XX. TRES DÍAS DESPUÉS SE CONOCIÓ PUBLICAMENTE EL VÍDEO

XX.

 

Tres días después se conoció públicamente el vídeo. Kessler lo había hecho llegar a varios medios de prensa y había logrado que se viralizara en las redes sociales. La conmoción ciudadana fue inmensa. Se armaron dos bandos, que empezaron a salir a la calle con pancartas. Unos exigían al gobierno y a la policía que atacaran fuertemente y pusieran fuera de la ley al Partido por la Igualdad. Otros exigían al gobierno y en particular al senador Larrañiche que salvara a la muchacha secuestrada poniendo en libertad a los dos jóvenes detenidos como sospechosos del secuestro, como Antonella lo pedía en el video.

Todo el mundo tenía algo que opinar; pero el peso de la decisión recaía sobre un solo hombre, y ese era Tomás Ignacio Larrañiche. Y él estaba indeciso entre la obligación humanitaria de salvar a la joven secuestrada, y su deber de estadista que debía actuar conforme a la llamada ‘razón de estado’, que le impedía aceptar un chantaje terrorista.

Había visto la grabación junto con su esposa, estando ya en su casa. Consciente de la dramática disyuntiva en que estaba pidió a Mariella que llamara a Matilde, a Ambrosio y a Cosmisky y les pidiera que fueran inmediatamente porque necesitaba su consejo. Después se comunicó con los otros dos miembros del Triunvirato gobernante, a los que citó a reunión urgente a primera hora de la mañana.

Su IAI personal y el oficial del gobierno sonaban insistentemente. Eran periodistas, colegas senadores y políticos que querían saber qué pensaba de los hechos y qué decidiría. Respondió las primeras llamadas personalmente limitándose a decir que debían estudiar la situación en el Gobierno para decidir con prudencia. Después decidió apagar los dos IAI.

Cuando llegaron Matilde, Ambrosio y Cosmisky los puso al tanto de los hechos y les explicó la terrible disyuntiva en que se encontraba.

Cosmisky contó que ya había analizado el video y que era auténtico, pero que el paisaje de campo que se veía detrás de Antonella no era verdadero sino editado.

— Probablemente grabaron el video ante un panel de color verde y después lo editaron poniendo de fondo una grabación anterior del campo. No hay que buscar ese paisaje porque es un engaño, bastante evidente por lo demás.

Aclarado el punto quien dio primero su opinión sobre lo que había preguntado Tomás Ignacio fue Ambrosio:

— Yo pienso, aun contradiciendo la convicción que ha predominado históricamente a lo largo de los siglos, que la razón ética está por sobre la llamada razón de estado.

— ¿Qué significa en este caso?— preguntó Mariella.

— Significa— respondió Ambrosio —que la primera preocupación debiera ser la vida de Antonella.

Todos esperaron lo que diría Tomás Ignacio después de tan enfática afirmación de Ambrosio, cuya opinión era siempre considerada sabia. El senador, pasado un momento de reflexión, comentó:

— Pero en este caso, por ahora, no está todavía en juego el derecho a la vida de Antonella sino solamente su mano. Sé que suena terrible decirlo así, pero es la verdad.

Ambrosio entonces sacó su libreta de apuntes y escribió algo. Se la pasó a su hermana pidiéndole que buscara en la internet lo que había escrito: un nombre y una frase: “Simone Weil, derecho de la persona”.

Un minuto después Matilde le pasó a Ambrosio la tableta donde aparecía el texto buscado. Ambrosio leyó:

