XII. TOMÁS IGNACIO LARRAÑICHE LLEGÓ A LA SEDE DEL CONGRESO

XII.

 

Tomás Ignacio Larrañiche, como todos los días, llegó a la sede del Congreso de madrugada. Hizo un gesto de disgusto al leer en el muro de enfrente pintarrajeado de letras negras y rojas:

DERECHOS POLÍTICOS ¿CUÁNDO?

Los días siguientes esa frase empezó a leerse en los sectores más concurridos de la ciudad. Algunas veces el pintado quedaba inconcluso, como si sus autores hubieran tenido que escapar.

Quince días después empezaron a aparecer pegados en los muros unos afiches:

MARCHA POR LOS DERECHOS POLÍTICOS – 11 de Septiembre

Faltaba un mes. Tomás Ignacio pidió información al Ministerio del Interior. Nadie había presentado solicitud de autorización de la marcha. Supo que el Servicio de Información y Defensa de la Democracia, que había sustituido a la antigua CIICI, detectó que detrás de los escritos y de los afiches en los muros estaba el Partido por la Igualdad, una agrupación política en formación, que hasta ahora se había limitado a actividades de proselitismo y a reuniones internas, siendo éstas las primeras formas de acción pública abierta.

Larrañiche planteó en reunión del Triunvirato, y luego en asamblea del Senado Constituyente, la conveniencia y oportunidad de que se diera una conferencia de prensa para referirse al estado de avance del proceso tendiente a restaurar legalmente la actividad política. Explicó su preocupación en el sentido de que la exigencia de libertades políticas era legítima, que para eso habían luchado y eliminado la Dictadura Constitucional Ecologista, y que era responsabilidad de las nuevas autoridades atender el reclamo ciudadano. Que debía explicarse que estaban trabajando seriamente para establecer una verdadera democracia política, y que pronto habría importantes novedades. En contra le argumentaron que si bien tenía razón, era inoportuno referirse al tema porque con ello otorgaban validez a los autores del llamado a la marcha, y que el asunto podría escaparse de control. Después de amplios debates la idea de la conferencia de prensa fue rechazada, pero ante la insistencia de Larrañiche se le autorizó a emitir un comunicado público en su calidad de Presidente del Senado Constituyente.

Tomás Ignacio preparó cuidadosamente el Comunicado. Comenzó explicando el compromiso irrenunciable que tenía el Senado Constituyente, de establecer a la brevedad un nuevo sistema político democrático. Éste debía ser muy superior, más democrático y más perfecto, que cualquier democracia que hubiera existido anteriormente en el país. Que prepararlo requería numerosos estudios y análisis. Que elaborar un proyecto de Constitución implicaba abordar temas políticos, económicos, administrativos y técnicos. Que había que evitar un sistema basado en partidos políticos contrapuestos, como el que había conducido a la rebelión de los bárbaros y que había terminado en el establecimiento de la dictadura. Informó cómo estaban trabajando las Comisiones temáticas, y aseguró que estaban cerca de disponer de una propuesta completa, la que en no más de dos meses sería sometida al más amplio estudio y debate ciudadano. Garantizó que las reacciones y sugerencias que emanaran del pueblo soberano serían incorporadas como alternativas en el texto del proyecto de Constitución, y que finalmente en un plebiscito todos los ciudadanos podrían votar no solamente en general, sino cada uno de los artículos, incluyendo las alternativas que presentara el propio Senado Constituyente y las que surgieran de las propuestas ciudadanas. El Comunicado del Presidente del Senado terminaba haciendo un llamado a quienes la impaciencia los estaba moviendo a pintar las paredes, pegar afiches y convocar a marchas, a que tuvieran confianza en quienes habían sido electos por el pueblo para la compleja tarea de elaborar el proyecto de una Nueva Constitución, que habría que organizar la vida colectiva nacional para las próximas décadas.

El Comunicado fue ampliamente difundido y tuvo una acogida ciudadana mayoritariamente favorable. Pero no todos quedaron conformes. En particular el Partido por la Igualdad, cuya dirección nacional instruyó a los Departamentos y Círculos del Partido para que intensificaran el trabajo preparatorio de las marchas que se realizarían en todas las ciudades del país en septiembre. El informe que dieron a las bases partidarias valoraba que el Presidente del Senado hiciera expresa referencia a las actividades que estaba realizando el Partido, lo que representaba un logro partidario importante, porque los validaba como organización. Tomando eso en cuenta, instruía que en los próximos afiches y escritos murales debía indicarse claramente el nombre del Partido por la Igualdad. En cuanto al contenido del Comunicado del Presidente del Senado, la dirección del partido expresaba su más honda preocupación por la referencia negativa que en él se hacía a los partidos políticos. El informe concluía con la consigna “Un sistema político sin partidos no es democrático”.

