II. Rogelio Mendes fue el primero en bajarse

II.


Rogelio Mendes fue el primero en bajarse de la camioneta. Lo hizo de un salto, mostrando el entusiasmo con que comenzaba su nuevo trabajo. Había vivido siempre en el norte, donde sólo realizó trabajos precarios muy mal pagados. Tenía veintidós años y una novia con la que esperaba casarse cuando tuviera un trabajo estable. Era ésta la oportunidad que con la que había soñado y que esperó ansiosamente tanto tiempo. Supo de este trabajo en la Colonia por su amigo Diego, que había emigrado a El Romero seis meses antes. Otro motivo de alegría era que se encontrarían nuevamente, porque su amigo ya trabajaba y vivía en la Colonia desde hacía varios meses.

Cuando todos se bajaron de las camionetas los separaron en grupos de a diez, ocho grupos de hombres y dos de mujeres, y los condujeron a los respectivos galpones donde les fueron asignados sus puestos en los camarotes. Les dieron quince minutos para dejar sus pertenencias, lavarse y presentarse en la explanada central. Allí, ordenados como escuadrones militares, recibieron las primeras instrucciones. El Administrador de Campo Onorio Bustamante, ex-capitán del ejército, les indicó las obligaciones y deberes que debían cumplir, así como una larga lista de prohibiciones a las que debían atenerse si esperaban no ser despedidos de la Colonia. Después de cada instrucción emitida con voz de mando militar, el ex-capitán emitía un grito:

– ¡Entendido!

– ¡Sí, señor! – debían repetir varones y mujeres al unísono.

– Con voz de hombre. – Los conminaba Bustamante cada vez que una respuesta más débil demostraba que algo no gustaba del todo a los recién llegados.

Cuando el Administrador de Campo terminó con las instrucciones los hicieron pasar, uno tras otro los grupos de a diez, al despacho del ex-coronel Juan Carlos Osorio, Jefe de Personal, quien los instruyó sobre los horarios de trabajo, las secciones a las que estaban asignados, el tratamiento económico y los castigos pecuniarios por retrasos e incumplimientos.

Así supo Rogelio que las jornadas laborales eran de diez horas, con dos interrupciones, de veinte y diez minutos para que los trabajadores hicieran colación y atendieran sus necesidades. Los trabajos se realizaban en dos turnos, que se mantenían constantes en períodos de diez días. Al completarse un período los trabajadores podían ausentarse de la Colonia durante dos días, debiendo estar de regreso antes de las 10 de la noche, que era la hora del primer toque de queda diario en la Colonia. Todas las salidas y entradas debían informarse con dos días de anticipación y quedar registradas al momento de salir y de ingresar.

Rogelio Mendes escuchaba atentamente para asimilar toda la información que les daban y que, les habían advertido, no les repetirían otra vez. Les gusta el número diez, pensó.

Sobre los salarios y el tratamiento económico se les aseguró que los montos pactados en el contrato, que eran bastante buenos y que habían sido el motivo principal por el que la mayoría había aceptado enrolarse en la Colonia, se respetarían religiosamente. Rogelio, como muchos de los que serían sus compañeros de trabajo, había calculado que podría ahorrar buena parte de lo que ganaría.

Se les informó que los pagos serían el último día de cada mes, en dinero efectivo. Sin embargo, para los gastos del primer mes la Colonia les ofrecía un crédito, con un “módico” interés del 3 % mensual. Sin embargo este crédito no se le entregaba en Globaldollars sino en Fichas, que eran cuentas virtuales de dinero que sólo tenían valor de compra en los negocios que estaban al interior de la Colonia. Al momento del pago del salario se les descontaría el interés y el trabajador podría solicitar una extensión del plazo por otro mes, y así sucesivamente.

Se les informó que en la Colonia solamente eran gratuitos un plato de comida los días laborales, el agua y el jabón. Todo lo demás y hasta el papel higiénico, corría por cuenta de cada uno, que podía traerlos desde fuera o comprarlos al interior de la Colonia. Pero en la Colonia solamente se aceptaban Fichas. En la oficina de la Tesorería de la Colonia cualquiera podía cambiar Globaldollars por fichas, en las cantidades que quisieran. El servicio de canje de moneda se abría dos horas cada día después de la jornada laboral. En la Colonia había un gran recinto comercial donde podrían encontrar todo lo necesario, incluso comidas preparadas y las medicinas de uso más corriente. Pero sólo pagando con fichas.

