XVI.
Alejandro fue el primero en notar la desaparición de Antonella. Fue a buscarla a la salida de clases para ir juntos al Restaurante Don Rubén, pues se habían coordinado para hacer coincidir sus turnos de servicio. Al no encontrarla la llamó por el IAI, pero éste permaneció mudo y sordo, como si estuviera desconectado. Preguntó a uno de los compañeros de ella, quien le informó que no había asistido a ninguna clase ese día, lo que era extraño porque nunca faltaba.
Después esperó vanamente que llegara al restaurante. ¿Por qué no había informado que faltaría esa tarde al trabajo? Insistió inútilmente en comunicarse con ella. Alarmado, temiendo que pudiera haberle pasado algo, llamó a su madre.
— Buenas tardes, Mayela. Soy Alejo. ¿Está Antonella?
— Aquí no. ¿No está contigo? Me dijo que llegaría tarde porque tenía turno en el restaurante.
— Por eso la llamo. Fui a buscarla a la salida de clases, pero me dijeron que hoy no había asistido. Y aquí en el trabajo la he estado esperando pero no ha venido.
— Me estás empezando a preocupar. Antonella salió temprano de la casa como todos los días. Supuse que iba a clases como siempre.
— ¿No le dijo nada? De ir al doctor, o algo así ...
— No, todo normal, solamente que llegaría tarde por el trabajo.
— Espero que no tenga que ver con las amenazas que recibió.
— ¿Qué amenazas? — Casi gritó Mayela.
Alejandro supo así que ella no le había contado a su madre. Seguramente para no alarmarla. Pero ahora ya lo sabía, de modo que no era el caso de ocultarle nada.
— No es nada grave. Pero si quiere voy de una carrera en bicicleta a su casa y le cuento todo.
— Por supuesto que quiero saberlo todo. Ven de inmediato, por favor.
Alejandro demoró veinte minutos en llegar. Le contó lo que sabía. Después se pusieron a llamar a todos los conocidos con quienes pensaron que pudiera estar. Mayela tenía anotado el teléfono de Arturo Suazo desde el tiempo en que su hija salía con él. Él le respondió, displicente:
— Lo última vez que la vi fue hace un mes en el Restaurante don Rubén.
* * *
Antonella no llegó ni llamó a nadie para contar lo que le había sucedido. No pudo hacerlo, porque de madrugada, estando todavía oscuro y con las calles muy pocos transitadas, mientras caminaba rumbo a la universidad, dos hombres la asaltaron por atrás, sin dejarse ver, y la obligaron a entrar en un auto impidiéndole gritar. Le vendaron los ojos, la esposaron con las manos atrás, y la mantuvieron agachada en el auto de modo que nadie pudo verla mientras el auto recorrió varios kilómetros por la ciudad.
Ella al comienzo se resistió lo que pudo, pero comprendiendo que no podía zafarse de esos dos hombres fornidos, decidió guardar sus energías para cuando le fuera más útil emplearlas. Además, la amenazaron con dispararle en la pierna si no se quedaba quieta y obedecía las órdenes.
El auto se detuvo finalmente en un lugar escasamente iluminado. Los dos hombres la llevaron en vilo, tomada de ambos brazos, hasta un lugar cerrado, sin ventanas y oscuro, donde la dejaron encerrada sin sacarle las esposas ni la venda de los ojos.
Antonella sintió que cerraban una puerta. Dándose cuenta de que los hombres se habían ido y que estaba sola, logró sacarse la venda restregando la cabeza contra el hombro; pero no pudo ver nada pues el lugar estaba oscuro. Trató de alcanzar el bolsillo para tomar su IAI. Se lo habían robado, igual que sus cuadernos y las demás pertenencias que llevaba en su mochila.
Pasó una hora que le pareció interminable, hasta que sintió que la puerta se abría y que alguien entraba, cerrando nuevamente tras de sí. Se encendió una luz de poco voltaje, y pudo distinguir a una mujer bastante fornida, con el rostro cubierto por una capucha, que tenía en la mano una pistola.
Antonella caminó hacia ella preguntando:
— ¿Quién es usted? ¿Por qué me han encerrado aquí? ¡Esto es un secuestro!
