La civilización moderna se desmorona, lentamente pero inexorablemente. Las instituciones que garantizan el orden y la convivencia social están perdiendo credibilidad y soporte ciudadano. Los Estados ven reducida su capacidad de conducir y de articular los intereses de los diferentes grupos sociales, y de resolver los problemas que afectan a la sociedad. La economía experimenta incapacidad para generar empleo, para mantener los niveles de bienestar social alcanzados anteriormente, y para impedir el incremento de la pobreza, el agotamiento de varios recursos fundamentales y el deterioro del medio ambiente. Las ideologías y las ciencias sociales no ofrecen respuestas y soluciones viables a estos problemas, y pierden su capacidad de proporcionar proyectos que encaucen las inquietudes y demandas que en el contexto de la crisis multiplican el malestar social.
Se difunde la conciencia de todos estos problemas, y eso constituye un hecho positivo; pero la indignación, las protestas y las movilizaciones sociales a que da lugar esa expansión de la conciencia de la crisis, son sólo expresiones y manifestaciones de la crisis misma, que no la resuelven sino que incluso la acrecientan y aceleran, en cuanto no sean portadoras de soluciones efectivas.
En la medida que esas movilizaciones persistan en exigir al Estado y a las instituciones existentes las soluciones a la crisis, y que postulen que los mismos agentes del mercado que causan la crisis reviertan las tendencias y la superen, tales movilizaciones se mantienen al interior de los paradigmas de la civilización que perece, y ellas mismas comparten la situación de crisis. Es curioso que se pida a las instituciones, en las que no se cree y a las que justamente si indica como responsables de la crisis, que la resuelvan. Es que se sigue pensando erróneamente que el Estado y el mercado son todopoderosos.
La crisis continuará deteriorando la vida económica, política y cultural, en un largo proceso de decadencia de la civilización moderna, que implicará muchos sufrimientos y que será muy doloroso. Por esto es muy importante comprender que la tarea que tenemos por delante es constructiva, y que debiéramos evitar las acciones tendientes a destruir lo que va quedando del orden económico e institucional existente. Este se está desmoronando por su propia dinámica, y acelerar su caída no adelantará la nueva civilización.
Además, es importante comprender que la ya vieja civilización moderna tiene variados elementos de valor permanente, que como hemos dicho anteriormente, debiéramos conservar y hacer transitar hacia la nueva civilización. Sería una pérdida de graves consecuencias que esos elementos positivos se perdieran en la crisis de la civilización que decae; y sería también extremadamente grave que el mercado capitalista y las instituciones estatales dejasen de funcionar sin que se hayan establecido antes los fundamentos de una nueva economía y de un nuevo orden social.
Para comprenderlo, basta imaginar que un día encontremos que los bancos han dejado de funcionar. Al rato estarían cerrados los supermercados, los negocios de todo tipo, incluidos los que proporcionan combustibles al transporte. Las industrias se paralizarían, y también las escuelas, los servicios de agua potable, de electricidad, de salud. Se desataría el pillaje, los saqueos, la delincuencia, que no podrían ser contenidos por aquello poco que quedaría operante de las instituciones. Si en vez de ocurrir de improviso todo esto se diera en forma paulatina a lo largo de algunos pocos años, esas consecuencias nefastas se desplegarían y extenderían también paulatinamente durante esos mismos años. A menos que durante ese tiempo se hayan preparado y creado las instancias y soluciones de reemplazo.
Pero es completamente ilusorio creer que el colapso de la civilización moderna dará lugar por sí mismo a la nueva civilización: a la nueva política, a la nueva economía, a las nuevas ciencias, a la nueva educación, a las nuevas tecnologías. Ellas surgirán sólo en la medida que sean creadas por personas y grupos concretos que se pongan a trabajar consciente y decididamente en ello.
Hemos dicho y repetido también que tales nuevas economía, política, cultura y ciencias, de hecho están siendo creadas, están surgiendo, por iniciativa de personas creativas, autónomas y solidarias. Pero no está dicho que necesariamente habrán de desplegarse con la rapidez suficiente para adelantarse a una gran crisis de la civilización moderna, y para establecerse oportunamente. No es automático, no está garantizado.
Debemos decir también que los contenidos y las formas que asuma la nueva civilización no están predeterminados, sino que serán aquellos que seamos capaces de crear, difundir y desarrollar quienes asumimos la tarea de iniciar la creación de una nueva civilización como un proyecto propio.
