En la creación de una nueva economía el punto de partida es la transformación del consumo. La razón de ello es clara: si se asume que el fin de la nueva economía es el ser humano, su realización y felicidad, hay que empezar examinando si el consumo de los bienes y servicios que produce la economía está sirviendo a ese objetivo, que implica básicamente satisfacer las verdaderas necesidades del ser humano. Porque el consumo consiste en la satisfacción de las necesidades de las personas y de la sociedad mediante los bienes y servicios que se producen en la economía.
El consumo de un alimento se cumple en el acto de comerlo, de satisfacer la necesidad de nutrirse y de gozar de sus sabores. El consumo de un libro consiste en leerlo, en satisfacer el deseo de aprender y de entretenerse con la lectura. El consumo de una terapia médica se verifica en el proceso de curarse la enfermedad y de vivir saludablemente.
Esto no ha sido comprendido en la economía moderna, que en la llamada 'teoría del consumidor' reduce el consumo al comportamiento de las personas en el mercado, en cuanto compran bienes y servicios. Desde esa óptica el consumo de los alimentos se realizaría en el supermercado; el consumo del libro consistiría en comprarlo; la terapia se consumiría en el momento en que se paga. Entonces no interesa si el alimento nutre bien a la persona, o el libro la haga más culta, o la terapia sane y haga feliz al enfermo. Lo que importa es cuánto dinero gasta el consumidor en la compra.
Las teorías económicas no se han ocupado de lo esencial de la economía que es la satisfacción de las necesidades y el desarrollo humano; lo que les interesa es que los individuos estén en el mercado y compren lo más posible, para lo cual puede incluso ser mejor que las personas permanezcan insatisfechas, si ello los impulsa a comprar más cosas y servicios.
Se requiere una nueva concepción del consumo para concebir y construir una nueva y superior economía. Pero entonces se hace necesario repensar a fondo la cuestión de las necesidades, partiendo de la crítica al modo en que se las concibe en la sociedad moderna. Es una crítica indispensable para comprender la radicalidad del cambio que tenemos que hacer al nivel del consumo. Porque - podemos adelantarlo - es el consumo tal como se da actualmente, lo que lleva a las personas a vivir sus necesidades de manera tal que las convierte en pasivas, dependientes y competitivas. Será radicalmente distinto el consumo que nos convierta en personas creativas, autónomas y solidarias; pero este nuevo modo de consumo implica entender de otra manera las necesidades humanas.
En la civilización moderna se han dado dos maneras de entender las necesidades: la liberal-capitalista y la social-estatista; opuestas entre sí a nivel político, sin embargo ambas se fundan en una similar concepción positivista y naturalista del hombre y de la sociedad.
Según la concepción liberal-capitalista no existiría una naturaleza humana común a todos los hombres, sino sólo individuos que se comportan empíricamente de ciertas maneras, cada uno con sus particulares intereses, necesidades y deseos; cada uno compitiendo con los otros. Las necesidades humanas serían aquellas que los individuos expresan al plantear sus demandas de bienes y servicios en el mercado.
Se piensa las necesidades como carencias, como vacíos que deben llenarse con los bienes y servicios, según lo cual habría una suerte de correspondencia bi-unívoca entre las necesidades y los productos y servicios. A cada necesidad correspondería un producto, y a cada producto correspondería una necesidad. Entonces las necesidades no se experimentan como necesidades del propio ser, sino como las necesidades de comprar y tener cosas y servicios.
Se supone, además, que las necesidades son recurrentes, es decir, que se satisfacen cada vez que los vacíos se llenan con ciertos productos, pero ellas vuelven al poco tiempo a presentarse insatisfechas, y por lo tanto estarían siempre demandando los bienes y servicios que las satisfacen por un tiempo, para que más adelante vuelvan a presentarse los vacíos, las carencias.
Junto con ser estas carencias recurrentes, se concibe que las necesidades son crecientes. Los seres humanos, una vez que satisfacemos ciertas necesidades, queremos siempre satisfacer otras, nuevas, más amplias y más sofisticadas necesidades, de modo que estamos siempre insatisfechos. Se afirma que somos insaciables. Y como las necesidades van expandiéndose, multiplicándose, diversificándose, también la economía va multiplicando y diversificando los productos, o sea los bienes y servicios que ofrece.
Pero ¿somos así los seres humanos? ¿Somos esas cosas con muchas carencias, con tantos compartimentos vacíos, que se llenan y que se vacían, que se van multiplicando y creciendo, y que demandan siempre más bienes y servicios con que llenarse? ¿O es más bien que así nos quiere el mercado capitalista?
Otra concepción de las necesidades que ha tenido presencia en la civilización moderna es la social-estatista, que ha dado lugar a la economía de planificación centralizada. La concepción del hombre subyacente a esta concepción es aquella postulada inicialmente por Ludwig Feuerbach y desarrollada después por Marx y Engels, según la cual lo único que pudiera asociarse a la idea de una naturaleza humana sería la colectividad, entendida como la 'especie' humana natural.
Esta concepción sigue pensando las necesidades como carencias recurrentes que se llenan con productos y servicios crecientes; pero se diferencia de la concepción liberal en que hace una neta distinción entre las que serían las 'verdaderas' necesidades humanas –aquellas propias de la especie -, y los que serían solamente deseos y caprichos individuales. Las 'verdaderas necesidades' serían comunes e iguales para todos: alimentación, vestuario y abrigo, vivienda, protección, informaciones y conocimientos, servicios de salud, y pocas más.