— De Simone Weil. En cada hombre hay algo sagrado. Pero no es su persona. Tampoco es la persona humana. Es él, ese hombre, simplemente. Ahí va un transeúnte por la calle, tiene los brazos largos, los ojos azules, un espíritu por el que pasan pensamientos que ignoro, pero que quizá sean mediocres. Ni su persona, ni la persona humana en él, es lo que para mí es sagrado. Es él. Él por entero. Los brazos, los ojos, los pensamientos, todo. No atentaré contra ninguna de esas cosas sin escrúpulos infinitos. Si lo que hay de sagrado en él fuera para mí su persona humana, podría fácilmente sacarle los ojos. Una vez ciego, sería una persona humana exactamente igual que antes. No habría tocado en absoluto la persona humana en él. Sólo habría destrozado sus ojos. Es imposible definir el respeto a la persona humana. No sólo es imposible de definir con palabras. No puede ser definida, delimitada, tampoco mediante una operación muda del pensamiento. Tomar como regla de la moral pública una noción imposible de definir y de concebir es dar paso a toda clase de tiranía. La noción de derecho, lanzada al mundo en 1789, ha sido, a causa de su insuficiencia interna, impotente para ejercer la función que se le confiaba. Amalgamar dos nociones insuficientes, hablando de los ‘derechos’ de la ‘persona humana’, tampoco nos llevará muy lejos. ¿Qué es lo que exactamente me impide sacarle los ojos a ese hombre, si tengo licencia para ello? Ese hombre no me resultaría sagrado en tanto sus brazos son largos, en tanto sus ojos son azules, en tanto sus pensamientos son mediocres. Ninguna de todas esas cosas retendría mi mano. Lo que la retendría es saber que si alguien le saca los ojos, se le desgarraría el alma al pensar que se le hace daño. Desde la más tierna infancia y hasta la tumba, hay en el fondo del corazón de todo ser humano algo que espera invenciblemente que se le haga el bien y no el mal. Ante todo, es éso lo que es sagrado en cualquier ser humano. El bien es la única fuente de lo sagrado.

— Simone Weil, la gran filósofa y mística francesa del siglo XX— comentó Mariella. —Un alma gemela de Antonella, creo yo. ¿La vieron? ¡Cuánta dignidad y cuánta fuerza espiritual se nota en ella a pesar de estar obligada a mantenerse de rodillas y recitar bajo la amenaza de los que la mantienen secuestrada tanto tiempo!

No acababa de decirlo cuando escuchan unos fuertes golpes en la puerta. Era muy extraño a esa hora. Se levantaron los cuatro y fueron a ver de qué se trataba.

Era Alejandro que llegaba en bicicleta y que, sudando, explicó el motivo de su irrupción tan imprevista:

— Les pido que me disculpen, pero tengo algo muy importante que decirle a don Tomás Ignacio. A todos. Lo llamé al IAI pero estaba apagado. Les pido que por favor me escuchen.

Lo hicieron pasar.

— ¿Vieron la grabación de Antonella?

— Sí, y por eso estamos aquí.

— Hay algo muy importante en lo que creo que no se habrán fijado ¿Podemos buscar la grabación en la red y ponerla en la pantalla? Ojalá en una pantalla grande.

Lo hicieron rodar en la pantalla del salón.

— ¿Se fijaron en algo raro? – preguntó Alejandro.

Nadie había notado nada extraño, fuera de lo terrible que era la situación en que habían obligado a hablar a la joven.

Alejandro entonces tomó el control del aparato y echó nuevamente a rodar el video. Lo detuvo en el momento en que decía la exigencia de que liberaran a Arturo y Camila.

— Ahora miren las manos de Antonella. No se fijen en lo que está diciendo, sino en lo que hace con las manos. Alternativamente la mano izquierda y la derecha. Está mandando un mensaje con las manos, que muy pocos podrían hoy entender, pero que yo sé leer y que la Antonella sabe que yo lo sé.

Echó a andar el video que estaba en pausa.

— Ene – O – E – ESE – E – ELE – A — ESE

Quién deletreó las palabras no fue Alejandro sino Matilde.

— Son letras que se dicen con la mano. Cuando yo era chica y estaba en la escuela, una compañera me enseñó ese lenguaje y lo usábamos para comunicarnos en secreto.

— Exactamente— confirmó Alejandro. Con Antonella a veces nos decíamos cosas así, por jugar. Ella está diciendo claramente “NO ES ÉL” seguido por las iniciales de Arturo Suazo. Y fíjense que casi al final del video, lo vuelve a repetir exactamente igual.

