XXIV. KESSLER CONFESÓ LA TRAMA URDIDA CON GAJARDO

XXIV.

 

Kessler confesó la trama urdida con Gajardo y fue condenado a cinco años de prisión y a 800 puntos malos adicionales, que correspondían a diez años en que debía andar permanentemente con dispositivos que anunciaban a todo el que estuviera cerca que se trataba de un criminal peligroso. Ramiro Gajardo recibió tres años de reclusión efectiva y 580 puntos malos. Arturo y Camila salieron de la Embajada de Corea del Norte y fueron declarados inocentes.

A Vanessa y Danila les otorgaron documentos oficiales que les permitirían trabajar en el país y desplazarse y viajar libremente y sin temor. Se repartieron entre ellas la recompensa por haber contribuido a la liberación de Antonella. Danila invirtió el dinero de la recompensa y el que mantenía escondido en el departamento que compartía con Vanessa, en la instalación de un local de masajes.

Después de numerosos intentos fallidos y con los buenos oficios del senador Larrañiche ante la embajada chilena en Venezuela, Vanessa logró establecer contacto con un primo que tenía en Colombia. Éste le informó que su padre había muerto después de una dolorosa enfermedad, y que su madre había desaparecido poco después en un aluvión. Supo que los dineros que había estado mandando durante cinco años nunca llegaron a sus destinatarios. No estando ya sus padres desistió de regresar a Venezuela.

Vanessa, después de tantos años de vivir en el estado de sumisión y obediencia a que la había reducido Kessler, fue recuperando poco a poco el dominio de sí misma con la ayuda de una excelente psicóloga que contrató Matilde. No quiso vivir con Danila ni trabajar en su local de masajes, porque lo que debía hacer en él era demasiado parecido al trabajo que había realizado por todo el tiempo en que estuvo sometida a Kessler.

Con quien Vanessa se encontró frecuentemente fue con Antonella. Las dos muchachas que habían compartido encierro durante cuatro noches y tres días se hicieron amigas. La primera vez que se encontraron después de ser liberadas fue en el Restaurante Don Rubén. Pero intuyendo un intercambio de miradas entre su amiga y su novio, Antonella prefirió no volver a invitarla a ese lugar y encontrarse con ella en el Jardín Japonés. Allí paseaban, conversaban y leían novelas y cuentos que Antonella escogía en la biblioteca de la Universidad.

Un día Vanessa le contó que el dinero de la recompensa se le estaba terminando y que necesitaba urgentemente encontrar un trabajo.

— No sé cómo hacerlo. —le confesó. —No conozco a nadie en quien pueda confiar. Sólo a Danila, que me pide que vaya a trabajar con ella, pero yo no quiero nunca más ese tipo de trabajo. ¿Qué me aconsejas que haga?

Antonella lo pensó un momento. En el Restaurante NO. Alejandro, como miembro del Consejo Directivo del CCC podría fácilmente conseguirle un trabajo, pero eso significaba ponerla en contacto con él, y decididamente no quería hacerlo.

— Pensaré en algo. — respondió finalmente. —Ya se me ocurrirá. Veré que puedo hacer.

Lo que hizo Antonella fue hablar con Matilde. La escritora se conmovió al conocer la situación en que se encontraba Vanessa. Recordaba que ella misma, después de que perdió a sus padres, a los quince años fue adoptada por Violeta y Renato cuando perdieron a su hija Stefania, que fue una amiga íntima de Ambrosio. El matrimonio la acogió en su casa como hija y pagaron también los estudios universitarios de Ambrosio. El destino les daba ahora la oportunidad de hacer algo parecido por una joven que necesitaba ser ayudada, tanto y en realidad mucho más que lo que necesitaron ellos en aquella ocasión.

Matilde lo conversó con Ambrosio. Días después Vanessa se fue a vivir con Matilde, y cuando Ambrosio le ofreció pagarle los estudios que quisiera, la muchacha después de informarse de las opciones con la ayuda de Antonella, decidió estudiar en un Centro Educacional que ofrecía la carrera de Técnico en Yerbas Medicinales y Terapias Alternativas, a la que se entraba sin requisitos de escolaridad formal sino a través de una entrevista vocacional.

 

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El descubrimiento de los verdaderos culpables del secuestro de Antonella y el conocimiento público de los motivos antidemocráticos del Partido por la Patria, junto a la correlativa toma de conciencia colectiva respecto de la afinidad ideológica que existía entre éste y el Partido por la Igualdad, que preconizaba una democracia de partidos y la aceleración del proceso constituyente, significaron un gran respaldo al senador Tomás Ignacio Larrañiche. Él no dejó de aprovechar las circunstancias y el clima público provocado por los hechos recientes, para reafirmar y difundir sus convicciones sobre la creación de un nuevo tipo de democracia participativa.

El antiguo régimen de los partidos políticos estaba muy desprestigiado, desde cuando se les había atribuido, con justa razón, importante culpa de la Rebelión de los Bárbaros. Durante las casi dos décadas de vigencia de la Dictadura Constitucional Ecologista, la crítica a los partidos fue parte permanente del discurso oficial. Pero caída la dictadura y en la discusión sobre la nueva democracia que debía construirse, la idea de que los partidos políticos son parte esencial de la democracia había adquirido cierta fuerza en algunos sectores, especialmente entre los intelectuales de profesión. Y favorecida también por los partidos que estaban en formación y que se preparaban para ser los protagonistas de la democracia que se avecinaba. Sin partidos políticos no hay democracia política, sostenían a coro el Partido por la Patria, el Partido por la Igualdad y el Partido del Centro Democrático.

Estos tres partidos tenían algunos adherentes en el Senado Constituyente, y sus discursos adquirían mayor fuerza que la correpondiente a su representación en el Senado, porque contaban con cuerpos ideológicos y pensamiento elaborado a lo largo de los cinco siglos en que estuvo vigente la llamada civilización moderna. Aunque ésta había colapsado en casi todo el mundo, sus fundamentos ideológicos persistían, en ausencia de nuevas elaboraciones que las superaran y reemplazaran.

La Dictadura Constitucional Ecologista no había favorecido la elaboración de pensamiento político nuevo. Esa era la causa de las urgencias con que Tomás Ignacio Larrañiche había recurrido a la escritora Matilde Moreno, al historiador Ambrosio Moreno y al creativo Gerardo Cosmisky, a quienes admiraba por sus conocimientos, sabiduría y creatividad, para que le propusieran ideas nuevas en base a las cuáles pudiese transitarse hacia un nuevo tipo de democracia.


