QUINTA PARTE - GUERRA DE POSICIONES. I. La inauguración

QUINTA PARTE

 

GUERRA DE POSICIONES

I.


La inauguración del Almacén EL RENACER fue seguida de una gran fiesta en la plaza frente al local. Participaron los socios de la cooperativa con sus familias, las familias de los alumnos de la escuela y vecinos del barrio. Alejandro, Antonella y varios socios repartieron un folleto muy bonito que explicaba el objetivo de la cooperativa y los principios y criterios de funcionamiento del almacén. Fue todo muy alegre y la gente estaba feliz de que hubiera un nuevo negocio donde poder abastecerse de comida.

La fiesta fue el domingo, por lo que ese día no hubo asamblea de socios. El lunes los campesinos llevaron sus productos al almacén, que se abrió al público el martes. Se anunció a todos que estaría abierto en adelante de martes a viernes, desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde.

El problema fue que al terminar la mañana del martes se había vendido casi todo lo que habían llevado los productores, que eran pequeñas cantidades de cada tipo de verduras y de frutas. Pero les quedaban diecinueve sacos de papas de cuarenta kilos cada uno, y tres grandes cestas de damascos. Como se había vendido solamente un saco de papas y menos de media cesta de damascos, los encargados del negocio decidieron vender las papas a mitad de precio, y los damascos los ofrecieron casi regalados porque no duran más de dos días sin echarse a perder. El resto de la semana tenían sólo papas para la venta, y muchos clientes que llegaban a comprar se alejaban decepcionados del nuevo almacén.

La asamblea del domingo fue complicada. Los socios que habían llevado los damascos se quejaron porque perdieron plata y dijeron que les habría ido mejor si hubieran vendido la fruta en las verdulerías como hacían antes. Un productor que había llevado un saco de papas dijo que estaba muy preocupado porque tenía todavía mucho por cosechar, y el comerciante que todos los años le compraba la producción completa se enojó con él cuando le dijo que este año vendería por cuenta propia. También se quejó de que otro socio había llevado veinte sacos, copando la capacidad de venta de papas del almacén durante varias semanas, y había varios otros productores que estaban empezando a cosechar.

Los que atendieron las ventas se quejaron de que varios que se habían comprometido a entregar una cantidad mayor de sus productos no cumplieron con las cantidades que dijeron, por lo que muchas cosas se terminaron el primer día y los días siguientes ya no iban los clientes a comprar. Uno acusó a otros asegurando que le habían vendido al comerciante y que después no les quedó para llevar al almacén. Algunos se quejaron porque perdieron tiempo y plata para llevar la producción desde su campo a la ciudad, y lo que vendieron no les cubrió los costos.

En resumen, nadie estaba contento, la discusión fue creciendo y hasta gritos e insultos se escucharon. Cuando uno dijo que se iba a retirar de la cooperativa varios dijeron que también lo estaban pensando. El más enojado de todos pidió que le devolvieran la plata de las cuotas que había pagado. Al oír esto los demás se callaron y se quedaron mirando a Alejandro, esperando que él dijera algo.

Alejandro los había escuchado a todos y se fue enojando a medida que crecía la discusión. Se daba cuenta de que aunque no se atrevían a decirlo, muchos lo miraban como culpándolo por haberlos invitado a participar en la cooperativa. Antonella se dio cuenta de su enojo y le tomó la mano para tranquilizarlo. Alejandro se puso de pié y comenzó a hablar.

– Compañeros. Aquí nadie llegó obligado, y el que quiera salirse de la cooperativa puede hacerlo cuando quiera. Si la cooperativa quiebra, habrá que dar por terminado el proyecto. La cooperativa financiera CONFIAR, que confió en nosotros y nos prestó el dinero para instalar el almacén, perderá todo lo que nos prestó, y nunca más volverá a confiar en nosotros. Y todos perderemos las cuotas que pagamos, porque la plata la utilizamos también para abrir el negocio. Un lindo proyecto, en el que pusimos todos muchas esperanzas, trabajo y energía, quedaría en nada. Todos y cada uno de nosotros tendremos que reconocer nuestro fracaso.

Alejandro dejó que se escuchara el silencio. Después continuó:

– Si no queremos que todo termine aquí, yéndose cada uno para su casa, tenemos que pensar y conversar, para que entre todos nos aclaremos qué es lo que ha fallado en esta primera semana de funcionamiento de nuestro almacén. Antonella y yo hemos cumplido con todo lo que hemos dicho, tanto para formar la cooperativa como llevando al negocio lo que nos comprometimos a llevar.

