XX.
No bullía en el Club Hípico el gentío de la vez anterior. El día amaneció brumoso y la humedad del aire ahuyentó a muchos entusiastas de las carreras. No a Florencia ni a San Julián que se encontraron a las dos en punto en el lugar convenido. Pero estaban menos animados, protegidos del frío con ropa de invierno que junto con hacer que sus movimientos fueran menos espontáneos mantenía sus cuerpos más distantes. El pie de Florencia ya no estaba enyesado y eso le permitía caminar independientemente, recorrer por su cuenta distintos lugares, alejarse de Fernando.
Apostaron nuevamente a Amaranto. Llegó tercero después de una reñida carrera. Florencia quedó algo decepcionada por este resultado, pero San Julián le hizo ver que no estuvo nada mal y que demostró cualidades que permitían esperar del fina sangre importantes desempeños futuros. Terminadas las carreras lo fueron a ver, ocasión que Florencia aprovechó para hablar extensamente con el preparador, dejando traslucir su deseo de tener algún día un caballo como ese. El hombre le hizo ver que era posible, que los dueños de caballos a menudo son personas apasionadas de este deporte que no se hacen cargo personalmente del animal, existiendo toda una organización que se responsabiliza de mantenerlos, prepararlos y hacerlos competir. El hombre fue muy amable con ella, le dio todo tipo de información, pero no le permitió montarlo aunque ella se lo pidió insistentemente. Cuando sea mío lo haré. Era un pensamiento completamente irrazonable que no tenía por donde llegar a realizarse. Pero así era Florencia: su pensamiento discurría cosas extrañas, fantasiosas, que por extraños conductos subconcientes llegaban a realizarse en sueños y por allí se aferraban a su caprichosa voluntad.
Después San Julián quería ir al mismo motel de la otra vez, pero Florencia quiso conocer uno distinto y partieron carretera al sur.
Miércoles. La luz del día penetró a través de la ventana con la suavidad que adquiere en el otoño. Florencia se despertó con los rayos del sol que daban en su rostro. De un brinco saltó de la cama, entró al baño y se dio una vigorosa ducha. Pensó en no ir a clases: se sentía tan bien. Abrió de par en par las ventanas de su habitación, respiró hondo. Sería agradable almorzar con Fernando en el departamento. Le prepararía un buen almuerzo. El no rechazaría su invitación, estaba segura de ello. ¿Qué haría? Cocinaré algo fácil, sí, eso era una excelente idea. Bebió un poco de café, se preparó unas tostadas. Sentía que el mundo era maravilloso, que ella era maravillosa. ¿O lo invitaría mejor a la hora del té? No se decidió; algo ingenioso se le ocurriría durante el día para invitar a San Julián y pasar con él el tiempo que fuese necesario. Tenía ganas de hacer muchas cosas, estaba llena de energías y de vida. Su querido profesor era tan tierno, suave, amable en la intimidad. Nadie se imaginaría que San Julián era todo lo contrario a lo que mostraba en la universidad. Ella estaba alegre de haber descubierto al verdadero profesor y de tenerlo ahora para sí. Debo estar loca para seguir adelante con todo esto, pero no me importa, lo amo, es mío, me pertenece y al diablo con lo que cualquier otro pueda decir o pensar.
De pronto toda esa euforia y emoción se desvaneció. Ella no quería estar separada de él. Le pediré que se mude, que venga a vivir conmigo. Pasó por su mente que tal vez fuera un poco apresurado, pero ella era así, impetuosa, y no le gustaba tener nada a medias. Mis compañeros empiezan a convivir apenas hacen el amor y encuentran donde arrancharse. Así se estila.
No tenía conciencia de cómo era San Julián. La intimidad amorosa la había llevado a pensar en él como si fuera un joven de su edad, sin darse cuenta que a medida que pasan los años y se posesionan del mundo las personas van perdiendo independencia. ¿Cómo se lo diría? No llegó a ninguna conclusión, sólo que ahora lo llamaría para invitarlo. Sí, eso haría ahora. Ya se le ocurriría el modo de plantearle lo que la estaba inquietando. Además quería estar segura de San Julián: ¿hasta qué punto la amaba?
Estaba en estas cavilaciones cuando sonó el teléfono.
— Florencia, cariño.
— ¡Ah! Qué bueno que hayas llamado. Yo pensaba hacer lo mismo en este instante, porque tengo una excelente idea para hoy. En la plaza Brasil hay un simpático café al que me encantaría ir contigo y pasar un rato agradable y charlar ¿qué opinas? Dí que sí, estoy segura de que te va a gustar.
— Está bien. ¿A qué hora y donde?
— ¡Eres fantástico! ¿Qué te parece encontrarnos a las seis? El café está en la calle que cruza de norte a sur, al oeste, justo frente a la mitad de la plaza. Un beso mientras tanto. ¡Muahh!!
— Ahí estaré. No me hagas esperar ¿ya?
— Por supuesto que no. A las seis. Va otro beso. ¡Muuaahh!