Tomás Ignacio Larrañiche quedó conforme con la reacción ampliamente favorable que recibió el comunicado; pero estaba preocupado. Le inquietaba observar que lejos de deponer el llamado a la marcha convocada por los igualitaristas, éstos habían acentuado su actividad organizativa. Pero más que eso, correspondía a un grupo muy minoritario de la población, le preocupaba el hecho de que muchos de sus colegas en el Senado Constituyente mostraban demasiada lentitud e inercia en los trabajos preparatorios del proyecto constitucional. Entendía que el problema principal del lento avance de las propuestas residía en la falta de ideas claras sobre cómo establecer un nuevo tipo de democracia participativa.

Lo tranquilizaba algo el contar con que Ambrosio y Matilde por un lado, y los jóvenes técnicos del CCC por el otro, le entregarían pronto las propuestas que, bien presentadas a sus colegas, destrabarían los obstáculos y permitirían al Senado completar oportunamente su misión.

Nada supo el Senador y nada informó el Servicio de Información y Defensa de la Democracia, de unas dinámicas mucho más tenebrosas gatilladas en la penumbra por su Comunicado.


 

* * *


 

El ex-general y ex-Director de la CIICI don Conrado Kessler, alias Augusto, junto al ex-Ministro del Interior de la Dictadura Constitucional y actual Presidente del Partido por la Patria, don Ramiro Gajardo, miraban desde la terraza a Vanessa y Danila, jóvenes y hermosas prostitutas venezolanas que chapoteaban desnudas en la piscina.

Esas tardes que debían pasar cada quince días en ese lugar con piscina eran para ellas un verdadero relajo, y no les importaba que al final debieran atender sexualmente también al viejo que acompañaba a su jefe y protector. Mientras jugaban en el agua se mantenían atentas a cualquier solicitud que pudiera hacerles Conrado Kessler, al que llamaban ‘el jefe’, quien las mantenía a su servicio mediante un sueldo fijo mensual, ocasionales regalitos y pasteles, y sobre todo con la velada amenaza de denunciar su permanencia clandestina e indocumentada en el país. Pero ellas no se quejaban. Después de todo el hombre era poderoso, les daba seguridad, y hacía tiempo que no las golpeaba. Se habían sometido. Dependiendo tan completamente de él, habían llegado incluso a quererlo. Especialmente Vanessa, que estaba con él desde los catorce años. Cada vez que tenían sexo el jefe le decía en el momento del clímax que la amaba, que la amaba tanto. Claro que también se lo decía a Danila, lo que entre ellas habían comentado más de una vez. También se lo repetía a ambas cuando las llevaba juntas a la cama. Ellas le creían, les hacía bien creerle.

Kessler llamó a Vanessa con el dedo índice. Ella salió del agua, cogió una toalla blanca pero sin cubrirse se acercó contoneándose a los dos hombres que recorrían su cuerpo mientras se acercaba. Se detuvo a dos pasos frente a ellos.

— Ve a buscar dos vasos y una botella de whisky. Y sécate los pies antes de entrar a la casa.

Vanessa le sonrió, expresando con un gesto que la recomendación estaba demás. No demoró mucho en volver con la toalla colgada al hombro y una bandeja con los vasos y la botella, que depositó en la mesita frente a los dos hombres. Gajardo sintió que su cuerpo reaccionaba cuando ella, al inclinarse sobre la mesa, dejó extender sus senos húmedos ante sus ojos por algunos segundos de más.

Vanessa lo conocía bien. Sabía que el hombre era un negociante y que el monto de la propina que le daría sería proporcional al placer que obtendría de ella. Y ella también sabía negociar con su cuerpo. Pero Kessler con un gesto la mandó de vuelta a la piscina. Gajardo la miró alejarse corriendo y lanzarse al agua de un salto, mientras imaginaba lo que más tarde haría con ella.

— Debemos actuar sin tardanza— dijo Kessler sacando a Gajardo de su ensueño lascivo. —Ese comunicado del Senador no nos deja más tiempo.