Se sentó. Como nadie decía nada y seguían mirándolo Alejandro agregó:

– Yo no tengo nada más que decir. Esta es una asamblea cooperativa y las decisiones no las toma el presidente sino entre todos, por mayoría, como siempre, porque aquí todos somos iguales.

Después de unos minutos en que los asistentes se movían incómodos en sus asientos sin que nadie tomara la palabra, Manuel Rosende se levantó y dijo:

– Bueno. Los que queramos seguir adelante con la cooperativa y con el almacén, organicémonos mejor, para que no nos pase otra vez lo que nos pasó la semana pasada. Como dijo el compañero presidente, el que quiera salirse puede hacerlo.

Don Manuel hizo una pausa. Nadie se movió. Entonces, sentándose agregó:

– Mañana es lunes y debemos llevar nuestros productos para la venta en la semana; pero no puede ser al lote. Aprendamos de lo que nos pasó. Debemos ver qué y cuánto llevaremos cada uno, y repartirnos bien tratando de que no falte ni sobre nada. Y lo importante es que, lo que cada uno se comprometa a entregar, lo cumpla como se debe. Nadie está obligado a entregarlo todo a la cooperativa, y podemos seguir vendiendo a los comerciantes. Eso ya lo hablamos antes. Pero en adelante, cumplamos con lo que digamos, como buenos campesinos que somos.

Estercita y la señora Rosario, con la ayuda de Antonella, fueron anotando los compromisos de los socios, calculando que en la semana se vendería todo. En cuanto a las papas, decidieron que la cooperativa negociaría con el comerciante en nombre de todos, para venderle juntos lo producido por los parceleros socios. También se organizaron para llevar los productos al almacén en una carreta que ofreció uno de los parceleros.

Al final Alejandro hizo una breve alocución diciendo que si se mantenían unidos, con claridad de propósitos y confiando en que cada uno cumpliría con lo que se compromete, nada ni nadie los detendría en el camino iniciado que los llevaría a todos a progresar y vivir mucho mejor.

* * *

Antonella intuyó que la actitud que tuvo Alejandro en la asamblea de la cooperativa tenía mucho en común con la del senador Larrañiche que había iniciado hacía tres días una huelga de hambre en la sede del Senado. En los dos casos se trataba de la actitud individual de una persona que ejerce liderazgo en un colectivo, tendiente a que los miembros de éste asuman personalmente la responsabilidad de su futuro común. Lo del senador era, por cierto, muchísimo más drástico.

El lunes en la noche, después de cumplir su compromiso con el almacén, Alejandro le dijo a Antonella que viajaría a Santiago y que intentaría hablar con el senador, del que se consideraba amigo y al que respetaba y quería mucho desde que se conocieron en el CCC. Se proponía, además, estando en Santiago, activar los asuntos pendientes relacionados con la venida de sus compañeros para sumarse al proyecto RENACER.

– ¿Dónde te quedarás a dormir? – le preguntó Antonella.

– Alejandro se extrañó por la pregunta, sin imaginar que respondía a secretos celos de su esposa.

– Donde siempre, en mi casa, con mis hermanos. ¿Por qué me preguntas?

– Por nada. ¿Irás a ver a Matilde?

– No lo sé. No creo que tenga tiempo porque espero estar de regreso el sábado.

– Antonella no dijo nada más. Sintió vergüenza y rabia por estar celosa y no poder sacarse de la cabeza lo que había pasado entre Vanessa y Alejandro ahí en la cama donde ahora conversaban.

Alejandro la abrazó con ternura y luego empezó a recorrer con las manos el cuerpo sinuoso de su esposa mientras la besaba en el hombro desnudo. Pero justo en ese momento sintieron al Toñito que los llamaba, urgido, golpeando la puerta.

– ¡Miren! ¡Miren! – les dijo indicando hacia el camino cuando le abrieron la puerta.

Los tres se asomaron al balcón y vieron pasar en dirección a la montaña tres buses llenos de gente. Alcanzaron a distinguir carcajadas, gritos, palabrotas y cantos.

– Esa gente está inquieta porque no saben lo que les espera. Pero imaginan que será una vida mejor que la que hasta ahora han tenido – sentenció Antonella.

Alejandro, que conocía la muy singular capacidad que tenía su mujer para intuir el ánimo de las personas, asintió tomándola de la cintura y llevándola nuevamente al dormitorio.

– Duérmete tranquilo, mi niño, que no hay de qué preocuparse – le dijo Antonella a Toñito despeinándolo con cariño.

Pero ella sí estaba inquieta por lo que vieron, y también Alejandro, aunque no tanto que les impidiera terminar lo que habían comenzado cuando fueron interrumpidos por el Toñito.

