IV. Kessler regresó furioso

IV.


Kessler regresó furioso y se encerró en su casa. Nunca le había pasado que un simple civil, y viejo más encima, lo desarmara y humillara. Además, había perdido su principal instrumento de información, que ni el jefe conocía. Le costaría mucho hacerse de otro igual. Su primera reacción fue volver al lugar provisto esta vez del subfusil de combate y terminar de una vez con ese guardia de campo y toda su familia. Pero desistió apenas volvió la cordura a su mente enardecida. Además, no contaba con la información suficiente para actuar. Y no debía desviarse de las instrucciones del jefe.

El objetivo no era entrar en conflicto con los campesinos sino someterlos, de a poco, uno a uno, hasta tomar posesión de todo el territorio. Y un conflicto abierto con los parceleros sería contraproducente. Así, tuvo que tragarse la amarga humillación que había sufrido. Pero esto no quedará así. Ya pensaré en algo. Lo más importante por ahora es la información. Debo infiltrar un hombre en esa organización que se reúne los domingos.

***

Después del incidente con Kessler, Alejandro quedó muy preocupado. Lo último que hubiese querido era que ese ex-general, enemigo acérrimo de la democracia, el hombre que durante la dictadura había dirigido la siniestra CIICI, y que después, aún derrotado, levantó un grupo armado de apoyo al Partido fascista creado por el ex-ministro Ramiro Gajardo, y que había secuestrado a su querida Antonella llegando a amenazarla con cortarle las manos y los pies; ese sujeto malvado, estaba cerca de ellos, tramando quizá que cosas contra la sociedad y contra ellos mismos. Le preocupaba sobre todo Antonella.

Antonella en cambio, pasado el sobresalto que experimentó al ver tan cerca a Kessler, estaba tranquila. Tan tranquila como estuvo todo el tiempo en que sufrió el encierro en el bunker de Kessler hacía dos años. Tenía una fe inconmovible, una confianza completa en Dios, y la seguridad que le daba vivir de acuerdo con lo que le indicaba su conciencia.

Alejandro la admiraba por su coraje, y por ese espíritu de ella que estaba más allá de toda su propia comprensión. Él temía, le aterraba la posibilidad de que a ella pudiera pasarle algo malo. Por eso la convenció de que fuera a Santiago a encontrarse con su amiga Mariella, a fin de que ésta, completamente informada de los acontecimientos y de sus temores, informara de todo lo que había ocurrido, a su marido don Tomás Ignacio Larrañiche, presidente del Senado y miembro del Triunvirato de Gobierno.

– Mientras estés en Santiago yo me encargaré de todo, especialmente de las clases en la Escuela y del Toñito. Serán solamente tres o cuatro días. Aquí todo estará bien, no te preocupes.

Antonella partió a Santiago dos días después, en el bus que hacía el viaje dos veces por semana, siempre repleto de pasajeros. Antes de partir se comunicó con Mariella concertando un encuentro en su casa.

La esperaban, con especiales deseos de conversar con ella, la escritora Matilde Moreno y Mariella, dos mujeres que el destino había hecho que se encontraran en edad avanzada y que se habían hecho amigas íntimas.

Antonella les contó lo que estaba sucediendo en El Romero y sus alrededores, con todo detalle. No quería darle demasiada importancia al episodio que habían vivido con Kessler, pero sus amigas quisieron saberlo todo y coincidieron en decirle que era algo grave, muy serio y peligroso. Mariella se comprometió a dar a conocer los hechos a Tomás Ignacio.

– Pero el pobre está muy complicado políticamente, y con demasiado trabajo. Yo no le pregunto mucho, pero lo veo preocupado. Hace poco me confesó que estaba pensando nada menos que en iniciar una huelga de hambre. Dice que la política está nuevamente empezando a dañar la vida social y creando conflictos inútiles que nos dividen. Lo de la huelga de hambre lo piensa como un modo en que, así lo dice él, el espíritu desarmado puede presionar a los gobernantes y a los ciudadanos para que tomen conciencia, algo que una vez hizo Mahatma Gandhi en la India. Algo así como la anti-política. Yo le digo que sería una locura, a su edad y en su estado de salud

– ¿Cómo ha estado en estos días? – inquirió Matilde.

