III.
En la granja de Alejandro y Antonella se realizaba la tercera reunión para formar la cooperativa. Por decisión de la mayoría se reunían todos los domingos en las tardes. Los socios eran ya treinta y cuatro, y por unanimidad decidieron llamarse “Cooperativa RENACER”, y asociarse al Consorcio CONFIAR apenas se constituyeran legalmente.
El primer y principal objetivo que se plantearon fue juntar dinero para arrendar un local en la ciudad e instalar un almacén en que los asociados pudieran vender sus productos. Evitando los intermediarios y vendiendo directamente a los consumidores calcularon que obtendrían ingresos sustancialmente mayores. Cada socio aportaría una cuota de quinientos Globaldollars mensuales, que depositarían en una Cuenta de Ahorro Colectivo en la Financiera CONFIAR.
– ¿Qué pasa si uno no paga las cuotas? – preguntó don Bernardo.
– Es muy buena su pregunta. Decidámoslo entre todos – sugirió Alejandro.
Después de varias intervenciones decidieron que con tres cuotas atrasadas se pierde el derecho de vender productos en el almacén, hasta que el moroso se ponga al día.
Discutieron largamente los criterios con que funcionaría el almacén, acordando que: 1. Venderían los productos a precios normales del mercado, sin tratar de competir con otros negocios. 2. Llevarían al almacén los mejores productos de cada huerto, granja o taller, dejando para el consumo familiar los que no tuvieran buen aspecto o fueran más pequeños. 3. Llevarían una contabilidad cuidadosa y completa de todos los productos que recibieran, sus precios, las ventas y las ganancias que se obtuvieran. 4. Repartirían entre los socios las ganancias en proporción exacta a la cantidad de productos de cada uno que se vendieran en la tienda. 5. Guardarían un 20 % de las ganancias para formar un Fondo de Solidaridad y Emergencia. 6. Se ayudarían mutuamente en todas las ocasiones en que fuera necesario. Todos los acuerdos importantes se tomarían en Asamblea general de asociados, por la mayoría de los asistentes, y teniendo cada uno un voto.
La Directiva, encargada de representar a la cooperativa y de ejecutar las decisiones de la Asamblea quedó constituida por Alejandro Donoso como Presidente; don Manuel Rosende como Tesorero; Estercita Huenante, la hija mayor de uno de los parceleros, como Secretaria; y don Pedro Aguilar, la señora Rosario Fuentes y don Edmundo Soto, como Directores.
Cuando todo estuvo aprobado y Alejandro estimó que era suficiente por el día, ofreció la palabra por si alguno de los presentes quisiera agregar algo más.
Don Octavio, uno de los campesinos que había asistido por primera vez y que se había mantenido en silencio durante toda la reunión, se puso de pie y comenzó a hablar:
– Compañeros. Esto de la cooperativa está muy bien y la apoyo y ayudaré en todo lo que pueda. Pero tenemos un problema que enfrentar. Yo vivo camino arriba, en la Piedra Grande, cerca de donde están construyendo una represa, y desde hace semanas estoy recibiendo poca agua. Durante el día llega apenas un chorrito, y sólo vuelve de noche. Con mis hijos estamos muy preocupados. Creo que nos están robando el agua, compañeros, y tenemos que hacer algo, porque si no, pronto nos quedaremos secos y no tendremos cómo producir.
Apenas don Octavio se sentó, se levantó doña Eduvia diciendo:
– Es verdad. A nosotros también nos está disminuyendo el flujo. No sabemos cual sea el motivo, pero nos está pasando allá arriba, igual que a don Octavio. Yo creo que es esa gente de las máquinas. No me gusta nada esa gente.
Alejandro miró a don Manuel y a José que estaba a su lado, recordando que el joven trabajaba allá arriba. Don Manuel, sin levantarse, dijo:
– Compañeros, no debemos pensar mal de la gente antes de conocerla. Ellos están dando trabajo a algunos de los nuestros. ¿Por qué pensar que nos quieran dañar?
Don Octavio volvió a levantarse.
– Yo no sé quiénes son ni lo que quieren. Pero estoy muy preocupado. La otra noche pasó algo muy extraño. Eran más de las tres de la mañana. Me despertó la lluvia y salí a recoger algunas cosas que habían quedado fuera. Estaba en eso cuando vi pasar, a unos veinte pasos de donde yo estaba, a tres hombres que no son de aquí, corriendo hacia abajo como si escaparan del diablo.