— Cállate y quédate ahí— le respondió enérgicamente la mujer. — Presta atención a lo que voy a decirte. Aquí nadie te podrá encontrar, de modo que no te sirve ni te conviene gritar. Si te sometes lo pasarás mejor que si tratas de rebelarte. Y no trates de escapar porque no podrás lograrlo. Hay vigilancia permanente de hombres armados que no dudarían en dispararte si te vieran salir. De todos modos no podrás salir, porque esta puerta permanecerá cerrada. Ahora escucha. Aquí está el interruptor de la luz, que puedes apagar cuando quieras dormir o mantener encendido si quieres. Ahí al fondo detrás de ese murito puedes ver que hay un WC y un lavatorio y útiles de aseo. Habrás visto ya un colchón con frazadas. Nadie pretende hacerte sufrir, ni que te enfermes, pero debes comportarte y ser obediente y sumisa. Por ningún motivo intentes identificarme ni a nadie que venga a verte. Si usamos capucha es para tu protección, pues si llegaras a reconocer a alguien no te podríamos dejar viva. ¿Lo entendiste?
Antonella escuchaba en silencio.
— ¡Te pregunté si lo entendiste!— gritó la mujer encapuchada.
— Sí lo entendí.
— ¡Así está mejor! Recibirás cada mañana la comida para todo el día. Te la dejarán en una bandeja por esa rendija de ahí abajo en la puerta. Será suficiente si te organizas y no lo comes todo de una vez. ¡Entendiste!
— Sí lo entendí.
— Cerca de la puerta habrá siempre una persona vigilando. Si necesitas algo puedes golpear tres veces y alguien se acercará a preguntarte lo que necesitas. Espero que no seas tan estúpida que te hagas daño a ti misma, porque de nada te serviría. Esto es en serio. ¡Lo entendiste!
— Sí lo entendí. Quiero saber cuánto tiempo me tendrán secuestrada?
— Retenida es la palabra. Estás retenida, no secuestrada. Y por cuanto tiempo no lo sé. Lo que puedo decirte es que no será poco, por todos los preparativos y precauciones que han tomado mis jefes.
— Eso es todo lo que debes saber.
— ¿Me mantendrá esposada? Con las manos atrás no podré comer ni encender la luz ni hacer nada de lo que me dice.
La mujer tomó el manojo de llaves y le sacó las esposas diciendo:
— Si armas boche te volveremos a esposar.
Diciendo esto la mujer le dio la espalda y salió cerrando tras de sí la puerta, una dura puerta de fierro. Antonella escuchó accionar el cerrojo.
Al quedar sola estudió cuidadosamente el lugar. Lo primero fue comprobar que el lavatorio surtía agua normalmente y que el WC estaba limpio. Habían dejado un jabón, un peine, un cepillo dental, un pomo dentífrico y una toalla. El colchón era normal y las frazadas parecían suficientes para no pasar frío. El suelo, los muros y el cielo de la sala eran de cemento rústico, lo que le hizo comprender que la habían encerrado en una bodega subterránea. La habían barrido y aseado recientemente, pues aún olía a cloro. En la parte alta del muro lateral vio un extractor y un conductor de aire.
Antonella estaba tranquila. Debo pensar y ordenar lo que sé. Se dijo en silencio sentándose en el colchón. “Por el porte y la voz la mujer debe tener unos cincuenta años o algo más. Obedece órdenes. Probablemente tiene formación militar o policial. Se ve que no quiere hacerme daño, pero le creo cuando dice que me matarán si trato de escapar o si llego a reconocer a mis captores. Los dos hombres que me secuestraron, el auto, el lugar, todo indica que detrás de esto hay una organización poderosa. No parecen delincuentes comunes”. ¿Por qué me habrán secuestrado? ¿Quiénes quieren hacerme daño? ¿Y para dañar a quién?
Lo único que se le ocurría como respuesta era relacionarlo todo con las amenazas que le dejaron en su casillero de la universidad. Recordó que don Ambrosio dijo que esos papeles eran una amenaza de secuestro. “¿Será que me juzgarán por traición, como decía el papel? Pero ¿traición a qué, a quiénes, por qué? ¿Me dejarán defenderme?”
Se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro. Veinticuatro pasos de ida, veinticuatro de vuelta. Calculó que la bodega tendría unos quince metros de largo y cinco de ancho. Suficiente para hacer ejercicios y no tullirse.
Estaba en esto cuando sintió que alguien empujaba una bandeja bajo la puerta. Era la comida del día. Tres panes, varias torrejas de queso, un cuarto de pollo asado y medio litro de leche en caja. No estaba mal; pero no tenía deseos de comer, por lo que tomó la bandeja y la puso sobre el colchón dejándola para más tarde.