 

No hay que confundir la democracia con la partidocracia — repetía Larrañiche a sus colegas senadores. — La democracia no consiste en el gobierno de los partidos, sino en el gobierno del pueblo, de los ciudadanos. Luchando por el poder, los partidos que lo conquistan no pueden (¡no pueden!) hacer que el Estado que controlan represente a todos los ciudadanos. El gobierno de los partidos será siempre e inevitablemente el poder ejercido por un grupo sobre el conjunto. Por sólo una parte de la sociedad sobre el resto de los ciudadanos. Es posible, es necesario – repetía — transitar hacia una democracia ciudadana, participativa, no partidista.

En la antigua democracia – decía – los partidos cumplían tres funciones principales. Una, organizar a los ciudadanos para potenciar los intereses de unos grupos sociales y la difusión de ciertas ideas políticas. Dos, luchar por el poder y aumentar la representación de esos grupos sociales y de esas concepciones ideológicas en las instituciones del estado. Tres, preparar y seleccionar el personal dirigente para que ejerza las funciones públicas en favor de los grupos que representan.

Ahora que se había comprobado que uno de los partidos en formación organizaba manifestaciones callejeras para presionar a las autoridades con la fuerza de las masas, y otro empleaba métodos abiertamente delictivos para chantajear a las autoridades y obligarlas a hacer la voluntad de ellos, la idea de una democracia sin partidos adquiría fuerza. Faltaba que se formulara una propuesta alternativa convincente y eficaz, en lo cual continuaban trabajando Larrañiche y sus amigos.


 

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Antonella volvió a la Universidad y Alejandro siempre que podía iba a encontrarla a la salida de clases. Los dos continuaron cumpliendo sus turnos en el Restaurante Don Rubén.

Antonella — lo había percibido Alejandro — había cambiado. Podía pasarse largos ratos en silencio, ella que siempre había sido tan extrovertida y alegre. No es que estuviera triste, pero su estado de ánimo no era el de siempre. Estaba más reflexiva, volcada hacia adentro, y las conversaciones que tenían eran más serias y profundas que las de antes del secuestro. Antonella tampoco le hablaba de Vanessa, con la que seguía encontrándose y pasando tardes enteras paseando y conversando.

“Una experiencia tan dura — pensaba Alejandro — ha hecho que algo muy íntimo cambiara en ella”. Lo importante era que seguían amándose, y que su novia estaba en paz consigo misma y con el mundo, según le había dicho cuando un día en que estaba muy silenciosa le preguntó qué le pasaba.

Lo que Alejandro temía era que el haber estado ese tiempo en contacto y dependiendo de personas malvadas pudiera haber afectado su natural optimismo y entusiasmo por la vida. Antonella le había contado en grandes líneas lo que había vivido durante ese mes de encierro, pero no se mostraba deseosa de ahondar en ello. Alejandro respetaba su deseo y no le hacía preguntas al respecto.

Alejandro recordaba haber visto películas que mostraban cómo la inocencia se pierde cuando uno es víctima de hombres y mujeres que a uno le hacen daño sin motivo. Temía que a su amada le hubiera pasado algo así. Pero comprendió que no era el caso de Antonella cuando un día, mientras caminaban tomados de la mano desde la Universidad hasta el restaurante, ella le dijo de pronto, después de uno de esos largos momentos de silencio en que entraba a menudo.

— Ninguna persona, ningún hombre, ninguna mujer, puede vivir en función de sí misma.

— ¿Qué quieres decir?

— Una persona enteramente egoísta no tendría ningún amigo. No realizaría ningún trabajo. No haría ningún deporte. No jugaría. No cantaría. No aprendería nada. No podría crear.  No participaría en ninguna actividad social. Nadie querría estarle cerca. Nadie lo apreciaría. No tendría autoestima. No haría nunca el amor.  No tendría hijos ni familia. No tendría con quien hablar. No tendría nada que decir.  Su vida no tendría sentido alguno. Moriría de aburrimiento y de soledad. Creo que enloquecería. O se suicidaría. No puede existir una persona enteramente egoísta.

— ¿Lo dices por la experiencia que tuviste? ¿Por las personas que llegaste a conocer en tu encierro?

— En parte, sí. Conocí ahí una chica de mi edad, Vanessa. Es una chica, no sé como decirlo, especial. Viendo lo que hace, cómo vive, todos dirían que es una prostituta sin pudor y sin valores. Pero yo la conozco mejor que lo que se conoce ella misma. Es una muchacha generosa, que se entrega a los demás, que ama con todo lo que tiene, lo que ella y todos valoran en ella, que es su cuerpo.

Guardó un momento de silencio. Después agregó:

— Vi morir a la mujer que estaba de guardia y que me vigilaba. Era ruda, gritona, tosca. Había perdido a su familia cuando era joven, durante el Levantamiento de los Bárbaros. Se llenó de rencor y de odio. Quizás qué cosas horribles habrá hecho a otras personas obedeciendo a sus jefes cuando trabajó en la CIICI. Leyéndole unos cuentos para niños ví como se despertaba en ella la bondad. Ella me salvó de que me violaran arriesgando su vida.

— Te entiendo. Pero no creas que todos son buenas personas. Ese hombre que te quería violar ...

No acababa de decir esto que ya se había arrepentido. ¿Por qué hacerle recordar momentos tan terribles? Pero ella lo miró con ternura y con la paz de siempre.

— A ese hombre, que estuvo siempre encapuchado, no lo conocí. Es un pervertido sexual, seguro. Yo no pienso que no exista la maldad. Hay hombres y mujeres que hacen mucho daño a los demás, que son malos. Pero incluso su maldad no es en función de sí mismos. He pensado mucho. Ese hombre estaba al servicio de una organización, de una causa en la que lo más probable es que creyera que era una causa válida. Piensa que dio la vida resistiendo junto a sus compañeros por defender a su jefe y a la causa malvada de éste. Y su jefe, ese Kessler; y ese Gajardo, que eran personas malvadas, argumentaron ante el tribunal que los juzgó, que ellos creían que la Dictadura Constitucional Ecologista era el mejor modo de mantener el orden social y salvar el planeta.

— Pero están totalmente equivocados..