– No se cuida como debiera. Después del segundo pre-infarto los doctores le prescribieron un período prolongado de reposo; pero él sigue trabajando demasiado, aunque renunció a presidir el Senado, y eso lo alivió también de sus responsabilidades en el Triunvirato, del que era parte en cuanto presidente del poder legislativo. Renunciar incluso a continuar como senador, dice, lo dejaría libre para iniciar su huelga.

La admiración que Antonella tenía desde chica por Tomás Ignacio Larrañiche alcanzaba nuevas alturas con lo que les contaba su esposa.

– Por favor, Mariella, olvide lo que le pedí sobre hablar con el senador de nuestro asunto. Sería para él agregarle una nueva preocupación.

– Es verdad Antonella. Pero ¿qué podemos hacer? El problema es grave.

Matilde ofreció a Antonella una ayuda inmediata:

– Creo que, en este asunto, lo más importante es tener buena información. Hay que saber qué es lo que pretende Kessler y su gente. ¿Recuerdas a Bernier, el detective privado que contratamos para investigar tu secuestro? Es un as con la informática. Puedo contratarlo nuevamente y encargarle que obtenga toda la información sobre esa Colonia, quiénes están detrás de ella, y cuáles son sus planes.

– No sé qué decir – replicó Antonella. – Habría que preguntarle a Alejandro.

Matilde abrió su IAI y marcó.

– Alejo, soy Matilde. Estoy con Antonella y con Mariella. Nos ha contado todo el asunto de la Colonia. ¿Te parece que contrate al detective Enrique Bernier para que vaya a El Romero y obtenga más información, que mucho puede servirles a ustedes?

Alejandro no lo dudó ni un momento.

– Sería estupendo. Si puedes contratarlo nos serviría mucho. Aquí estamos trabajando con Wilfredo Iturriaga, un abogado que nos puso el CCC, y podrían hacer una muy buena dupla.

– Bien. Cuenta con ello.

Estaban todavía conversando cuando una ráfaga de viento sacudió una ventana. Mariella se levantó para cerrarla. Escudriñó el cielo a través del vidrio.

– Va a llover muy pronto.

– Entonces será mejor que me vaya – comentó Matilde, poniéndose de pie y tomando su cartera.

Luego dirigiéndose a Antonella:

– Me gustaría que me acompañes. Quisiera conversar contigo de otro asunto. Nada muy serio, pero me serviría tu consejo. Si vienes te quedas en mi casa. Todavía vive conmigo Vanessa ¿la recuerdas?

– Por supuesto que sí, aunque no creo que yo pueda aconsejarla a usted en nada. La acompaño. Y también me gustaría ver a Vanessa.

– Si es que llega, porque aunque vive conmigo, muchas veces duerme fuera. ¡Vamos, antes de que se desate la lluvia!

El asunto sobre el cual Matilde quería la opinión de Antonella era precisamente relativo a Vanessa. Se lo fue explicando en el auto camino a casa.

– Como Vanessa y tú son de la misma edad, y son amigas, pienso que me puedes dar una opinión.

Antonella no dijo nada, esperando que Matilde continuara.

– Como sabes, vive conmigo desde hace dos años. Ha estudiado y terminó una carrera técnica sobre medicinas alternativas y cosas algo esotéricas; pero todo muy bien. Se ha superado mucho. Ella es una chica buena como el pan, generosa como nadie; pero como sabes, es bastante descocada. O sea, me refiero a su vida sentimental. Ha tenido muchos novios; pero duran poco. A veces ella se aburre y los deja, otras veces la dejan a ella, siempre por celos.

Estaban ya llegando a la casa.

– Ya te cuento más. No creo que esté a esta hora, aunque a veces cuando hay peligro de temporal se cobija temprano. Creo que es a lo único que le tiene miedo esa chica.

Ya en la casa, mientras en la cocina preparaban algo para servirse, Matilde le explicó el asunto sobre el que quería la opinión y el consejo de Antonella.

– Vanessa me lo cuenta todo.