– Raro es – comentó Manuel Rosende.
Alejandro comprendió que el tema del agua era complicado y que sería difícil avanzar más allá en esta reunión sin tener mayor información. Se limitó a decir:
– Compañeros. Hemos acordado que nos ayudaremos y que nos mantendremos unidos. Debemos ocuparnos del asunto del agua, y comprobar a quienes está afectando la disminución de los cauces. Pero no hoy, porque ya es tarde y varios de ustedes viven lejos. Con más información podremos tratar el tema el domingo próximo. Mientras tanto debemos estar atentos a cualquier cosa extraña que suceda.
* * *
Apenas entraron a su casa María encaró a su marido y a su hijo, tan decidida a convencerlos como nunca lo había estado.
– Escúchenme lo que voy a decirles. No quiero que José vuelva a trabajar en esa Colonia. Esa no es gente como nosotros, y estoy segura de que en algún momento no lejano tendremos que enfrentarlos por el asunto del agua.
Don Manuel la miró, extrañado de la fuerza con que su señora les hablaba. Guardó silencio. Necesitaba un buen argumento para responder. Comprendió que las razones que le había dado en ocasiones anteriores no serían esta vez suficientes. Después de unos minutos, cuando se sentaron a la mesa razonó, sin dirigirse directamente a ella:
– Si José deja el trabajo ¿cómo podremos pagar la cuota a que nos comprometimos con la cooperativa?
Ella le respondió de inmediato:
– José es un buen trabajador. Lo necesitamos aquí para aumentar la producción que venderemos en la cooperativa.
Don Manuel se quedó pensando. Frente a lo que dijo María no tenía un buen argumento. No le quedó más que preguntarle a José:
– Tu ¿qué dices?
– Creo que madre tiene razón. Pero es mejor que vuelva al trabajo mañana y que siga hasta fin de mes, para recibir la paga. Tendré que pensar una explicación de por qué no continuar con ellos. Supe que hace unos meses, a uno que abandonó el trabajo lo trataron muy mal, y un tiempo después, cuando quiso volver, no lo aceptaron.
– Bien – concluyó don Manuel. – Se hará como él dice, y no se hable más del asunto.
María no insistió. Faltan solamente tres semanas para el fin de mes, y lo que José gane servirá para pagar a la cooperativa las primeras cuotas. Lo pensó, pero no lo dijo.
* * *
El canto del gallo despertó a Antonella. Alejandro dormía plácidamente a su lado. Se levantó y fue a la cocina para preparar el desayuno. Hoy será un gran día. Los sueños de Alejandro comienzan a hacerse realidad.
– Te levantaste. ¿Qué hora es? – le escuchó preguntar desde el dormitorio.
– No te levantes, querido. Te llevaré el desayuno a la cama. Es temprano.
– Hoy será un gran día. Empiezan a cumplirse mis sueños.
Antonella sonrió. No era la primera vez que pensaba algo y que Alejandro lo decía enseguida.
– Estaba justo pensando en eso, querido.
Antonella puso la bandeja frente a Alejando y se sentó a su lado en la cama.
– Me despertó el gallo. Pero este silencio de ahora es extraño …
Alejandro se levantó y fue a mirar por la ventana.
– Está nevando, por eso el silencio.
Salieron al corredor. La nieve comenzaba a juntarse sobre los árboles y el césped.
– Es hermoso; pero no es bueno para los cultivos – dijo Antonella.
– Ni para la reunión de hoy – agregó Alejandro – Si continúa nevando serán muy pocos los que lleguen.
– Mira. Allá viene alguien.
Eran un hombre, una mujer y un niño. Los reconocieron cuando salieron del camino y aceleraron el paso hacia la casa.
Alejandro les tendió la mano
– Don Remigio, doña Olga. Llegan muy temprano. Pero pasen, por favor.
Antonella, dirigiéndose al muchacho:
– ¿Cómo te llamas?
– Antonio. Me dicen Toño.
– ¿Cuántos años tienes?
– Diez.
– Voy a encender la chimenea – dijo Alejandro.