— Por supuesto. Yo no creo nada de eso. Pero ellos lo creían, y vivían para eso. Lo que quiero decir, Alejandro, es que los humanos somos, por naturaleza, seres que necesitamos vivir para otros, para algo que no somos nosotros mismos. Somos sujetos cuya finalidad y sentido está fuera de nosotros mismos. Es así, aunque muchas veces aquello de fuera por lo que se vive y actúa, sea algo equivocado y malo.

Ahora fue Alejandro el que se quedó en silencio, tratando de entender bien lo que pensaba y decía Antonella. Ella también calló. Siguieron caminando hacia el restaurante, donde se pusieron a servir a los clientes. Antonella no deja de sorprenderme, siempre tan buena, tan comprensiva, tan amorosa.

 

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En uno de los encuentros que Tomás Ignacio Larrañiche organizó con sus amigos para analizar los hechos y elaborar propuestas para presentar en el Congreso Constituyente, Matilde, Lucila y Mariella decidieron celebrar juntas sus cumpleaños, que coincidían con pocos días de diferencia en el mes de julio. Las tres habían pasado ya el umbral de los setenta años, pero se sentían todavía llenas de vida.

Matilde y Lucila se conocían desde que estaban en el colegio. Se habían hecho amigas en ocasión de un viaje en autobús que hicieron juntas desde Los Andes a Santiago en busca de Ambrosio, el hermano de Matilde, del que Lucila estaba ya entonces enamorada. A Mariella la conocieron muchos años después, cuando Juan Solojuán la presentó como la esposa de Tomás Ignacio en un evento del CCC. Pero después, en alguna conversación con Ambrosio, llegaron a saber que éste la había visto y se había encantado con su sonrisa, en un almuerzo dominical en un Ashram de los Hare Krishna, en que Mariella fue una de las jóvenes que lo atendieron. Curiosa coincidencia fue también esto sucediera aquél mismo domingo en que Matilde y Lucila viajaron a Santiago sin lograr encontrarlo.

Tenían entonces entre catorce y veinte años. La edad que tenía ahora Antonella. Y recordar aquellos años las llevó a coincidir en el hecho de que las tres se habían mantenido fieles a los que entonces eran sus sueños profesionales: Matilde quería ser escritora. Lucila empezaba a estudiar biología. Mariella había iniciado sus búsquedas espirituales.

— Tengo una idea— dijo de pronto Mariella a sus amigas. —¿Y si en vez de celebrar con los viejos, con los que nos estamos encontrando tan seguido, invitamos a Antonella, si ella quisiera encontrarse con nosotras?

— A mí me parece una excelente idea— confirmó Matilde. —En verdad, hace días que pienso en invitarla a conversar. Quizás no ha tenido ocasión de contar lo que le pasó a personas que la puedan comprender, y puede ser para ella un buen modo de dejar atrás tan dura experiencia.

— De acuerdo— concluyó Lucila. —Pero no será entonces un encuentro para celebrar cumpleaños. La invitamos nada más que porque queremos agasajarla por su liberación. ¿Con Alejandro?

— Mejor sería que estuviéramos solo mujeres, creo yo. Se me ocurre que estaría más relajada y dispuesta a hablar más libremente si no está con él; pero si ella quiere ir con Alejo, que lo lleve no más.

Mariella abrió su IAI y llamó a Antonella. El sábado ella podía.

— ¿Vendrás con Alejandro?

— Iría sola. Alejo tiene turno en el restaurant. Cuando coincidimos en estar libres preferimos estar solos los dos, así que, para mí el sábado está muy bien.

— Perfecto. El sábado a la hora de almuerzo. En la casa de Matilde. ¿Dónde te pasamos a buscar?

— No se preocupe. Iré por mi cuenta. No me queda muy lejos y me gusta caminar.

— Entonces nos vemos el sábado al almuerzo. Si no hay temporal.

— Si no hay temporal, por supuesto. ¡Hasta el sábado!

Al recordar el temporal Matilde contó a sus amigas la vez que Antonella había sido arrastrada por el viento y el agua hasta chocar con el auto. Ambrosio la había salvado, pero Antonella no pudo recuperar su bicicleta, que se la llevó el agua.

— Entonces— dijo Lucila —regalémosle una, entre las tres ¿les parece?

— Sí, se merece un buen regalo – afirmó Mariella. — Nada mejor que una buena bicicleta.

— Invitemos también a Chabelita— dijo Matilde. —Desde lo sucedido en el Museo se encierra ahí y trabaja día y noche. A ver si logramos sacarla por un día.

— ¡Ojalá acepte venir!— exclamó Lucila. —Tomás Ignacio me contó que Isabel, como él la llama, no quiere hablar de lo que sucedió ese día.

Matilde asintió, agregando: — Debemos recordarlo y no tocar el tema, a menos que ella misma lo mencione. Fue muy duro para ella. Y muy valiente. Nos salvó la vida. Algún día será reconocida como una verdadera heroína nacional.


 

* * *


 

Hacía meses que el clima no se mostraba tan sereno como el sábado en que se encontraron Matilde, Lucila, Mirella, Chabelita y Antonella. Un sol espléndido mantuvo la temperatura entre los 18 y los 27 grados centígrados. Una suave brisa mecía las hojas de los árboles. Las cumbres blancas de la cordillera se mostraban más relucientes que nunca, iluminadas por el sol en un día sin smog. De común acuerdo las cinco mujeres decidieron aprovechar la bondad del clima e instalaron la mesa en el jardín.

Antonella les contó con detalle los pocos hechos que ocurrieron durante su encierro. La dejaron hablar sin hacerle preguntas que pudieran incomodarla. Pero Matilde quería que la muchacha se soltara más y les dijera algo sobre ella misma.

— ¿Cómo te sentías? ¿En qué pensabas? Fue mucho tiempo el que estuviste encerrada y sola ...

— ¿Sabes? No me sentí sola. Nunca dejé de sentir que Dios estaba ahí conmigo. Pasé mucho tiempo orando y meditando. En toda mi vida no he rezado tanto como recé en esos días.

— ¿Pedías a Dios que te fueran a liberar?

— No. No era eso. Me recogía en mí misma y lo encontraba aquí adentro. Era como estar en otro lugar y en otro tiempo, libre. No sé como decirlo. Pero lo que sé es que estaba en paz. Y también pensaba mucho. Pensé mucho en el significado del tiempo y en el sentido de la vida. Y sobre todo pensaba en las personas, en Alejo, también pensé en ustedes. Pero en la persona en que más pensé fue en Julia, la vigilante.

