El consumidor moderno no es un consumidor creativo, autónomo y solidario. Al contrario, su consumo es imitativo, dependiente y competitivo. Así lo quieren la economía y la política dominantes, el mercado capitalista y el Estado asistencial. Se trata de un consumo que empequeñece a las personas, y que en definitiva genera insatisfacción e infelicidad, que parece ser el estado habitual, más extendido, en que se encuentran muchas personas en la fase terminal de la crisis de la civilización moderna.
De este consumo imitativo, dependiente, compulsivo y competitivo tendremos que liberarnos, para acceder a un consumo autónomo, creativo y solidario como el que corresponde a una nueva y superior civilización. Y ese cambio no lo harán ni el mercado ni el Estado; es absurdo demandarlo al mercado ni exigirlo ante el Estado, que son los impulsores del consumo dependiente y pasivo. El cambio en los modos del consumo sólo es posible si lo hacemos nosotros mismos, cambiando cada uno, y generando desde nuestro entorno un cambio cultural que vaya expandiendo un nuevo modo de vivir las necesidades y de consumir lo conveniente para nuestra realización personal y para nuestro desarrollo social.
El consumo autónomo es aquél que no se orienta por la publicidad, ni imita las decisiones que hacen los otros, ni entra en competencia por tener más que los vecinos. El consumo autónomo no es tampoco el que se deja llevar por los propios deseos y caprichos, que es más bien una forma de esclavitud, y que implica que no controlamos nuestra propia existencia con conciencia y libertad.
El consumidor verdaderamente autónomo es aquél que identifica sus objetivos buscando su realización como persona humana integral, la satisfacción de sus verdaderas necesidades, que no son las que indican el mercado y el Estado, ni tampoco nuestros instintos inmediatos, sino las que descubrimos mediante el conocimiento de nuestra naturaleza humana, de lo que somos y de lo que estamos orientados a ser.
De este modo comprendemos que todas nuestras necesidades se enmarcan en cuatro grandes dimensiones de la experiencia humana, que podemos representar por dos ejes que se cruzan, o por cuatro vectores que se despliegan a partir de un punto de origen.
El primer eje lo forman, hacia un lado el vector de las necesidades que tenemos como individuos: necesidades de seguridad y protección, de identidad personal, de logro de nuestros intereses y proyectos individuales. Hacia el lado opuesto, el vector de las necesidades como comunidad y sociedad: necesidades de comunicación, de convivencia, de participación, de realización de proyectos colectivos.
El segundo eje lo forman, hacia abajo el vector de las necesidades corporales y materiales: necesidad de alimentación, de salud, de vivienda, de protección de las inclemencias de la naturaleza, de utensilios y equipamientos diversos, etc. Hacia arriba el vector de las necesidades culturales y espirituales: necesidad de conocimiento, de expresión artística, de trascendencia, de belleza, de bondad, de verdad, de valores y experiencias superiores.
Nuestra realización se cumple en la progresiva satisfacción de las necesidades que se van presentando en los procesos de nuestra expansión y perfeccionamiento en esas cuatro dimensiones de la experiencia humana. En esos procesos utilizamos cosas y servicios que nos provisiona la economía; pero las necesidades se cumplen en nosotros y por nuestra propia actividad, que se sirve de esas cosas y de esos servicios. Esta es la perspectiva en que hay que poner el consumo, revirtiendo la situación actual en que se pone a las personas al servicio de las cosas, trastocando la relación racional entre los medios y los fines.
En la perspectiva de este consumo realizador de las personas y de las comunidades, las necesidades ya no se presentan como carencias o vacíos que llenar con objetos, sino como potencialidades, como experiencias que podemos desplegar activamente. Ellas – las necesidades - son detonantes de actividades, iniciativas y procesos tendientes a convertir en acto lo que está solamente en potencia, como virtualidad, en cada individuo y en cada grupo.
La posibilidad de pensar un nuevo paradigma económico radica en el re-descubrimiento del ser humano como dotado de espíritu, de conciencia y de libertad, y en consecuencia creativo, autónomo y solidario, responsable de sus acciones. De aquí derivan algunas precisiones sobre las necesidades en cuanto específicamente humanas.