– Y yo a preparar un té. Estábamos por tomar desayuno
Ya sentados a la mesa doña Olga miró a su marido. Éste le hizo un gesto para que fuera ella la que hablara. Doña Olga insistió en que lo hiciera él. Don Remigio carraspeó y comenzó a explicar:
– Vinimos temprano porque no sabemos qué hacer y necesitamos que nos ayuden.
Después de un momento agregó:
– A este niño lo encontramos hace cinco noches robando huevos en nuestro gallinero. No me costó pillarlo cuando escapó.
Doña Olga continuó explicando:
– Estaba a punto de desfallecer, desnutrido. No se imaginan cómo estaba cuando lo encontramos. Le dimos de comer y lo hemos tenido con nosotros estos días. Ya está repuesto; pero no sabemos qué hacer con él.
Fue ahora don Remigio el que continuó:
– Nosotros no tenemos cómo mantenerlo. Y no sabemos dónde llevarlo. Nos contó que vivía con su papá y con su hermano mayor en una casucha en mitad del cerro cerca de una quebrada. Nos dijo que una noche que llovía mataron a su papá y a su hermano. Dice que un hombre de a caballo les disparó cuando estaban reparando el techo porque se entraba el agua. Toño escapó y se escondió. El hombre estuvo buscándolo por todos lados, pero él se había escondido en unos arbustos, y como era de noche el hombre de a caballo no lo vio. Eso es todo lo que nos dijo, todo lo que sabemos. Y no sabemos qué hacer. Pensamos en ir a la policía, pero cuando se lo dijimos nos rogó que no lo hiciéramos. Le aseguramos que no le diríamos a nadie que nos robó los huevos, porque fue por hambre y necesidad.
El muchacho se puso a llorar. Antonella lo abrazó. Cuando ya lo vio tranquilo le preguntó:
– ¿Por qué no quieres ir a la policía? ¿No crees que debes denunciar al que mató a tu papá y a tu hermano?
– Mi papá decía que debemos estar siempre lejos de los policías. Yo creo que fue un policía el que los mató.
Al decir esto se puso nuevamente a llorar.
– No te preocupes, Toñito. Aquí estás a salvo. Si no quieres, no iremos a la policía. Ya veremos qué hacer.
Después de un momento Antonella se levantó de la silla y tomó al niño de la mano diciendo:
– Tengo una idea. Vamos al patio a hacer un mono de nieve.
Mientras Antonella y Toñito jugaban con la nieve Alejandro preguntó a don Remigio:
– ¿Crees que vengan a la reunión?
– Y ¿por qué no habrían de venir?
– Por la nieve, digo.
– Vendrán, vendrán. Para detenernos en esto de la cooperativa que nos tiene entusiasmados, se necesitaría algo mucho más grave que una nevazón.
Don Remigio tenía razón. Aunque con algún retraso, llegaron todos.
Antes de comenzar la reunión Antonella llevó a Toñito al dormitorio, le contó un cuento y lo dejó durmiendo.
La reunión se hizo en el gran living de la casa. Alejandro comenzó informando que la cooperativa Renacer ya podía funcionar legalmente, y que estaban en condiciones de adelantar la instalación del almacén en la ciudad, con los aportes pagados por los socios más un crédito que podían solicitar a la financiera de CONFIAR. Los asistentes lo celebraron, pero algo rondaba en el ambiente que impedía que se expresara entusiasmo por tan buenas noticias.
Alejandro quería entender, y facilitó que todos pudieran expresarse sobre cualquier asunto que les interesara.
Poco a poco fue saliendo a luz lo que sucedía. Todas las casas menos la suya, habían sido visitadas por un abogado, acompañado de dos guardias uniformados, que les habían dicho que obras civiles debidamente autorizadas por el gobierno los dejarían sin agua dentro de dos o tres meses a lo sumo. Esos hombres les habían dicho que la mejor opción que tenían era vender sus propiedades a la Colonia Hidalguía, donde, además, podrían encontrar trabajo y un lugar donde vivir. Todos convinieron en que sin agua no podrían producir nada que ofrecer en el almacén, y ni siquiera continuar viviendo en sus campos.
