III. EL SENADOR TOMÁS IGNACIO LARRAÑICHE ESTABA PREOCUPADO

III.

 

El senador Tomás Ignacio Larrañiche estaba preocupado. Cumpliría en pocos días ochenta años, y las responsabilidades que había asumido desde que fue elegido Presidente del Congreso Constituyente abarcaban una muy amplia gama de temas y de problemas, sobre varios de los cuales no tenía especiales conocimientos. Eso lo llevaba a ocupar muchas horas de la noche estudiando e informándose sobre los más diversos asuntos.

Su profesión de abogado la había ejercido en forma independiente y como Asesor Jurídico principal del Consorcio Cooperativo CONFIAR. Cuando Juan Solojuán fue asesinado asumió transitoriamente la Presidencia del CCC; pero cortó todo vínculo formal con esa organización tan querida, en la que había participado desde sus comienzos y colaborado en su fundación y desarrollo, cuando fue elegido Senador. El motivo de esa decisión, que adoptó en forma enteramente personal y que nadie nunca se lo exigió ni pidió, era aquello de los posibles conflictos de interés y de la indispensable separación que pensaba que debía existir entre las actividades empresariales y las de gobierno.

Larrañiche era un destacado jurista y una persona de inteligencia excepcional; pero no era especialmente creativo. Había formulado los Estatutos de la primera Cooperativa Confiar, y luego los del Consorcio; pero no había sido él quien generaba las ideas e inventaba los modelos y los sistemas. Él supo interpretar fielmente y darle forma jurídica a las ideas, proyectos y propuestas de Juan Solojuán, quien había sido el verdadero fundador de aquella magnífica experiencia.

Ahora Larrañiche se encontraba ante una tarea cuya necesidad e importancia comprendía claramente, pero respecto de la cual no se sentía con la capacidad suficiente para realizarla. De lo que se trataba era nada menos que de imaginar, formular y darle forma jurídica a un nuevo sistema político, que debía ser superior a las formas que había asumido la política en la civilización moderna, cuyas estructuras colapsaron en las primeras décadas del siglo, con el Levantamiento de los Bárbaros, la Gran Devastación Ambiental y el Derrumbe del Poder, que dieron lugar a la Dictadura Constitucional Ecologista. Esa dictadura había suprimido la política como actividad legítima y necesaria. Una actividad, la política, que ahora había vuelto a ser indispensable, y que había que organizar estableciendo las condiciones de su legitimidad y de su funcionamiento. ¿Cómo abordar tan magna tarea, después de que la política se había enteramente desprestigiado y corrompido y finalmente suprimido con el apoyo mayoritario de los ciudadanos?

Hubiera querido Larrañiche que Juan Solojuán estuviera a su lado. Necesitaba ayuda, o al menos un buen consejo sobre cómo abordar el problema. Ensimismado recordando a su amigo y tratando de imaginar lo que él pensaría, casi sin pensarlo tomó su IAI y marcó un número. La respuesta no demoró más que pocos segundos:

—Tomás Ignacio, qué gusto recibir tu llamado. ¿Cómo estás?

—Me encuentro bastante bien, querida Matilde. Pero este trabajo me resulta muy pesado, y sobre todo agobiador por la enorme responsabilidad que ha caído sobre mí. Por eso te llamo, pues necesito tu consejo.

—Tú dirás. Me hace feliz saber que pueda serte útil en algo. Cuéntame, pues, de qué se trata.

—El asunto no es tan sencillo y requiere una larga conversación. ¿Podrías venir a mi despacho? A mí, puedes imaginarlo, me falta tiempo para cumplir todos mis deberes, y aunque me encantaría visitarte, la verdad es que me resulta difícil hacerlo. ¿Puede ser mañana temprano, antes de que comiencen las sesiones de las Comisiones de trabajo? Puedo mandar a buscarte en un auto oficial.

— No tengo problemas para levantarme temprano. Dime a qué hora quieres que llegue. Tengo mi automóvil y no necesito que me vengan a buscar, sólo que en la entrada del Congreso estén advertidos de mi llegada para que me permitan entrar y estacionar.

— Perfecto. Mañana, entonces, te espero con un buen café y unas galleticas. A las siete ¿te parece bien?

— Perfecto, hasta mañana, pues.

El senador cerró su IAI, pero antes de que pasara un minuto volvió a marcar. La respuesta demoró en llegar.

— Diga usted, ¿quién y por qué me llama?

