X.
Mientras cenaban en la casa de Matilde, Antonella les mostró los dos pedazos del papel con la amenaza que encontró en su locker.
— ¿Tienes alguna idea de quién puede querer molestarte?
— La única persona que se me ocurre es Arturo Suazo, que fue mi novio.
— ¿Arturo? — preguntó extrañada Matilde. —Me acuerdo muy bien de él, cuando los encontré a los dos juntos en la sala de espera de la CIICI. No me parece capaz de hacer algo así. ¿Por qué piensas que puede ser él?
— Yo tampoco lo creo— afirmó Antonella. —Pero no se me ocurre nadie más. El mensaje alude a lo que hicimos juntos buscando saber lo que les había pasado a mi padre y a mi abuelo. Pienso que pudiera estar despechado porque terminé la relación que teníamos.
— Hmm. Ahora recuerdo que estaban todavía juntos cuando enterramos a Juan Solojuán junto a las tumbas de tu padre y tu abuelo. Se veía tranquilo.
— Sí, pero en ese momento ya no estábamos bien. Yo le había ya insinuado que no quería seguir con él.
— No es él— terció Ambrosio. —Y este mensaje que dice que tendrás la oportunidad de defenderte, me parece que contiene implícita una muy grave amenaza. ¡Una amenaza de secuestro! Porque el único modo en que se te pueda hacer un juicio es si te han llevado a un lugar desconocido donde no puedas escapar.
El rostro de Antonella se puso pálido mientras un escalofrío recorrió su espalda.
— Tienes razón Ambrosio— dijo Matilde. —Estaba yo también pensando en eso. Y una amenaza de secuestro solamente puede hacerla una organización clandestina. Una mafia o un grupo terrorista. ¿Sabes si Arturo pertenece a alguna organización?
Antonella lo pensó un momento antes de responder:
— Me llegó el rumor de que forma parte de un partido político en formación, que creo que se llama Partido por la Igualdad. Pero no es una organización terrorista. Y además, un secuestro no puede siquiera habérsele pasado por la mente. Arturo era de ideas bastante extremistas; pero luchaba en defensa de los Derechos Humanos. Y un secuestro es una grave violación de los Derechos Humanos.
— ¿Has sabido algo más sobre él?
— Una amiga me cuenta algunas cosas, más que nada chismes, porque lo ve de vez en cuando; pero no le he prestado atención. Para mí Arturo es pasado y ya no me interesa. Lo último que supe, por ella, es que anda siempre acompañado por una joven algo mayor que él, Camila creo que se llama.
— Si ya tiene otra pareja, también para él tú eres pasado, y no habría razón para que tenga resentimientos o celos— comentó Matilde.
— Si descartamos a Arturo y a su organización ¿se te ocurre alguien más que quiera hacerte daño?
— Me he roto la cabeza pensando y no se me ocurre nada. Yo no tengo enemigos, nunca me he peleado con nadie. No soy tampoco una persona importante que pueda ser de interés para alguien.
— Bueno, eres la novia de un miembro del Consejo Directivo Superior de CONFIAR. Y te acabamos de encontrar rodeada de los técnicos informáticos del consorcio.
— Fue una casualidad. Ellos llegaron al restaurante cuando los estaba esperando a ustedes. Fueron ellos que me reconocieron. La verdad es que yo apenas había visto a alguno, y hace mucho tiempo.
Le dieron vueltas al tema durante media hora. No se les ocurrió nada, ninguna pista, ningún motivo, ninguna sospecha.
— ¿Qué puedo hacer? ¿Qué me aconsejan?— preguntó Antonella finalmente.
Matilde lo pensó unos momentos. Finalmente concluyó:
— Lo primero es hacer una denuncia ante la policía. Si vuelves a encontrar un mensaje parecido, no lo rompas, no lo toques con los dedos, por si tuviera huellas dactilares. Y llámame de inmediato.
— ¿Cómo se hace una denuncia? ¿Dónde tendría que ir?