Después de escucharlos Alejandro les habló con pasión y convicción:
– Lo que les han dicho esos hombres es mentira. De acuerdo con la ley vigente en el país, nadie puede realizar obras civiles sin contar con la aprobación expresa de la comunidad que pueda resultar afectada por esas obras. Nadie puede hacer un tranque, una represa, o un canal de regadío, sin el permiso de la comunidad. Lo que les han dicho esos hombres en nombre de los dueños de esa que llaman Colonia Hidalguía es un chantaje, una amenaza para que les vendamos nuestras tierras a precio vil. Nuestras propiedades cuentan con derechos de agua consuetudinarios, que nos vienen desde antiguo, y nadie tiene derecho a arrebatarnos lo que es nuestro. Ellos quieren asustarnos. No debemos ceder. Ninguno de nosotros debe aceptar que nos quiten lo que es nuestro. Debemos mantenernos unidos, más unidos que nunca. No debemos venderles nada. Debemos resistir. ¿Permitiremos, sin luchar, que nos quiten lo que es nuestro?
– No. No. No. – fue la respuesta unánime.
– Pero ¿qué podemos hacer? – inquirió don Manuel.
– ¡Nada! ¡Nada! Por ningún motivo poner nuestra firma ni nuestra huella digital en ningún papel. Eso es lo más importante por ahora. Si nos mantenemos unidos, y nos negamos a vender, seremos fuertes. Pero si uno y otro aceptan vender, traicionando a los demás, será el comienzo del fin, y nos vencerán.
– Yo tengo un hijo que trabaja en la Colonia. Creo que no soy el único.
Manuel Rosende se puso de pie y tomó la palabra. Sorprendida, su esposa se paró a su lado. Manuel le tomó la mano y se dirigió al grupo con voz enérgica:
– Compañeros, compañeros. José, nuestro hijo que está aquí, trabajó también en la Colonia esa. Les puedo asegurar que esa gente es mala. Son unos explotadores. Pagan una miseria y exigen obediencia completa, como si los trabajadores fueran sus esclavos. Cuando José renunció, lo amenazaron diciendo que volvería con la cabeza gacha y a lamerles los pies pidiendo que lo vuelvan a aceptar. Con gente así no debemos relacionarnos. Yo creo, compañeros, que lo que hay que hacer es lo que decidió nuestro hijo. Pero cada uno debe tomar su decisión por sí mismo. Como cooperativa no podemos decidir sobre lo que hacemos como familias. Pero doy mi opinión. Debemos poner todas nuestras capacidades en trabajar en lo nuestro. Abrir nuestro almacén lo antes posible. Y defender nuestra agua. Como dijo aquí don Alejandro, que es un hombre joven pero que tiene estudios, nadie puede quitarnos el agua que es nuestra.
La nieve seguía cayendo y ya se acumulaban más de diez centímetros sobre el suelo. Don Luis Ramirez, el más anciano de los cooperados, se levantó tomando la palabra:
– Compañeros. Continúa nevando y debemos volver a nuestras casas. Está claro que ninguno de nosotros venderá nada a esa gente. El próximo domingo nos reuniremos otra vez y veremos qué más hacer. Propongo que antes de irnos nos tomemos todos de la mano y que cantemos la canción nacional.
Todos se alzaron, se tomaron de las manos y cantaron con fuerza: “Puro Chile es tu cielo azulado, puras brisas te cruzan también …O la tumba serás de los libres, o el asilo contra la opresión”.
Cuando los demás se fueron don Remigio y doña Olga se acercaron a Alejandro y Antonella:
– ¿Qué haremos con el muchacho?
Antonella miró a Alejandro y este asintió imaginando lo que diría su esposa.
– Que se quede aquí. Nosotros lo cuidaremos. Y ya veremos después lo que habrá que hacer.
Más tarde, cuando todo quedó en calma y Toñito dormía, Alejandro y Antonella conversaban acostados en la cama. Estaban muy preocupados por todo lo que habían sabido ese día. El asesinato del padre y del hermano del Toñito. El problema del agua. Las amenazas de la Colonia.
– ¿Qué haremos con el niño, Antonella?
– Muy pronto llegará la señora Mariella. Olvidé contarte que cuando fui a la asamblea de CONFIAR la invité y aceptó venir un día a darle clases a los niños en la escuela. Hace un rato me llamó, confirmando que viene el martes. Lo hablaremos con ella, que sabrá aconsejarnos qué hacer.