Siendo pocas, fácilmente identificables, jerarquizables en cuanto a su importancia social, se afirma que se puede planificar su creciente satisfacción a través de la acción del Estado. Cada sociedad podría definir sus necesidades, pero como colectivo; es la sociedad la que podría determinar las necesidades que en cada momento puede y debe satisfacer. Por lo tanto, según esa concepción, hay que planificar la economía y regularla estrictamente, reduciendo los espacios de libertad en que los individuos expresen sus deseos y caprichos, porque si cada individuo persistiera en expresar libremente sus demandas, no sería posible la planificación.
La diferencia entre la concepción liberal-capitalista y la concepción social-estatista reside en que mientras en la primera los productos para satisfacer las necesidades son demandados por los individuos y provistos por el mercado, en la segunda los productos son determinados y provistos por el Estado.
Esas dos concepciones de las necesidades, si bien opuestas políticamente, en los hechos se han ido amalgamando en la sociedad moderna. Por un lado se reconoce que los individuos pueden expresar con libertad sus demandas de bienes y servicios en el mercado. Y al mismo tiempo se acepta que existe un nivel de acceso a ciertos bienes y servicios que debe ser igual para todas las personas; acceso que se entiende como un 'derecho' que los ciudadanos pueden exigir al Estado.
Pues bien, este reconocimiento de ambas lógicas como legítimas da lugar a una estructura de las demandas, y a un tipo de consumidor -lo llamaremos el consumidor moderno – muy exigente y complicado, que genera un problema económico tendencialmente insoluble, y que es lo que origina la gran crisis que afecta a la actual pero ya vieja civilización moderna.
En efecto, desde ambas racionalidades (la del mercado capitalista y la del Estado proveedor), las necesidades están creciendo, multiplicándose y diversificándose, y en consecuencia la economía está fuertemente presionada a crecer, a multiplicar su oferta de bienes y servicios, para satisfacer tanto las demandas colectivas que se exigen al Estado, como las demandas individuales que se expresan en el mercado. Desde ambas perspectivas, desde ambas lógicas, se está viviendo un elevamiento del umbral de la cantidad de productos que se demandan y del nivel de acceso al que se aspira.
Por un lado está la lógica del mercado, que es fundamentalmente una lógica de individuación, una lógica de diferenciación mediante la posesión de cosas, donde cada cual trata de diferenciarse, de prestigiarse, de tener acceso a más bienes y servicios. Entonces se produce una suerte de persecusión, porque nadie quiere quedar rezagado: quienes tienen mayor capacidad de compra demandan bienes y servicios cada vez más sofisticados, cada vez más complejos, o en cantidades mayores. Los que los siguen, van accediendo a esos niveles con algún retraso; pero ya los más avanzados se distancian adquiriendo productos más sofisticados, más refinados. Y así continúa en el mercado una persecusión imparable.
Al mismo tiempo se genera un elevamiento persistente del nivel mínimo considerado socialmente aceptable. El elevamiento del nivel individual genera un elevamiento del nivel colectivo, por efecto demostración, por efecto de imitación, por efecto de que "bueno, lo que otros tienen por qué no lo podemos tener todos". De este modo el Estado es exigido a ofrecerle a sus ciudadanos mejores condiciones de habitabilidad, más medios de transporte, mejores sistemas educativos, mejores servicios de protección y de salud, acceso a la educación en niveles cada vez más elevados, etc.
A su vez, el elevamiento del nivel de lo que es común para todos genera una presión en el mercado para diferenciarse por arriba. Porque si, por ejemplo, ya todos tuvieran educación universitaria, el mercado generará las instancias para que todos aquellos que quieran ser más que el común y que presionan por niveles de enseñanza más elevados para sus hijos, les sean provistos. Y así en todos los ámbitos de necesidades.
Entonces, el consumidor moderno, además de ser insaciable, es tremendamente demandante y exigente frente al Estado, pues considera que tiene derecho a que el Estado le provea de todo lo que se necesita para alcanzar el nivel social medio, y además, que tiene derecho a que el mercado le proporcione todo lo que desee y pueda pagar. Y si no lo puede pagar, considera que tiene derecho a que le den el crédito necesario para comprarlo.
Todo esto da lugar a un proceso de aceleración impresionante de las demandas, tanto individuales como sociales. Es lo que estamos viviendo en la actualidad. Y esa expansión y esa explosión de las necesidades y de las demandas hacia el mercado y hacia el Estado, genera una presión enorme sobre el sistema productivo. Una presión para crecer, es decir, para aumentar aceleradamente el proceso de producción de bienes y servicios junto con la acelerada expansión de las necesidades.
Pero hay que preguntarse: ¿es posible este crecimiento indefinido? ¿Habrá recursos y capacidades suficientes para sostener este crecimiento permanente? Si se continuara por este camino ¿serán reversibles las consecuencias que está teniendo sobre el medio ambiente y la ecología? ¿Y será posible superar los gravísimos impactos que este consumismo exacerbado está teniendo sobre la convivencia colectiva, la gobernabilidad, la ética social y los valores culturales y espirituales? Más aún, ¿no es acaso por estarse llegando a los límites posibles de este crecimiento del consumo, que hoy se torna evidente la crisis orgánica de la civilización moderna, y se plantea la necesidad urgente de construir una civilización y una economía distintas? Y yendo más al fondo del asunto: ¿será verdad que accediendo a más productos y servicios alcanzamos una mejor satisfacción de las necesidades humanas, que nos hacemos más felices, que nos realizamos mejor como personas?
Luis Razeto
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