— Pienso que para que le den la debida importancia es mejor que te acompañe. Debemos hacerlo mañana, sin falta, temprano. Si quieres te puedes quedar aquí en mi casa esta noche.
— No sabe cuánto le agradezco. La verdad es que ahora si que estoy asustada.
— Y sobre todo— agregó Ambrosio— cuídate, cuídate mucho. Y trata de estar atenta y ver si alguien te sigue, si alguien trata de hacer averiguaciones sobre tí, si alguno se acerca a tu locker en la universidad. Trata de no andar nunca sola de noche.
Se había hecho tarde. Matilde se levantó de la mesa diciendo:
— Mientras voy a dejar a Ambrosio puedes tomar una ducha si quieres. Estaré de vuelta en unos cuarenta minutos.
* * *
En la Comisaría Policial no dieron gran importancia a la denuncia, aunque Matilde insistió que se trataba de una amenaza realmente peligrosa. El funcionario se limitó a dejar la constancia y en poner en un sobre cerrado el papel anónimo, asegurando que en el laboratorio policial se harían las pericias correspondientes. El caso pasaría al tribunal de justicia local, donde se decidiría si el hecho denunciado ameritaba una investigación mayor. El policía que tomó los datos les aseguró que se les informaría cualquier novedad, y les indicó que cualquier otro evento similar o que tuviera alguna relación con el hecho debían inmediatamente reportarlo.
Antonella se quedó algo más tranquila porque el policía les dijo que cada día se recibían varias denuncias de amenazas, y que más del noventa por ciento de las amenazas no llegaban a ejecutarse.
Matilde la llevó hasta la Universidad. Quiso ver donde se encontraba el locker de Antonella. Comprobó que era uno entre cientos iguales. El de Antonella tenía el número D-309, información que registró mentalmente.
Después de reiterarle la recomendación de que no dejara de contarle cualquier nuevo hecho y de que estuviera atenta a lo que pasara a su alrededor, se despidió de la muchacha con un abrazo.
De ahí fue a un mercado para aprovisionarse, porque había decidido encerrarse durante varios días en su casa. Pensaba concentrarse hasta que lograra imaginar los modos de organización política en que se pudieran traducir en la práctica los principios que Ambrosio había elaborado teóricamente.
De toda la conversación que tuvo con Ambrosio la idea que más le había impactado era que un sistema político que favoreciera la libertad, la creatividad y la solidaridad debía construirse desde las personas en su contexto local, y a partir de ahí irse expandiendo hacia niveles de más amplia agregación social y mayor tamaño territorial. Al revés de como se había originado el sistema estatal moderno, que partía de lo colectivo nacional, y que desde lo más general descendía hacia lo regional y comunal. Así era como los niveles inferiores quedaban subordinados, funcionalizados e impregnados con las formas y contenidos de arriba.
Le había quedado claro que fue porque se partía de las estructuras colectivas y no de las personas, que éstas terminaban siendo funcionales, puestas al servicio de las instituciones, y entre éstas, especialmente del estado, la mayor de todas. Las personas puestas al servicio del estado, debían estar dispuestas a sacrificar su desarrollo personal. Así se explicaba también que las personas fueran a las guerras que decidía el estado con una lógica de expansión territorial. Le quedaba claro a Matilde que debía hacerse exactamente lo contrario: que las estructuras e instituciones fueran puestas al servicio de las personas, para asegurar lo cual, debían ser las personas las que fueran configurándolas conforme a sus propios fines.
Con esa idea imaginó que los vecinos de cada barrio, condominio o pequeño agrupamiento territorial, reunidos en comunidad una vez al año, en sesiones que podían prolongarse por varios días, formulaban aquellas inquietudes, problemas, necesidades y aspiraciones que no podían resolver por sí mismos, por lo que sería necesaria la colaboración del grupo para llevarlos a cabo. En el grupo se recogían y analizaban todas las propuestas, y entre todos decidían cuáles eran inquietudes, problemas, necesidades y aspiraciones compartidas, y cuáles eran más importantes y urgentes. Entonces se estudiaban las posibilidades concretas que tuvieran para realizarlas, en base a los recursos, capacidades y voluntades que libremente las personas del colectivo estuvieran dispuestas a aportar. De ese modo se llegaba a definir un plan o programa de desarrollo del barrio, condominio o agrupamiento territorial, que entre todos ejecutarían, en el período de tiempo que pudieran calcular y definir.