El mensaje de Antonella había llegado al destinatario esperado por ella. Pero ella en su encierro no podía saber que el camarógrafo había escogido la primera de las dos grabaciones, porque la segunda había quedado bastante borrosa, desenfocada, tal vez por un movimiento que el camarógrafo dio a la cámara cuando sospechó de Antonella y le hizo repetir la grabación. Su jefe no le perdonaría un error profesional tan obvio, y pensó que no se daría cuenta de que había dicho “retenida” en vez de “secuestrada”. Como había dicho la misma Antonella, no era importante.

— Hay que comunicarlo de inmediato a la policía— dijo Tomás Ignacio.

— No. Por ningún motivo— replicó de inmediato Matilde, que como buena escritora imaginó en seguida que la policía no sabría guardar el secreto y, conociendo ya al inspector Torres, para lucirse diría haber descubierto el mensaje oculto. Y agregó:

— Y entonces, al conocer los bandidos lo que hizo Antonella engañándolos, correría un gravísimo peligro.

— Esto no debe salir de esta pieza— dijo enfáticamente Tomás Ignacio.

Todos asintieron. Luego dijo el senador:

— Esto me convence de que debe ponerse en libertad a Arturo y Camila. Lo anunciaré y los llevaremos mañana mismo a la embajada de Corea del Norte. Después, para que no sea ese el destino de ellos, me preocuparé de que no se le otorgue el salvoconducto de salida del país, hasta que no tengamos para ellos un destino seguro. Asumiré toda la responsabilidad. Más adelante, cuando todo esto haya terminado, podré explicar los motivos de mi decisión.


 

* * *


 

Ramiro Gajardo quedó muy sorprendido al conocer la noticia del traslado de Arturo y Camila a la embajada de Corea del Norte antes de que pasaran siquiera 24 horas. El gobierno había aceptado la primera exigencia. Yo como Ministro nunca acepté chantajes terroristas. Estos son unos débiles. Pero no era lo que Gajardo esperaba que ocurriera, porque el hecho le quitaba dramatismo a la situación, y lo que él buscaba era producir la más grande conmoción pública posible. Kessler estaba también frustrado porque tenía todo previsto para la amputación de la mano de Antonella y para presentarla así lastimada en un segundo video. Cuando él fue Ministro de Seguridad Interior durante la Dictadura Constitucional no se le hubiera pasado siquiera por la mente la opción de liberar a los sospechosos.

— No te preocupes— le dijo Kessler al jefe. —La segunda exigencia no la aceptarán, es seguro. Faltan sólo seis días, y entonces procederemos a mostrarla con una mano menos. A propósito, el cirujano dice que entre la amputación de una extremidad y la siguiente deben pasar unos días en estricta observación, y que el corte simultáneo de las manos y los dedos de los pies pone en riesgo la vida de la joven.

— Bien. Todo eso nos sirve para prolongar el tiempo de la conmoción pública. En el segundo video esa joven no se mostrará ya tan confiada como aparece en el primero. Díle al camarógrafo que por ese motivo no quedamos enteramente conformes con su trabajo. Y asegúrate de pagarle un adelanto al doctor aunque todavía no haya realizado el trabajo comprometido.

— Así lo haré sin falta, jefe.


 

* * *


 

Vanessa y Danila, que pasaban gran parte del día mirando televisión, habían visto ya varias veces la grabación de Antonella dando a conocer las exigencias de los secuestradores. Vanessa había llorado al verla; pero ya no le prestaba atención. Danila seguía conmovida, sintiendo que la situación en que se encontraba esa muchacha de su edad y tan linda como ella misma, era mucho peor que la que ellas estaban viviendo. Era la cuarta vez que miraba el video, y algo le hizo clic en su mente. Se volvió hacia Vanessa, que estaba tirada en la cama.

— ¿Dijo que estaba retenida?

— ¿Quién? ¿De qué me hablas?

— De la secuestrada.

— No sé. Ya no quiero verlo más, que me hace llorar.