— ¿Hablaste mucho con ella?

— Ella entraba media hora en la mañana, porque le dieron la orden de acompañarme. Pero no hablaba casi nada. Me consiguió un libro, uno para niños, Corazón de Edmundo de Amicis, y yo le leía los cuentos. Me dí cuenta de que ella, que parecía una mujer dura, era más bien una persona angustiada y triste. Estaba muy mal interiormente. Por eso le leía los cuentos, para sanarla.

— ¡Qué interesante, Antonella! Eso que tú dices, que la lectura sana el alma, estaba escrito en la antigua Biblioteca de Alejandría. Me lo enseñó en el colegio, cuando yo era una niña, la profesora de Lenguaje y Comunicaciones. Javiera se llamaba, y no la olvidaré nunca. Si ella no me hubiera enseñado el amor por las letras quizás no hubiera sido escritora.

— ¿Era una buena mujer esa vigilante?

— Ella me salvó de que me violaran y perdió la vida en eso. Desde entonces he pensado mucho y no termino de comprender el comportamiento de las personas.

Antonella les contó su idea de que los humanos no actuamos en función de nosotros mismos sino de algo que nos motiva desde fuera. Y que eso significa que, en definitiva, no somos egoístas, porque actuamos en función de otros.

— Sin embargo —agregó— el mal existe en las personas. Hay individuos que son malvados y perversos. Pero, me parece que aún al actuar con esa maldad y perversión, no lo hacen en función de sí mismos, porque de algún modo ellos saben que actuar así no los beneficia. No lo termino de entender.

Las tres mujeres mayores se sintieron interpeladas. Mariela, que era siempre la que escuchaba y que rara vez tomaba la palabra más que para responder preguntas que le hicieran directamente, fue esta vez la que habló, y lo hizo largamente. Expresó lo que mantenía guardado en su espíritu desde hacía mucho tiempo, y que sintiéndose motivada por lo que había dicho Antonella decidió compartirlo con sus amigas, esas mujeres de espíritu tan hermoso a las que admiraba.

— Yo les voy a decir lo que pienso sobre la pregunta que se hace Antonella y sobre todo lo que ha pasado estos días, a ella, a todos nosotros, y también al país. Podrá parecerles extraño y esotérico; pero es algo en lo que creo profundamente.

Matilde, Lucila y Chabelita se dispusieron a escucharla apoyándose en el respaldo de las sillas. Antonella se echó hacia adelante para prestarle toda su atención. Mariella, con la confianza que le daba la amistad que sentía por las mujeres que tenía delante se acomodó, distendida, y empezó a decir lo que salía unidamente de su corazón y de su mente.

— Tienes razón, Antonella. Actuamos siempre hacia fuera, hacia los otros, hacia el mundo exterior. Somos seres intencionados, o sea, personas que tenemos nuestro fin, nuestro sentido, en algo que no somos nosotros mismos. Es como si supiéramos que nuestro ‘yo mismo’ es muy poca cosa para que le dediquemos toda nuestra vida, nuestro pensamiento, nuestras acciones y nuestro amor. Pero lo que pensamos, lo que amamos, lo que hacemos hacia fuera, depende de lo que tenemos dentro de nosotros. Jesús lo dijo: “De lo que hay en el corazón habla la boca”. Y por eso también decía que “por sus frutos, por sus obras, los conoceréis”. Pero ¿qué es lo que tenemos dentro de nosotros y desde donde salen todas nuestras acciones, amores y odios, pensamientos y creencias, cosas buenas y malas?

No era una pregunta a quienes la escuchaban, sino su modo de comunicar sus reflexiones. La respuesta la dió enseguida:

— En cada uno de nosotros hay todo un mundo interior, que nosotros mismos hemos ido creando, construyendo a lo largo de la vida, con nuestras experiencias, relaciones, lecturas y estudios, observaciones y reflexiones. Nuestro mundo interior es el espacio que hayamos permitido ocupar en nuestra mente a la realidad exterior, mediante el conocimiento de la verdad, la apreciación de la belleza, la conciencia del bien, el amor. El mundo interior es aquella parte del mundo exterior que cada uno llega a incorporar en su conciencia mediante el conocimiento, la sensibilidad y el amor. Ese mundo interior es el único mundo exterior que es relevante para cada uno. Desde ese mundo interior surgen los valores y las energías intelectuales, artísticas y morales que se manifiestan en nuestras acciones. Cuanto más rico y profundo sea nuestro mundo interior, más elevadas serán nuestras capacidades creativas, más consistente nuestra libertad y autonomía, más fuerte nuestro amor y solidaridad. Del desarrollo de nuestro mundo interior depende también nuestra capacidad de influir en las personas, en los hechos y en los procesos de la realidad natural, económica, social, cultural y política que constituyen nuestro entorno y circunstancias.

Mariella miró a Antonella. Se miraron a los ojos, en una mirada afectuosa y cómplice porque ambas habían llegado a comprender que sus mundos interiores, no obstante las diferencias de edad y de experiencias, eran parecidos. Mariella quería compartir con sus amigas algo que le había contado Antonella. La joven intuyó que la mujer le preguntaba si podía hacerlo. Antonella asintió en silencio.

— Con Antonella nos conocimos hace ya dos años en el Jardín Japonés, que para mí, igual que todo jardín, es un templo natural donde el espíritu del cosmos se hace presente y convive con nosotros. Ahí nos volvimos a encontrar pocos días antes de su secuestro. Nos comunicamos, nos comprendimos mutuamente. Me contó una experiencia espiritual, mística, que tuvo en ese lugar. Yo creo que Antonella recibió en ese encuentro la visita del espíritu, y que éste, encontrándose a gusto en ella, se quedó viviendo en su interior. Antonella piensa que es Dios que la acompaña. Puede ser, yo no lo sé. Pero sé que es la presencia de una gracia especial, de algo absolutamente singular que tiene Antonella. Y entonces, eso que está viviendo en su mundo interior, es lo que sale hacia fuera en sus amores, sus pensamientos, sus acciones.

Se produjo un silencio expectante. Parecía que Mariella quería decir algo más; pero callaba, como si hubiera terminado. Como el silencio se prolongaba Matilde intervino:

— Sí, estoy de acuerdo con lo que dices, Mariella, ¿Pero cómo explicas los odios, la maldad y perversión que ponen de manifiesto algunas personas?