— Estoy de acuerdo. ¿Has pensado en algo que podamos hacer? Porque no sé si estemos preparados ...

— Se nos da una ocasión magnífica. Los extremistas de izquierda están preparando marchas para protestar contra las demoras del Constituyente. Si esas marchas fueran suficientemente grandes y dieran lugar a desmanes y enfrentamientos con la policía, lograríamos como mínimo retrasar aún más el proceso y aumentar el descontento ciudadano.

— Te entiendo. E inmediatamente después podremos salir nosotros a exigir el restablecimiento del orden. Pero ¿crees que ese Partido por la Igualdad sea suficientemente fuerte como para producir el desorden necesario?

— No, pero contamos con nuestra gente y podemos ayudar bastante... Has de saber que no me he quedado quieto. Tengo varios infiltrados por ahí que están caldeando los ánimos. Y mientras ellos preparan sus pancartas podemos armar a los nuestros con lo necesario para generar el caos y obligar a que la policía intervenga en las marchas supuestamente pacíficas.

Vanessa y Danila salieron del agua y tomadas de la mano caminaron en busca de sus toallas. Estaban contentas y eso las ponía generosas. Con pocas palabras que se dijeron al oído acordaron regalarle a sus benefactores que estaban allá tan concentrados y mantenían un gesto adusto, una escenita que los pondría calientes. Empezaron a secarse una a la otra, lentamente, todo el cuerpo. En un momento dejaron caer la toalla y continuaron acariciándose con las manos, con los labios. Se abrazaron, se besaron, se excitaron, todo ante la mirada de Gajardo y de Kessler, que daban cuenta de un tercer vaso de whisky.

Gajardo no podía esperar más. Se lo dijo a Kessler, que comprendió que la planificación estratégica tendría que esperar hasta que su jefe estuviera nuevamente en condiciones de pensar. Llamó a las muchachas con un gesto. Ellas se acercaron saltando tomadas de la mano.


 

* * *


 

Antonella no había recibido ninguna nueva amenaza. Sólo encontró un par de volantes que convocaban a la marcha; pero eran los mismos que habían dejado en los casilleros de todos los estudiantes. No supo qué hacer con ellos y los puso en un cuaderno. En la tarde le comunicaron que no tendría clases porque el profesor estaba enfermo. No le tocaba esa noche el turno en el restaurante. El sol esplendía, el cielo estaba sereno como rara vez ocurría. Decidió ir a pasear al Parque Japonés, al que no iba desde hacía más de dos años cuando conversó allí con Mariella, la esposa de Tomás Ignacio Larrañiche, que en ese lugar le había ayudado a comprender que su relación con Arturo Suazo no tenía destino y que de ella misma dependía cumplir sus sueños.

Mientras iba pasando por los distintos lugares del jardín, Antonella recordaba las explicaciones que le había dado Mariella sobre el significado que en la cultura japonesa antigua tenían las grandes piedras y rocas, los círculos de arena a su alrededor, la isla-monte rodeada de agua y el puente sobre ésta, los matojos y muros de bambús, la alfombra de helechos y musgos, las linternas de piedra, las diferentes variedades de plantas. Imaginó que tal vez pudiera encontrarla. Mariella le había dicho que iba a menudo a hacer ejercicios de yoga. Se acercó a varias personas que, dispersas en distintos lugares, estaban meditando en posición del loto. Ninguna era ella. Terminó sentada en el césped, en el mismo lugar al que habían llegado aquella vez y desde donde estuvieron mirando largamente las cumbres de la cordillera de Los Andes.

Una brisa suave mecía las hojas de la encina que se alzaba al otro lado del sendero. En sus ramas revoloteaban tres jilgueros en una suerte de juego a perseguirse. A la distancia unas nubes blancas dibujaban una fila de barcos a vela. Hacía tiempo que Antonella no sentía tanta paz interior. Sonrió mirando al cielo, agradecida de tanta belleza que le estaba siendo regalada. Vio como los barcos soltaban las velas y se convertían en aves gigantes que planeaban por encima de la blanca cordillera. La invadió una alegría indescriptible. Le pareció que su alma salía de su cuerpo y que se unía a la pradera y a la encina, a las hojas y a los pájaros, a las nubes y a la cordillera, y que junto a esos seres maravillosos bailaba en ronda. Sintió que no estaba sola, que nunca lo había estado. ¡Existo, la belleza y el bien existen, Dios existe. Sintió que sobre ella descendía una brisa tibia de amor, y que Dios la bendecía.


