IV. EL EX-GENERAL Y DELINCUENTE CONDENADO

IV.

 

El ex-general y delincuente condenado por la justicia Conrado Kessler alias Augusto sintió vibrar su IAI y se lo llevó al oído sin emitir palabra alguna.

—Soy CN9, reportando novedades sobre misión Op-9 encomendada.

—Escucho.

—Informo que la escritora Matilde Moreno y su hermano Ambrosio se presentaron temprano en la mañana en la Sede del Congreso. Ella llegó en su automóvil particular, a las 7.28 minutos, y él en un automóvil oficial, a las 7.31. Se dirigieron al despacho del senador Tomás Ignacio Larrañiche, donde estuvieron durante 57 minutos, después de lo cual se retiraron en el automóvil de la escritora. Imposible saber el contenido de la conversación.

—Muy bien CN9. Mantenga vigilancia.

Después de pensarlo un momento Kessler agregó:

—Le encargo estudiar el modo de instalar un aparato de vigilancia en el despacho de Larrañiche. Lo más importante para eso, será conocer en qué horarios habría una elevada certeza de que él no se encuentre ocupando su despacho, y en que su secretaria y el personal de oficinas cercanas estén ausentes.

—OK don Augusto, informaré apenas tenga lo solicitado.

Kessler cerró su IAI, satisfecho. Hacía meses que había decidido mantener estrecha vigilancia sobre Matilde y Ambrosio Moreno, a quienes incluía entre sus más odiados enemigos, no tanto por la importancia política que tuvieran, sino porque anhelaba vengarse de ellos, que habían sido responsables directos de la crisis que terminó con su cargo en la Dirección de la CIICI y su condena penal posterior. Esta era la primera información interesante que recibía sobre actividades catalogadas con la sigla Op-9 que despertaron su interés. Desde la caída de la Dictadura Constitucional Ecologista, Matilde se había dedicado a escribir sus novelas y Ambrosio estaba concentrado en sus estudios históricos. Nada que pudiera interesar a Kessler.


 

* * *


 

Gerardo Cosmisky había citado a una reunión informal, fuera del programa de reuniones que quincenalmente tenían los ingenieros y técnicos del Departamento de Informática del Consorcio CONFIAR. La invitación la había extendido a cuatro de sus colaboradores: Mabel Hinojosa, experta en sistemas de seguridad; Henry Salaverry, programador; Amalia Sánchez, ingeniera especialista en redes, y Luis Miguel Soto, ingeniero electrónico que se había especializado en hardware informático. Gerardo los esperaba distendido en un sillón con los pies apoyados sobre la mesa de centro.

Los cuatro invitados llegaron casi al mismo tiempo y tomaron asiento, adoptando actitudes tan informales como las que vieron que mantenía su jefe. Antes de decir una palabra los cuatro desconectaron sus IAI, lo que se había convertido en una costumbre entre ellos desde que habían aprendido de Juan Solojuán a tomar siempre medidas de seguridad y resguardo. Ya no eran los tiempos en que la CIICI operaba sin control, y estaban en democracia; pero sabían que ese organismo continuaba existiendo con otro nombre, y que muchos de sus antiguos funcionarios se mantenían en funciones.

Terminados los saludos y advirtiendo que sus compañeros de trabajo esperaban que les explicara el motivo de esa reunión imprevista, Gerardo les dijo:

—Lo que voy a plantearles no corresponde a nuestras tareas habituales ni a las responsabilidades laborales que cumplimos en CONFIAR. Por lo tanto, cualquiera que desee no participar, bastará que lo diga. Solamente debo pedirles que lo que conversemos en esta reunión no salga de aquí.

—Tranquilo, Gerardo. Sabes que puedes siempre contar con nosotros.

—Lo sé, y no es cuestión de confianza, que la tenemos plena entre nosotros. Pero es necesario que sepan que se trata de mucho trabajo, que no debe interferir con nuestras actividades habituales, y que nos exigirá bastante dedicación.

—Al grano, Gerardo. Ya lograste intrigarnos y motivarnos, y no será la primera vez que pasamos las noches trabajando.

—Se trata de un pedido que me ha hecho Tomás Ignacio Larrañiche, a quien todos conocimos como asesor jurídico del CCC y que cuando mataron a Juan Solojuán asumió temporalmente la presidencia del consorcio. Como saben, es ahora el presidente del Senado Constituyente.

La reunión se extendió durante dos horas. Cosmisky les explicó en detalle lo que Larrañiche le había encomendado, y respondió todas las preguntas de sus amigos. Era un trabajo complejo, que abarcaba varios aspectos de la informática y la computación, y cuyo objetivo final lograban apenas vislumbrar, pero lo que Larrañiche les había pedido les quedaba suficientemente claro como para emprender la tarea.

