XIV. FALTABA SOLAMENTE UNA SEMANA

XIV.

 

Faltaba solamente una semana para el día de las marchas y protestas callejeras. Conrado Kessler estaba satisfecho del trabajo que estaban terminando sus subordinados enardeciendo los ánimos partidarios. Pero las informaciones que había recibido de otras fuentes no eran demasiado halagüeñas, porque la recepción ciudadana no era muy favorable. Varios del ‘grupo’ habían reportado que no poca gente al recibir los panfletos los rompía o tiraba en los contenedores de la basura. Muchos afiches eran rotos por los transeúntes, y en ocasiones quienes los pegaban eran confrontados por personas, especialmente de mayor edad, que les manifestaban no estar de acuerdo con la convocatoria. Era claro que el recuerdo todavía vivo de la Rebelión de los Bárbaros pesaba en el ánimo de muchos.

Varios relataron en sus informes que más de alguno les increpaba expresando el temor de que el retorno de la democracia y de la política pudiera significar que se perdiera el orden social que había instaurado por años la Dictadura Constitucional Ecologista. Exacerbar ese temor era exactamente lo que convenía al Partido por la Patria y que Kessler intentaba lograr; pero lo que en lo inmediato preocupaba a Kessler era que las marchas no fueran suficientemente fuertes como para que ese temor se multiplicara desprestigiando el proceso de construcción democrática. Kessler necesitaba que las marchas fueran numerosas y combativas, de modo que en ellas la acción de los infiltrados de su grupo y de los afiliados al Partido por la Patria pudiera realizarse impunemente, desbordando los controles que seguramente establecería por un lado la policía y por otro lado el Partido por la Igualdad, organizador oficial de las marchas.

Para que los planes de Ramiro Gajardo y Conrado Kessler lograran su objetivo era necesario que los destrozos de la propiedad pública y privada fueran consistentes, que las fuerzas policiales con sus carros lanza-agua y sus bombas lacrimógenas, en su intento de controlar los desmanes, contribuyeran ellos mismos a generar caos y temor en las ciudades. Además, en su último encuentro la distracción que produjo en Gajardo la presencia de Vanessa y Danila hizo que no alcanzaran a planificar lo que harían después de las marchas, pues el desorden de un solo día no bastaría para retrasar suficientemente el proceso constituyente del nuevo orden democrático. Kessler decidió que debía tratar urgentemente sus inquietudes con el jefe partidario.

Llamó a Gajardo diciéndole que debían conversar sin demora algunos detalles. Acordaron reunirse a las 17.20 hrs. en la locación A-2, uno de los lugares secretos que controlaban, cuya existencia y ubicación solamente ellos conocían, y que contaba con un sistema inhibidor de todas las comunicaciones, por lo que pudieron conversar con total seguridad de que nada de lo que dijeran pudiera ser interferido.

— Sí— dijo Gajardo después de que Kessler le expusiera sus preocupaciones. —Tengo claro que nosotros, el Partido por la Patria, somos los que debemos capitalizar el descontento y el temor, atribuyendo el desorden al Partido por la Igualdad y al retorno de la democracia con sus viejas prácticas políticas. Así nos posicionaremos como el partido del orden.

— Debemos planificarlo. Nos quedó pendiente la última vez que nos encontramos...

— Me extraña que pienses que no lo tengo bien planificado. Sólo que contigo y tu ‘grupo’ tratamos sólo los asuntos que les conciernen. No hay que confundir los roles. Lo que sí me inquieta de lo que me dices, es que el 11 de septiembre no ocurran los desmanes suficientes como para crear alarma y temor nacional. ¿Tienes alguna idea, además de lo planeado, que se pueda hacer y preparar bien en estos días que faltan?

— Lo que hará ‘el grupo’ está todo bien planeado. Podemos intentar todavía algo más con nuestros infiltrados en el Partido por la Igualdad.

— Todo lo que se pueda hacer, debe hacerse. Será importante lo que impacte a la prensa y lo que se difunda por los medios audiovisuales. Se me ocurre algo. Recuerdo que en la antigua democracia tenían mucho impacto mediático los desnudos en las marchas. Tus dos nenas con sus tetas ¿te parece? Todo lo que sirva para impactar a la gente trasgrediendo las costumbres sirve ...

Kessler lo pensó unos segundos y respondió:

— Sería exponerlas y sacarlas del anonimato. Es muy arriesgado. No nos conviene en absoluto.

— ¿Podría ser alguna otra muchacha?