— Querido Ambrosio, soy yo, Tomás Ignacio. Disculpa que te moleste. ¿Por qué tan serio?

—Nada, Tomás Ignacio. Es sólo que estoy estudiando unos documentos interesantísimos de mediados del siglo XX, de cuando terminó la gran guerra, y el sonido del IAI me sobresaltó. Lo pongo en alto volumen porque estoy algo sordo y no me percaté de que tenía puesto el auricular que me ayuda con eso. Cuéntame qué te hace llamarme después de tanto tiempo sin vernos.

— Uff! Este trabajo me ocupa demasiado tiempo que ya no tengo para los amigos. Pero ahora necesito tu ayuda.

—Estoy enteramente a tu servicio. Cuenta conmigo. ¿Qué necesitas?

—Necesito tu ayuda profesional. Digo profesional solamente en cuanto historiador, pero se trata de una consulta y una colaboración para la cual el Senado no tiene recursos.

—¡De qué hablas! Sabes bien que no necesito ser pagado para servir a la República, pues me imagino que de eso se trata. Dime de qué se trata.

—Es que tengo que dar una explicación que puede ocupar bastante tiempo. Me pregunto si tu pudieras venir a mi despacho en el Senado, mañana muy temprano.

—Con gusto; pero tengo el problema de cómo llegar allá. Sigue siendo bastante difícil moverse en esta ciudad en que hay tan pocos medios de transporte.

—De eso no te preocupes. Mañana a las seis y cuarenta estará esperándote un hermoso auto solar de color verde oscuro, que te traerá hasta acá.

—Perfecto, entonces. Ahí estaré.


 

* * *


 

Matilde llegó puntual a la cita. Encontró a Tomás Ignacio preparando el café en una vieja cafetera napolitana. Después de saludarla Tomás Ignacio le dijo:

—Te tengo una grata sorpresa. Llegará en dos minutos una persona que tú quieres mucho.

Dejó la puerta abierta. Justo al cumplirse dos minutos Matilde vio a su hermano Ambrosio que entraba en el despacho, tan asombrado como lo estaba ella de encontrarse ahí los dos a esa hora inesperada. Se juntaron los tres en un abrazo único. En seguida intercambiaron información sobre sus estados de salud, coincidiendo en que estaban bastante bien considerando sus avanzadas edades.

Después de servir tres tazas de café y poner unas galletas sobre la mesa Larrañiche les explicó el motivo de su sorpresiva invitación.

—Perdónenme, pero tengo poco tiempo y mucho que conversar, de modo que entraré inmediatamente al asunto sobre el que necesito sus ayudas.

Matilde y Ambrosio esperaron atentos lo que Tomás Ignacio les diría. Éste tomó un sorbo de café y continuó:

—Hemos puesto fin a la dictadura y recuperado la legitimidad de la política. Pero ¿qué política debemos construir? Si se tratara de restaurar la vieja política, la de los partidos y del Estado, aquella que conocimos siendo jóvenes, y que condujo a la tremenda crisis que se inició con el Levantamiento de los Bárbaros y que llevó a la Dictadura Constitucional Ecologista, pienso que sería dañino y un verdadero peligro para la sociedad. Además, las condiciones económicas son muy distintas a las de aquel tiempo, debido a la devastación ambiental y a la necesidad de mantener a raya las industrias y el crecimiento económico. Lamentablemente, ya me han llegado noticias de que se están formando partidos, y eso es preocupante, porque es previsible que con ellos se generen nuevamente divisiones y graves conflictos en la sociedad.

Tomó la taza de café y manteniéndola en sus manos continuó:

—Por supuesto, no se trata de que debamos prohibirlos, porque eso sería traicionar la democracia que todos queremos. Pero pienso que, desde las funciones que me han asignado, podría influir para que la política que se organice y comience a desarrollar en el país sea verdaderamente favorable al bien común. El problema es, mis queridos amigos, que no tengo idea de cómo pueda ser una nueva y buena política. Y por eso, para que me ayuden a pensar y a elaborar propuestas, los he invitado hoy.

—¿No sería el caso de crear un equipo que asesore al Senado? Te podríamos sugerir muy buenos nombres.

—Lo he pensado; pero hay un problema. Ustedes saben lo precario de las finanzas públicas, y que apenas podemos financiar las funciones y actividades indispensables del gobierno. Y aunque pudiéramos fijar algún impuesto adicional, me resisto a ello. De hecho, me estoy oponiendo a una tendencia a aumentar las funciones, los poderes y los recursos del Estado; una tendencia que ya ha comenzado.

