CONSTRUIR UNA SOCIEDAD DE CONFIANZAS EN, CON Y PARA TODOS - SEBASTIÁN DONOSO DÍAZ

I.

Nuestra sociedad enfrenta -en forma creciente- complejos y urgentes desafíos en muchas dimensiones vinculadas a otras tantas problemáticas. Por ello es difícil priorizarles pensando en que "la solución" se basa en responder a una problemática, sino más bien a un conjunto de factores y situaciones que conforman un nudo o anillo de desafíos/problemas relacionados, igualmente, con otros tantos equivalentes.

A partir de este considerando, un reto decisivo es que el diseño de toda solución a los principales problemas que enfrentamos, tanto en el plano micro, meso y macro, consiste en asumir el principio que a todos (y cada uno) nos asiste vivir en una sociedad de derechos individuales y sociales plenos y equivalentes, y en razón de ello, la importancia que las propuestas de solución a los diversos problemas que enfrentamos como sociedad sustenten y refuercen esos considerandos. Esto es, construir, validar e implementar un pacto social de igualdad de derechos y deberes de todos los ciudadanos, no existiendo razón ni condición excepcional o permanente de ninguna naturaleza, que no sea otra que comprometa definitivamente la salud de la persona, que justifique una diferencia o alteración de este principio de igualdad absoluta de derechos y deberes -individuales y sociales- entre las personas.

En el sustrato de esta problemática que se enfrenta reiteradamente reside el que la mayoría de las soluciones que se implementan (y diseñan) responden a visiones parciales de los problemas/desafíos, que resuelven algunas dimensiones del tema, no obstante -en forma concomitante- generan efectos o impactos a veces más negativos y/o más complejos que los que buscaron solucionar, o bien no los solucionan sino que los mitigan parcialmente, volviendo a manifestarse tras un lapso de tiempo.

En segunda instancia y de igual relevancia que lo señalado, estas soluciones se han construido desde la desconfianza en el otro, a partir de la falta de confianza en sus capacidades y/o intenciones.

De no ser así, con el desarrollo de la humanidad en los ámbitos productivo, la incorporación tecnológica, el avance científico, el progreso en la organización social y los derechos políticos, etc., hubiésemos resuelto buena parte de los problemas cruciales, y no tendríamos un panorama tan complejo en materia de condiciones de vida ambiental, social, política y económica como el que nos acecha en el avance de este siglo XXI.

Adicionalmente, buena parte de la no- solución de la(s) problemática(s) señaladas se sustenta en que hemos utilizado mayormente mecanismos y fórmulas técnico- científicas, lógicas y objetivas, sin contemplar al otro sujeto/persona como un ser capaz y con derechos equivalentes a los nuestros, pues eso implicaría además, el acto manifiesto de confiar en el otro.

Lo expuesto deriva -al menos- en dos consideraciones: una, creer que tanto mi [y/o] nuestros derechos son más importantes que los del otro (individualismo sustentado las más de las veces en el dominio tecnocrático que poseo de las soluciones) y, segundo, en que yo como sujeto, me otorgo la capacidad y autoridad (y en algunos casos el deber) de definir por el otro, esto es, sustituirle en sus derechos, no respetar su condición de igual -argumentando que es por su propio bien-, la que implica la creencia en que el otro se equivocará en sus decisiones, basado en el inconfesable razonamiento de la infalibilidad mía, pues de no ser tal ello implicaría reconocer que soy falible, lo cual nos sitúa al mismo nivel del que "sustituimos y obligamos a actuar como nosotros definimos", lo cual no solo evidencia desconfianza, sino un atropello a su condición de persona. Evidenciando la contradicción misma de su esencia humana, y razón inaceptable incluso si estuviese equivocado en sus decisiones, para obligarle a actuar según yo estime, esa es la expresión de la desigualdad de derechos y deberes sustentada en la desconfianza del actuar del prójimo sobre sus capacidades.

II.

En el sustrato de esta problemática reside -operacionalmente- un orden social crecientemente cuestionado, pero aún lo suficientemente sólido para sustentar un pacto social que reclama, sin toda la fuerza requerida para su cambio, de nuevos procederes que den vida y sustento a otros principios de organización de nuestra convivencia en la perspectiva descrita.