Antonella se inquietó al escucharlo. ¿Le habrá contado lo de Alejandro? Dejó que Matilde continuara.

– El otro día me dijo que quiere casarse. Me habló mucho, todo bastante confuso; pero al final, lo que me quedó más claro es que quiere casarse porque quiere, como decirlo, ser fiel. Me contó que había seducido a un hombre casado, lo que en ella no es extraño, creo yo; pero me dijo que era el esposo de una amiga. Y eso la puso muy, pero muy triste, no por haberse acostado con el hombre sino por lo que le había hecho a su amiga. Y entonces dice que quiere casarse, porque está cansada de crear problemas, y que necesita un hombre que sea su marido, al que quiera mucho, que la satisfaga siempre y al que tenga que serle fiel. Eso es. Yo no sé qué pensar, pero como Vanessa está a mi cargo y es como mi hija, quisiera aconsejarla.

Antonella escuchó atentamente. Cumplió su promesa, no le dijo que ese hombre era Alejandro y que esa amiga soy yo.

– ¿Le dijo quién es el hombre con el que quiere casarse?

– Esa es otra cosa que me preocupa. Porque se trata de Carlos Cortés, un joven al que yo quiero mucho, y que conoció un día en que la llevé a una comunidad ecológica allá en Batuco. Es uno de los fundadores de esa comunidad, el que me salvó y me llevó a Santiago en su moto cuando los hombres de Kessler me dejaron botada en el campo, el día de mi Conferencia en el CCC.

Antonella quería saber más, pero estaba por preguntar cuando sintieron la llegada de Vanessa que, empapada por la lluvia, dejaba la bicicleta en el porsh de la casa.

Se sacó el impermeable y abrazó a Antonella diciendo:

– Anto, qué bueno que viniste. Tengo cosas que contarte. Cosas importantes, bueno, importantes para mí. Pero antes tengo que pasar al baño y secarme. Ya vuelvo.

Cuando quedaron nuevamente solas Matilde le dijo a Antonella:

– Yo no sé qué pensar. Quisiera tanto que Vanessa sea feliz, y que también lo sea Carlos. Pero no sé si los motivos de Vanessa sean suficientes y correctos para casarse. Y no sé si hará sufrir a Carlos como he visto que ya lo ha hecho con otros jóvenes que se han enamorado de ella y que los deja, y que después rondan largo tiempo a su alrededor.

– Hablaré con ella esta noche. Seguro que me lo contará todo. Yo también quiero que sea feliz.

Después de cenar, ya en la habitación, sentadas las dos en la cama frente a frente, Vanessa comenzó a contar a su amiga todo lo que bullía en su cabecita loca.

– ¡Me quiero casar! ¡Me voy a casar! ¿Qué te parece? Lo decidí el otro día cuando regresaba a Santiago desde tu granja. Yo estaba muy triste porque te había dejado triste. Y me puse a pensar que, no sé, siempre estoy dejando tristes a las personas que quiero. Los hombres con los que me acuesto se enamoran de mí, y después andan rondando, y quieren que sea solamente para ellos y para siempre. Y yo no los quiero tanto. Pero no me gusta que se queden tristes. Y por eso a veces vuelvo a acostarme con uno u otro, para que se tranquilicen; pero es para peor. Yo no sé qué hacer. No quiero que se enamoren, no quiero que sufran. También se han roto parejas por mi culpa. Por eso pensé que era mejor casarme. Casarme con un hombre que me gusta mucho, y que me hace feliz cuando estoy con él, y que quiere estar siempre conmigo. Yo creo que si me caso con él me tranquilizo, y ya no andaré buscando con quien pasar la noche. Porque, Antonella, no soporto la soledad, no sé estar sola. Yo te envidio. Yo quisiera tener conmigo un hombre como Alejandro. No Alejandro, sino uno que sea para mí como es él para ti. ¿Me entiendes? Yo veo que ustedes se quieren y que son felices. Eso es lo que yo quiero. Pero no sé si puedo. ¿Qué te parece, Anto? ¿Crees que yo sería feliz, y que haría feliz a mi hombre? Tú sabes lo que es estar casada. ¿Qué me dices? ¿Crees que yo …?

