I. ANTONELLA GUTIERREZ SE ACERCÓ LENTAMENTE

I.


Antonella Gutiérrez se acercó lentamente al lugar donde estaban sepultados los cuerpos de su padre y de su abuelo. Se detuvo unos minutos mirando las lápidas de mármol, salpicadas del barro que dejó la lluvia caída en la noche. Se arrodilló frente a la más sucia. Se veía el número 2007, el año del nacimiento de su padre indicado debajo de su nombre SEGUNDO GUTIÉRREZ. La limpió con un pañuelo y sus ojos se nublaron al aparecer la cruz junto al número 2045, el año de su trágica muerte, ocurrida cuando ella tenía sólo seis años. Después limpió la lápida de su abuelo. ROBERTO GUTIÉRREZ -1979 – 2045 +.

Recordó el momento en que había llegado a saber, recién el 2056, que su abuelo y su padre habían sido asesinados y abandonados sus cuerpos en la calle de acceso al Museo del Consorcio Cooperativo CONFIAR, el famoso CCC, y sepultados clandestinamente por un grupito de sus amigos más íntimos, fundadores de la primera cooperativa del Consorcio.

Fue Juan Solojuán, un anciano admirable que en su juventud fue un amigo entrañable de su abuelo, quien le contó lo que les había sucedido. Antonella conoció a Solojuán sólo pocas semanas antes de que también él fuera asesinado en la calle, en otro trágico suceso de represión policial. Su sepultura se encontraba a tres metros de distancia. Se levantó y fue a limpiar la lápida. Pedro Juan Iriarte (JUAN SOLOJUÁN) 1972 — 2056+.

Antonella tenía diecinueve años. Nació cuando en Chile y en muchos países del mundo se instauraba la Dictadura Constitucional Ecologista. Perdió a su padre y a su abuelo pocos días después de cumplir seis años. Recordaba ese cumpleaños en que después de un sobrio y alegre festejo familiar, su abuelo le contó algunos momentos emocionantes de su vida, y le dio una somera explicación de los acontecimientos económicos, sociales y políticos que llevaron al establecimiento de la Dictadura Constitucional Ecologista.

Después ella había estudiado las causas y consecuencias del fenómeno social conocido como el Levantamiento de los Bárbaros, un conjunto de protestas y desmanes masivos protagonizados por multitudes de jóvenes desempleados pero endeudados, consumistas pero insatisfechos, rebeldes pero incultos, desorganizados pero incontrolables, que como hordas salvajes saqueaban supermercados, farmacias y negocios de todo tipo, destruían y quemaban automóviles y camiones, edificios públicos y centros sociales, escuelas y universidades, radios y periódicos, industrias y barrios residenciales completos, sin que las fuerzas policiales y militares pudieran hacer otra cosa que reprimirlos violentamente, lo que no tenía otro efecto que enardecer a las masas, dando lugar a bandas armadas que realizaban acciones atroces, en unos enfrentamientos que dejaban innumerables muertos y heridos que a menudo quedaban botados en las calles llenas de basura, y por donde era cada vez más peligroso circular, incluso en grupos bien armados.

La situación se había agravado muchísimo por la Gran Devastación Ambiental, que fue el nombre que se dio a un conjunto de fenómenos naturales que incluían la creciente intensidad y la mayor frecuencia de lluvias torrenciales, granizadas y tempestades de vientos huracanados, que producían desbordes de ríos, marejadas, incendios forestales y otros episodios desastrosos resultantes del calentamiento global y del cambio climático causado por el uso excesivo y creciente de combustibles fósiles, la acumulación de desechos industriales, la deforestación y destrucción indiscriminada de selvas y bosques, la disolución de los glaciales, la contaminación de los mares y la reducción de la capa de ozono.

El Levantamiento de los Bárbaros y la Gran Devastación Ambiental fueron concomitantes del Derrumbe del Poder, expresión con la que se nombra la bancarrota y disolución del complejo industrial, militar, financiero, farmacéutico y mediático global. Lo que ocurrió fue que un excesivo nivel de concentración de la riqueza y del poder terminó destruyendo las propias bases de sustentación del sistema económico y del aparato estatal. Ambos llegaron a ser insostenibles socialmente como consecuencia del reemplazo del trabajo humano por máquinas automáticas y robotizadas, y de haber llevado a los consumidores y a las instituciones públicas a niveles de endeudamiento imposibles de pagar. El uso excesivo de recursos naturales y de energía no renovables los convirtió también en ambientalmente insostenibles.

La Dictadura Constitucional Ecologista, instaurada con un amplio apoyo ciudadano el año en que nació Antonella, puso término al caos social, impuso férreamente el orden público, y estableció un nuevo sistema económico con control ciudadano. El Estado concentró todos los recursos que tuvo a disposición a garantizar el orden público y al desarrollo de iniciativas de recuperación de los equilibrios ecológicos y del medio ambiente. Con tales fines dejó de sostener los servicios de salud, educación y bienestar social, y desplegó eficaces aparatos de inteligencia policial y de represión militar.