Lo primero es que las necesidades las experimentamos en el plano de la conciencia. Incluso las necesidades corporales, como la de alimentarnos y abrigarnos, se viven subjetivamente. En el ser humano todo ocurre y todo se vive concientemente, es decir, simultáneamente en el plano interior y en el plano corporal, y en ambos planos se busca encontrar la satisfacción de la necesidad, que será siempre alguna realización personal o social.
Asociado a lo anterior está el hecho que nuestras necesidades son energías que esperan ser desplegadas, son fuerzas que buscan manifestarse. Son vectores direccionados, en el sentido que están buscando activamente algún logro, algún resultado para el individuo o para el grupo. Son energías, pero energías creativas, capaces de producir aquello con lo que se satisfacen. Esto nos permite comprender la creatividad en el consumo.
Pues hablamos de consumo autónomo y creativo. Partiendo de que la necesidad no se satisface solamente mediante la cosa o la acción externa que se posee o a la cual se accede, sino por la acción del sujeto que emplea la cosa o el servicio externo, descubrimos que la verdadera satisfacción de la necesidad se obtiene mediante el despliegue de la energía que libera la necesidad misma. La necesidad de nutrirnos no la satisface el alimento sino nuestra actividad alimentaria y nutricional. La necesidad de conocimiento no se satisface a través de las informaciones que se presentan a la persona para que las memorice y las aprenda pasivamente, llenando así su ignorancia pensada como el vacío que llenar, sino mediante la construcción activa del conocimiento, construcción que utiliza como insumo o componente los conocimientos e informaciones que otros han elaborado anteriormente; pero no se produce ningún efecto en el sujeto, si éste no los reconstruye mediante su propia acción y proceso de aprendizaje.
Además, las necesidades experimentan un proceso, lo que implica que más que simplemente recurrentes, como se afirma habitualmente, se perfeccionan progresivamente. Por ejemplo, una persona tiene necesidad de lectura, de leer novelas, poesía, de escuchar música, etc. Esas necesidades las desarrollamos y perfeccionamos en la medida que leemos, que escuchamos música, que estudiamos. Desarrollamos las necesidades estéticas en la medida que observamos (o mejor aún, que creamos) pinturas, esculturas, o sea que nos cultivamos.
Por esto, pensar en un consumo que nos lleve a satisfacer autónoma y creativamente nuestras necesidades, perfeccionando nuestro ser, se diferencia y distancia no solamente del consumismo contemporáneo, sino también de cierta idea que imagina que el único estado de plena satisfacción en que puede encontrarse un ser humano es cuando haya logrado anular sus necesidades, y que concibe la felicidad como el no experimentar necesidades. Si pensamos las necesidades humanas como energías positivas, no imaginemos que la realización sea llegar a ese estado de apagamiento de las necesidades, de no desear nada y por ello estar satisfechos. Esa no es una buena antropología. Si bien el ser humano puede, con disciplina y esfuerzo interior, apagar algunas de sus necesidades, detener su acción y quedar en cierto modo “en paz” consigo mismo, eso no implica necesariamente aproximarse a la realización de la “naturaleza humana”.
Las necesidades son fuerzas constructivas en cuanto son expresión de lo que está en potencia en las personas, que queremos ser más que los que somos. Y ese querer ser más que lo que somos, produce a veces insatisfacción. Pero es una insatisfacción con respecto a lo que ya somos como resultado de algo anteriormente logrado, y que nos permite también estar contentos, estar satisfechos de aquello. No es entonces la insatisfacción por no tener cosas o no acceder a ciertos servicios, sino el desasosiego que resulta del experimentar la vocación a ser más, a expandir nuestra conciencia, a alcanzar fines superiores.
La insatisfacción así entendida nos lleva a concebir la necesidad como un proyecto. De hecho los seres humanos vivimos las necesidades como proyectos. Incluso la necesidad de alimentarnos incluye el proyecto del almuerzo que tenemos que prepararnos para satisfacer esa necesidad. La necesidad motiva, impulsa, mueve a ser más, a perfeccionarnos. Orientar nuestro consumo por el objetivo de la realización y el perfeccionamiento personal y social, nos encamina hacia una civilización superior, en la cual la experiencia humana podrá descubrir horizontes nuevos, incluso desconocidos hasta ahora.
Luis Razeto
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