Danila le había dicho a Vanessa que había decidido escapar apenas tuviera una oportunidad; pero su amiga no lo creía posible. Lo que no le había comentado era que intentando saber algo que le sirviera para eso, escuchó una conversación entre Kessler y Gajardo detrás de la puerta. Pero no lo había olvidado. Sí. Gajardo preguntó a Kessler si ya había pensado a quien iba a ‘retener’. Y ahora, puesta la misma palabra en boca de la muchacha secuestrada, Danila llegó a la conclusión de que el maldito Gajardo y su odioso jefe podrían ser los que estaban detrás del secuestro de Antonella. Cuando ella estuvo secuestrada y la recogió el jefe, también hablaron de que fue retenida. Es él. Son ellos.

Decidió no decirle nada a Vanessa, que sumisa y sometida como estaba, pudiera llegar incluso a denunciarla. Tenía claro que debía hacer algo; pero ¿qué podía hacer? A la policía no podía acudir porque le pedirían un documento de identidad que ella no tenía y podrían deportarla. No conocía a nadie en quien pudiera confiar para hacer una denuncia tan seria sin que tuviera que dar la cara.

Una idea empezó poco a poco a formarse en su mente. Ella junto con Vanessa mantenían una cuenta secreta en una red de servicios sexuales. Era el modo que usaban para contactar a los clientes que atendían cuando Kessler no las tenía ocupada en otra cosa. De esta cuenta el patrón no tenía noticia alguna, y no las podía detectar porque al crearla tuvieron la precaución de usar otros nombres y poner fotografías de mujeres parecidas pero que no eran ellas.

No podía usar esa cuenta porque la compartía con Vanessa y era importante para ellas. Pero no tendría dificultad en abrir otra cuenta nueva desde un sitio público. Sólo necesitaba disponer de una tarde libre.

Dos días después se le presentó la oportunidad esperada. Lo tenía todo pensado, y aunque sabía que era como tirar en el mar un mensaje en una botella, quizás tuviera suerte y alguien lo pudiera entender.

Se sentó ante el computador, buscó el sitio que conocía bien, y clicó en ‘Abrir una cuenta’. Debía comenzar escribiendo un nombre. Tecleó ANTONELLA. Ese nombre no estaba disponible, y había miles de usuarios que lo empleaban, agregando un apellido o un sobrenombre. Intentó agregar el apellido de la joven secuestrada, que los medios habían ampliamente difundido. Tampoco estaba disponible. No había pensado en eso. De pronto se le iluminó la mente. Escribió: ANTONELLA LA RETENIDA. ¡Disponible! OK. Ahora debía buscar las fotografías. Escribió en el buscador: CHICAS DE RODILLAS. La pantalla se llenó de fotos que correspondían a lo que buscaba. Estaban clasificadas según fueran negras, mulatas, blancas, morenas, rubias, asiáticas, etc. etc. Decidió encontrar algo más específico, agregando EN EL CAMPO. Seleccionó cuatro fotos y las agregó a la cuenta de Antonella La Retenida. Sólo faltaba agregar el mensaje con el que toda chica usuaria de esa red buscaba seducir a sus potenciales clientes.

Lo había pensado mucho. Debía ser un mensaje suficientemente claro como para que si alguien lo leía pudiera entender que se trataba de un mensaje relacionado con la joven secuestrada. Pero no tan explícito como para que, si fuera descubierto por alguien que no se interesara en el asunto, pudiera pasar por una mujer que sólo ofrecía sus servicios sexuales. Y debía lograrlo sin sobrepasar los 160 caracteres permitidos. Escribió: Soy Antonella la Retenida. Estoy retenida contra mi voluntad y mui deseoza de soltarme y liverarme urgente por hombres mui hombres que quieran darme plaser y protexión.

Lo revisó todo encontrando que estaba bien. Lo envió al inmenso mar virtual con la esperanza de que alguien lo encontrara antes de que se terminara la semana. ¿Serían capaces Gajardo y Kessler de cumplir la amenaza de cortarle las manos y los pies a la muchacha secuestrada? Le costaba creer que esos hombres con los que se había acostado tantas veces pudieran ser capaces de algo tan malvado. Pero desde la última vez que estuvo con ellos y que la golpearon salvajemente pensaba que podían ser capaces de todo.


