba en el patio. José lo había llevado para que recibiera el sol y el aire tibio de la tarde. Lo escucharon quejarse. María fue a verlo.

– Aggg – uuua.

María entró a la cocina y le llevó un vaso de agua fresca. El abuelo la rechazó con un gesto. Continuaba repitiendo lo mismo:

– Aggg – uuua.

Se asomó don Manuel. Su esposa le explicó

– Pide agua, se la traje pero la rechaza. No entiendo lo que quiere.

El abuelo trató de levantar la mano; pero el brazo no le respondía.

– Rrrie - gggo.

– ¿Agua de riego?

El anciano movió la cabeza asintiendo.

– Boo -ddeg.

– ¿Bodega?

El abuelo asintió nuevamente.

José, que se había acercado a mirar lo que pasaba dijo entonces a su padre:

– Ya sé lo que dice.

Entró a la casa, abrió una vieja habitación donde guardaban las cosas que no ocupaban, a la que llamaban la bodega. Sacó un baúl, lo abrió y comenzó a buscar. Encontró un fajo de papeles amarillos, envejecidos, que se trizaban al moverlos.

– Aquí están. Son los registros del agua. Hay muchos. Son de los parceleros de los Campos de El Romero Alto. ¡Lo que necesitamos, papá, lo que necesitamos! El abuelo nos escuchó hablar y recordó donde estaban.

* * *

Tres semanas después, reunida en forma extraordinaria en una sala de la Escuela, la Asamblea de socios escuchaba el informe del abogado Wilfredo Iturriaga.

– Tengo muy importantes noticias que comunicarles. Lo primero es informarles que anteayer salieron las resoluciones finales sobre las Solicitudes de Posesión que presentamos en nombre de la Cooperativa Renacer, contraponiéndonos a solicitudes similares presentadas por la Colonia Hidalguía. Eran diecisiete los predios. Sobre tres de ellos no hubo resolución, porque aparecieron antecedentes de los dueños o de herederos de ellos. De los catorce predios sobre los cuales hubo sentencia judicial, cuatro fueron asignados a la Cooperativa Renacer. Los otros diez a la Colonia Hidalguía. Para llegar a esta resolución los jueces trazaron una línea demarcatoria en el plano, asignando a la Colonia las propiedades abandonadas que se encuentran arriba, más cerca de aquella, y los de más abajo, más cercanos a la sede legal de la Cooperativa, que como ustedes saben, se fijó provisoriamente en la propiedad de su presidente Alejandro Donoso, fueron asignadas a Renacer. Debo decirles que en mi opinión el resultado es bastante bueno. En primer lugar, porque la Cooperativa cuenta ahora con cuatro propiedades que antes no tenía y que podrá poner a trabajar y rentabilizar. En segundo lugar, porque estos predios son los que tienen mayor valor económico, por estar más cerca de la ciudad. Además, me han dicho que son mejores tierras para el cultivo agrícola que los que se encuentran más en altura.

– Tiene razón, es como usted dice – intervino don Manuel. – En lo alto las tierras sirven más para tener cabras y ovejas que para los cultivos agrícolas. Claro que, mientras más arriba, los predios son de mayor tamaño.

– Eso es efectivo. Aquí en la proyección, pueden ver cuáles son las propiedades asignadas. En color verde las de la Cooperativa, y en color gris las de la Colonia. Las amarillas son las tres que no se asignaron, quedando pendientes.

– ¿Y esas dos de color azul?

– Esa es la otra noticia que les tengo. Esas propiedades, ubicadas más abajo del predio de Alejandro, al otro lado del camino, cerca de Manuel Rosende, fueron compradas por dos personas que obtuvieron créditos de la Cooperativa Financiera del Consorcio Cooperativo Confiar. Son dos parejas de jóvenes que Alejandro conoce y que recomendó. Ellos les van a presentar solicitud para integrarse como socios a la Cooperativa Renacer.

– Esa es también muy buena noticia – dijo don Manuel. – ¿Y las cinco de color rojo?

– Esas las compró la Colonia. Ahí no tuvimos nada que pudiéramos hacer.

Alejandro se puso de pié.