Matilde se imaginó a un barrio movilizado en plantar árboles, hermosear los espacios comunes, reparar las calles, crear jardines infantiles, establecer servicios de atención de salud, generar sistemas de protección de la delincuencia, para enfrentar desastres naturales, y muchas otras cosas que sin duda podían hacerse en cada localidad por sus mismos habitantes.
Su fecunda imaginación creativa llevó a Matilde a ver cómo la ciudad entera, movilizada por muchísimas comunidades activas, se convertía en un gran cuerpo vivo, lleno de lugares hermosos, amables, amenos, y donde las personas se conocían, se saludaban, convivían y fraternizaban, alegres, optimistas y confiadas.
* * *
Arturo Suazo, en su condición de presidente del Círculo Honor a los Caídos, se preparaba para asistir a una Asamblea del Colectivo Departamental del Partido por la Igualdad. Era la primera vez que le correspondía participar en ese nivel de la organización, y estaba excitado por la posibilidad que se le ofrecería en esa reunión, de destacarse por su discurso ferviente y por sus propuestas radicales.
Estaba decidido a deslumbrar a muchos compañeros de partido, que aún no lo conocían; pero por más que pensaba no se le ocurrían muchas ideas novedosas y fuertes que proponer. Tuvo entonces la ocurrencia de que tal vez conversando con Camila, con la que había activado la sección universitaria del partido y que era su entusiasta admiradora que lo secundaba en todas sus actividades partidistas, pudieran surgirle buenas ideas y consignas que proponer.
No se le ocurrió nada mejor que darse cita en el Restaurante don Rubén. Al decidirlo así, pasó por su mente la idea de que pudiera encontrar allí a su antigua novia Antonella, y que tal vez ella sintiera celos si lo viera acompañado de Camila, que si bien no era particularmente bella tenía un cuerpo sexi que no pasaba inadvertido para nadie.
Camila estaba feliz. Era la primera vez que Arturo la invitaba a salir para algo que no fueran las actividades partidarias. Él le gustaba mucho. Desde que lo había visto por primera vez deseaba llevarlo a la cama, pero todos sus intentos habían sido hasta ahora infructuosos. Pensó que tal vez fuera la ocasión propicia, por lo que se esmeró en hermosearse y en vestir del modo que pudiera resultar irresistible.
Arturo llegó a la cita cinco minutos después de lo establecido. Recorrió con la mirada las mesas del lugar comprobando que Camila aún no había llegado. Vio en cambio a Antonella que con un delantal de servicio atendía las mesas. Con una sonrisa torcida pensó que se había dado la ocasión que esperaba, de demostrarle a su antigua novia todo lo que se había perdido al dejarlo.
Se sentó en un rincón poco iluminado de la sala, esperando que Camila llegara pronto. No dejó de sorprenderse al ver a Antonella acercarse a su mesa con paso decidido.
— Hola Antonella. ¿Estás de moza?
— Sí, ayudo aquí por las tardes cuando no tengo clases. Me encanta.
— ¿Sí? ¿Te gusta? ¿No era que querías irte al campo?
— Me gusta atender a la gente. Servir a las personas. Estar atenta a lo que necesitan en cada mesa, y tratar de que lo pasen bien. Me gusta tratar de adivinar lo que les pasa, y hacer lo posible para que estar aquí sea para todos lo más grato posible. Está tan dura la vida, por lo que si puedo ayudar en algo ...
Antonella era así, trasparente, extrovertida, servicial y alegre. Pero Arturo estaba despechado.
— Tú siempre tan caritativa; pero te olvidaste de luchar por la justicia...