— Te felicito por ello— comentó Ambrosio, agregando: —Imagino que no es fácil mantener controlados los gastos del Estado.

—Sí. Y sería muy inconsecuente que yo mismo pidiera más fondos— corroboró Larrañiche. —Les puedo contar que tenemos muchos asuntos que surgen con la recuperación de la democracia y de la política, sobre los cuáles es necesario pensar, imaginar, inventar respuestas nuevas, hacer cambios. Lo primero que a todos los que estamos involucrados en esto se nos ocurre es formar comisiones de estudio que asesoren al parlamento. Pero yo que trabajé tantos años con nuestro recordado Solojuán, viejo zorro como le decían, el hombre más lúcido y profundo conocedor de las personas y de los grupos humanos, me temo que esas comisiones terminen planteando como solución a cada problema o frente a cada asunto, la creación de algún nuevo organismo, ministerio o institución estatal, y tendría así comienzo un proceso en que volvamos a tener un Estado que no puede sino crecer y crecer, y ser cada vez más costoso para la sociedad, para las empresas y los trabajadores, que ya tienen demasiadas dificultades para cumplir con sus indispensables tareas y responsabilidades y para vivir en las actuales tan difíciles condiciones.

Tomás Ignacio miró a sus amigos que lo escuchaban concentrados, tomó aliento y continuó explicando el problema que lo inquietaba.

—La situación en que nos encontramos, dicho muy resumidamente, es ésta: la Dictadura Constitucional Ecologista fue la respuesta ante una situación económica, social y política insostenible después del Levantamiento de los Bárbaros y de la Gran Devastación Ambiental. Es un consenso prácticamente universal que esa dictadura fue necesaria ante el caos existente, que estaba diezmando a la población.

El senador tomó la taza de café y bebió un sorbo, apresurándose a dejarla sobre la mesa por el temblor de su pulso, que denunciaba su edad avanzada. Continuó explicando:

—La dictadura prohibió los partidos políticos, y el poder estuvo concentrado durante casi dos décadas en un comando cívico-científico-militar, unificado por una consistente ideología ambientalista y ecologista. Se restableció el orden mediante las operaciones de inteligencia, de control y de represión ejercidas por la CIICI, de triste y lamentable final. La economía estaba en el suelo, y muy pocas empresas habían logrado sobrevivir al desorden generalizado. Nuestra cooperativa fue una de ellas, que logró una rápida expansión, porque muchos fueron comprendiendo que habíamos inventado una respuesta eficaz y eficiente tanto para producir como para distribuir, consumir y asegurar el futuro de los participantes.

Larrañiche hizo una pausa. Sabía que sus interlocutores conocían muy bien todo aquello, pero no por eso dejó de continuar enunciando el problema que había repetido en muchas ocasiones a sus colegas del Congreso, y que consideraba siempre necesario que fuera tenido en cuenta.

—El Estado, carente de recursos, tuvo que retirarse de casi todas las actividades económicas, incluidos los servicios básicos de la educación y la salud, que pasaron a ser de responsabilidad directa de las familias y de las comunidades. Todavía ahora el Estado destina todos los recursos económicos de que dispone y que puede movilizar socialmente, a la recuperación del ambiente devastado: creación de bosques, generación de energías limpias, control de los desastres naturales que continúan repitiéndose. Para todo lo demás, se creó un sistema económico que sigue vigente, en que las comunidades participan activamente en la autorización de los proyectos que plantean los grupos asociativos y los emprendedores organizados. Yo diría que, en este plano, se logró establecer la mejor economía posible: descentralizada, participativa, comunitaria, desconcentrada, sustentable y respetuosa del ambiente y de los equilibrios ecológicos. Todos los recursos humanos, materiales y financieros, que se han hecho tan escasos, se emplean actualmente con muy alta eficiencia, y son destinados a la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales.