Siguió caminando, recorriendo ahora los cuatro costados de la bodega, que así empezó a nombrarla en su mente para no llamarla cárcel, que era la otra palabra que le venía en mente emplear. Pensó en su madre, imaginando lo que se preocuparía cuando viera que no regresaba. Pensó en Alejandro, con el que había quedado de encontrarse a la salida de clases. Pensó en muchas cosas mientras caminaba a pasos largos y rápidos.
Rezó pidiendo ayuda a Dios, rogándole que la liberaran pronto. Repitiendo una y otra vez el Padre Nuestro su oración fue cambiando de sentido. “Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Le costó tranquilizarse, pero poco a poco, cansada más de pensar que de moverse, le sobrevino un sentimiento de paz interior. Se sintió reconfortada, con renovadas fuerzas y dispuesta e enfrentar con dignidad y coraje cualquier cosa que sucediera.
* * * *
La desaparición de Antonella preocupó bastante a sus compañeros de la Universidad y a los trabajadores del Consorcio CONFIAR que la conocían. También mereció alguna pequeña nota de prensa, pero estaba muy lejos de generar conmoción pública. Casos de desaparición de personas eran muy comunes en ocasión de los desastres que provocaban eventos climáticos especialmente fuertes como el ocurrido recientemente.
Distinto fue el caso de Alejandro, Matilde, Ambrosio, Mariella y Tomás Ignacio, que estando en conocimiento de las amenazas que Antonella había recibido, temieron que se tratara de un secuestro. La intervención directa de ellos ante la policía, que ya estaba en conocimiento de las amenazas recibidas que había formulado ella misma acompañada por Matilde, motivó que se otorgara cierta prioridad a la investigación del suceso. Y fue cuando se filtró a la prensa la noticia de que Antonella había sido amenazada de secuestro, que la noticia comenzó a aparecer en primer plano en los medios digitales y en las redes sociales.
Hacía años que la prensa escrita había dejado de existir en razón de los altísimos costos del papel y de las restricciones a su empleo. La antigua televisión había sido reemplazada por canales digitales que llegaban a todo el mundo a través de la Internet 5. Las redes sociales continuaban siendo muy activas. Por todo ello, cuando una noticia adquiría importancia en los medios digitales se viralizaba de manera sorprendente y llegaba en poco tiempo a ser objeto de conversaciones, opiniones y todo tipo de comentarios, que ocupaban el interés público durante días y hasta que un nuevo evento concitara la atención general.
Esto fue lo que sucedió con la noticia de la desaparición de Antonella. Pero el asunto alcanzó ribetes de alarma y conmoción pública cuando la policía se vio obligada a formular abiertamente la hipótesis de un secuestro, debido a que, nadie sabe cómo ni por quién, empezaron a circular unas fotografías del papel partido en dos, encontrado en el casillero de Antonella y que quedó en el expediente policial.
Cuando Conrado Kessler conoció la noticia de esas amenazas no podía entender lo que estaba pasando. No habían sido él ni nadie de su grupo los autores de esa amenaza a la joven. Su lugarteniente el ex-coronel Ascanio Ahumada tampoco sabía del hecho, que además, había ocurrido mucho antes de que él y su jefe siquiera pensaran en secuestrar a la joven. Analizando el hecho con Ahumada, concluyeron que curiosamente el tenor de la amenaza podía servir perfectamente a sus propósitos, pues se aludía a la traición a una causa, y Antonella había estado hacía un tiempo vinculada a esa asociación que en la mente de Kessler era un grupúsculo antisistémico de izquierda, en los tiempos en que era Director general de la CIICI. Pensaron que no les sería difícil aprovecharse del hecho para su objetivo y orientar la investigación contra el Partido por la Igualdad.
A cargo de la investigación oficial fue asignado el Teniente Ramón Torres, un funcionario de larga trayectoria en la policía, que hacía años se había destacado en el descubrimiento y detención de una banda de narcotraficantes que operaba en varias comunas populares del sur-oeste de Santiago. Kessler, que lo conocía desde aquellos tiempos, pensó que también en esto tenían suerte. Ramón Torres, aunque pudiera ser una persona honesta, no era un policía perspicaz, tenía poca experiencia en investigación criminal, y aunque había adquirido cierta fama por el caso de la banda de narcotraficantes, era más bien un burócrata, lo que él llamaba un policía de escritorio, y no le sería muy difícil manipularlo.
