XVI. ​​​​​​​San Julián abrió la puerta de la suite y dejó pasar a Florencia.

XVI.


San Julián abrió la puerta de la suite y dejó pasar a Florencia. Entró él también rápidamente y cerró con la llave que le había dado el conserje. Recién entonces tomó verdadera conciencia de dónde estaban, y de que habían dado un paso que cambiaría completamente la naturaleza de sus relaciones. Lo inevitable estaba a punto de suceder, algo que no esperaba que pudiese ocurrir: ni siquiera lo había fantaseado, aunque sí soñado muchas veces sin saberlo. No había posibilidad alguna de echar pie atrás, los movimientos y los hechos se sucederían en los próximos minutos hacia una conclusión irreversible. De ahora en adelante ya no serían un profesor y una alumna entre quienes se había establecido una complicidad amistosa, una atracción que cada uno de ellos vivió durante meses dentro de sí pero que no había trascendido más allá de las miradas y palabras. ¡Harían el amor!

San Julián, habitualmente tan tranquilo y dueño de sí mismo se sintió inseguro, nervioso, cohibido, en ese lugar extraño dominado por un enorme espejo en que se reflejaba una gran cama doble de madera. Su corazón palpitaba, sintió que sus piernas flaqueaban. Se apoyó contra el muro. No sabía qué hacer.

Florencia recorrió la suite. Dio una mirada a la cama y se sentó en ella. Levantando ligeramente el pie enyesado se dio impulso con el otro y con las manos, divertida, como probando la blandura del lecho donde pronto haría el amor por primera vez en su vida. A San Julián le pareció que era una niña jugando a balancearse en su cama. Florencia se alzó y observó atentamente una imagen de fino erotismo que pendía sobre la cabecera. Frente a ella había un texto que leyó en voz alta:

"Toco tu boca,

con mi dedo toco el borde de tu boca:

voy dibujándola como si saliera de mi mano,

como si por primera vez tu boca se entreabriera,

y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar.

Hago nacer cada vez la boca que deseo

la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara,

una boca elegida entre todas,

con soberana libertad elegida por mí,

y que por un azar que no busco comprender

coincide exactamente con tu boca

que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras de cerca, me miras cada vez más de cerca

y entonces jugamos al cíclope,

nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan,

se acercan entre sí, se superponen

y los cíclopes se miran respirando confundidos.

Las bocas se encuentran y luchan tibiamente,

mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua

en los dientes, jugando en sus recintos donde un

aire liviano va y viene con un aroma y en silencio.

Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo,

acariciar lentamente la profundidad de tu pelo

mientras nos besamos como si tuviéramos

la boca llena de flores o de peces,

de movimientos vivos,

de fragancia oscura.

Y si nos mordemos, el dolor es dulce,

y si nos drogamos en un breve y terrible

absorber simultáneo del aliento,

esa instántanea muerte es bella.

Y hay una sola saliva

y un solo sabor a fruta fresca,

y yo te siento temblar

como una luna en el agua..."


 

Apenas Florencia empezó a leer San Julián recordó ese texto: Julio Cortázar, Rayuela. Cuando leyó ese libro hacía ya varios años, esas líneas le habían gustado tanto que las copió en un papel, pensando en encargarle a un amigo artista que las llevara a un cuadro como el que ahora estaba allí. Nunca lo hizo. Fue para él como un reencuentro con algo que se había perdido en el tiempo. Al terminar la lectura Florencia exclamó:

— ¡Es bellísimo! Voy a copiarlo.

— No es necesario, yo lo tengo. Te lo regalaré como un recuerdo, un recuerdo de esta ocasión.

El erotismo de Florencia se había nuevamente despertado. Entró al baño, juntó la puerta para evitar que Fernando la viera, se miró al espejo y peinó su cabellera con los dedos. Jugó un momento divertida con la imagen de sí misma que podía apreciar de cuerpo entero en el espejo: alzó la cabeza estirando el cuello, levantó delicadamente sus pechos con las manos, que luego deslizó de arriba abajo por su cuerpo ensayando seductores movimientos de cadera. Finalmente se decidió a salir, vestida como había entrado, y observó de reojo a San Julián que estaba todavía apoyado contra el muro en la misma posición en que lo había dejado cuando entraron. Su chaqueta colgaba de una silla: era el único cambio que advirtió.

Se dirigió hacia la ventana y corriendo la cortina con la mano apenas lo suficiente para mirar lo que había afuera, se quedó allí esperando, curiosa, lo que habría de decir o hacer ahora San Julián.

Pasaron, lentísimos, algunos minutos, sin que se dijeran ni hicieran nada. San Julián la observaba con deseo contenido, tímido. Era la primera vez que se detenía a mirar por atrás ese cuerpo magnífico. Sabía que debía tomar la iniciativa, pero los latidos de su corazón no le permitían decir ni hacer nada más que mirarla. Se decidió finalmente a hablar. Su voz salió como un hilo, nerviosa.