* * *

– Si vienes a decirme lo que ya demasiados me piden todo el día, que deje todo y que vuelva a comer, mejor me dejas descansar tranquilo.

Así recibió Tomás Ignacio Larrañiche a Alejandro, que obtuvo fácilmente autorización para encontrarse con él después de asegurar en el ingreso del Senado que esperaba convencer a su viejo amigo con quien trabajó en el CCC, de que depusiera su actitud.

– Eso dije para que me dejaran ingresar y llegar hasta aquí, pero no es a lo que vengo. Quiero expresarle mi apoyo y solidaridad, aunque no entiendo bien lo que está haciendo ni por qué lo hace. Sé que sus decisiones son siempre muy pensadas, y que si hace tan gran sacrificio es por amor a nuestro país. Puede contar conmigo.

– Por lo que veo, dejan entrar solamente a los que me quieran convencer de que abandone. Pero no lo haré hasta que se pongan de acuerdo en terminar con los privilegios de la clase política y garanticen la participación de todos los ciudadanos en igualdad de condiciones, de acuerdo a los principios y normas de la nueva Constitución. Lo he dicho claramente y no desistiré.

– ¿No teme por su salud? Una huelga de hambre a su edad …

– Tengo 85 años, pero me siento bien y con tanto o más ánimo que cuando era joven. Me visitan dos médicos a cada rato, y creo que harán lo que puedan para mantenerme vivo.

– He pensado que podríamos activar un movimiento social de apoyo a su causa …

– ¡Por ningún motivo! Eso sería la negación de mi acción. Lo que menos quiero es que comiencen otra vez los movimientos de masas que presionan y luchan por sus causas concentrando poder y acumulando fuerza social. Lo mío es un acto estrictamente moral, un testimonio ético, no una acción de fuerza ni una manifestación de poder. El día que empiece un movimiento social de presión por mi causa, lo he pensado bien, pasaré a huelga de hambre seca, y dejaré de beber hasta que el movimiento se acabe.

– ¿Y si yo y algún otro amigo nos sumamos a la huelga de hambre y nos instalamos aquí a su lado?

– Espero que no lo hagas, Alejandro, por favor, te lo ruego. Porque el día que alguien se ponga en huelga de hambre como forma de apoyarme, ese mismo día tendría que abandonar. No podría aceptar que alguien ponga en peligro su salud por mi causa.

– Quiere decir, entonces, que ya sé lo que puedo hacer para que usted termine con esto…

– Sí, Alejandro; pero sería una traición. Sé que no eres un traidor. Respondí tu pregunta con la verdad porque confío en tí.

– ¡Qué difícil nos pone las cosas, señor, a todos!

– Mira Alejandro, los cambios impuestos por la fuerza son débiles, precarios y suelen revertirse, porque no impactan en profundidad la conciencia de las personas y la cultura social. Como han sido impuestos desde fuera, por un poder que la gente percibe exterior, no los asimilan, no los integran, aunque se adapten a ellos por temor o por conveniencia. Casi siempre, por reacción, tenderán a rechazarlos, de modo que cuando la presión con que fueron impuestos se debilite, esos cambios aparentemente estabilizados decaen y se disuelven. Los cambios verdaderos y perdurables son fruto de creencias y valores que las personas asumen como propios. El verdadero cambio, en cualquier dirección que sea, es siempre de carácter intelectual y moral. Pero yo aprendí una cosa, de Juan Solojuán, de Matilde, de tu esposa Antonella, y también de esos grandes personajes que fueron Moisés, Sócrates, Jesús, Gandhi y muchos otros, que han cambiado el curso de la historia. Todos ellos actuaron con convicción y coherencia moral, y arriesgaron sus vidas por lo que creían y estimaban que era justo y necesario. Las verdades y la ética enunciadas solamente con palabras no tienen fuerza, no transforman, no convierten a nadie; pero esas mismas verdades y valores testimoniados con la vida, mueven las mentes y los corazones e impactan en lo profundo de las conciencias, y por eso pueden cambiar la vida de las personas y de la sociedad.

No bien terminó de decir esto el anciano extendió la mano a su joven amigo.

– Ahora, muchacho, debo descansar. El doctor dice que el esfuerzo mental consume mucha energía, por lo que debo evitar todo lo que pueda estresarme, que afecta el sistema nervioso y también el corazón. Agradezco mucho, de verdad, tu visita y tu solidaridad. Te confieso que si estoy haciendo esto es pensando en ustedes los jóvenes. Y en los niños. Como no tuve hijos ni nietos, es como si todos lo fueran para mí.

Alejandro abrazó a su anciano amigo y se retiró en silencio, tratando de recordar, asimilar y comprender a fondo lo que había escuchado.

 

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