Como nadie había traído lo necesario para comer esa noche y las demás necesidades, se formó una larga fila en la entrada de la tesorería. Al final todos estaban endeudados con la Colonia y habían empezado a gastar las fichas recibidas, comprobando que los precios eran bastante más altos que en la ciudad. La explicación que recibían era por el costo de los transportes, y que nadie estaba obligado a comprar ahí, porque podían traer lo que quisieran comprándolo fuera. Es bastante lógico, pero podrían habernos advertido antes para llegar preparados, pensó Rogelio.

Rogelio se encontró con su amigo Diego solamente dos días después, porque sus turnos de trabajo y los campamentos en que estaban eran distintos. Rogelio se extrañó de que su amigo le hablara siempre en voz muy baja. A su pregunta Diego respondió al oído:

– Hay cámaras de vigilancia en todas partes, y algunos dicen que también hay micrófonos, aunque no los he visto.

La conversación continuó en voz baja mientras caminaban por el campo.

– ¿Y qué tal el trabajo?

– Son trabajos normales, no difíciles de hacer, aunque uno termina el día muy cansado porque la jornada es larga. Pero así es en todas partes.

– ¿Cumplen con el pago?

– Siempre han cumplido con el contrato. La paga es buena; pero siempre que uno no se endeude con las famosas fichas. Hay que hacer las comprar afuera, aunque no es tan fácil porque para ir y volver desde la Colonia a la ciudad hay que pagar el trasporte en un camión de la Colonia, que también se paga en fichas. El peligro, Rogelio, es quedarse atrapado aquí, como veo que le pasa a muchos y también está empezando a pasarme.

– Pero, dime, ¿se puede ahorrar?

– Yo me hice socio de una cooperativa que se llama CONFIAR, en la ciudad, y todos los meses logro depositar algún ahorro. Te aconsejo que hagas lo mismo. Si quieres, cuando te paguen el primer salario, en la primera salida te acompaño para que te inscribas y hagas tu primer ahorro.

– Sí, gracias. Yo voy a ahorrar todo lo que pueda, tú sabes, porque quiero casarme con la Anita.

– ¿Sigues con ella? Me alegro por tí, amigo.

– Me gustaría hablar con ella y contarle que llegué y que empecé a trabajar. ¿Hay algún modo de comunicarse desde aquí?

– Sí, hay un servicio de IAI, que sirve si ella tiene un número; pero hay que pagarlo en fichas y cada minuto vale un montón. También se pueden mandar mensajes, que cuestan menos. Como es tan caro, yo me comunico siempre que voy a la ciudad, nunca desde aquí.

Rogelio calculó que tenían que pasar muchos días antes de poder ir a El Romero.

– Tengo el número de una amiga de Anita, que ya nos pusimos de acuerdo para comunicarnos. Necesito escribirle un mensaje. ¿Me acompañas?

Rogelio tenía muchas cosas que contarle y decirle a su amada, por lo que el mensaje le costó más de un día de salario.

Dos días después le avisaron que había llegado un mensaje para él. Era de Anita, que le decía lo mucho que lo amaba, le daba ánimos y le mandaba besos. Tuvo que pagar por la recepción.

* * *

Wilfredo Iturriaga, el abogado del CCC que colaboraba con la Cooperativa Renacer identificando las propiedades campesinas abandonadas y presentando oposiciones a las solicitudes de posesión de ellas por parte de la Colonia Hidalguía, junto a Enrique Bernier, el detective privado contratado por la escritora Matilde Moreno para investigar quienes eran las personas que están detrás de la Colonia y descubrir sus misteriosos planes, estaban reunidos con Alejandro y los demás integrantes de la directiva de la cooperativa para informarles los avances en sus trabajos.