– Está bien – respondió Alejandro, que después de un momento agregó: – Mariella es muy especial. Escuché decir un día a Juan Solojuán que es una mujer luminosa. Se me ocurre que, para aprovechar mejor su visita, además de darle clases a los niños podría reunirse con nosotros, los que hacemos clases en la escuela. Sería interesante que nos diga lo que piensa sobre la educación. ¿Te parece posible?
- ¡Claro que sí! No sé cómo no se me ocurrió antes. Se lo pediré, estoy segura de que aceptará.
* * *
El martes comenzó felizmente con la llegada de Mariella, esposa del Senador Larrañiche. Llegó acompañada por Vanessa, una amiga de Antonella, venezolana, que se habían conocido en unas circunstancias muy difíciles. La joven, al saber que Mariella iría a ver a Antonella le rogó que la llevara y Mariella aceptó sin pensarlo dos veces.
Estuvieron todo el día en la escuela, en la mañana con los niños y en la tarde con el grupito de profesores.
– Estoy muy contenta de estar con ustedes – comenzó diciendo Mariella al reunirse con los profesores – y les agradezco que quieran conversar conmigo. Sólo tengo que advertirles que no he preparado nada, porque Antonella recién me lo dijo. Pero aquí estoy, sin saber qué decir, dispuesta más bien a escucharles.
Antonella le explicó el proyecto educativo de la escuelita, insistiendo en que todavía estaba en elaboración y, en la práctica, muy lejos de responder al ideal. Terminó la explicación diciendo:
– Mi sueño es llegar a ser una escuela, una educación, cómo decirlo, perfecta. Me atrevo a decirlo, aunque les parezca exagerado e imposible. Nunca me había atrevido a expresarlo así, casi ni siquiera a pensarlo; pero escuchando en la mañana a la señora Mariella con los niños, me pareció que despertaba en sus almitas un ideal muy alto. Y me dije y me digo que sí, que podemos aspirar a lo mejor, y lo mejor es lo que sea perfecto.
Ante lo que habían escuchado ninguno de los presentes se atrevía a replicar o comentar, y todos esperaban que fuera Mariella la que hablara. Pero ella cerró los ojos y se mantuvo en silencio. Al final, no pudiendo contenerse, fue Vanessa la que comentó alegremente:
– Así es la Anto. Yo la conozco, y puedo asegurarles que ella es mi mejor amiga, una amiga perfecta.
Antonella le sonrió. Alejandro, sonriente, acotó:
– Y yo puedo asegurarles que la Anto es mi mejor esposa, amiga, amante, compañera y cómplice, y que es, digamos para no exagerar, casi perfecta.
– ¡Tonto! – le dijo Vanessa con voz suave, sonriendo también, pero mirándolo enojada.
El ambiente se distendió, hasta que Mariella abrió los ojos y haciendo caso omiso de las bromas, con el rostro iluminado exclamó:
– ¡Qué difícil es hablar de la perfección! Y sin embargo creo que todos tenemos, en lo más íntimo, un deseo de perfección. Aunque no nos atrevamos a decirlo, algo dentro de nosotros nos hace desear la perfección. Que nuestras actividades y nuestras cosas sean perfectas. Quisiéramos que nuestra casa sea perfecta, que las comidas que preparamos y que gustamos sean perfectas, que nuestro trabajo sea perfecto, que nuestros amigos sean perfectos, que nuestra pareja sea perfecta, que nuestra salud sea perfecta, que el mundo sea perfecto. Si no todo, que algo al menos, en nosotros mismos, sea perfecto. Esa vocecita interior la acallamos porque nos damos cuenta de que estamos lejos de ser perfectos, porque sabemos que no podemos alcanzar la perfección, y entonces nos conformamos con la mediocridad. Pero esa renuncia es, creo yo, un modo de acallar a Dios que vive en nosotros y que nos llama a la perfección. Porque cuando anhelamos algo perfecto, en el fondo estamos experimentando un deseo divino.
Antonella recordó que en los Evangelios se lee que Jesús dijo: “Sean perfectos, como nuestro Padre del cielo es perfecto”.
Se produjo un nuevo silencio, que esta vez fue interrumpido por Adolfo, el profesor de matemáticas.