 

Un queltehue que pasó a pocos metros lanzando al aire su canto estridente la sacó del éxtasis. Antonella no supo si fue cosa de segundos, de minutos o de horas. Vio que las últimas nubes pasaban detrás de la cordillera, iluminadas por los destellos postreros del sol. Sintió que empezaba a descender la temperatura ambiente. Era hora de volver a casa.

Ya casi saliendo del Parque, al darse vuelta para dar una última mirada a la cordillera, divisó a una mujer que le pareció conocida. Esperó que se acercara. Era Mariella. Se saludaron con un beso en la mejilla. Mientras caminaban juntas la mujer quiso saber más sobre la vida de la muchacha. Llegando a su automóvil le ofreció llevarla; pero al poco andar, conversando, la invitó a su casa donde a esa hora estaría por llegar Tomás Ignacio.

— ¿Cómo ha estado el senador?— se atrevió a preguntar Antonella.

— Está bien; pero nunca había trabajado tanto como lo está haciendo ahora. Sé que le gustará verte.

Antonella aceptó feliz. Al llegar a la casa de Mariella vieron pasar una pequeña caravana de jóvenes en bicicleta y a un hombre que encendía un cigarrillo en la acera de enfrente. El senador Larrañiche llegó al poco rato, bastante más temprano que de costumbre.

El hombre del cigarrillo se alejó caminando y luego, de pie junto a su moto, envió desde su IAI una secuencia de fotos y un mensaje explicativo: Llegada de esposa con joven desconocida. Senador desciende de auto oficial y entra a casa, sin escolta. 19.13 hrs. Me retiro.


 

* * *


 

Kessler estaba con su lugarteniente el ex-coronel Ascanio Ahumada cuando recibió el mensaje con las fotos. Le pareció reconocer a la joven que acompañaba a la esposa del senador, pero no recordó donde ni cuando la había visto; la imagen no era suficientemente nítida. La señora, además, era muy sociable y siempre estaba invitando gente a su casa. Lo que en cambio interesó especialmente a Kessler fue otra cosa, que comentó a su subordinado:

— ¡Qué interesante! Es la tercera vez que el senador Larrañiche vuelve a su casa desde el senado sin la escolta.

— ¿Hay algo en común en los tres casos?

— Sí. Normalmente el senador sale de su despacho después de las ocho de la noche y es acompañado en el auto, además del chofer, por un guardia, y seguido por una moto escolta. En los tres casos en que regresó solo con el chofer ha sido antes de las ocho.

— Por lo visto piensa que mientras no oscurece no hay peligro. Un dato interesante, que pudiera sernos muy útil algún día ...

— Bien. Pero sigamos en lo que estamos.

Trabajaron hasta media noche diseñando una estrategia orientada a llevar a las principales ciudades al desorden. Analizaron cuidadosamente los detalles de los operativos que realizarían en los próximos días. Cuando ya tuvieron todo bien planificado y revisado Ahumada hizo unos cálculos.

— Imprimir los afiches y volantes y sacar a toda nuestra gente a la calle durante 20 días costará unos dos mil billetes grandes.

— No hay problema. En la noche del viernes, a las diez en punto, en la locación B7 que ya conoces, dos de mis hombres te harán entrega del dinero en un maletín.

Y después de un momento agregó:

— Y cuidado, que quiero ver los resultados. Me darás un informe semanal completo y detallado.

—No se preocupe jefe. Usted me conoce y sabe que cumplo.

Dos semanas después la Dirección Nacional del Partido por la Iguadad estaba gratamente sorprendida por el desarrollo inesperado que estaba alcanzando la campaña llamando a las Marchas. Los militantes del partido eran todos voluntarios y solamente podían dedicar pocas horas diarias a pegar afiches y repartir volantes. No se detuvieron a calcular que la cantidad de afiches pegados en los muros de las ciudades y los volantes repartidos sobrepasaban por mucho los que ellos habían mandado imprimir. Se explicaban la sorprendente amplitud de la campaña pensando que las masas se movilizan cuando las vanguardias aciertan con lo que el pueblo desea y espera. Ni por casualidad pasó por su mente que varios cientos de hombres bien pagados se habían sumado disciplinada y profesionalmente a la tarea encomendada a la militancia.

 

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