Matilde y Ambrosio, asintiendo con un leve movimiento de la cabeza, mostraban estar de acuerdo con ese diagnóstico de la situación económica. Tomás Ignacio tomó un segundo sorbo de café, volvió a poner la taza en la mesa, y continuó:

—Pero en política estamos en pañales. Los partidos fueron puestos fuera de la ley, y toda actividad política fue suprimida. En su momento, con la excepción de los mismos partidos y sus integrantes, los ciudadanos estuvieron de acuerdo en ello, porque habían comprendido que se había formado una gran masa de personas que vivían de la política y que usufructuaban de los recursos públicos en beneficio propio. En las condiciones de crisis económica existente, no se podía sostener a una clase política y burocrática en gran medida parasitaria, y que en vez de contribuir al orden social se dedicaba a acentuar los conflictos y las divisiones, a favorecer intereses corporativos, a poner a unos grupos sociales contra otros. Todo eso terminó, fue necesario que terminara, y fue un beneficio para la sociedad. Pero, como bien nos lo explicaste, Matilde, en tu famosa conferencia que dió comienzo al fin de la dictadura, es ya hora de que los ciudadanos recuperaran las libertades políticas y de instaurar un nuevo sistema político democrático.

Hizo una pausa, tomó aliento, y continuó:

—Derribamos la dictadura; pero ahora debemos crear un nuevo sistema político, y no sabemos bien cómo hacerlo. Lo que está claro es que no podemos volver a la vieja política, esa de los partidos, de las luchas por el poder, de las ideologías unilaterales y de las manifestaciones callejeras. Este es, amigos míos, el problema por el que los he convocado para pedirles su ayuda, porque los considero las personas más inteligentes, sabias y comprometidas con el bien común que conozco, y con las que sé que puedo contar.

Después de diez segundos de silencio, concluyó en el modo solemne que correspondía muy bien a su personalidad:

— ¡He dicho! Es lo que necesitaba plantearles. Ahora espero sus comentarios y sus consejos.

Matilde y Ambrosio guardaron unos segundos de silencio. Los hermanos se miraron y sin decir palabra se cedieron mutuamente la precedencia para hablar; pero ello los llevó, finalmente, a decir al unísono:

—¡Cuenta con nosotros!

—¿Para cuándo necesitas nuestro informe? — preguntó Matilde.

—Digamos que tenemos un mes útil, porque asumí la responsabilidad de presentar al Congreso una propuesta legislativa sobre el ordenamiento estatal y la organización política de la sociedad. Estamos contra el tiempo, pues se están organizando ya varios partidos políticos, y nos han llegado noticias de que lo hacen conforme al viejo modelo de partidos que luchan por el poder y entienden la política como conflicto entre fuerzas antagonistas. Si no tenemos una mejor solución, que sea realista, factible y convincente, se revivirán procesos que ya sabemos a dónde conducen. Con las ideas orientadoras claras, la preparación de la nueva Constitución política se hará mucho más fácil y se completará en bastante menos tiempo.

Unos suaves golpes en la puerta detuvieron a Tomás Ignacio que no había terminado de responder la pregunta de Matilde.

—Es la secretaria de la presidencia del Congreso —les explicó Larrañiche. —¡Adelante!

—Don Tomás Ignacio, lo molesto solamente para recordarle que en cinco minutos debe dar comienzo a la sesión ordinaria del Senado.

—Ah, sí, muchas gracias.

Hizo un gesto que expresaba que no podía sino ir a cumplir con su deber.

—Mis queridos amigos. Pueden quedarse a conversar el tiempo que quieran. ¿Cuándo podremos encontrarnos nuevamente?

Respondió Matilde:

—Creo que lo mejor será que nos encontremos en mi casa, una tarde cualquiera, después de que tus trabajos del día hayan terminado, o un domingo.

Decidieron encontrarse el domingo a la hora del almuerzo. Unos minutos después Matilde y Ambrosio bajaron al subterráneo del edificio del Congreso Constituyente tomados del brazo. No era necesario el automóvil que ofreció el senador porque Matilde llevaría a su hermano en el suyo.


 

* * *


 

Al ver Ambrosio el cielo encapotado y el rápido desplazarse de las nubes, comentó a su hermana que debían apurarse porque se avecinaba una tempestad de esas violentas que impedían desplazarse por la ciudad y que obligaban a las personas que anduvieran por las calles a buscar rápidamente un lugar seguro donde cobijarse. La Gran Devastación Ambiental había cambiado drásticamente el clima, y los fenómenos meteorológicos imprevistos llegaban a menudo a ser bastante extremos.

Y en efecto, no habían avanzado más de diez cuadras cuando unas fuertísimas ráfagas de viento sacudieron el auto dificultando su conducción. Matilde decidió detenerse y esperar que tornase la normalidad. Esos vendavales acompañados de fuertes chubascos no solían durar más de media hora; pero dejaban siempre severos daños en la ciudad.