—¿De cuánto tiempo disponemos?

—El senador Larrañiche necesita el informe en no más de un mes, así que tendremos que trabajar muy intensamente.

Definieron un plan de trabajo, se asignaron las tareas que cada uno cumpliría, y decidieron que tendrían semanalmente una reunión para ponerse al día en los avances y para mantener la coordinación de las actividades. La realizarían los martes en la tarde, después del término de la jornada laboral, en esa misma sala.

Los cuatro jóvenes convocados a la tarea salieron contentos de la reunión, porque lo que se les pedía correspondía exactamente a sus especialidades. Les resultaba sin embargo poco claro cómo los cuatro aspectos del estudio podrían integrarse en un único producto o proyecto, tratándose de asuntos muy diferentes.

Dos horas más tarde, en sus respectivos domicilios, los cuatro estaban ya abocados a una actividad que les fascinaba porque les exigiría desplegar al máximo su creatividad, lo que no ocurría muy a menudo en el marco de las labores más bien rutinarias que les correspondía realizar en el CCC.

 

* * *


 

El jueves a las 3.40 PM Benito Rosasco abrió la puerta del departamento que en el lenguaje del grupo que dirigía Kessler correspondía al lugar B7. Por cierto B7 no indicaba ninguna calle ni numeración formal, pues se trataba de un departamento en el sexto piso de un edificio de la Avenida Lyon a quinientos metros de Providencia. Cerró con llave, fue hasta la cocina y encendió el calentador de agua con la intención de prepararse un té. En seguida se sentó en el living a esperar, no sabía qué. Imaginó que pronto llegaría Kessler, pero éste no le había dicho que se tratara de una cita con él, sino solamente que debía encontrarse allí a esa hora.

Cinco minutos después sintió que alguien introducía la llave en la cerradura de la puerta. Vio entrar al ex-coronel Ahumada, quien apenas cruzó el umbral puso nuevamente el cerrojo.

Ahumada y Rosasco se conocían. Habían participado en los operativos de vigilancia del Consorcio Cooperativo CONFIAR que realizó la CIICI hacía tres años, los que habían terminado en un rotundo fracaso. De todos modos y siendo ahora parte de una organización clandestina, cumplieron el protocolo establecido:

—Las lechuzas ven con los ojos cerrados.

—Las águilas vigilan a las lechuzas.

Además de saludarse con la consigna que les aseguraba que formaban parte de la organización, cumplieron también con la norma de jamás emplear en sus encuentros sus nombres verdaderos.

—Buenas tardes, don Carlos.

—Hola AG.

- ¿Esperamos a alguien más? Porque tengo agua hervida para prepararnos un té.

—Nadie más. Traigo para tí las instrucciones que me dio directamente Augusto. Nada de té. Vamos de inmediato al asunto.

Augusto era el nombre clandestino del ex-general Kessler. Lo había escogido en honor de un General que admiraba mucho, que había gobernado en Chile durante 17 años en el siglo veinte, y cuya mayor obra fue salvar el país del comunismo. El Coronel Ahumada era parte del pequeño círculo de hierro que comandaba la organización, cuyos integrantes tenían el privilegio y el derecho de usar un nombre propio como ‘chapa’. Los de niveles inferiores eran identificados solamente con una letra y un número.

Benito Rosasco estaba expectante. El ex-coronel Ahumada le dijo:

—Tú conociste, en el desgraciado momento del descalabro, a un tal Arturo Suazo.

AG lo recordaba perfectamente. Se había hecho su ‘amigo’ y logrado de ese modo infiltrarse en una organización subversiva defensora de los derechos humanos, cuando trabajó como asesor jurídico en CONFIAR, donde también se había infiltrado. En aquel tiempo fue descubierto por un desdichado asunto de menor importancia, haciendo caer todo el operativo que la CIICI había cuidadosamente preparado para impedir la conferencia de la escritora Matilde Moreno. Benito Rosasco no dejaba de sorprenderse de que Kessler lo hubiera perdonado y convocado nuevamente, dándole una segunda oportunidad. Ahora estaba más decidido que nunca a no fallar en alguna operación que le asignaran. Se daba cuenta, eso sí, de que sólo le encargaban asuntos que le parecían de menor importancia. Pasó todo esto por su cabeza en los pocos segundos en que Carlos guardó silencio, antes de continuar:

— Se trata de vigilarlo. Ese Arturo Suazo ha sido nombrado miembro de la dirección de un Círculo Local llamado “Honor a los Caídos”, del Partido por la Igualdad que se encuentra en formación. Debes tener cuidados extremos, pues te conoce, así como también algunos de sus amigos que antes formaban parte de su organización subversiva que hablaba de los derechos humanos. Lo pensamos mucho con Augusto antes de decidir encargarte esta tarea. Al final lo decidimos, porque el hecho de que los conozcas puede ayudar al logro de lo que queremos conseguir, que es infiltrar ese Círculo con un miembro de nuestro grupo. Por supuesto que no serás tú quien se infiltre. Lo que esperamos de tí es solamente que nos entregues información de nombres de militantes del partido, que podamos relacionar con alguno de nuestros agentes. Toda la información que logres sobre el Círculo Honor a los Caídos y sobre el Partido por la Igualdad nos será muy útil. Integrantes, dirigentes, lugares y fechas de reuniones, actas, documentos que escriban, relaciones con otros grupos, actividades que programen, etc. Es todo lo que puedo decirte. ¿Alguna pregunta?

Benito se quedó pensando un momento. Finalmente dijo:

—Creo comprender bien de qué se trata, y que podré hacerlo. ¿A quién y cómo debo entregar la información que vaya obteniendo?

—De eso no te preocupes. Nos contactaremos contigo para que nos mantengas actualizados de todo lo que vayas descubriendo.

—¿Algo más que deba saber?

—Nada más. Ah! Dijo el jefe que si lo haces bien quizás te mande la chica como premio.

Al decirlo hizo un gesto grosero con las manos.

—Me esforzaré para ganarlo. —respondió AG con una sonrisa torcida de complicidad.

Ahumada se levantó y se acercó a la puerta con la llave en la mano. Antes de salir dijo a B7 sin volverse a mirarlo:

—Espera unos quince minutos antes de salir. Puedes aprovechar de servirte tu té. Hasta pronto.


 

* * *


 

Ambrosio Moreno se instaló en su estudio, dispuesto a cumplir con el pedido que le había hecho su amigo el senador Larrañiche. Estaba solo, porque Lucila su esposa, que era bióloga especialista en ecología, participaba en un proyecto de investigación orientado a identificar las aves que pudieran adaptarse mejor en una reserva natural del sur de Chile, que había experimentado importantes cambios en su flora y fauna como consecuencia del cambio climático. Eso le implicaba desplazarse al terreno de investigación durante tres días cada semana. Ambrosio se había visto obligado a asumir enteramente las tareas domésticas durante esos días, lo que a su edad le estaba costando bastante realizar.

El historiador acostumbraba poner los temas que estudiaba en el contexto de la historia larga de las civilizaciones, y así se proponía hacerlo también esta vez.

Ambrosio era el más famoso de los historiadores chilenos, reconocido y premiado a nivel mundial por sus aportes al estudio de las civilizaciones. Sus investigaciones se enmarcaban en la corriente del pensamiento histórico que había asumido el nombre de Ciencia de la Historia y de la Política, una disciplina que integraba los conocimientos de la ciencia política y de la ciencia de la historia, partiendo del concepto de que la política es constructora de la historia, y de que la historia es el marco que condiciona y orienta las dinámicas de la política, razón por la cual su separación en disciplinas diferentes las limitaba a ambas.

Ambrosio consideraba que la sociología, la politología, la economía política y la ciencia de la administración pública, tal como se desarrollaron entre los siglos dieciocho y veinte, eran disciplinas obsoletas que tenían poco que enseñar en la actualidad. Sus cuerpos teóricos formalizaron los conocimientos que sostuvieron y articularon la economía y la política en la civilización moderna; esa civilización capitalista, industrial y financiera en lo económico, estatista y partidista en lo político, y materialista e ideologista en lo cultural, cuyos orígenes podían rastrearse hasta el siglo diecisiete, y que después de haber entrado en crisis durante el siglo veinte, había colapsado con el Levantamiento de los Bárbaros, la Gran Devastación Ambiental, el Derrumbe del Poder y las Dictaduras Ecologistas, fenómenos que se extendieron prácticamente por todo el mundo.

Pensaba Ambrosio que la Ciencia de la Historia y de la Política debía recoger críticamente todos los conocimientos que esas disciplinas habían producido, pero ir mucho más allá en la comprensión de la complejidad y pluralidad de la experiencia histórica y social de la humanidad. Sostenía que la Ciencia de la Historia y de la Política que él practicaba, podía aportar mucho a poner los fundamentos de una nueva y mejor civilización. Por eso lo entusiasmaba el pedido que le había formulado Tomás Ignacio. Estaba dispuesto a tensionar todos sus conocimientos y capacidades en el cumplimiento de la tarea que le había encomendado. Con su hermana Matilde habían acordado que cada uno estudiara por su cuenta y preparara su propio informe. Así el senador podría contar con dos visiones diferentes sobre un asunto tan importante como aquél sobre el cual les había pedido sus opiniones, consejos y propuestas.

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