El efecto combinado del Levantamiento de los Bárbaros, de la Gran Devastación Ambiental, del Derrumbe del Poder y de la instauración y consolidación de la Dictadura Constitucional Ecologista, fue una drástica reducción de la población humana en todo el planeta, y una baja de la expectativa media de vida de entre un veinte y un cuarenta por ciento según los países.

La Dictadura Constitucional Ecologista duró diecisiete años y terminó con los sucesos narrados en otro libro1, y de los cuales fueron protagonistas importantes Juan Solojuán, ante cuya lápida Antonella se había detenido a rezar; la escritora Matilde Moreno y su hermano el historiador Ambrosio Moreno; el actual senador y presidente del Congreso Constituyente don Tomás Ignacio Larrañiche, y varios otros personajes que Antonella había tenido ocasión de conocer en diferentes circunstancias.

 

Cuando Antonella quedó satisfecha por haber dejado relucientes las tres lápidas recorrió con la mirada los arbustos que las rodeaban. Enderezó aquellos que fueron torcidos o abatidos por la lluvia, retiró las hojas y ramas que se habían desprendido por el viento, y cortó del jardín protegido que se ubicaba a un costado del patio, unos lirios blancos, azules y amarillos que fue a colocar sobre cada una de las lápidas. Después se arrodilló en la tierra, enderezó la espalda y con el rostro vuelto hacia el cielo juntó sus manos y cerró los ojos. Padre nuestro que estás en los cielos ...

Alejandro Donoso la había acompañado hasta el Sitio 23 donde se encontraban las sepulturas. Se mantenía en silencio, de pié, a tres pasos de distancia. La miró con ternura y tuvo la intención de acercarse y abrazarla; pero se contuvo, respetando su tristeza y su oración.

Ahora y en la hora de nuestra muerte ... Antonella abrió los ojos. Cuando muera me gustaría ser sepultada en este lugar. No temía morir, pero sabía que podía sucederle en cualquier momento porque la muerte se había convertido en compañera habitual, en ese mundo devastado por el cambio climático, por la constante amenaza de la delincuencia y por las frecuentes epidemias que costaba tanto controlar. La semana anterior una compañera de la universidad fue horriblemente mutilada por una lata desprendida de un techo por un vendaval desatado.

Alejo - como ella y sus amigos lo llamaban - no creía que existiese Dios y pensaba que al morirse una persona, de ella no quedaban sino el recuerdo y sus cenizas. Habían conversado muchas veces sobre el tema. Pero Antonella era imposible de convencer con hechos ni con razones. Ella simplemente mantenía una fe cristiana que resistía toda argumentación racional y toda la evidencia existente sobre la imposibilidad física, histórica y psicológica de los dogmas católicos relativos a la naturaleza divina de Jesús de Nazareth, de su resurrección después de tres días de haber sido sepultado, y de que fuera posible la permanencia de su cuerpo y de su sangre en pequeños trocitos de pan y de vino dulzón y de baja calidad.

La feligresía de la Iglesia Católica había disminuido drásticamente en todo el mundo después del Levantamiento de los Bárbaros, la Gran Devastación Ambiental, el Derrumbe del Poder y la Dictadura Constitucional Ecologista. Tantas habían sido las muertes y tanto el sufrimiento humano ocurrido durante las largas cuatro décadas en que se desenvolvieron esos hechos, que la gente fue perdiendo la creencia en que pudiera existir un Dios todopoderoso y bueno que, teniendo el poder de impedirlo, hubiera dejado que sucediese todo aquello tan horriblemente malo y cruel.

Es cierto que los Papas, desde aquél jesuita que terminó siendo llamado por sus detractores ‘el Papa Bobo’, habían denunciado y anunciado en varias encíclicas los peligros del calentamiento global, del cambio climático y de los desequilibrios ecológicos. Cierto es también que los pontífices no se habían limitado a denunciar y anunciar los males que se avecinaban, y que habían llamado a cambiar el rumbo de la economía y de la política. La historia había demostrado que los Papas tenían razón, que los peligros para la vida humana y la naturaleza eran efectivos; pero la misma historia había mostrado también que la Iglesia no tuvo capacidad alguna para hacer que ni siquiera sus jerarquías, sus clérigos y sus fieles cambiaran sus modos de vivir, de consumir, de acumular riquezas y de comportarse como verdaderos depredadores de los recursos naturales, igual como lo siguieron haciendo todos, incluidos los políticos de las bancadas parlamentarias ecologistas y los profesionales de las oenegés que escribían sobre la necesidad del decrecimiento, de volver a una vida más simple y del desarrollo de las energías renovables no convencionales.