El café era un lugar pequeño a medio iluminar, con grandes fotografías de antiguos artistas de cine en las paredes blancas. Las ventanas estaban pintadas de negro, las mesas y sillas eran pequeñas, algo incómodas. Había un pequeño bar inmediatamente en la entrada. A un costado se ubicaban algunas plantas de interior y todo adquiría un vago sabor europeo. San Julián pidió una cerveza que empezó a beber lentamente y esperó que apareciera Florencia. Los cinco o diez minutos de espera le parecieron horas. De improviso alguien cubrió sus ojos desde atrás y escuchó una voz divertida:
— ¿Qué da, señor, por sus ojos?
Tomó cariñoso esas manos tibias y las apartó de su rostro.
— Eres un tramposo, no respondiste a mi pregunta.
— ¡A ti te lo doy todo!
— ¿Estás seguro? Mira que puedo tomar muy en serio esa respuesta. No sabes a lo que te expones —le dijo muy cerca del oído.
Se sentó frente a él. Estaba hermosísima. Sus ojos enormes, la fresca blancura de su rostro, el cabello oscuro y suelto y sus labios rosados, eran una trampa en la que cualquiera desearía caer. San Julián se sintió impulsado a besarla pero se contuvo. Florencia lo miró fijamente a los ojos y sonrió divertida como una niña que está planeando una maldad. Deslizó suavemente la mano hasta rozar su dedo índice, y se inclinó acercando sus labios hasta encontrar los de Fernando. Este se ruborizó de besarla en público; pero se tranquilizó al percatarse que sólo había una pareja en un rincón que no reparaba en ellos.
— Eres exquisitamente inexperto para besar; pero me encanta guiarte. Es entretenido ver como progresas.
— ¡Ah! Debo reconocer que en las artes amatorias no soy un experto, pero soy un buen alumno ¿no es así?
— ¡Aún no te gradúas! —respondió Florencia.
— ¿Qué vas a servirte?
— Un pisco sour y un pastel.
San Julián hizo una seña al mozo y le encargó el pedido. El joven encendió la vela que se encontraba en la mesa. El rostro de Florencia se vio ligeramente más opaco.
— ¿Cómo has estado Fernando?
— Bien, muy bien, y tú ¿cómo estás?
— Yo me siento sensacional. Pienso mucho en ti... y en mí... y en nuestra relación. ¿Tú cómo la ves?
— No la veo fácil ¿sabes?
— Ah! Ya veo que no estás seguro de lo que has hecho ¿no es verdad?
— No, no es eso. Claro que no. Es sólo que nuestra relación no la veo fácil por todo lo que ello implica, tanto para ti como para mí.
— ¿Y eso te preocupa mucho?
— Sí —respondió San Julián.
Se produjo un silencio. Lo interrumpió finalmente Florencia con una pregunta obvia pero que San Julián no esperaba.
— ¿Y me puedes decir cómo están las relaciones con tu mujer?
— Bien, como siempre.
— ¿Es que ella no sospecha nada?
— No lo sé, supongo que no, todo sigue igual.
— Mmm. ¿Todavía haces el amor con ella?
— ¿Por qué me haces esa pregunta?
— Porque quiero saber si es así o no.
San Julián demoró unos segundos en responder.
— Mira cariño, lo nuestro lleva tan poco tiempo. Es difícil responderte ahora, pero...
— Fernando ¿sí o no? —enfatizó Florencia.
— No. ¿Eso quieres escuchar?
— ¿Y desde cuándo?
— ¡Oye! ¿Me estás interrogando?
— Sí.
Pero Fernando no respondió.
— ¿Puedo preguntar algo más?
— Sí, sí puedes.
— ¿Has tenido amantes antes de mí?
— ¿Amantes? No que recuerde.
Ahora fue Florencia la que se quedó pensativa. Luego volvió a preguntar:
— ¿Qué piensas de mí, Fernando, por hacer lo que hago?
— Pienso que eres la más hermosa chica que exista en el mundo.
— No me refiero a eso. Lo que quiero es saber lo que piensas de mi comportamiento, del hecho de hacer el amor contigo, de quererte y desearte.
— Pues, pienso que eres la más hermosa chica que exista en el mundo y que yo soy muy afortunado de que me quieras y estés dispuesta a salir y hacer el amor conmigo. Es todo lo que pienso ¿sabes? La verdad es que no quiero pensar en lo nuestro, sólo vivirlo y sentirlo. Me haces feliz, soy muy feliz cuando estoy contigo.
Al escuchar esta respuesta Florencia pensó que era el momento de hacerle la proposición que había rumiado todo el día. Dejó caer su mechón hacia adelante para esconder uno de sus ojos de la mirada de Fernando, y cogiendo la extremidad de esos cabellos entre los dedos, empezó a moverlos de un lado al otro de la cara de manera que él pudiera entrever por un instante su mirada cariñosa para luego volver a ocultársela. Repitió el gesto varias veces como jugando a la coquetería. Y entonces le dijo, sin rodeos, directa como siempre era ella, vehemente:
— ¡Quiero que vivamos juntos! Quiero que te vengas a mi departamento, o a cualquier otro lugar que tú desees.