Vanessa se calló un momento. Antonella se quedó unos segundos pensando qué decirle. Pero fue demasiado tiempo para Vanessa, que continuó diciendo:

– Anto, lo he pensado mucho. De verdad no quiero hacer sufrir a nadie más. El otro día me vine llorando de tu casa. He pensado que, o me caso, o me voy a trabajar con Danila, ¿la recuerdas?, mi amiga que puso un negocio de masajes, pero que es más que eso. Pero yo no quiero volver a esa vida, Anto. No tengo más salida que casarme, con un hombre que me ordene. Lo he pensado mucho. ¿Tú qué crees?

– ¿Quién es ese hombre?

– Se llama Carlos. Es muy bueno. Viene siempre a buscarme en su moto. Es el lider de una comunidad en el campo. He ido varias veces. A mí me gusta ir el campo ¿sabes? Me da tranquilidad, claro que en las noches de luna llena me pongo sentimental, pero se me pasa. Dice que me ama y que quiere que lo acompañe durante toda la vida.

– Tú, Vanessa, ¿lo amas?

– Sí, lo amo, es lindo, es fuerte, es bien hombre.

– ¿Desde cuando lo conoces?

– Hace tres meses. Lo eché mucho de menos allá en tu granja.

– O sea, amiga, que no le fuiste fiel …

– ¡Pero me dijiste que me perdonaste! Y te juré que nunca más.

– No lo digo por mí, sino por Carlos.

– Fue un mes entero que estuve lejos de él. Además, yo no le hice nunca una promesa. ¿Qué me dices? ¿Crees que si me caso seremos felices?

– Eso no lo puede decir nadie. Tienes que decidirlo tú con él.

– Pero tú eres mi amiga. Necesito un consejo ¿sabes? Me cuesta demasiado decidir.

– Carlos ¿sabe todo de tí? ¿Le contaste tu vida?

– Sí. Yo le cuento todo. Lo único que no le conté fue que estuve con Alejandro. Porque te lo prometí, y porque me da vergüenza, y porque tengo miedo de que me deje. Desde que lo conozco no he estado con nadie más. ¿Qué me dices? ¿Me caso?

Antonella no lo pensó más.

– ¡Cásate! Cásate y hazlo feliz. Si lo haces feliz a él, serás feliz tú también.

Vanessa estiró los brazos. Se abrazaron. Pero una inquietud hizo a Vanessa tomar distancia y preguntar:

– ¿Crees que debo contarle que estuve con Alejandro?

– No, Vanessa, no. Ese es un secreto de las dos. No hay por qué contarle todo a la pareja de una. Y tampoco debes pretender que él te lo cuente todo. Para ser felices hay que mantener los espacios privados, pero siempre siendo fiel ¿lo entiendes?

– ¡Me caso, me caso, me caso…! – comenzó a cantar y gritar la muchacha levantándose y saltando en la cama.

Matilde, en la pieza del lado, se despertó con los grititos de Vanessa. Sonrió, se dio media vuelta en la cama y continuó durmiendo.

A las once de la mañana, mientras Matilde, Vanessa y Antonella se servían un café, contentas las tres, sonó insistentemente el IAI de Matilde que había dejado en su habitación. Ella abrió el auricular y escuchó a Mariella que decía con voz entrecortada:

– ¡Lo hizo! ¡Lo hizo!

– ¿Qué hizo qué?, Mariella. ¿Qué hizo quién?

–Tomás Ignacio. ¡Lo hizo! Renunció al Senado, ¡Se declaró en huelga de hambre! Hoy en la mañana. Vino a buscarlo como siempre el auto del Senado. Yo estaba durmiendo y no me dí cuenta. Después comprobé que se llevó una vieja colchoneta de camping, dos sábanas, tres frazadas y una almohada. Después él mismo me llamó desde el Senado. Me explicó que había tomado la decisión hacía tres días, pero que no me dijo nada para que no le pusiera obstáculos. ¡Como si alguna vez me hiciera caso! Es porfiado como burro. Me dijo que no me preocupe, que aceptará tomar agua. Tengo miedo, Matilde. No sé qué hacer.

 

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