– En las matemáticas se busca siempre la perfección, la exactitud absoluta, la demostración perfecta de lo que se afirma, mediante axiomas y operaciones lógicas. Sin embargo, los matemáticos sabemos y debemos reconocer que la perfección que se busca en nuestra disciplina es inalcanzable. Desde muy antiguo se ha buscado resolver inútilmente la cuadratura del círculo, esto es, determinar geométricamente el área de un círculo que sea idéntica a la de un cuadrado. Parece algo sencillo, y sin embargo se ha demostrado imposible, igual como es imposible determinar el valor exacto de pi, o sea, el cociente entre la longitud de la circunferencia y la longitud de su diámetro. Siempre habrá, hasta el infinito, decimales que agregar. Kurt Gödel, un filósofo y matemático austríaco que trabajó con Einstein y que es reconocido como la mente matemática más notable que ha existido, formuló y demostró el teorema de la incompletitud, según el cual, en todo sistema matemático existen axiomas que debemos aceptar como verdaderos, pero que no se pueden demostrar matemáticamente. En el fondo, lo que hizo Gödel fue demostrar que las matemáticas tienen límites que no pueden superar, o sea, que no son perfectas.
– Es muy interesante eso – comentó Mariella. – Yo no sé matemáticas; pero pienso que hay verdades que no pueden ser conocidas ni demostradas por las ciencias, porque están más allá del alcance de la razón. Pero no por eso debemos renunciar a ellas. Hombres y mujeres sabios, grandes maestros de la humanidad, enseñan que la espiritualidad es una forma de conocimiento que nos lleva a verdades que están más allá de las ciencias. Si es así, para alcanzar la perfección del conocimiento hay que ir más allá de lo que pueden descubrir las matemáticas y las ciencias.
– A propósito de esto, en los últimos años de su vida, Kurt Gödel se obsesionó con la idea de perfección, y trató de demostrar, en base a axiomas matemáticos, la existencia de un ser perfecto, o sea de Dios.
– Imagino que no pudo hacerlo – acotó Alejandro, a quien no le gustaba que se hablara de religión y que no era creyente. Más aún, la religión era uno de esos temas que rehuía conversar con Antonella, que se declaraba cristiana convencida.
– No pudo – confirmó Adolfo. – Y lo peor fue que, al final, Gödel se volvió loco, o sea, literalmente, perdió la razón.
Alejandro no pudo dejar pasar la ocasión de acotar algo sobre ese único asunto que lo distanciaba de su amadísima esposa.
– También yo pienso que obsesionarse con la perfección puede llevar a enloquecer a cualquiera.
Antonella estuvo a punto de replicar, pero se contuvo. Fue Mariella la que expresó lo que ella quería decir.
– No se trata de obsesionarse con la perfección, Alejandro. Solamente digo que, asumiendo con humildad que no somos perfectos, ni mucho menos, no renunciemos a los ideales que surjan en nuestra mente y en nuestro espíritu.
– ¿Y cuál sería, en su opinión, el ideal de la educación que nos podríamos proponer?
Con estas palabras Antonella quiso volver a centrar la conversación en el tema inicial. Todos esperaron la respuesta de esa señora anciana que los cautivaba con su sonrisa alegre y su mirada luminosa.
– Lo que siento y pienso – respondió Mariella después de un minuto largo de silencio –, es que la educación perfecta tendría que crear y desarrollar en las personas un vínculo íntimo entre lo verdadero, lo bueno y lo bello.
– ¿Y eso cómo se logra? – preguntó Vanessa, que ya no aguantaba estarse quieta y que poco entendía de lo que se hablaba.
Mariella la miró con afecto y enseguida, extendiendo la mirada a todo el grupo, afirmó:
- La formación intelectual nos conduce a lo verdadero; la formación ética nos acerca a lo bueno; la formación estética nos aproxima a lo bello. Son tres procesos formativos que tienen, cada uno, sus propios fines, caminos y métodos. Me parece que la plenitud consiste en desplegarlos poco a poco, pero unidos, relacionados cada uno con los otros. No debiera descuidarse ninguno de ellos. Los tres procesos formativos tienen igual importancia. Los tres convergen en la formación de personas íntegras y plenas.