– En el sector conocido como Los Campos de El Romero Alto – comenzó a explicar el abogado – existen veinticuatro predios abandonados de hecho por sus dueños. Con la ayuda que nos dieron varios socios de la Cooperativa, pudimos contactar a siete de ellos. Dos ya habían vendido las propiedades a la Colonia, a precios muy bajos pero que aceptaron porque no tenían una alternativa mejor. Con otros dos comuneros, que no fueron contactados por la Colonia pero que sobre sus predios habían hecho solicitud de posesión, llegamos a acuerdo. Presentamos la documentación que echó por tierra la solicitud de posesión, y firmamos un compromiso de compra-venta en representación de dos socios del CCC que solicitaron créditos para comprar, y que me hicieron llegar sus instrucciones y poderes. El valor es un treinta por ciento mayor que el que la Colonia pagó a los otros, pero sigue siendo un buen precio para los compradores.

Alejandro quiso saber el nombre de esos socios. El abogado abrió su maletín y le pasó las copias de la promesa de compra–venta. Alejandro ojeó las escrituras y dijo:

– Carlos Cortés y Héctor Calderón, los conozco a los dos. Son excelentes compañeros. Es muy buena noticia para todos nosotros.

Alejandro devolvió las escrituras al abogado, que continuó informando:

– Los otros tres propietarios, contactados por nosotros y también por la Colonia, están negociando y venderán al que les ofrezca un precio mayor. Creo que en estos casos lo único que podemos hacer, y que estoy haciendo, es lograr que los comuneros obtengan un buen precio, pero será la Colonia quien les compre porque se muestran dispuestos a pagar más de lo que valen esos predios con tal de conseguirlos.

– ¿Cuál es la situación de los otros diecisiete predios abandonados?

– Conforme al mandato de ustedes, interpuse oposición en nombre de la Cooperativa Renacer, solicitando que el derecho de posesión les sea asignado por el Juzgado provincial. Las publicaciones ya fueron hechas y se está en espera de que aparezcan eventuales propietarios. Hasta ayer no había noticias de ninguno, y si la situación no cambia, se dará curso al contencioso y serán los jueces los que decidan, en base a los méritos que demuestren los postulantes, que hasta el momento son solamente la Colonia y la Cooperativa.

– ¿Cómo se ven nuestras posibilidades? – quiso saber Estercita, la secretaria de la cooperativa.

– Es difícil saber lo que pasará, porque no conocemos los criterios que tendrán en cuenta los jueces. Los proyectos que presentamos sobre el uso que daríamos a los predios son inmejorables. Lo que puede jugarnos en contra es que la Cooperativa fue formada hace apenas dos meses y no tiene muchos antecedentes que mostrar.

– ¿Y la Colonia? – inquirió don Manuel.

– Sobre la Colonia Hidalguía, quien puede informarles es el detective, así que, le cedo la palabra.

Enrique Bernier carraspeó, se puso sus lentes, abrió el computador y comenzó su informe.

– Esa gente de la Colonia son verdaderos delincuentes, que han sido condenados por la justicia, pero que ya pagaron sus condenas. Todo lo que han hecho y están haciendo en la Colonia es legal. No hay nada que objetar a la propiedad de las tierras que ocupan, y tienen derecho a solicitar la posesión de propiedades abandonadas. En su tiempo fueron muy poderosos. El jefe es Ramiro Gajardo, quien fue Ministro de Seguridad Interior durante la Dictadura Constitucional Ecologista. Lo secunda Conrado Kessler, que fue director de la Central de Inteligencia, Información y Control Ideológico, la temida CIICI que perseguía cualquier disidencia en ese tiempo. Actualmente no tienen poder ni influencia política directa, pero mantienen vínculos con algunos grandes empresarios extranjeros que les han aportado financiamientos para la Colonia Hidalguía.

– ¿Has podido saber algo sobre los planes y proyectos de esa Colonia? – preguntó Alejandro.

El detective carraspeó, se sacó los lentes, inclinó la cabeza y miró a Alejandro levantando las cejas.