Construir una nueva civilización es el cambio más grande, más global, más completo y más radical que pudiéramos concebir. Este gran cambio será fruto de la actividad de muchísimas personas creativas autónomas y solidarias; no el fruto de la conflictualidad y la combatividad de algunos grupos férreamente organizados. La gran transformación no se realizará por un único gran movimiento unificado por una ideología, sino a través de una infinidad de acciones, pequeñas y grandes, algunas infinitesimales y otras de dimensiones universales, abarcando los más amplios campos de la experiencia humana; acciones y obras realizadas por millones de personas, cada una en sus propias vidas y en sus contextos particulares y diversos. Pero todas orientadas en una perspectiva común, cuyos lineamientos hemos venido delineando a lo largo de esta exposición.
Ahora bien, la experiencia histórica de las civilizaciones pasadas enseña que mientras una civilización se desmorona, generando desorden social, económico y político, decadencia institucional y deterioro de la convivencia civil, pobreza, carestía y conflictualidad, los grupos que ponen los fundamentos de la civilización que nace tienen que desarrollar sus experiencias buscando al mismo tiempo protegerlas de las agresiones de que puedan ser objeto en el contexto del deterioro acelerado de la convivencia civil. Por eso es urgente iniciar el proceso constructivo de la nueva economía, de la nueva política y de la nueva civilización; adelantar todo lo posible la creación de lo nuevo.
No se trata de asustarnos, pero es necesario saber que se requiere mucha fuerza espiritual y moral, y convicciones profundas, que son lo que permite crear lo nuevo superando las dificultades que implica tener que desplegar los procesos creativos en un contexto adverso, y que pudiera incluso tornarse peligroso.
Esto nos lleva a plantearnos, como último y decisivo aspecto a considerar, la cuestión espiritual y moral. Todas las grandes civilizaciones que ha habido en la historia de la humanidad, han tenido profundos y elevados fundamentos espirituales y morales, que en último análisis y última síntesis, son los que proporcionan a los seres humanos la posibilidad de elevarse por sobre sus impulsos biológicos y de evolucionar de modo libre y consciente hacia estadios de civilización superiores y trascendentes.
La ética como pensamiento teórico que orienta al buen vivir, a la identificación de los deberes morales mínimos y de las más altas virtudes, y en último término al logro de la mayor felicidad posible para todos los seres humanos, es una disciplina intelectual que también se encuentra hoy en crisis, y que será necesario rediseñar y reconstruir. Esta crisis de la ética redunda en una crisis de la moral práctica, de los comportamientos y de las costumbres, y ello es uno de los grandes obstáculos para la creación de una civilización nueva y superior, que avanza por este motivo mucho más lentamente de lo que sería necesario y de lo que quisiéramos.
Lo que parece requerirse en este terreno es elaborar a nivel teórico, y formarnos las personas en el plano práctico, en una ética de la responsabilidad personal, social y ambiental, fundada en los valores de la justicia y de la solidaridad. Y en conexión con dicha ética, desplegar una espiritualidad del desarrollo humano, fuertemente comprometida con la transformación de sí mismos y del mundo, buscando evolucionar hacia formas superiores de conocimiento, de conciencia y de vida.
Hemos visto, hemos dicho y hemos reiterado a lo largo de estas presentaciones, que la creación de la nueva civilización convoca a todos, y requiere compromisos de personas que trabajen en lo económico, en lo político, en la creación artística y cultural, en la búsqueda científica, en la educación y en las comunicaciones. Pero tal vez sea el caso de agregar ahora, que el proyecto de creación de una nueva y superior civilización convoca y responsabiliza de manera especial, a quienes sientan estar motivados, o crean estar llamados, o anden de hecho en búsqueda, de lo que con distintas orientaciones y sentidos puede entenderse como desarrollo espiritual. Teniéndose en cuenta, al respecto, que a diferencia de tantas otras cualidades y aptitudes humanas, como las cognitivas, las deportivas, las comunicativas, en las que se observan potenciales tan distintos entre una persona y otra, la espiritualidad se muestra como tal vez la única potencialidad humana verdaderamente democrática, o sea que todos podemos compartir, consistiendo ella básicamente en la capacidad de amar: de amarse a sí mismo, de amar a los otros, de amar a la naturaleza, de amar al Ser total.
Esto nos lleva a la última pregunta que abordaremos en el próximo, que será el último capítulo: ¿cómo podemos entender la idea de un 'hombre nuevo', o de un nuevo 'tipo humano' que pudiera desarrollarse en la nueva civilización?
Luis Razeto
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