— No tengo otras en quienes se pueda confiar.

— ¿Y si usaran un antifaz, y el cuerpo escrito con un eslogan alusivo que atraiga la atención? Podría ser cosa de un par de minutos, lo suficiente para las fotos, y luego las retiras a un lugar seguro...

— La idea no me gusta; pero lo pensaré.

— Puedes prometerles diez billetes grandes a cada una.

— ¿Veinte?

— Hmm! Bien, veinte a cada una. Y lo que necesites para prepararlo todo bien. Y no se hable más de eso. Pero hay que hacer algo más. He pensado que hay que ejecutar algo mucho más impactante, que produzca temor que perdure en el tiempo, y del que se pueda culpar directamente al Partido por la Igualdad.

— Imagino que ya lo has pensado. ¿Qué es lo que quieres?

— Un secuestro.

Gajardo explicó con gran claridad lo que había pensado. Kessler quedó admirado de la astucia estratégica y táctica de su jefe. Por algo es el jefe. Con un solo operativo bien concebido y perfectamente ejecutado, mataría tres pájaros de un tiro. Uno: crear una inmensa conmoción pública. Dos: desprestigiar definitivamente al Partido por la Igualdad que representaba a quienes querían acelerar el retorno de la política. Y tres: poner al Triunvirato y al Senado Constituyente de rodillas.

— No te lo había dicho antes para no distraerte de la tarea del momento que es el operativo de las marchas. Pero como me contaste tus inquietudes, ahora ya lo sabes.

— ¿Cuándo piensas que debe hacerse?

— Cuando la conmoción que produzcan las marchas se esté acallando será el momento oportuno. Unos quince días después todo debiera comenzar.

Conrado Kessler se cuadró ante su jefe haciendo sonar los tacos de sus botas.

— ¡A sus órdenes, como siempre!


 

* * *


 

El éxito del secuestro y su planificación dependían de quién fuera la víctima escogida. Cuándo, dónde, cómo y con qué medios realizar el operativo, sería distinto según la persona por secuestrar. Kessler era entendido en la materia, y sabía que proceder al revés, como hacen a menudo los delincuentes que primero organizan los medios y después los aplican a un determinado objetivo, era uno de los principales motivos del fracaso de muchas operaciones similares. Y en este caso, definir ese objetivo era difícil, pues el individuo que sería secuestrado debía cumplir distintos requisitos, porque los tres objetivos que había planteado el jefe eran, cada uno, exigentes de por sí.

En efecto, para causar conmoción pública la víctima debía ser tal que la mayoría de la gente pudiera identificarse con ella. Entonces, no convendría que fuera una autoridad sino una persona común y corriente, que despertara simpatía, y que las personas no sintieran que una amenaza similar no les incumbía, sino al contrario, que les pudiera pasar también a ellas.

Por otro lado, para que el secuestro desprestigiara al Partido por la Igualdad, la víctima debía ser una persona que, por alguna causa determinable, justificara que ese partido la atacara. Podía tratarse de un enemigo de la causa de la igualdad, o de alguien que pudieran considerarse como traidor, o que pudiera asociarse a alguna simbología que fuera fácilmente conectable a ese partido.

Y finalmente, para que su secuestro sirviera eficazmente para chantajear al gobierno, debía tratarse de alguien social, política o económicamente importante, que mantuviera vínculos estrechos con las autoridades, y que a éstas les fuera imposible o muy difícil aceptar que se la pudiera matar.

Identificar la víctima era una decisión que no debía tomar personalmente Kessler, por la gran responsabilidad que implicaba el asunto. No la podía delegar en Ascanio Ahumada, como hacía a menudo en otras situaciones, porque requería un trabajo científico, profesional, que su subordinado no estaba en condiciones de realizar adecuadamente. Podía, sí, delegar en él todo el operativo del 11 de septiembre, en el cual estaba ya participando ampliamente. En realidad, solamente le faltaba asignarle la responsabilidad total de lo que habían programado realizar ese día. Por lo demás, faltaba solamente producir un número suficiente de las llamadas bombas molotov, cuya confección era muy simple, y establecer el modo en que los responsables de emplearlas se hicieran con ellas la noche anterior. Para eso Ahumada estaba perfectamente calificado y tenía la experiencia necesaria. Pero se reservó una parte del compromiso asumido ante su jefe que le pareció indelegable: convencer e instruir a Vanessa y a Danila sobre la escena que debían representar en la marcha de protesta del próximo 11 de septiembre, para el que faltaban solamente cinco días.

