EPÍLOGO.
Domingo, 14 de marzo de 2066.
Por fin se fue la peste. Parecía de nunca acabar. Tuve suerte de que me diera suave y quedar inmunizada. Mi mamá lo pasó peor, pero se salvó y ahora está bien, sólo con manchas en la cara y con el hígado afectado, pero dice el doctor que con los remedios y la dieta poco a poco volverá a estar bien.
En este tiempo no tuve ganas de escribir mi diario y ahora me arrepiento, porque pasaron tantas cosas y sufrí tanto al ver el dolor de los enfermos, y pensé tantas cosas, que quisiera no olvidar nada. Trataré de hacer memoria y contarme lo que viví en estos meses.
Fue terrible cuando la Wendy se desmayó en la mitad de la clase. Estaba escribiendo en la pizarra. Dio un grito de dolor y se desvaneció. Antonella que estaba al fondo de la sala corrió a socorrerla. La pobre Wendy tenía el hígado inflamado. La llevaron a la clínica pero no pudieron salvarla. Fuimos todo el curso al entierro. Sus papás lloraban desconsolados. Yo también lloré mucho, porque la quería tanto.
Fue al terminar el entierro que nos avisaron que las clases quedaban suspendidas porque había llegado la peste. Nos dijeron que nos quedáramos en la casa y que no nos juntemos con otras personas para no contagiarnos. Pero yo ya estaba contagiada. Estuve en la clínica cinco días y ahí supe que ya no tenía peligro de enfermarme otra vez. Por eso me encargué de las compras, visité a mis compañeros, y ayudé en lo que pude. Por suerte en mi clase no hubo más enfermos. A Raúl, que lo tuvieron encerrado en su casa, todavía no lo veo. Cuando fui a verlo su papá me dijo que mejor me alejara. Le expliqué que yo estaba inmune pero dijo que podía contagiarlos, lo que no es así. Supe, sí, que Raúl está bien, y lo echo tanto de menos. De su curso murieron tres. Uno era amigo de Alberto, que también lloró cuando lo supo.
Cada vez que pude fui a ayudar a Antonella y a Vanessa a cuidar a los enfermos. Era muy cansador porque eran muchos los enfermos y pocos que los atendían. Antonella estaba en la escuela Renacer y Vanessa en la Hidalguía. En las escuelas había sólo hombres enfermos. A las mujeres las llevaban al hospital y a dos centros de salud que hay en El Romero. Yo creo que Vanessa y Antonella son heroínas. Las personas más buenas y generosas del mundo.
Ellas son tan, tan, tan distintas. Las dos les daban comida y agua en la boca a los que no podían hacerlo solos, y los limpiaban y les hacían curaciones en las heridas. Pero trataban a los enfermos de maneras tan diferentes.
Antonella los aliviaba conversándoles sobre Jesús y los santos. Los tomaba de la mano y les decía que tuvieran fe, que tuvieran esperanza. Les leía cuentos y poesías. Les hablaba de la misericordia de Dios, que nos perdona porque nos ama mucho, y que nos ama tanto que al morir nos lleva con él; y cosas así, que a los pobres enfermos les traían tranquilidad y paz. Escuché cuando a uno que se estaba muriendo le dijo que en el cielo Dios tiene muchas habitaciones hermosas, y que a él le tenía una reservada.
Vanessa, en cambio, les hablaba sin parar, pero puras tonteras, para hacerlos reir, para distraerlos. Les contaba chistes, incluso algunos bien cochinos. Los acariciaba, les hacía masajes en las piernas, a algunos incluso a veces les daba besos. Una noche estaba yo descansando. Ví que se acercó a uno que estaba muy mal y al que el doctor no le daba más que uno o dos días. Vanessa se sentó a su lado y se abrió la blusa dejando que el hombre le viera los senos. Después metió el brazo bajo las sábanas y lo acarició largo rato.