 

* * *


 

Estaba por cumplirse una semana desde que la habían sacado de la bodega para hacer la grabación. Para Antonella los días pasaban siempre iguales: los treinta minutos de conversación con Julia; las comidas frías que ella decidía cómo repartirlas a lo largo del día; los ejercicios para mantenerse sana y en forma; la meditación espiritual y las oraciones; intentar poner en versos sus emociones y pensamientos; leer una y otra vez el viejo libro que ya se sabía de memoria; mudarse de ropa cuando se la traían; dormir y despertarse con pesadillas de hombres encapuchados que le hacían daño de una u otra forma cruel. Pasaba largo tiempo pensando en Alejandro y también en sus amigas y amigos. Y ahora se había agregado la preocupación por Arturo y Camila. ¿Estarán todavía detenidos por la policía, o los habrán llevado libres a la embajada de Corea? El hecho de que todavía no le hubieran cortado la mano le hacía creer que el gobierno había aceptado la exigencia de los secuestradores; pero no podía estar segura, porque no sabía si ya habrían entregado y hecho pública la grabación con las exigencias. Ah! Cómo estarán preocupados por mí Alejo, Matilde, Mariella, Ambrosio, Tomás Ignacio y muchos otros que sé que me quieren tanto como yo los quiero a ellos.

Pensaba que Julia sabía mucho más que lo que decía saber, que era siempre nada o casi nada. No por eso dejaba de insistir en preguntarle, pero el resultado era siempre el mismo:

— No sé, y no quiero saber.

Pero Julia se mostraba cada vez más ensimismada, y aunque no podía verle el rostro, Antonella intuía que estaba triste e incluso a veces angustiada. Un día la vigilante le confesó:

— Yo me aburro ahí afuera tanto como tú aquí, y también me siento sola, aunque están siempre por ahí los otros dos vigilantes. No me interesa hablar con ellos. Cada vez que se me acercan insinúan que quieren entrar a tener sexo contigo, y que no me costaría nada dejarlos hacer y hacerme la desentendida. Están cada día más insistentes. Ayer no más los escuché que hablaban cochinadas que quisieran hacer contigo. Pero te aseguro que mientras yo esté aquí no lo permitiré. A menos que tú me digas que quieres tener sexo con ellos.

— No Julia, no me interesa en absoluto. Y te agradezco en el alma que los retengas. Por favor, no los dejes entrar por motivo alguno.

— Mientras no reciba una orden contraria, puedes estar segura de que lo haré como tú quieras.

— Ya leí varias veces tu libro. Te lo devuelvo entonces. Si te aburres allá afuera puedes entretenerte un poco leyendo.

La vigilante tomó el viejo libro que le pasaba Antonella como si de un tesoro se tratara.

 

* * *


 

Danila estaba nerviosa, esperando saber si alguien había recibido su mensaje. Un día después de que abrió su cuenta y puso el mensaje tenía tres respuestas. Una decía que era un hombre bien hombre y que estaba listo para darle los placeres que pedía. Otro le preguntaba si aceptaba que la retuvieran amarrada a la cama durante cuatro horas. La tercera era solamente un dibujo que mostraba una reja con un enorme candado y un gran pene penetrando en la cerradura.

Al día siguiente las respuestas habían aumentado a ocho. Al llegar a la última tuvo un sobresalto. El mensaje decía simplemente que era un investigador privado y que le daría una buena recompensa en dinero si le ayudaba a encontrar a Antonella la muchacha secuestrada.

Danila no había pensado qué responder en el caso de que alguien hubiera entendido su mensaje. Era un riesgo grande el que corría si se tratara de alguno que quisiera dañarla. O de la policía. El sitio le indicaba que la persona del mensaje estaba en línea. Escribió:

— eres policía

Le llegó la respuesta en seguida:

— No. Soy un investigador privado y no tengo nada que ver con la policía. ¿Eres Antonella Gutiérrez?

— no

— ¿Cómo te llamas?

— no te dire mi nombre — por ke me escrive

— Soy un amigo de Antonella y quiero liberarla.