— He pensado mucho en lo que ya los antiguos filósofos llamaban “el misterio de iniquidad”. ¿Qué es lo que tienen en su mundo interior las personas inicuas?

— Algunos han dicho —intervino Lucila— que esas personas malvadas están poseídas por un espíritu maligno, que ha llegado a habitar en ellas. ¿Crees que pueda tratarse de algo así? Porque así como un espíritu benigno puede morar en un alma, no podría ser ...

— Yo no creo que existan los espíritus malignos — respondió Mariella.

— ¿Entonces?

— Bueno, yo no tengo una respuesta completa para explicar la perversión humana. Pero me atrevo a pensar que al interior de esas personas ocurre una distorsión de la realidad. Por alguna razón, que puede ser biológica, o cultural, o educativa, o por desinformación o engaño, o derivada de experiencias personales dolorosas, ocurre en ellas que el mundo interior que se han creado no corresponde a la verdadera realidad externa, o sea a las personas, las relaciones y las cosas tal como son. Se produce en esas personas que actúan mal, una dolorosa deformación, porque el mundo exterior integrado en ellas, que se han inventado en sí mismas, no es bueno ni hermoso ni verdadero, sino torcido, contradictorio, y que no merece ser amado ni respetado. Entonces, actúan hacia afuera de acuerdo con esa imagen distorsionada de las personas y de las cosas externas. No aman el mundo exterior sino que lo odian. No lo ven como amable sino como amenazante. No perciben su belleza y lo consideran feo y deforme. No aprecian la verdad que existe sino la mentira, el error y el engaño. En otras palabras, son movidos por su mundo interior en el que, lamentablemente, se ha establecido una visión distorsionada, horrible, perversa, del mundo exterior. Por eso la maldad, creo yo, sólo puede ser vencida por el amor, por la belleza y por la verdad. “El hospital del alma”.

Mariella guardó silencio. Sus amigas se quedaron pensando. Matilde propuso un café y fue a la cocina. Chabelita se levantó y fue a buscar una torta que había dejado en el comedor. Antonella se ofreció para ayudar a servir.

Estaba en eso cuando escuchó que un automóvil se detenía frente a la casa. El oído de Antonella, que se había refinado durante el prolongado encierro, era capaz de percibir los más suaves sonidos y rumores. Eran Ambrosio y Tomás Ignacio que llegaban de visita en el auto de la presidencia del Senado, conducido por el conductor de turno. Larrañiche se despidió de él asegurándole que no lo necesitaría hasta la hora en que lo iban a buscar a su casa de madrugada para llevarlo al Congreso.

— ¡Sorpresa!— dijeron al unísono los dos hombres, que pusieron sobre la mesa dos grandes pizzas y una botella de vino tinto.

— ¡Qué sorpresa tan grata!— exclamó Matilde agregando: —¿A qué se debe esta visita inesperada?

— Nada especial— respondió Tomás Ignacio. —Sólo que el día está tan hermoso que llamé a Ambrosio y decidimos venir a sorprenderlas en su encuentro feminista.

— ¡No podían estar sin nosotras! —replicaron Lucila y Mariella al unísono.

— Es verdad! —dijo Ambrosio.

— Es verdad! —repitió Tomás Ignacio. — Créanme si les digo que veníamos conversando de eso en el auto. De lo que hace en nosotros el tiempo. Porque son más de cincuenta años que compartimos la vida con ustedes, y tanto tiempo no se nos hace tan largo; en cambio, un día como hoy y en que estamos algunas horas solos, sin vuestra compañía, pueden hacérsenos demasiado tiempo.

Antonella se atrevió a comentar:

— ¡Qué interesante! Cuando estaba encerrada tomé conciencia del paso del tiempo como nunca antes lo había hecho, y una sensación que tuve mucho es que el tiempo es elástico, o sea, que uno lo puede extender y reducir según el estado de ánimo en que esté.

Tomás Ignacio la miró fijamente. Le dijo:

— Es curioso lo que dices y me sorprende que lo digas, porque estaba anoche yo pensando lo mismo; pero referido a los tiempos de la sociedad y de la política.

— Eso me interesa mucho – terció Ambrosio. —Cuéntanos en qué pensabas.

— Lo que sucede— comenzó a explicar Tomás Ignacio —es que desde hace dos años estamos trabajando en el Senado en la preparación del proyecto de la Nueva Constitución. Parecía un tiempo largo, suficiente para hacerlo con calma y reflexión; pero hace poco menos de dos meses sentimos que se nos acababa el tiempo, pues se reducía el plazo que nos habíamos fijado para completar la tarea. Fue cuando les pedí colaboración a ustedes y a otras personas. Ya el tiempo no corría a nuestro favor, sino que empezamos a estar contra el tiempo. Vino entonces, primero la presión del Partido por la Igualdad exigiendo acelerar el proceso, y sentimos fuerte la exigencia de hacerlo; pero curiosamente, en seguida, con el secuestro de Antonella y el chantaje de los delincuentes esos, el tiempo disponible se había acabado, según decían ellos; pero extrañamente, para nosotros fue como si el tiempo se hubiera detenido. Los días y las horas transcurrían muy lentamente, porque no se lograba ningún avance en la investigación de los hechos, y el Senado estuvo paralizado. En cambio ahora, ya vuelta la calma, las cosas, o sea los trabajos de preparación y redacción del proyecto de Constitución, se están acelerando y estamos avanzando a pasos rápidos, a pesar de que ya no sentimos siquiera la presión de los plazos que nos habíamos autoimpuesto en el Senado. Tienes razón Antonella: el tiempo es elástico.

Fue ahora Ambrosio el que intervino con lo suyo:

— En mis estudios he comprobado que eso mismo que sintió Antonella en cuarenta días, y que Tomás Ignacio nos muestra en los poco más de dos años del proceso político, ocurre también en los tiempos largos de la historia de las civilizaciones.

— Explícanos cómo es eso.

— A ver. Simplificando mucho los procesos, digamos que la humanidad vivió en condiciones rudimentarias y arcaicas durante todo el paleolítico y el neolítico y hasta la llamada edad del bronce, o sea, por un larguísimo período de más de cien mil años, hasta que los avances técnicos y la agricultura llevaron a la formación de las primeras sociedades política y económicamente organizadas. Durante todo ese tiempo los humanos estuvieron volcados a asegurar la sobrevivencia como colectivos sociales, siendo muy incipiente la conciencia de la individualidad. Pero ustedes ya saben esto. ¿No les aburro?