Alejandro estaba convencido de que esa incapacidad de influir en la vida real de las personas en base a las creencias religiosas, en el caso de los cristianos era consecuencia de que, más allá de cierta fe muy light en las enseñanzas de la Iglesia, los católicos mismos carecían enteramente de la espiritualidad que sería necesaria para llevarlos a cambiar sus modos de vivir, de relacionarse y de comportarse. Aunque se los amenazara con las penas del infierno en la otra vida y con los desastres ambientales en ésta, no habían modificado en lo más mínimo sus prácticas cotidianas.

“Lo que pasa - le había dicho un día Antonella - es que esas personas que se decían católicas, en realidad no creían sino superficialmente en lo que su religión les enseñaba. O no lo creían con la suficiente convicción como para actuar con alguna consecuencia”. A la explicación de su novia Alejandro agregaba mentalmente, sin decírselo para que ella no se sintiera agredida, que esos mismos dogmas religiosos decían que todo se corregía simplemente confesando sus pecados a los sacerdotes, quienes se los perdonaban a cambio de algunos padrenuestros y avemarías. Así los católicos salían del confesionario con el alma nuevamente impoluta, dispuestos a seguir consumiendo y compitiendo unos con otros, incurriendo en los mismos pecados que, después de todo no debieran ser tan graves puesto que tan fácilmente se borraban, no sólo una vez sino hasta setenta veces siete.

Antonella era una excepción a todo aquello. Sabía muy poco de dogmas y doctrinas; pero tenía fe, y sobre todo, amor a Dios y al prójimo. Se había integrado a cooperar, con un contrato transitorio, en la Sección de Conservación y Mejoramiento de Semillas que formaba parte de la Red de Empresas Integradas en el Consorcio Cooperativo CONFIAR. Ese trabajo, que complementaba con el que realizaba tres tardes cada semana en el Restaurante Don Rubén, le permitía pagar sus estudios en la Universidad.

Su sueño era ser profesora de educación inicial. Le faltaban dos años más un semestre de práctica. Cuando obtuviera su título pensaba viajar recorriendo el país para conocerlo entero, y para identificar alguna pequeña y tranquila ciudad de provincia donde instalarse a enseñar, formar una familia y vivir en armonía y amistad con sus vecinos, aportando al desarrollo de la comunidad.

Había sido Mariella, la esposa del Senador José Ignacio Larrañiche, quien la había convencido de que realizar ese sueño era posible, si lo deseaba intensamente y buscaba los medios para lograrlo. Ahora sentía y sabía que lo iba a realizar. Lo había conversado muchas veces con Alejandro, y éste se había mostrado dispuesto a acompañarla cuando llegara el momento de realizar el viaje; pero antes él debía hacer dos cosas.

La primera era cumplir cabalmente con la difícil responsabilidad que había asumido como miembro del Consejo Directivo del CCC, del que formaba parte por haber sido elegido en la última Asamblea General como representante de las empresas asociadas del rubro ‘restaurantes y hoteles’. El cargo duraba dos años y podía ser reelegido solamente por un segundo período de igual duración.

Para cumplir su propósito y el de Antonella, debían también juntar el dinero para comprar una pequeña parcela en los alrededores del pueblo que eligieran para vivir. La idea de Alejandro era dedicarse junto a su amada a cumplir su propio sueño, que no era otro que alcanzar un modo de vida que fuera casi enteramente autosuficiente y sustentable, en contacto vital con la naturaleza. Un ideal que había investigado en varios libros y visitando algunas experiencias que mostraban que para una familia de hasta cinco personas era necesario contar con al menos media hectárea de buena tierra cultivable

Alejandro continuaba trabajando en el Restaurante Don Rubén, en el que participaba como socio junto a las dos hijas de su abuelo don Rubén Donoso, que en paz descanse, y a una hermana que no trabajaba allí pero que mantenía una participación como socia.

Antonella bajó los brazos, se alzó sin tocar el suelo dando un pequeño salto, hizo una inclinación y un gesto de despedida a los difuntos que había venido a visitar, se volvió hacia donde estaba Alejandro y dando tres rápidos pasos se abalanzó sobre él, lo abrazó y le dio un largo beso que comenzó con ternura y terminó bastante apasionado, ya enteramente olvidada del lugar en que estaban. Para Antonella el amor era sagrado porque en él también sentía a Dios.

 

1 Nos referimos a La Conferencia de Matilde. Para comprender en plenitud los personajes y acontecimientos que se narran en el presente libro, es conveniente considerar también Los Cuadernos de Juan Solojuán y El Viaje de Ambrosio.

 

SI QUIERES EL LIBRO COMPLETO, EN DIGITAL O IMPRESO EN PAPEL, LO ENCUENTRAS EN EL SIGUIENTE ENLACE:

https://www.amazon.com/gp/product/B079GBTPMH/ref=dbs_a_def_rwt_hsch_vapi_tkin_p3_i4