Mariella esperó que sus palabras llegaran a la mente y al corazón de quienes la escuchaban. Entendía que estaba formulando un ideal muy alto, que era necesario reflexionar y meditar para se lo comprendiese bien. Continuó explicando.
- De hecho, hay un nexo íntimo entre lo bello, lo bueno y lo verdadero. Pero son cualidades diferentes, que en las obras humanas dependen del desarrollo de distintas facultades. Por la facultad estética aprehendemos, apreciamos y creamos lo bello. Por la facultad ética discernimos y nos proponemos lo bueno. Por la facultad intelectiva buscamos y descubrimos lo verdadero. Lo perfecto se da cuando lo verdadero, lo bueno y lo bello se dan juntos, y en alto nivel. Eso puede suceder en una obra de arte, centrada en lo bello; en una acción social, centrada en lo bueno; o en un trabajo intelectual, centrado en lo verdadero. Cuando en ellos se unen las tres cualidades, en alto grado, decimos que se trata de algo sublime. Algo que nos impacta profundamente, que nos eleva, que nos trasciende, que nos arrebata.
Alejandro escuchaba con atención, pero se mantenía escéptico. Antonella se sentía transportada, más que por las ideas que expresaba Mariella, por el espíritu con que las comunicaba. Adolfo pensaba que las matemáticas eran no sólo verdaderas, sino también bellas y buenas. Vanessa sabía que era excepcionalmente bella, y quería ser tan buena como su amiga; pero se daba cuenta de que sus conocimientos eran muy limitados.
La conversación se extendió todavía unos minutos; pero todos estaban pensativos, volcados hacia dentro, y poco se les ocurría agregar. Además, se hacía tarde y cada uno tenía cosas que hacer, por lo que Antonella dio por concluida la reunión agradeciendo a Mariella y a todos los presentes por su participación.
A pesar de la lluvia y del mal tiempo con que había comenzado, el día había sido perfecto. Antonella estaba feliz. Pero el día terminó trágicamente. Ella quiso agasajar a Mariella y a Vanessa en la parcela, y cuando ya estaba oscuro, antes de que partieran de regreso a Santiago, se le ocurrió darles una canasta de higos, con tan mala suerte que cuando estaba cosechándolos en lo alto de la higuera se rompió la rama en que se apoyaba y cayó al suelo golpeándose la cabeza contra una piedra.
Antonella fue llevada a Santiago en ambulancia, inconsciente y gravemente herida, acompañada por Alejandro. De Toñito se hizo cargo Mariella que se lo llevó en su auto. En la casa de campo quedó Vanessa que aceptó reemplazar a Antonella en las clases de la escuela mientras estuviera ausente.
Al ver a su esposa inconsciente y gravemente herida Alejandro sintió que el mundo se venía abajo, que toda su vida y cada uno de los proyectos en que estaban comprometidos se derrumbaban como un castillo de naipes.
* * *
Pero la vida continuó su curso inexorable. Durante las semanas que siguieron Alejandro se quedaba en Santiago acompañando a Antonella que en el hospital se recuperaba muy lentamente. Volvía al campo solamente los viernes, para hacer algunos trabajos de mantención en la granja y reunirse con la cooperativa. Regresaba los lunes de madrugada. Así durante cuatro semanas.
Estando en Santiago Alejandro Donoso aprovechó para conversar con sus amigos de la dirección general del CCC, de la cual había formado parte durante dos años. Les contó lo que estaban realizando con Antonella en la escuela y en la granja, y con los campesinos en la Cooperativa.
Dos semanas después del accidente Antonella estaba fuera de peligro y se reponía bien, consciente y lúcida como antes. Cuando Alejandro estuvo completamente seguro de que podrían continuar con los proyectos, habló con el Gerente General del CCC y le pidió tener una reunión formal con el Consejo de Administración. Tres días después le comunicaron que en la próxima sesión dispondría de quince minutos para exponer su caso.