— No, por favor, me interesa mucho —exclamó Antonella sintiéndose plenamente integrada al grupo de personas maduras y sabias que la rodeaban.

— Bien, entonces sigo, pero siempre en grandes líneas, señalando sólo algunos hitos que significaron dinámicas de aceleración de los tiempos, porque no les puedo contar la historia entera. Entre el siglo octavo y el cuarto antes de Cristo, o sea, en el transcurso de solamente quinientos años, que para los ritmos de aquellas épocas lejanas era un período breve, ocurrieron grandes cambios intelectuales y morales que cambiaron el curso de la humanidad. Fue el período que Jaspers llamó “la era axial”. En efecto, en esa época surgieron en distintos lugares y sin contacto entre ellos, hombres sabios que dieron origen a las grandes religiones y sistemas filosóficos, que todavía hoy tienen vigencia y seguidores. En China el Confucionismo y el Taoísmo; en la India el Budismo y el Brahmanismo. En Irán el Zoroastrismo. En Israel los profetas. En Grecia las grandes obras literarias, filosóficas y matemáticas, de Hesíodo y Homero, de Euclides, Pitágoras y Arquímedes, de Parménides, Platón y Aristóteles. Me gusta decir que esa llamada ‘era axial’, fue la época en que se formaron y desarrollaron las grandes civilizaciones conscientes que se plantearon la búsqueda del sentido de la vida. Observen que en cada una de esas civilizaciones, que duraron todas muchos siglos, el cambio que les dió origen ocurrió en el reducido tiempo de vida de esos hombres sabios que elaboraron y propusieron nuevos modos de sentir, de pensar, de comportarse y de relacionarse. De igual modo, después, otro cambio gigantesco, que podemos considerar como la aceleración histórica más sorprendente, se inició en los tres años de la vida pública de Jesús de Nazareth y en las décadas siguientes en que los apóstoles recorrieron extensas regiones del mundo antiguo predicando las enseñanzas del nazareno. Junto con la gigantesca expansión del Imperio Romano, el cristianismo se fue difundiendo subrepticiamente, hasta que el emperador Constantino lo estableció como religión oficial de todo el imperio unificado.

Ambrosio tomó el vaso y bebió un buen trago de vino tinto. Apoyando nuevamente el vaso en la mesa continuó:

— Me salto toda la Edad Media para llegar rápidamente a otro momento de aceleración histórica sorprendente, esto es, el período que dio origen a la que llamamos la civilización moderna. El Renacimiento, la Ilustración, la Reforma Protestante, el Cientismo Positivista, la Revolución Industrial, fueron procesos que ocurrieron en menos de doscientos años, pero que han marcado el mundo y la historia hasta nuestros días, en que la civilización moderna fue creada en ese tiempo de aceleración impresionante del pensamiento y de la creatividad humanas. Y no digo más, porque los pocos ejemplos que he mencionado ilustran muy bien que la historia no es un proceso lineal que transcurre según ritmos constantes, sino experimentando grandes transformaciones en momentos determinados, que marcan la evolución de la sociedad durante largos períodos. Ustedes ya me han escuchado decir que hoy, no obstante las situaciones tan críticas en que nos encontramos, vivimos en uno de esos tiempos históricos cruciales en que podemos dar comienzo y transitar hacia una nueva civilización, superior a todas las que hasta ahora ha conocido la humanidad.

La conversación continuó con muchas preguntas que todos los presentes plantearon a Ambrosio. En un momento, Chabelita, que se había mantenido toda la tarde en silencio escuchando muy atenta la conversación, pero no interviniendo en ella, se levantó y dijo:

— Tengo una noticia, una sorpresa para ustedes. Yo pienso que es importante.

— ¡Cuéntanos! — dijeron las mujeres al unísono.

Los varones se acercaron a ella para escucharla mejor, porque había hablado en voz muy baja.

— Encontré un cuaderno.

Los comensales no parecieron comprender.

— Sí, entre las cosas de mi padre encontré un cuaderno escrito por él. ¡El octavo cuaderno de Juan Solojuán!

Esa sí que era una noticia sorprendente, fue lo que pensaron y comentaron unánimemente. A nadie nunca se le había ocurrido que Solojuán pudiera haber escrito otro cuaderno después de los siete que todos conocían y que se habían hecho famosos.

— ¿De cuándo es?

— No tiene fecha. Pero es antiguo, de antes del Levantamiento de los Bárbaros. Lo deduzco por algo que dice. Es un cuaderno igual que los otros, un simple cuaderno de colegio, escrito con su letra enmarañada. Un cuaderno que encontré escondido, polvoriento y sucio, en un viejo baúl de su casa.

—¿De qué trata?— preguntó Ambrosio.

— De lo que se ha hablado tanto últimamente. ¡De la política!

Tomás Ignacio se emocionó fuertemente. Su querido y admirado amigo Juan Solojuán, que a lo largo de tantos años había sido una especie de guía intelectual y moral para él y para muchos, ahora nuevamente, estando él a cargo de elaborar una nueva propuesta política para el país, se hacía presente de esa misma forma en que lo había orientado en aquellos años lejanos, con un cuaderno que trataba el tema.

Tomás Ignacio había sido el primero en saber de los escritos de Solojuán. El primer Cuaderno, que al comienzo llegó a considerar poco menos que una obra del demonio, lo había ido poco a poco comprendiendo en toda la sabiduría que contenía. Una sabiduría que quedó plasmada no solamente en sus Cuadernos, sino en la gran obra que fundó con un grupo de vagabundos, y en la cual él había tenido la feliz oportunidad de participar. Solo atinó a decir:

— ¿Qué vas a hacer con él? ¡Me gustaría leerlo!

— Quedará en el Museo, junto a los otros— dijo enfáticamente Chabelita. —Pero hice copias para ustedes.

Abrió una bolsa que mantuvo toda la velada colgada al hombro, y entregó a cada uno un ejemplar del octavo Cuaderno de Juan Solojuán.

Mientras esto sucedía, emocionados todos, no se percataron de que habían asomado una nubes amenazantes por sobre la cordillera.

Antonella anunció que para ella era hora de ir a encontrarse con Alejandro que la esperaba en el Restaurante Don Rubén. Entonces Matilde fue al garaje a buscar el regalo que tenían para Antonella.