Habían recién estacionado cuando vieron a una joven que mantenía firmemente agarrada su bicicleta, pero que el viento y el agua arrastraban sin que pudiera ella controlar la situación. Diez segundos después el auto se sacudió al recibir el impacto de la bicicleta en la parte delantera. La muchacha se golpeó en la cabeza y quedó entrampada con un pié bajo el capó, mientras la bicicleta se alejaba arrastrada por el viento y la corriente de agua que ya sobrepasaba la cuneta.

Matilde y Ambrosio se miraron. Era necesario ayudar a la muchacha que, dejada allí, podría terminar gravemente herida o incluso perder la vida. Matilde intentó abrir la puerta, pero la fuerza del viento se lo impedía. Ambrosio logró abrir la suya y bajar un pié hasta la acera. Manteniendo la puerta abierta con su cuerpo, logró sacar la otra pierna y ponerse de pie. Vio la cabeza de la joven asomarse por el costado del vehículo y que se arrastraba con la intención de subir a la vereda. Ambrosio, aferrado a la puerta del auto con una mano, se agachó y extendió el brazo que tenía libre. La muchacha estiró su cuerpo y logró apretar fuertemente la mano que le tendía el anciano.

Dos minutos después, ayudada por Ambrosio y por Matilde que se había desplazado hacia el asiento de atrás y que mantenía esa puerta abierta para que la joven pudiera entrar, lograron subirla al vehículo. Ambrosio, empapado y sudando, recuperó también su lugar en el auto y cerró la puerta.

Ya sentada y mientras agradecía a quienes la habían salvado, la muchacha despejó su rostro de la cabellera que la cubría. Aunque tenía la cara sucia por el agua embarrada y ya se le formaba en la frente un chichón morado, a Matilde le pareció una cara conocida. Le costó unos segundos recordarla.

—¿Antonella? ¿Antonella Gutiérrez?

La muchacha se sorprendió al oír su nombre, y recién entonces reconoció a la mujer que hacía tres años había conocido en la sala en que esperaba ser interrogada por la CIICI. Esa mujer la había salvado aquella vez en una circunstancia muy difícil, y de nuevo ahora, junto al anciano que la acompañaba y que se había arriesgado él mismo al ayudarla, la habían salvado nuevamente del grave peligro en que llegó a encontrarse.

Antonella reconoció también a Ambrosio, con el que se había encontrado alguna vez en el Restaurante don Rubén. Llena de agradecimiento se levantó del asiento, se acercó a ambos que vueltos hacia atrás la miraban, y dio a cada uno un emocionado beso en la mejilla.

Media hora después el aguacero y el viento amainaron. Matilde puso en marcha el motor y partió directamente a su casa, donde tenía las condiciones adecuadas para que los tres pudieran lavarse, secarse, arroparse y entibiarse con la vieja estufa eléctrica, un verdadero lujo que en esos años de racionamiento y muy elevado costo de la energía muy pocos podían mantener.

Preparó después un caldo caliente y reparador que los tres compartieron conversando animadamente, porque Antonella se dedicó a hacerle a Matilde todo tipo de preguntas sobre cómo habían vivido aquellos episodios históricos que se iniciaron con la conferencia que debió dar la escritora en el Auditorio de CONFIAR. Lo que despertó el mayor interés de la muchacha fue cuando Matilde le contó de la comunidad a la que había llegado casi desfalleciendo, cerca de Batuco, cuando fue abandonada en el campo por los esbirros de la CIICI.

—¿Sabe si esa comunidad todavía existe?

— Sí, y les va muy bien. Fui a visitarlos para agradecer lo que hicieron por mí ese día, y mantengo contacto con ellos.

—¡No sabe cuánto me interesaría ir con mi novio a conocer esa experiencia! Nosotros soñamos con crear algún día algo parecido.

—Podemos ir. Los puedo llevar un día de estos.

—A mí también me gustaría conocerlos— dijo Ambrosio.

—Tendría que ser un domingo, porque en la semana estudio y trabajo, y Alejo dispone solamente del domingo libre.

—El domingo próximo no puede ser porque ya tomamos un compromiso.

Se pusieron de acuerdo en que irían el domingo subsiguiente, si el clima se los permitía. Ella pasaría primero por Ambrosio y luego por Antonella y Alejandro a la entrada del Restaurante Don Rubén.


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