– En resumen – dijo – son noticias muy buenas para nuestra Cooperativa, que sigue creciendo y que podrá ampliar sus actividades con nuevos socios y con nuevas tierras. Démosle un aplauso al abogado don Wilfredo que ha trabajado mucho para obtener para nosotros tan buenos resultados.

El aplauso fue fuerte y prolongado.

– Tendremos que hacer una gran fiesta para celebrarlo – exclamó don Manuel.

– Sí, hay que hacerla – dijo Alejandro –; pero esperemos que lleguen las personas que compraron, y que decidamos quienes se harán cargo de los predios que nos asignaron como cooperativa.

Después de un momento agregó:

– Ahora escuchemos lo que tiene que informarnos el señor Enrique Bernier, que somo saben, es un detective privado que ha estado investigando para nosotros sobre los planes y las actividades de la Colonia.

– Las noticias que yo les tengo no son tan buenas como las del abogado. Son en realidad malas noticias, en el sentido que, de ahora en adelante, ustedes tendrán que convivir allá en Los Campos de El Romero Alto, con vecinos que harán todo lo posible por apoderarse de sus predios.

El investigador privado informó a la asamblea de la cooperativa lo mismo que ya había explicado anteriormente a su directiva, agregando detalles sobre el reclutamiento de trabajadores que la Colonia estaba realizando con mucho éxito. Terminó su informe diciendo:

– Hemos conversado mucho el abogado y yo, y tenemos tres sugerencias o consejos que darles. El primero, es que no se metan con esa gente, y que se mantengan lo más distantes posible. Por ningún motivo acepten venderles sus tierras ni trabajar para ellos, aunque les ofrezcan y prometan mucho, porque terminarían sometidos y empobrecidos.

– Eso ya lo hemos conversado y lo tenemos claro – dijo Estercita, y todos asintieron.

– Nuestro segundo consejo es que hagan un gran esfuerzo para conversar con los demás parceleros y vecinos de ustedes, que aún no han sido captados por la Colonia. Traten de integrarlos a la Cooperativa, invítenlos a vender sus productos en el almacén. Y lo más importante: manténganse unidos entre ustedes y con ellos, porque solamente si están todos unidos podrán resistir a las presiones de la Colonia.

Varios socios manifestaron su acuerdo. El abogado les explicó que, respecto a las aguas de riego, ya había presentado la documentación que le hizo llegar don Manuel, y que sólo había que esperar la resolución del juzgado provincial.

– Hay una cosa más que queremos decirles. La Colonia instaló una escuela para niños en la ciudad, y construyó otra escuela para adolescentes allá en la Colonia. Ya abrió las inscripciones. En la escuela de la ciudad le dan a los muchachos instrucción militar y una enseñanza de tipo fascista. En la escuela para dentro de la Colonia no sé que orientación tendrán, pero me imagino que irá en la misma dirección. O peor, porque la persona que se hace cargo directamente de esa escuela es el jefe de la Colonia, un hombre malo.

El abogado los miró uno a uno, y agregó:

– Yo sé que ustedes quisieran que sus hijos vayan a la escuela, y sé que lo que les puedan ofrecer en la Colonia los va a tentar, porque no hay otra opción disponible debido a que esta escuela de la señora Antonella no tiene más capacidad. Yo me atrevo a sugerirles que, con la ayuda de los jóvenes que vendrán a unirse a la Cooperativa, traten de abrir otra escuela, en uno de los predios que ahora estarán a disposición de ustedes.

El abogado Wilfredo Iturriaga y el detective Enrique Bernier dieron así por terminados sus trabajos para la Cooperativa. Al despedirse Bernier les dijo:

– Vendremos si nos invitan a la fiesta con los nuevos socios.

– Por supuesto que sí. Les avisaremos. Ahora démosles un gran aplauso de agradecimiento por todo lo que han hecho por nosotros.

Se pusieron de pie. El aplauso fue largo y sentido.

* * *

Rogelio Mendes avanzaba a duras penas luchando contra el fuerte viento y la lluvia que lo golpeaban de frente. Hacía tres horas que había partido de la Colonia rumbo a la ciudad, optando por hacerlo caminando para ahorrar el valor del transporte en el camión de la Colonia que costaba cuatro fichas grandes. Pero a mitad del camino, el que le pareció que sería un día sereno de sol, cambió totalmente. Primero fue un viento caliente y suave; pero pronto se desató un verdadero temporal de lluvia y viento, que nadie había anunciado ni esperado.