— Esta es para tí. Un premio que entre las tres decidimos que te mereces por ser como eres.

Antonella vió la bicicleta y su rostro se iluminó. Era lo único que deseaba tener, lo que le faltaba para ser enteramente feliz. Se despidió con besos y abrazos. Media hora después iba en su bicicleta nueva, cantando alegremente, a encontrarse con Alejandro.

Chabelita se despidió y partió en su auto, el mismo en que había llevado tantas veces a su padre. Ambrosio y Tomás Ignacio salieron a caminar a la calle. Mariella retomó la conversación con sus dos viejas amigas.

Tenía algo que decirles, que se había guardado para no incomodar a Antonella. Como si nada hubiera pasado desde que había terminado sus anteriores explicaciones dijo a sus dos amigas:

— Si entendí bien, Ambrosio dice que la aceleración histórica es siempre obra de personas de elevado pensamiento y experiencia espiritual. Yo, por eso que les dije anteriormente, estoy enteramente convencida de que en su nivel, algo así está ocurriendo en nuestros días. Creo que fue el espíritu presente en Antonella el que la salvó de la violación y del secuestro. Y el que cambió todo lo malo en bueno. Porque si lo pensamos bien, nos daremos cuenta de que fue la propia Antonella la que se liberó de los secuestradores. Ella llegó al interior de Julia la vigilante y le cambió el corazón, convirtiéndola en una mujer que empezó a dejar atrás sus resentimientos y dolores, hasta el punto de arriesgar su vida por salvarla. En el video que grabaron, Antonella transmitió algo que iluminó la mente de Danila. ¿Cómo podía Antonella saber que cambiando la palabra ‘secuestrada’ por ‘retenida’ todo empezaría a resolverse? También mandó un mensaje con las manos que Alejandro supo leer. Y llegó a comprender y ganarse la confianza de la pobre Vanessa, que le hizo caso y al final pudo dar a conocer el lugar donde las habían encerrado. Y ahora, si lo pensamos bien, nos damos cuenta de que todo esto que hizo Antonella, transformó todo lo malo que querían lograr los bandidos haciendo volver el país a unas malas formas de la política, en un proceso que Tomás Ignacio me cuenta con entusiasmo que avanza cada día en el mejor de los modos posibles, tan bien como no se lo hubiera nunca imaginado antes del secuestro de Antonella.

— ¿No exageras un poco? — comentó Lucila. — Antonella es solo una niña, y fue víctima de hombres malvados, y supo ser fuerte y se las arregló para comunicarse hacia fuera. Pero de ahí a decir que ella lo cambió todo... Porque no ha realizado ninguna actividad política, de modo que no se le puede atribuir que esté transformando el proceso político del país. ¿No te parece que es algo desproporcionado decir que lo que ella hizo está teniendo unos efectos tan enormes?

— En cierto sentido tienes razón. Pero lo que estoy diciendo no es que Antonella sola hiciera todo eso que describo. No ella sola, sino el espíritu que vive en ella. Y también en muchos otros. O tal vez sea más exacto decir que fue Antonella desde el mundo interior suyo en que mora el espíritu, o Dios, como ella prefiere decir. Mira! Los maestros espirituales enseñan algo que nos cuesta entender cuando pensamos desde las realidades instrumentales. Ellos enseñan, todos ellos, que el espíritu es la fuerza creadora y transformadora más potente que existe en el universo; pero es una energía silenciosa, que no se muestra poderosa, sino que actúa desde lo pequeño, lo marginal, lo humilde, calladamente. Simone Weil, una mística francesa de comienzos del siglo pasado, lo explicaba con la metáfora de una palanca, o de una balanza, en que un simple grano de arena es capaz de levantar al mundo entero. Basta que el grano de arena esté posado en la balanza a una distancia infinita del centro. Puesta a distancia infinita, el grano de arena es capaz de levantar el mundo. Lo decía Arquímedes: “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Ese punto de apoyo puede ser una muchacha como Antonella, y la distancia infinita la establece la presencia del espíritu. El grano de mostaza que llega a ser un árbol grande, del que hablaba Jesús. Lo superior que sólo puede hacerse presente en la realidad inferior como un punto insignificante, infinitamente pequeño. ¿Me entiendes?

Y después de un momento agregó:

— ¿Y tú misma, Matilde, ¿no cambiaste el mundo con tu famosa conferencia? ¿Acaso no estabas poseída por el espíritu cuando la preparaste y pronunciaste? Y pensemos en Juan Solojuán, que siendo un pobre y triste vagabundo inició el que es hoy el gran Consorcio Cooperativo CONFIAR, que enseña a todo el mundo un nuevo modo de hacer economía. Y Ambrosio, que está cambiando el modo en que se concibe el hombre, la política y la historia. Y también mi querido Tomás Ignacio, que por el entusiasmo renovado que tiene a sus ochenta años, parece haber sido tomado por el espíritu.

— Y Chabelita, y Danila, y Vanessa, y Ester la vigilante, sin los cuales las cosas hubieran sucedido de muy distinto modo. Parece que la historia la hacemos entre todos, amiga mía —acotó Matilde.
 

ADDENDA

 

EL OCTAVO CUADERNO DE JUAN SOLOJUÁN

 

El octavo Cuaderno de Juan Solojuán, que al hacerse público alcanzó gran difusión en los medios y redes sociales, ejerció una influencia extraordinaria no solamente en la concepción del nuevo orden político que finalmente aprobó la Asamblea Nacional Constituyente, sino también en las estructuras y prácticas de acción transformadora en todo el mundo.

 

La Ecopolítica reemplazará a la Política.

 

No me gusta la política. Nunca me gustó. Y quiero entender por qué. (Este cuaderno lo escribo sólo para mí. Igual que los anteriores, que si bien en el momento justo llegaron a personas que les sirvieron, los escribí para yo mismo entender).

Sabemos que desde muy antiguo se estableció en las sociedades humanas la distinción entre los gobernantes (pocos) que ejercen el poder, y los gobernados (muchos) que deben obedecer y someterse a las decisiones de los gobernantes. Ese hecho, establecido por la fuerza militar y/o por dominio económico, y/o por condiciones culturales, necesita ser justificado, para que los subordinados lo acepten sin rebelarse, y para que los mismos gobernantes se sientan legitimados en el ejercicio del poder y no amenazados en su condición privilegiada.