— ¿Me darías un beso?

Florencia se dio vuelta y se acercó lentamente al profesor. Lo abrazó apoyando la cabeza en su hombro y posó suavemente los labios en su cuello. Florencia sintió el ritmo acelerado del corazón de Fernando. Se emocionó ella también. Permanecieron así unos minutos deliciosos.

Poco a poco el corazón de San Julián fue recobrando un ritmo más tranquilo. Desprendió su cabeza de la cabellera de Florencia y movió suavemente su hombro para permitir que ella lo besara. Florencia comprendió el gesto y alzando la cabeza puso sus labios cerrados suavemente en los suyos, cariñosa. A Fernando lo embargó la ternura y volvió a emocionarse: no había esperado que ella le diera en ese momento un beso de simple amistad. Quiso decirlo con palabras.

— Un beso amistoso.

— Sí, un beso de amiga.

Florencia volvió a la posisión de antes, sus labios suaves en el cuello de Fernando, el cuerpo entero apegado al suyo. San Julián pensó que era delicioso tener una amistad que se expresaba con la tibieza e intimidad del cuerpo. Una amistad así le bastaría, sería suficiente para contentar su alma y colmar el vacío que a menudo sentía en su pecho. Pero sabía que en todo aquello había mucho más que simple amistad.

— ¿Eres así con los amigos?

— Sí, contigo. Quiero ser tu amiga— susurra en su oído.

San Julián la estrecha más fuerte con sus brazos. Entonces Florencia abre sus labios y empieza a acariciar con la lengua el cuello de Fernando. Primero suavemente, luego con creciente intensidad, la lengua endurecida buscando penetrar en todos los poros de esa piel madura. Él la besa en la frente y va deslizando ese beso por la sien y hasta la oreja que mosdisquea suavemente mientras ella se posesiona de su cuello con los labios, la lengua y la boca enteramente abierta.

Entonces se desencadena el torbellino de la impetuosa líbido de la joven. Toma la cabeza de Fernando entre sus manos y con los ojos cerrados lo besa sensualmente. Introduce la lengua en su boca recorriendo lasciva cada intersticio y mordiendo con sus húmedos labios carnosos en un verdadero torbellino que San Julián no espera con tal intensidad. El beso se va extendiendo a todo el cuerpo. Florencia lo besa no sólo con la boca: besa también su pecho con los senos que mueve sensualmente presionando y su espalda con las manos que no se detienen y sus piernas con los muslos que se han adherido a los suyos y su sexo con el vientre cadencioso. A Fernando le parece que ella se cae, como si se hubiera olvidado de apoyarse en el suelo y pretendiera vencer la gravedad solamente con la fuerza de su empuje incontenible hacia adelante. Él la sostiene y se deja hacer, avasallado por esa sensualidad desbordante que le proporciona placeres jamás sospechados, respondiendo a su vez con besos y caricias inexpertas.

Tiene en ese instante la intuición certera de que la energía sexual de Florencia es muchísimo más fuerte que la suya y que aún no estalla entera: aquello es sólo el comienzo. Piensa que no sabrá aplacarla.

— Eres apasionada —atina a decir poniéndose a la defensiva. —Espera, que no estamos en la cama.

Florencia entonces parece calmarse. Da medio paso atrás y empieza a desabotonarle la camisa atrayéndolo un paso hacia el lecho por cada botón que libera. La excitación de San Julián aumenta dejándose notar nuevamente en el ritmo de sus pulsaciones, mientras confusamente piensa cómo podría satisfacer la sexualidad tan impetuosa y fuerte de la joven. Supuestamente soy yo el que tiene experiencia, el hombre maduro que debe iniciar a la muchacha en este arte del amor. Pero estas son sólo ideas y expectativas convencionales, porque en la realidad concreta de lo que allí sucede las cosas están siendo muy distintas.

Se le ocurre pensar que en física, cuando dos energías desiguales se enfrentan, la más poderosa se impone determinando el modo en que se fusionan y la dirección que asume la fuerza liberada. Cuando la trayectoria de dos cuerpos desiguales los lleva a chocar en un punto, no es el más grande ni el más duro el que comanda el movimiento sino aquél cuya energía es más potente: ésta penetra en el cuerpo que en el choque demuestra ser más débil y se posesiona de su menor energía. Estas ideas que pasan un instante por la mente científica de San Julián, lo hacen prever que está allí por suceder algo parecido con las energías sexuales que pronto se descargarían una contra otra. Sus dudas desaparecen, todo se le hace claro: no tiene sino que poner su cuerpo entre las manos de Florencia para que ella haga con él lo que quiera. Que Florencia lo tome a su antojo y lo posea y lo disfrute todo lo que quiera. Se dispone entonces a entregarse enteramente, a poner su cuerpo a la disposición completamente libre de Florencia. Sabe que ella le dará un placer infinito y que también gozará lo suyo. Lo que no prevé es que después de hacerlo así, la joven será en adelante su dueña y él quedará anhelante a la espera de sus dádivas.