Al comenzar cada día Vanessa se encerraba en el baño y pasaba por lo menos media hora poniéndose bonita y perfumada. Yo no entendía por qué lo hacía, puesto que toda esa gente no era nada atractiva sino más bien repulsiva, por la peste y sus efectos. Un día le pregunté que por qué se arreglaba tanto. Me dijo que era para darles gusto, especialmente a los que iban a morir. Que entre tanta fealdad, hediondez y horror en que se encuentran, los enfermos vean y huelan algo que les guste. Me explicó que quería entregarles lo mejor que tenía, ya que no podía curarlos. Que quería alegrarlos, que estuvieran lo más contentos posibles. Que se pintaba y perfumaba y se vestía linda para que se contentaran al verla. “Si me vieran fea y descuidada estarían más tristes, creo yo. Así pienso que los alivio un poco, y siento que les he dado lo mejor que puedo darles en la situación tan terrible en que están, pobrecitos”, me dijo.
Una mañana antes de comenzar el turno entré sin golpear a la oficina de mi escuela donde se guardaban las sábanas y otras cosas. Ví a Antonella de rodillas, con las manos juntas, mirando al techo. Estaba tan absorta que no se dio cuenta de que yo estaba ahí. La estuve mirando largo rato. Cuando pareció despertarse y me vio, me dijo que ella todas las mañanas tenía que orar; estar un rato en comunión con Dios. Me explicó que lo necesitaba para poder dar a los enfermos lo mejor que ella tenía, que eran la fe, la esperanza y el amor. Que los debía renovar cada día, porque le resultaba tan difícil aceptar tanta tristeza y tanto sufrimiento de los pobrecitos enfermos.
Así es que tengo dos heroínas, tan distintas, pero las dos con el corazón tan grande. Yo quiero ser como ellas. No como una ni como la otra, sino como las dos. Quisiera tener dos corazones. O un corazón doble. O uno tan grande que quepan en él tanto el amor santo de Antonella, como el amor que reparte Vanessa. Quiero un corazón inmenso, que sepa amar como Antonella y como Vanessa. Es raro, pero es lo que siento que quiero. Creo que ya un poco soy como ellas. Algo me habrán contagiado por estar tanto tiempo a su lado. Y no pienso alejarme ni de Antonella ni de Vanessa.
La semana próxima, cuando abran la escuela, estaré en el curso de los grandes. El año pasado Antonella nos dijo que seguiría con nosotros, y que la profesora de los grandes tomaría el curso de los chicos, porque así, cambiando todos los años, estarían siempre renovándose y no caerían en rutinas. Así dijo.
Un día en que Vanessa estaba muy triste porque había muerto su esposo, pocos días después de que murió otro hombre al que también había querido, me contó que ya no se iría a Santiago. Pensaba instalar en El Romero un Centro de Cosmética donde venderá productos finos y hará cursillos de peinado, maquillaje, manicure, masajes y modelaje, todo para señoritas. Le pregunté si yo podría asistir. Me dijo que sí. Le dije que mis papás tienen apenas para pagarme la escuela. Me dijo que no me preocupe, que me daría becas, siempre que mis papás estén de acuerdo. Yo creo que los voy a convencer.
Le conté que las clases suyas que más me gustaron fueron esas en que nos enseñó baile y danza, porque desde chica quiero ser bailarina. Me dijo que era buena idea y que contratará una maestra de danza. Eso me alegró tanto. Yo quiero ser la mejor bailarina del mundo, para darle al público arte y belleza, y porque no puedo negar que me gusta que me miren y que me aplaudan. Claro que tengo que empezar a cuidarme con la comida y a hacer más ejercicios, porque me estoy poniendo gordita. También quiero ser escritora, que es lo que más aprendo con Antonella. ¿Será que se puede ser las dos cosas, escritora y bailarina?
Me queda sólo una página del diario. Dibujaré a mis dos heroínas. Y le pediré a mi mamá que me regale otro diario antes de que empiecen este nuevo año las clases.
FIN
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