Las encontró en la locación C-3 donde ellas se mantenían la mayor parte del tiempo recluidas cuando no debían desplazarse para atender a los clientes que Kessler les indicaba. Allí había dispuesto las máximas comodidades y entretenciones para ellas, de modo que salieran lo menos posible y se mantuvieran siempre agradecidas y sumisas. Las dos muchachas lo tenían convencido de que casi no salían, excepto para hacer las compras e ir alguna vez al cine. La verdad era, en cambio, que Vanessa y Danila habían ido poco a poco creando su propia clientela, a quienes servían en fiestas diversas en que sus servicios sexuales eran muy bien recompensados.

Kessler llegó a las tres de la tarde, seguro de encontrarlas y de darles una sorpresa, aún cuando ellas sabían que en cualquier momento él podría aparecerse en el lugar. Las encontró dormidas, semidesnudas, y con varios indicios de que esa noche no la habían pasado muy tranquilas.

— ¿Qué es lo que pasó anoche aquí?— les gritó para despertarlas, tirando al suelo la poca ropa de cama que las cubría.

— Despierten ya. Y vayan de inmediato a darse una ducha. Las quiero ver aquí, bien repuestas, en cinco minutos.

Las dos muchachas lo saludaron, todavía afectadas por lo que habían bebido y fumado en la noche. Salieron de la cama y entraron apresuradamente al baño.

Pilladas en falta Vanessa y Danila no opusieron objeción a la extraña orden que esta vez les hacía su jefe. Un hombre vendría el día 11 de madrugada a pintarles el cuerpo, proveerlas del antifaz y conducirlas hasta la marcha donde se desnudarían por pocos minutos.

— ¡Y deben estar listas, bañadas y bellas cuando él llegue. Nada de juerga esa noche, entendido!

— Sí señor! — se cuadraron al unísono.

 

* * *


 

El 11 de septiembre los hechos no ocurrieron tal como los dirigentes del Partido por la Igualdad habían previsto. La gente empezó a juntarse con retraso en la Plaza Italia, y si bien al final llegó a conformar una masa suficiente como para que el evento no pudiera considerarse un fracaso, no fue multitudinaria. Cuando ya los organizadores estimaron que no era el caso de esperar una mayor concurrencia dieron orden de iniciar la marcha, desplegando grandes lienzos con consignas alusivas y voceando sus demandas.

La policía se mantenía a la distancia, vigilante, desviando el escaso tránsito de vehículos para que el desplazamiento de los asistentes se desenvolviera sin inconveniente alguno. Se mantenía a distancia prudente, dispuesta a intervenir solamente en el caso de incidentes que alteraran gravemente el orden público, lo que todo indicaba que no ocurriría.

Cuando la cabeza de la marcha llegaba frente a la sede del Senado Constituyente y los dirigentes se disponían a subir a una tarima predispuesta para arengar a la masa, todo cambió de improviso. Dos hermosas jóvenes que hasta el momento sólo se habían destacado por sus antifaces negros, lanzaron al aire sus blusas y minifaldas y alzando los brazos expusieron sus cuerpos desnudos en los que se leía la consigna de la marcha. Las gentes se agolparon a su alrededor grabándolas con sus IAI. Los periodistas que reportaban la marcha hicieron lo suyo con fruición. Fueron sólo unos minutos, pues cuando ya el interés que despertaron comenzaba a decaer, las muchachas desnudas se abrieron paso y corrieron hacia una esquina donde un auto las esperaba con el motor en marcha, desapareciendo en pocos segundos.

Nadie se dio cuenta de cómo, en ese preciso momento, unas cinco o seis bandas de encapuchados aparecieron en medio de los manifestantes y comenzaron a producir el caos, quemando neumáticos, lanzando botellas incendiarias, atacando con barras de fierro los ingresos y las ventanas de los edificios, y lanzando piedras contra los policías.

La mayor parte de los participantes en la marcha comenzaron a retirarse, pero no faltaron los jóvenes que sin pensarlo se sumaron a la acción de los encapuchados e iniciaron saqueos a los negocios.

La policía demoró en intervenir, pero cuando finalmente enfrentó con decisión a los grupos vandálicos, éstos demostraron estar bien organizados, desplegando tácticas que los hicieron retroceder. La policía debió entonces pedir refuerzos que tardaron en llegar; pero cuando lo hicieron, los grupos de encapuchados abandonaron las calles con una disciplina que demostraba que obedecían órdenes desde algún centro de comando invisible. Ninguno de los encapuchados fue detenido, pero sí lo fueron numerosos jóvenes que se sumaron a los desmanes sin haberse preparado para hacerlo, entre ellos Arturo Suazo y varios de los estudiantes que militaban en el Partido por la Igualdad.