El torso viril de Fernando está ahora completamente descubierto. Desliza suavemente un tirante del vestido de Florencia, besa su hombro desnudo. Ella se estremece en lo profundo y cierra los ojos. El continúa acariciando y besando por sobre su vestido ese cuerpo que no deja de ondularse suavemente. Esto provoca en ella un delirio incontenible. El cuerpo delicioso de Florencia está siendo revolucionado en cada ínfima parte de su ser. Siente placeres nunca antes experimentados. Algo hace presión en su pecho. Fernando la acaricia en la espalda apreciando la delicia de una suavidad extraordinaria. Baja el cierre del vestido azul, que se desliza suavemente ayudado un poco por sus dedos nuevamente tímidos. Entonces tembloroso pone su mano derecha sobre el pecho de ella y al fin le saca la prenda que aún le impide sentir su femineidad completamente. Florencia está ahora despojada de todo aquello que pueda separarla de la virilidad de ese hombre que la está trastornando. Fernando aprecia esos pechos jóvenes, blancos como la nieve que se acercan: son perfectos. Desliza sus manos sobre ellos, suavísimos. Florencia roza con sus labios los de Fernando, luego presiona como antes, rodea con sus brazos su cuello y guía su cabeza para que llegue con la boca hasta sus pezones. Siente que desfallece de placer.

Tendidos sobre la cama vueltos el uno hacia el otro, Fernando continúa sus caricias de arriba hacia abajo, lentamente, una y otra vez; sus dedos se van incrustando en la sedosa piel de la muchacha, provocando en ella convulsiones de placer. Florencia percibe que su sexualidad está recién aflorando en toda su fuerza; no es la que conoce, la de los besos y las caricias eróticas; es algo completamente nuevo lo que está apareciendo en su cuerpo.

Cuando la mente quiere excitarse todo se acomoda a sus deseos. Hasta el yeso que inmoviliza una de sus piernas contribuye despertando un oscuro masoquismo que la hace imaginar que la han atado del pie y que no puede oponer resistencia, mientras la mano de Fernando continúa bajando hasta detenerse sobre la más íntima femineidad de Florencia que late con suaves espasmos. De la boca de ella brotan murmullos ininteligibles que se van transformando en gemidos. Ahora el placer es otro, aún más intenso e inesperado: se apodera frenéticamente de todo su ser, sintiendo que llegan a través de su torrente sanguíneo descargas eléctricas que chocan con las paredes de su cuerpo. Después ella deja de moverse: yace de espaldas esperando aquello que Fernando no se decide a completar.

— ¿Qué debo hacer? —pregunta Florencia en un murmullo desesperado.

— Amor, haz lo que quieras, mi cuerpo te pertenece.

Entonces ella toma la mano de Fernando iniciando con esta un recorrido a través de su cuerpo ansioso, deteniéndose en aquellas zonas más sensibles, hasta que la deja continuar libremente el juego sobre su pecho. Florencia empieza luego a recorrer con su boca el torso de Fernando, y dejándose llevar por el instinto, toma en sus manos el cuerpo de ese hombre y lo fuerza a entrelazarse al suyo, guiándolo de tal forma que muy pronto los dos se mueven cadenciosamente unidos. Siente un pequeño dolor en sus entrañas. Después el movimiento continúa ondulante y sensual. Los cuerpos, sudorosos, se contraen y extienden, suavemente al comienzo, luego convulsionados, mientras una especie de locura se apodera de sus cerebros haciendo brotar de las gargantas palabras ininteligibles.

Concluidos los espasmos los amantes permanecen unidos, abrazados, largo tiempo. Sienten ahora sólo el aliento tibio de la respiración en sus rostros.

Las primeras palabras con sentido las enunció Florencia mucho rato después.

— ¿No podrías explicarme ahora tu teoría de la materia? ¿Contarme tu éxtasis, tu orgasmo intelectual?

Esta petición sorprendió a San Julián, que nunca antes había estado tan lejos de la ciencia como en aquel momento.

— ¿Por qué me lo pides ahora?

— Es que quiero estar unida a ti completamente. Esa parte tuya se me escapa ¿lo comprendes?

— Florencia querida. Te lo explicaré todo, tenlo por seguro; pero no ahora. Ahora no puedo. Mi cabeza no es capaz de pensar.

— Está bien —concedió Florencia. —Está bien, querido profesor. Pero no lo olvides.

— Te lo prometo.

Pocos minutos después se durmieron tiernamente abrazados.


Luis Razeto

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