Alejandro, que conocía bien las dinámicas de las sesiones del Consejo y la multitud de temas que debían tratar en cada sesión, se preparó con esmero. Escribió una presentación resumiendo el proceso de formación de la Cooperativa RENACER. Agregó algunas fotos de la granja, de la escuela y de las reuniones que habían realizado los campesinos. Y destinó la mayor parte del tiempo a explicar las amenazas que representaban para sus proyectos lo que sabían sobre las actividades que se realizaban en la Colonia Hidalguía y sus evidentes intenciones de apropiarse de las tierras de los campesinos. Concluyó planteando lo que pensaba que era posible realizar con la colaboración de CONFIAR.
– Compañeros. Hay en el sector del que les hablo unas 150 pequeñas propiedades campesinas. Algunas de ellas están abandonadas; pero son las menos. Me temo que la Colonia Hidalguía pueda estar solicitando su posesión. Si lo han hecho y no han pasado todavía tres meses, estamos todavía a tiempo para presentar oposición mediante solicitud de Tutela legal. Para eso necesitaríamos que un abogado de CONFIAR nos colabore durante un par de semanas. Pero lo más importante sería contar con dinero para hacer ofertas a los campesinos que quieran vender. Ninguno de los socios de la cooperativa venderá, estamos en eso todos comprometidos. Pero es muy probable que unos cuantos campesinos que no forman parte de nuestra organización, no resistan las amenazas y se rindan.
El Gerente lo interrumpió:
– Si nosotros presentamos Tutela y solicitamos la posesión de las propiedades, o si las compráramos ¿qué podemos hacer con ellas?
Alejandro explicó entonces su plan:
– No he pensado que lo haga directamente CONFIAR. He hablado en estos días con varios amigos y parejas jóvenes de aquí, que estarían dispuestos y felices de irse a vivir al campo y trabajar en el proyecto nuestro. En la Cooperativa, en la Granja Ecológica, y en la Escuela. Lo que necesitarían para hacerlo, son créditos para comprar granjas abandonadas, en condiciones que sean convenientes y de largo plazo.
– ¿De cuánto estamos hablando? – preguntó el Gerente.
– Por el momento son seis las personas dispuestas a ir. Cada una necesitaría un crédito de unos trescientos mil Globaldollars, que es lo que valen esas tierras por allá. Pienso que los de la Colonia pretenden pagarles bastante menos que eso.
– ¿Para cuándo necesitas respuesta?
– Para ahora, señor. La verdad es que no hay más tiempo.
El gerente lo pensó un momento y luego continuó:
– Entonces espéranos fuera. Lo trataremos en esta misma sesión y te daremos la respuesta al terminarla.
No pasaron quince minutos que la secretaria del Consejo lo hizo entrar nuevamente.
– Hemos decidido – afirmó el gerente – apoyar con fuerza tus proyectos. Te conocemos bien y confiamos en ti. Mandaremos a uno de nuestros abogados para que los asesore en lo que necesiten. Dile a tus seis amigos que pueden presentar las solicitudes del crédito por el monto que nos dijiste.
Alejandro pasó los días siguientes contactando a sus amigos y ayudándolos a preparar las solicitudes de crédito. Estaba entusiasmado. Esas actividades le hicieron estar menos tiempo con Antonella, que seguía hospitalizada, pero le explicó lo que estaba haciendo y ella lo comprendió y animó a que continuara con su plan.
* * *
Alejandro volvió a su casa del campo un sábado, y trabajó todo el día en la granja con la ayuda de Vanessa.
En la noche, cuando ya se disponía a dormir sintió tres suaves golpes en la puerta de su pieza. Encendió la luz. Era Vanessa que abrió la puerta, entró y se apoyó en el muro. Estaba en ropa interior. Es una mujer realmente hermosa y deseable.
Ella se sacó el sostén dejando que Alejandro apreciara un buen rato sus rosados pechos perfectos. Luego, contoneando seductora, se acercó y se metió en su cama.
– ¿Qué haces, niña? – balbuceó Alejandro.
– Solamente quiero que tengamos un poco de placer, después de tanto trabajo. Te noto triste.
Alejandro no se movió, desconcertado y expectante a la vez. Vanessa lo acarició en la cara, recorrió sus labios con los dedos y bajó lentamente las manos por su cuerpo dándole suaves pellizcos. Enseguida levantó una pierna y la puso sobre las de Alejandro, que abandonando la débil resistencia que aún lo mantenía inmóvil, la tomó de la cintura mientras ella comenzó a balancear sus puntiagudos senos rozándole el pecho.
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