— Kmo sé que es verda

— Podría mandarte una foto de ella si me das una dirección de correo.

— no

— Por favor, necesito saber donde tienen secuestrada a Antonella. Basta que me digas dónde. No necesitas darme tu nombre ni decir quién eres. Sólo dime donde te encuentro, y si es verdad y encontramos a Antonella me dirás cómo hacerte llegar la recompensa.

Danila demoró en responder. No podía arriesgarse; pero tampoco podía no hacer lo que debía y quería hacer. Finalmente escribió:

— Kmo te llamas

— Enrique Bernier, de verdad soy investigador privado.

— estas en santiago

— Sí. Díme un lugar donde podamos encontrarnos.

— en la plaza parate en la puerta del correo

— ¿Cómo te reconoceré?

Danila demoró en responder:

— pone brasos crusados yo me aserco

— Bien. ¿A qué hora?

— ke ora es

— Son las 8.

— a las 9 si no llueve

— ¿Y si llueve?

— mañana a las 9 aora boi a cerrar sta cuenta pork tengo miedo

Enrique Bernier demoró en reaccionar. Cuando intentó mandarle un nuevo mensaje la cuenta había desaparecido. Llamó a Cosmisky y le contó lo que había pasado. Se mantenían en contacto permanente desde que asumieron la búsqueda de Antonella. Hacía días que mantenían los buscadores activos rastreando todas las palabras que se les ocurrieron que podía tener alguna vinculación con el secuestro. Era como buscar una aguja en un pajar, porque las indicaciones que recibían eran miles y se pasaban horas revisándolas por si descubrían algo. Habían tenido la precaución de mantener siempre abierta la comunicación y recibir en el momento cualquier mensaje en que apareciera el nombre Antonella. Y tuvieron suerte. No había tiempo que perder. Debían correr hacia el lugar que les había dicho la informante anónima.

Veinte minutos después, cuando iban a mitad de camino, se desató una lluvia intensa con un fuerte viento cálido del norte. Les costaba avanzar. Cosmisky llegó diez minutos antes de las nueve y Enrique Bernier a las nueve y cinco. Bernier se cobijó en la entrada del correo manteniendo los brazos cruzados. Cosmisky lo observaba desde cierta distancia. Ninguna mujer se acercó. Media hora después la tempestad amainó, y ellos se mantuvieron en el lugar durante bastante tiempo, hasta que finalmente decidieron que había que intentarlo el día siguiente a la misma hora.

Danila llegó empapada y tiritando al departamento que compartía con Vanessa. Fue recibida por su compañera que le dió a tomar un té muy cargado y ‘con malicia’, mientras le informaba que Kessler había llamado preguntando por ella.

— Le dije que habías salido a comprar comida. Al rato volvió a llamar, y después nuevamente. Al final, furioso, dijo que te castigaría. Y me encargó decirte que mañana desde las ocho de la tarde debes ir a atender a su jefe al lugar de siempre.

Danila palideció. No quería volver a encontrarse con ese maldito que le había pegado tan duramente. Y si no se presentaba en el correo no podría ayudar a Antonella ni cobrar la recompensa. Pero si no iba a atender al jefe del jefe, los dos se lo cobrarían muy, muy caro.

¿Qué podía hacer? Pasó gran parte de la noche pensando e imaginando lo peor, sin que se le ocurriera ninguna idea que le permitiera escapar de la terrible disyuntiva en que se encontraba. Y pasó la mañana y la tarde del día siguiente. A las siete y media, cuando empezaba a oscurecer, le avisó a Vanessa que partía a cumplir el encargo del jefe.

— Nos vemos mañana— le respondió con tristeza su amiga, que sabía que esos encuentros se prolongaban habitualmente por toda la noche. Sospechaba, además, que Danila no la pasaría bien. Se asomó a la puerta mirándola caminar con desgano. Cuando iba a unos cien metros Danila se volvió mirando atrás pensando que no volvería a ver a su amiga. Se despidió de ella con la mano. Varias cuadras después enfiló rumbo a la plaza.

 

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