San Julián abrió muy grandes los ojos, la boca, como un colegial sorprendido por una pregunta de la maestra que ni siquiera entiende. Su corazón respondía sí, su razón le indicaba un ¡no! rotundo. Florencia lo miraba tentadora esperando una respuesta. Tardó bastante en decir:
— ¿No te parece que te apresuras demasiado? Para mí no es tan fácil ¿lo comprendes? Me encantaría, lo sabes, pero me parece una locura.
— ¿Por qué? Quiero que hagamos cosas juntos, que salgamos cada vez que lo queramos. Disfrutaremos al máximo la vida, saldremos a pasear, iremos al cine, a bailar, inventaremos mil cosas que hacer. Te ayudaré en tus investigaciones, haré lo que tú desees. No quiero cercenarme, limitarme, quiero que seamos libres y así como estamos no podemos. Piénsalo cariño, yo te necesito a mi lado, libre.
— Florencia querida, no me presiones. Necesito tiempo, tiempo para pensar.
— Pensar ¿qué? Si lo piensas no lo harás. Tú mismo lo dijiste, que no quieres pensar, sólo vivir y sentir. Lo mismo me pasa a mí.
San Julián no replicó. Sus ojos alcanzaron a ponerse tristes pero casi de inmediato recuperaron su viveza.
— Te propongo algo, querida. Tengo en las afueras de Talca una parcela que heredé de mi padre. Allí está la casa donde viví hasta los veinte años y vuelvo cada vez que puedo. Te propongo que nos vayamos a pasar allí un fin de semana; no, mejor una semana entera. Será maravilloso, créeme.
— Acepto encantada. Ahí te convenceré de lo lindo que sería vivir juntos. Después no querrás estar sin mí, te lo aseguro. ¿Cuándo partimos? ¿Mañana?
— ¡Oh! No. ¡Cómo te apuras en todo! Déjame pensar. Podríamos partir el martes subsiguiente, después de clases, y quedarnos hasta el domingo. ¿Te parece posible? ¿No perderás muchas clases?
— No me importan las clases. Excepto las tuyas las demás son aburridas porque los profes repiten lo que está en los libros. Los pediré en la biblioteca y los llevo. ¿Tú me ayudarás a ponerme al día?
— Por cierto, con una condición.
— ¿...?
— Que tú me ayudes a graduarme en esas artes en que dices que aún no me gradúo.
Florencia no pudo responder porque en ese instante se acercó a ellos una mujer vestida con exóticas ropas hindúes que repartía por las mesas un volante que decía: "Consulte sus inquietudes a Yazmira. Runas. Naipe psíquico. Tarot. Numerología". Venía una dirección.
— Hey, ¡mira esto! ¿No te gustaría que nos adivinen el futuro? Tal vez esta Yazmira te ayude a tomar una decisión.
Lo dijo riendo.
— No te rías. Además, yo no creo en esas tonterías.
— Yo no sé, pero debe ser entretenido. —Y luego enfáticamente:. —¡Quiero que vayamos! ¡Esto no me lo puedes negar!
— De acuerdo, tú ganas. Iremos un día de estos.
— Con una condición: que tú también te veas el futuro.
— Está bien, pero te advierto que no creo absolutamente nada de todo eso. Y me extraña que tú digas que no sabes si creer o no, una estudiante de ciencias exactas.
— Lo que pienso es que la vida es mágica; y si no lo fuera sería el caso de ponerle algo de eso ¿no lo crees? —replicó Florencia.
San Julián se quedó pensando. El también creía en la magia de la vida. Sabía que la ciencia es menos exacta y muchísimo más mágica de lo que se afirma en las austeras aulas. ¿No era acaso magia lo que estaba viviendo con Florencia? ¿No eran mágicas las estrellas? Pero él pensaba en otro tipo de magia que Florencia, en la magia verdadera, no en aquella falaz y engañosa de los naipes. Dijo al fin:
— ¿Sabes? Hay suficiente magia y misterio en la vida como para que vayamos a buscarla a un lugar extraño con gente extravagante. ¿Hay algo que pueda ser más profundamente mágico que el amor? De verdad que no quisiera contaminarlo con esa magia espuria, de segunda clase.
Florencia no quiso replicar. En el fondo le encontraba razón; pero no lo dijo, disgustada de encontrar oposición a sus caprichos. Tuvo entonces otra idea.
— Estas sillas son bastante incómodas. Te invito a mi departamento a continuar nuestra charla. Puedo preparar algo para cenar y... tal vez te invite a dormir —concluyó seductora llevándose el dedo índice a la parte inferior de sus labios, esos labios que sabía que hacían entrar al profesor en un torbellino de deseo del que le era difícil escapar.
Luis Razeto
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