Ya en la tarde Kessler tenía claro qué hacer y lo preparó cuidadosamente. Cuatro horas después encargó a Ahumada que se pusiera en contacto con AG y lo instruyera para un operativo sencillo pero urgente, que debía ser realizado esa misma noche en la Universidad. Se trataba de abrir un locker y dejar en él un pequeño objeto.
El oficial Torres tardó dos días en iniciar la investigación, porque tenía una serie de cuestiones administrativas atrasadas y demoró en poner todo en orden. La única pista que tenía eran los dos trozos del papel de la amenaza que la misma Antonella había consignado. Creyó que ya tenía el caso semi-resuelto cuando le informaron que el papel tenía marcadas varias huellas dactilares, que correspondían a tres personas diferentes. El análisis químico determinó que dos de las huellas eran de mujeres, mientras que de la tercera quedaban solamente unos pocos restos que no permitían identificar nada sobre la persona que había tenido en sus manos el papel.
Kessler empezó a preocuparse al ver que aunque habían pasado tres días, el teniente Torres no anunciaba claramente, ante las varias preguntas de los periodistas, que sospechaba del Partido por la Igualdad. Eso le creaba un problema, porque si bien había preparado todo para mantener a la joven retenida en la bodega subterránea por un largo tiempo, era importante que la investigación generara hechos que mantuvieran viva la noticia en los medios y en las redes. Cómo es que a ese imbécil de Torres no se le ocurre revisar el locker de la joven desaparecida. Pensó en hacerle un llamado anónimo para indicarle que allí encontraría importantes pruebas; pero ello implicaba asumir un riesgo que no tenía previsto, pues desviaría la investigación hacia el informante anónimo.
Finalmente ocurrió. En una rueda de prensa el oficial Ramón Torres informó que había detenido a un sospechoso, del que no debía dar el nombre por el momento. Pero se explayó explicando que se había encontrado una pequeña pendrive en el locker de Antonella que contenía importante información que lo había llevado a concluir, primero, que la organización sospechosa de estar detrás del secuestro de Antonella Gutiérrez era el Partido por la Igualdad, y segundo, que el supuesto sospechoso de haberlo cometido era un joven militante de ese partido. Para mayor abundamiento agregó que en uno de los cuadernos que estaba en el locker, había unos volantes de la reciente marcha por la Constituyente.
La conmoción pública que produjo la noticia fue enorme. Se convirtió en el principal tema de los posteos y conversaciones que se hicieron en el país durante los días siguientes. Gajardo y Kessler se felicitaron mutuamente, felices porque todo estaba saliendo incluso mejor de lo previsto. Por lo cual, decidieron encontrarse el domingo próximo, a la hora y en el lugar acostumbrado, en compañía de Vanessa y Danila.
* * * * *
Apenas el teniente Torres terminó la conferencia de prensa en que anunció la detención de un joven sospechoso militante del Partido por la Igualdad, Matilde supuso que se trataba de Arturo Suazo. Muy preocupada llamó a Tomás Ignacio y después de intercambiar brevemente sus inquietudes, decidieron reunirse con urgencia para analizar la situación junto con Mariella, Ambrosio, Chabelita, Alejandro y Gerardo Cosmisky. Ya se habían encontrado varias veces, aunque no todos juntos, desde que se conoció la desaparición de Antonella.
Ya los siete juntos en su casa Tomás Ignacio informó que en su calidad de miembro del Triunvirato había solicitado información, y efectivamente el joven sospechoso detenido era Arturo Suazo, al que la policía definió como un ‘pretendiente’ de Antonella.
— Me dicen que tienen muy sólidos antecedentes que lo incriminan, que fueron encontrados en una pendrive oculta en el casillero de Antonella en la Universidad.
— ¡Ese maldito! – dijo Alejandro.
— No te apures en culparlo. — replicó en seguida Matilde, — Yo no creo que sea él. Todo es muy raro. Pienso que los secuestradores, así como antes pusieron las amenazas, pueden haber puesto después la pendrive con la intención de incriminar a ese joven.
— Pero tampoco hay que apurarse en descartar la posibilidad de que sean él y su partido— terció Tomás Ignacio, a quien la marcha organizada por el Partido por la Igualdad para apurar la Constitución y que terminó en los feroces actos vandálicos, no le había parecido nada bien.