Los medios de prensa y las redes sociales, desde esa misma tarde y durante varios días, hicieron gran escándalo público, mostrando tanto a las dos hermosas muchachas de los antifaces como las escenas más violentas que ocurrieron esa tarde. Las evidencias que la policía obtuvo interrogando a los detenidos puso en conocimiento público que los desmanes fueron provocados por enardecidos militantes del Partido por la Igualdad.

Tres días después de la marcha Ramiro Gajardo se comunicó con Kessler y lo felicitó por los resultados enteramente exitosos del operativo.

— Quiero felicitar también a las dos muchachas ... y premiarlas personalmente. El domingo en el mismo lugar y hora de la última vez.

— No hay problema, jefe. Cuente con ello.

— Espero que el domingo tengas ya algo que informar sobre mi otro encargo.

— Así será, no se preocupe, jefe.


 

* * *


 

Conrado Kessler trabajó intensamente esos días. Lo hizo sistemáticamente, profesionalmente. Comenzó ordenando en un archivo todos los nombres de individuos de los que tenía alguna información. Obtuvo un listado de 238.645 personas. Entre todos ellos debía escoger uno, o tal vez unos pocos que someter al juicio definitivo de Gajardo.

Tenía tres criterios claros que aplicar. Con el primero el sistema descartó a todas las autoridades políticas que ejercían cargos directos en alguna institución del Estado. La lista quedó reducida a 214.706 personas. Con el segundo criterio redujo la lista a 192.056, pues el sistema excluyó automáticamente a los inscritos en el Partido por la Igualdad, cuyo listado le fue entregado recientemente por Luis Emilio, uno de sus hombres infiltrado en esa organización y que había estado muy activo en el trabajo tendiente a enardecer los ánimos de los militantes. El tercer criterio, con el que debía excluir a todas las personas sin importancia social y de escasa o nula figuración, que aplicó primero automáticamente y luego complementó revisando uno a uno los nombres que quedaban, la lista quedó reducida a 36.665 nombres.

Procedió en seguida a poner la lista en un cuadro con tres columnas, en las cuales empezó a marcar, en base a un análisis cualitativo de cada individuo, el cumplimiento esta vez en positivo, de los tres criterios que le había indicado Gajardo. Como no era simple cuestión de sí o no, pues cada uno implicaba cierto nivel de correspondencia con el criterio, decidió marcar con un número 0, 1, 2 o 3, el grado menor o mayor de presencia de los criterios en cuestión.

Trabajó en ello dos noches y un día, hasta obtener finalmente una lista que incluía 28 personas que alcanzaban seis puntos, 12 que obtenían siete, 4 con ocho, y ninguna con nueve unidades. Siendo todavía una cantidad muy numerosa, decidió descartar a las 28 personas de más baja puntuación. Entre ellas estaba la escritora Matilde Moreno, que cumplía plenamente con los criterios de ser una persona cuyo secuestro suscitaría conmoción pública, y de que con ello se podría chantajear al gobierno; pero nada le permitía que se la pudiera considerar como un objetivo atribuible al Partido por la Igualdad.

Los 16 nombres restantes eran una lista adecuada y suficiente para proceder a estudiar ahora los aspectos técnicos del posible secuestro. Eso lo llevó a descartar otras once personas. Tres porque habían fallecido, cuatro en razón de su avanzada edad y de graves problemas de salud que los afectaban, y otras cuatro porque sería muy difícil o riesgoso intentar secuestrarlos.

Le quedaban cinco nombres entre las cuales debía escoger a la víctima apropiada. Los cinco cumplían en igual medida los requisitos para ser seleccionados, y ninguno presentaba demasiado grandes dificultades para realizar la operación; pero uno de ellos se le había fijado en la mente y Kessler ya sabía que sí, que era ella la persona que debían secuestrar: Mariella ..., la esposa del Presidente del Senado Constituyente y miembro del Triunvirato don Tomás Ignacio Larrañiche. No cabía duda de que su esposa, esa señora delicada y frágil era la persona indicada; pero decidió someter a consideración de su jefe los cinco nombres, para que fuera él quien tomara la decisión final. Él sabría cómo orientarlo para que escogiera el nombre correcto.

 

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