– Estimado Alejandro. Yo no puedo decirles cómo obtuve la información, que tiene que ver con mis habilidades con este aparato – indicó su computador por el dedo índice. – Resumiendo, puedo informarles que lo que pretende Ramiro Gajardo es crear una Colonia fuerte, poderosa, rica, lo más independiente posible de los poderes públicos, y ser en ella, no diría el dueño, el patrón ni el líder, sino el Rey. Están actualmente desarrollando un Plan de Poblamiento y Expansión Territorial, del cual un elemento muy importante es la compra y posesión de todo el sector conocido como Los Campos de El Romero Alto, en el cual están las propiedades de ustedes y de los demás socios de la Cooperativa. Para ello cuentan con el control de las aguas de riego, que antes de llegar a las parcelas pasan por su predio. Y les puedo asegurar que además del agua, harán uso de amenazas, chantajes e incluso violencia para obtener lo que quieren. Ellos emplearán todos los medios económicos que poseen y las influencias y el poder que mantienen. En eso no estoy de acuerdo con lo que dijo Iturriaga, porque poder e influencias tienen bastante. Son gente mala, individuos de temer; pero que se cuidarán y tratarán de hacerlo todo legalmente, pues saben por experiencia que su mayor debilidad son los antecedentes judiciales de los delitos que en el pasado cometieron. Pero conozco a gente así. Son soberbios, que creen estar por encima de las leyes, y actuarán legalmente mientras no tengan obstáculos, pero están dispuestos a arriesgar si les parece necesario. Es lo que puedo por ahora informarles. No tengo pruebas, pero estoy seguro de que algo están haciendo para influir en la decisión de los jueces sobre los derechos de posesión. Sigo investigando, y cuando sepa más se los diré.

Rosende quiso saber si había algo nuevo sobre el tema de las aguas. El abogado les informó que lamentablemente el registro de Aguas había desaparecido en un incendio que destruyó varias dependencias públicas durante el Levantamiento de los Bárbaros, por lo que solamente servirían documentos que tengan los parceleros, pero que hasta el momento ninguno le había entregado información que le sirviera.

– En eso deben trabajar ustedes. Preguntar a los abuelos, revisar baúles antiguos, buscar cualquier documento que se refiera al tema.

– Sobre las aguas – intervino Bernier – puedo informarles que en el plan de Poblamiento y Expansión de la Colonia está la construcción de una central hidroeléctrica de pasada. Ya construyeron el embalse.

– ¿Será por eso que nos está disminuyendo el cauce? – preguntó la señora Rosario.

– Las aguas bajan de la cordillera, el embalse las detiene y reduce o cierra el cauce hacia abajo mientras se llena de agua, pero debiera ser transitorio. Como la Central Hidroeléctrica es de pasada, el agua al caer del embalse moverá las turbinas, pero seguirá fluyendo hacia abajo. Otra cosa es si después desvían y canalizan las aguas. No he podido obtener los planos de las obras. Si pudiéramos conseguir un avión y hacer un sobrevuelo podríamos ver lo que hacen, pero está fuera de nuestro alcance.

– O un dron – dijo Alejandro.

Bernier se limitó a levantar los hombros.

Don Manuel levantó la mano para hablar.

Cuando yo era joven de catorce o quince años, recorrí con mi padre toda la montaña y todos esos campos. Salíamos a cazar conejos, en mulas. Si fuera más joven volvería a ir, aunque con el cambio climático el asunto se complica bastante.

¡Por ningún motivo! – exclamó Bernier. No crean que no pensé en la posibilidad de explorar personalmente el lugar. Pero desistí porque tienen guardias armados. Han registrado varias escopetas de caza, dos fusiles de repetición y varias pistolas de alto calibre. Por eso les decía que mantienen poder e influencias, porque obtener esos permisos es hoy casi imposible. Yo mismo, como detective autorizado y registrado, no he podido conseguir permiso ni siquiera para un pistola pequeña de defensa personal.

Manuel Rosende miró a Alejandro. Sólo él sabía que en su casa tenía una escopeta no registrada. Alejandro entendió la mirada y no dijo nada.


SI QUIERES EL LIBRO COMPLETO IMPRESO EN PAPEL O EN DIGITAL LO ENCUENTRAS EN ESTE ENLACE: https://www.amazon.com/gp/product/B07FNX7XSQ/ref=dbs_a_def_rwt_hsch_vapi_tkin_p3_i2