El rostro de Antonella se ensombreció, se puso rígido, frío. Recordó las amenazas recibidas. Reaccionó:
— No me acerqué para servirte sino para hacerte una pregunta.
— Dime ¿de qué se trata?
Antonella dudó un momento. Se había casi convencido de que no podía ser Arturo el de las amenazas; pero no estaba segura de ello y se le había dado la ocasión de aclararlo. Le preguntó sin más preámbulos:
— ¿Eres tú el que me está dejando unos mensajes en mi casillero en la Universidad? Porque si eres tú ...
Dejó la frase sin terminar. La cara de sorpresa que puso Arturo le hizo comprender que se había equivocado; pero ya había hecho la pregunta y no podía volver atrás como hubiera querido. Arturo la miró a los ojos y le dijo, con voz intencionalmente pausada y algo irónica:
— ¿Acaso crees que sigo detrás tuyo y que soy tan estúpido como para dejarte mensajitos de amor anónimos? No, Antonella, no te hagas ilusiones. Si alguien te está cortejando como un adolescente, ese no soy yo.
Antonella se ruborizó, no sabiendo qué decir. Sintió una extraña tristeza que no sabía expresar. Tristeza no por Arturo sino por ella misma, que había sido capaz de ofenderlo hablándole de ese modo y con el tono en que lo había hecho. Su espíritu sensible y delicado se avergonzaba al darse cuenta de que había compartido varios meses de su vida con Arturo sin haberlo llegado a conocer. ¿Cómo podía haber pensado tan mal del joven que una vez amó? No tenía derecho a ofenderlo, menos aún si había sido ella la que puso término a ese amor. Al final balbuceó:
— Perdona Arturo, por favor, discúlpame. Era sólo una duda que tenía. No pasa nada. Olvídalo por favor.
A pesar de su rudeza moral Arturo alcanzó a intuir que algo delicado nublaba los ojos de Antonella. Eso aplacó su deseo de herirla.
— Bueno, descuida— y agregó —Estoy esperando a alguien. Te llamaré para hacerte el pedido.
Y viendo aparecer a Camila en la puerta del restaurante:
— Ah! Veo que llegó mi amiga, así que te llamo en seguida para el pedido.
Camila se acercó a la mesa sabiendo que se había puesto especialmente atractiva, A su paso no sólo hombres sino también mujeres se volvían a mirarla. Sonrió, sin dejar de percatarse de que la muchacha que se alejaba de la mesa de Arturo era Antonella, la antigua novia de su amigo. Decidió no decirle nada recordando que ya una vez él se había enojado cuando ella la nombró. Esta vez no cometería ningún error.
Camila se sorprendió gratamente al darse cuenta de que esta vez Arturo no la trataba como a una simple compañera del partido, sino que se mostraba solícito y casi diría que seductor. Se sintió halagada, pero como no era tonta, también pensó que pudiera tratarse sólo de que Arturo quería demostrarle algo a su antigua novia. No le importaba el motivo: ella se aprovecharía de la circunstancia.
— ¿Qué deseas servirte? — le preguntó Arturo.
— Te parece bien que esta vez dejemos la cerveza y nos decidamos por algún buen trago fuerte.
— Me parece perfecto. Veamos qué nos ofrecen.
Media hora después, notando Camila que Arturo miraba muy seguido hacia donde se encontraba Antonella, se decidió, le tomó la mano, y atrayéndolo y levantándose del asiento le dió un beso fuerte y húmedo. Arturo correspondió al beso con más pasión del que ella se esperaba.
Él había tratado vanamente de entablar una conversación política. Le había repetido dos o tres veces que tenía que preparar las ideas para presentarlas en nombre del Círculo en la Asamblea departamental del Partido; pero ella se limitaba a decirle que no se preocupara, que estaba segura de que lo haría muy bien. Finalmente, después de haberse besado varias veces y cuando Arturo intentó todavía retomar el tema político, Camila le aseguró que podían seguir conversando a fondo sobre ello en su casa.
Esa noche se olvidaron de la política pero lo pasaron estupendamente bien.
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