En civilizaciones antiguas y en regímenes monárquicos, el problema se resolvía atribuyendo al derecho de gobernar un origen divino, asignado a individuos o a familias escogidas. Cuando esa pretendida fundamentación religiosa fue cuestionada y puesta en duda, por ejemplo en la antigua Grecia de los atenienses, o por la Ilustración en los albores de la civilización moderna, se inventó la política.

Mediante el concepto de la política los gobernantes (con los intelectuales que han estado a su servicio) han tratado de darse a sí mismos, en su condición de gobernantes, un elevado fundamento intelectual y moral. El concepto de la política, y la filosofía y la ciencia de la política, han servido para justificar moral e intelectualmente el hecho de que algunos manden y decidan sobre asuntos que afectan al conjunto de la sociedad.

Después de la crítica de Sócrates y otros a las mitologías de su época, Aristóteles propuso una justificación filosófica de la política, partiendo de la afirmación de que “La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer. Ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.”

Pero la necesidad de que las grandes mayorías sean gobernadas no es algo natural, sino una realidad social creada y reproducida por la misma división de la sociedad en gobernantes y gobernados. A éstos últimos se los mantiene en la ignorancia, se los divide y lleva a enfrentarse unos contra otros, se los mantiene dependientes reduciéndoles los medios que les permitirían ser más autónomos, e incluso se los daña moralmente. Así ellos mismos llegan a sentir que necesitan que alguien los gobierne y los controle. Mantener la división de la sociedad entre gobernantes y gobernados ha sido siempre, y lo es hasta hoy, interés y preocupación principal de los mismos gobernantes. Y el mayor logro en tal sentido se cumple cuando los propios gobernados sienten que necesitan ser gobernados por los gobernantes. No obstante ello, nunca ha dejado de ser necesaria la justificación moral e intelectual de la separación, o sea, de la política.

Después de la caída del poder feudal y de las monarquías fundadas en que “la autoridad viene de Dios”, la Iglesia propició la participación de los católicos en la política, llegando el Papa Pablo VI a acuñar la afirmación de que “la política es la forma más elevada de la caridad”, una afirmación que no encuentra asidero alguno en los Evangelios, y que apuntaba a sostener los nexos de la Iglesia con el poder.

Mediante la elevación de la política a la cumbre de las actividades humanas, se ha dado a los que gobiernan una dignidad, un aura de excelencia y de superioridad respecto a los simples ciudadanos. Pero en los hechos, la política ha sido y sigue siendo el ejercicio del poder de unos pocos sobre los muchos. Con la diferencia de que, si antes quienes ejercían el poder eran incuestionables, ahora deben lograrlo compitiendo duramente entre los políticos por conquistarlo, y haciendo de la política un conflicto permanente.

Sin embargo es cierto que la sociedad necesita un orden que garantice el bien común, y que siempre ha sido y es necesario realizar cambios económicos y sociales que lleven la vida y las relaciones humanas a niveles superiores de libertad, justicia, equidad y fraternidad. Lograrlo es lo que yo llamo “acción transformadora”.

Desde hace casi dos siglos, quienes han buscado activamente participar en la construcción de una sociedad mejor, han desplegado dos tipos de acción transformadora, que se distinguen por las lógicas con la que organizan la actividad para lograrlo.

Una es la acción de “reivindicación”, orientada a presionar al poder y a los gobiernos para que realicen lo que el pueblo subordinado les exige y demanda. Se espera que la solución de los problemas venga de arriba. Para ello hay que acumular fuerzas para realizar acciones masivas, multitudinarias, contundentes, capaces de amenazar el orden vigente si no se les cumple con lo demandado.

Otra es la acción basada en ‘iniciativas y proyectos’, orientada a enfrentar directamente los problemas mediante el propio esfuerzo y la movilización de los recursos y energías necesarias. La solución no se espera de arriba sino desde la propia iniciativa organizada. Para ello hay que ganar espacios de autonomía, y organizarse horizontalmente, y buscar entre todos, los medios para realizar lo que se desea, actuando consecuentemente.

Los efectos de esos dos modos de la acción social son muy diferentes. En el primer caso, como se espera que las soluciones vengan desde arriba, por iniciativa de los poderosos, las propuestas corresponden a los modos de hacer las cosas que son propios del poder, que tratará que nunca afecten sus propios intereses y su condición de gobernantes. Es un modo de acción que resulta funcional a los que tienen el poder, porque se los refuerza, se los legitima como ‘solucionadores’ de los problemas y como ‘proveedores’ de las necesidades de la gente. Los subordinados se mantienen subordinados, y su subordinación se reproduce y amplía, porque las personas no se habilitan ni capacitan para resolver sus problemas y satisfacer sus necesidades con autonomía. El resultado es, en síntesis, que se refuerza la política y se reproduce el poder y la separación de los gobernantes y los gobernados. Los subordinados se convencen y actúan convencidos de que necesitan ser gobernados.

Sí, por eso es que no me gusta la política. Y es la razón por la que me entusiasma el cooperativismo, que despliega una lógica de transformación social muy distinta. Una acción transformadora fundada en el desarrollo de la creatividad, de la autonomía y de la solidaridad de las personas y de las comunidades y grupos sociales.

En este sentido el cooperativismo unifica la economía y la política, si queremos seguir empleando el término ‘política’ para referirnos a la acción transformadora. Exactamente lo contrario a lo que se ha hecho en la civilización moderna, en que se ha tratado artificialmente de separar las dos cosas, creando organizaciones exclusivamente económicas, como son las empresas, y organizaciones exclusivamente políticas, como son los partidos.

Tal vez debiésemos dejar de hablar de ‘política’ y reemplazarla por una ‘ecopolítica’: economía y política juntas, armónicas, protagonizadas por la gente organizada.

Si continúa predominando la vieja política, preveo que muy pronto se extenderán las protestas y las reivindicaciones inorgánicas e imposibles de resolver en el actual sistema económico y con la actual estructura del Estado. Veo muy probable, casi inevitable, un verdadero levantamiento social que será muy destructivo, muy bárbaro.

La ‘ecopolítica’ surgirá cuando ...”

 

Hasta ahí llegaba el texto. Igual que los anteriores Cuadernos de Juan Solojuán, éste también quedaba inconcluso. Como dejando abierta la búsqueda...

Estudios que se hicieron sobre el manuscrito no han podido determinar la fecha de su composición, pero la datan entre los años 2027 y 2030.

 

Este libro se terminó de escribir en noviembre de 2061.

 

FIN

 

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