Toñito, siempre atento a lo que pasaba a su alrededor, lo venía siguiendo con la vista desde la ventana. Cuando lo vio apoyarse en un poste a la entrada de la granja corrió a avisarle a Alejandro.

– Un hombre allá en la calle. Está en problemas con el viento.

Alejandro salió a ayudarle. El viento era tan fuerte que lo desviaba al avanzar, obligándolo a apoyarse en los árboles y a detenerse entre uno y otro. Recién cuando llegó al portón recordó que lo dejaba cerrado desde el incidente con Kessler, y que no llevaba las llaves.

Toñito, que no despegaba la vista de lo que sucedía fuera comprendió el problema. Empinándose en una silla cogió el manojo de llaves que colgaba en el comedor y partió corriendo a entregárselas a Alejandro. Pero el viento lo botó a los pocos metros. Avanzó entonces arrastrándose y apoyándose en los codos. Alejandro, al verlo, imitándolo al comprender que de ese modo reducía el efecto del viento, partió a su encuentro. Más que el viento, era ahora el barro el que les dificultaba la marcha.

Media hora después, tomados del brazo los tres para hacer frente al viento, entraban a la casa. La lluvia les había sacado gran parte del barro, pero estaban empapados. Antonella, que los había observado desde la ventana, les dijo que en el baño había dejado ropa limpia para los tres, y que mientras se cambiaban encendería el fuego en la chimenea y les prepararía una sopa caliente.

Aunque una hora después el temporal de viento y lluvia había amainado, Alejandro convenció a Rogelio de quedarse en la casa hasta el día siguiente, mientras su ropa se secaba frente al fuego. Cuando se servían la sopa y durante la cena y hasta que se hizo noche, el recién llegado contó a sus anfitriones muchas cosas de la Colonia, a la que había llegado hacía un mes con entusiasmo y de la que estaba ahora completamente decepcionado.

Lo que más interesó a Alejandro fue lo concerniente a la represa, el embalse y la canalización de las aguas. Rogelio había estado trabajando en un destacamento encargado de abrir un canal especial que conduciría por un tubo subterráneo de un metro de diámetro, una parte de las aguas que bajaban después de caer y pasar por la turbina generadora de electricidad, en dirección a un gran terreno que se estaba amurallando. Sobre el destino de éste circulaban varios rumores. Algunos decían que allí se levantaría una pequeña ciudad. Otros hablaban de la construcción de un gran centro de investigación tecnológica. Y también se rumoreaba que se instalaría allí un regimiento militar.

– Me quiero retirar de la Colonia– confesó Rogelio después de narrar los malos tratos que recibían los trabajadores, la permanente vigilancia de que eran objeto, y las argucias que empleaban para recuperar prácticamente todo el dinero que les pagaban en salarios. –Sí, quisiera renunciar, pero es tan difícil encontrar otro trabajo.

En la madrugada, cuando Rogelio se despidió de quienes tan bien lo había acogido, Alejandro le dijo:

– Es posible que por aquí se abra algún puesto de trabajo. Sabemos que vendrán unos jóvenes, como nosotros, que compraron predios en esta zona, y tal vez necesiten quien les ayude a levantar sus casas y sus granjas.

– Nada me haría más feliz que trabajar con gente como ustedes y en un lugar así. Tengo también un amigo en la Colonia que quiere cambiar de trabajo.

– Bueno, no es seguro lo que digo; pero la próxima vez que bajes a la ciudad, pasa a vernos y te diremos si hay novedades. Pero no le cuentes a nadie sobre esto.

– ¿Ni a mi amigo?

– ¿Cómo se llama?

– Diego. Es muy buena gente y trabajador.

– Si confías en él se lo puedes decir; pero nadie más debe saber de esto.

– Bien, así lo haré. Y no se preocupen, que en la Colonia él y yo hablamos sólo cuando estamos seguros de que nadie nos vigila y escucha. No saben cuánta esperanza me dan. Y gracias, muchas gracias, por haberme acogido en su casa.

Alejando y Antonella comentaron que era una buena cosa captar trabajadores de la Colonia; pero que era conveniente hacerlo con mucho cuidado para evitar un conflicto que pudiera ser muy duro.

 

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