Las tres mujeres y los cuatro hombres analizaron los hechos relacionados con el secuestro desde todos los ángulos que se les ocurrieron, llegando a formular varias hipótesis sobre los posibles malhechores. Todo hacía pensar en un móvil de naturaleza política, pero ciertos detalles concernientes a las amenazas recibidas por la muchacha, que no habían sido ejecutadas de modo profesional sino más bien torpemente, llevaban a pensar en algún asunto que pudiese tener un carácter privado. Tampoco descartaron que pudiera tratarse de un asunto relacionado con el pasado, teniendo en cuenta el impacto que produjo el conocimiento público, hacía solamente dos años, de los asesinatos del padre y del abuelo de Antonella. Porque, a fin de cuentas, nunca se supo quiénes asesinaron a Roberto Gutiérrez ni a su hijo, el padre de Antonella. Considerar esta secuencia familiar era la peor de las hipótesis, pues hacía temer que Antonella pudiera no estar secuestrada sino muerta. Solamente el pensar en esa posibilidad hizo que Alejandro se estremeciera.
Matilde relató una conversación que tuvo con el teniente Torres, que la había dejado muy preocupada porque a pesar de su insistencia en que abriera su mente a distintas opciones, lo encontró enteramente convencido de la tesis que había planteado en su conferencia de prensa. No logró que ni siquiera pusiera en dudas que detrás del secuestro estuviera el Partido por la Igualdad y que Arturo Suazo tenía alguna relación directa.
Chabelita, que hasta entonces había permanecido en silencio, sugirió contratar un investigador privado. Cosmisky dijo que conocía a uno muy capaz y de toda confianza, especializado en interferir todo tipo de informaciones que circularan por la Internet 5.
— Es un tipo algo raro— advirtió. —Se pasa todo el día conectado a la red, pero se está haciendo famoso como investigador. Sus honorarios, que cobra por hora de trabajo que dedica al asunto que se le encargue, suben día a día. Lo conozco bien. Es absolutamente honrado y puedo garantizar que todo lo hace con discreción y responsabilidad.
Fue unánime la decisión de contratarlo. Matilde convenció a todos de que ella se haría cargo de los costos por ser la que, como escritora y empresaria editorial, contaba con mayores recursos.
— Además, quiero seguir lo más de cerca posible la investigación, y no niego que me interesa también conocer a ese hombre que pudiera inspirarme un personaje para alguna próxima novela.
Tomada la decisión, Tomás Ignacio expresó su preocupación por la situación política que imaginaba que se crearía en el país ante las revelaciones del teniente Torres.
— Espero que estos sucesos no retrasen ni desvíen el proceso de reconstrucción de la democracia. Si ese fuera el móvil de los secuestradores, es esperable que sucedan nuevos hechos graves. E incluso me temo que tratarían de utilizar a Antonella para esos propósitos.
— No puedo dejar de pensar en Antonella— dijo Alejandro suspirando. —Es tan sensible, tan delicada, tan bella. ¿Como estará? ¿Podrá resistir lo que esas malas personas puedan hacerle?
Mariella, que hasta ese momento había estado escuchando atentamente pero sin intervenir, sin dejar de tener las manos de su esposo entre las suyas, tomó la palabra por primera vez:
— Antonella es una joven muy fuerte. Estoy segura de que en cualquier situación y circunstancia en que se encuentre, mantendrá incólume la dignidad y la entereza.
Todos la miraron como esperando que dijera algo más, que explicara por qué decía eso con tanta convicción.
— Hace unos días cuando iba yo saliendo del Parque Japonés me encontré con Antonella. La invité a cenar a mi casa y después conversamos largamente, mientras Tomás Ignacio se fue a descansar. Me contó que esa tarde en el Parque había tenido una experiencia espiritual profunda, una feliz experiencia mística, de unión con la existencia, con la vida, con Dios. Las personas que han sido bendecidas con una experiencia como esa son tan fuertes que no hay situación que las altere y les arrebate la paz interior.
Ambrosio asintió con la cabeza en silencio. También él había tenido una experiencias de esas cuando tenía la edad de Antonella. Y esa paz interior lo había acompañado durante toda la vida y fortalecido en las más difíciles circunstancias por las que había pasado durante los complejos tiempos de la Rebelión de los Bárbaros, la Devastación Ambiental y la Dictadura Constitucional Ecologista.
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