Este cambio es desde y con lo existente, esto es, se construye a partir de la situación presente y ha de imbricar a toda persona con su disposición, convicciones y voluntad, incluyendo al otro en este proceso, es decir a los otros.

La generación de confianza es un desafío de proporciones en nuestra sociedad presente, y una condición indispensable para la sustentabilidad de ella. En lo esencial, implica, como lo dice su nombre, confiar en el otro y asumir en razón de ello, la dependencia y responsabilidad recíproca que significa aquello respecto de otros y de éstos acerca de uno. Esta condición es clave para poder avanzar en un pacto social inclusivo, democrático, respetuoso. La construcción de confianzas requiere que los actores se vinculen en igualdad de derechos y deberes (mismo poder y atribuciones), y no en condiciones asimétricas, como por lo general muchos lo buscan como un resguardo ante, precisamente, la desconfianza en el otro.

Para avanzar en este plano es fundamental compartir con el otro en forma simultánea en el tiempo-espacio. Esto es, los actores han de vincularse, mirarse, relacionarse. Pero no es suficiente este conjunto de condiciones; adicionalmente se requiere que en los procesos en que se interactúa, dependamos de aspectos claves o cruciales ejecutados o bajo responsabilidad de otros, y por ende que los otros (y yo cuando corresponda) cumplan el cometido esperado en una situación que va más allá del deber directo, sino del deber a todo evento con el otro.

La generación de confianzas implica que un otro realice actos fundamentales para otro, no tareas secundarias o terciarias, sino de importancia y de condición decisiva, que signifiquen -necesariamente- que sean insustituibles para el logro de objetivos compartidos. Es decir, que exista una asimetría, en cuanto uno tiene poder sobre el otro, pero ese poder no se ejecute bajo designio autoritario ni paternalista, sino en función de lo que han acordado de la tarea-misión que se ha definido.

Este proceder debe aprenderse en la familia o núcleo basal de la sociedad, y reforzarse consistentemente en las diversas instancias del sistema educativo y en otros ámbitos de gestión, como el político. No obstante, implica -inicialmente- un acuerdo social mínimo por impulsar y respetar dichas normas y por ende, ha de tener, definir y construir prácticas conducentes hacia esta meta para transformarla -precisamente- en una práctica social enraizada que esté constantemente operando en pos de mantener y reforzar este proceder en la generación, mantención y sustentabilidad del pacto social.

En forma concomitante, aunque desde otra perspectiva, se necesita llegar a un acuerdo social que reduzca, si no evite, los procesos sustitutivos de personas en el campo laboral, salvo en situaciones muy específicas. Esto es, hoy en día y de manera creciente generado por la tecnología y el ansia de ganancia económica a todo evento. La persona ha sido crecientemente remplazada en muchas operaciones, varias con carácter repetitivo, pero en su substitución no ha generado nuevas propuestas en este plano, que impliquen, contrariamente al discurso, empleos u oportunidades laborales mejores, sino al revés. La tecnología reduce el contacto entre las personas, incluso con grandes avances en las comunicaciones, siempre minimizando el contacto-relación personal, elemento clave para la creación y desarrollo de la confianza: necesitamos comprendernos pero siempre en este espacio-tiempo compartido.

La sustitución de la persona es un mensaje claro, que afecta a los más vulnerables primero y a cualquier persona después, respecto de su prescindencia para el otro, su no importancia, privándole de oportunidades fundamentales para poder vivir: ese es el mensaje que refuerza, desde esta perspectiva la invisibilidad ante el otro. Si no existo, si no tengo importancia, si no tengo espacio ¿qué lugar ocupo?

Escalando en este plano, la misma sociedad ofrece poco espacio para "recuperar" la confianza sino más bien instancias episódicas que no siempre son posibles de articular por la persona, en tanto su desconfianza sea muy alta; más fácil es avanzar en sentido inverso. Hay demasiada evidencia respecto de la importancia de la desconfianza como instrumento de protección de una sociedad que te agrede.

Las soluciones a este desafío-problema son complejas, por cuanto el poderoso, aquel que domina la escena también teme, en el fondo de si mismo, de sus capacidades, de las capacidades del otro, y por lo mismo en este proceso de reconversión debe ser apoyado en su transformación. No obstante, ello no es fácil, primero porque confiar significa ceder o entregar poder sobre mi al otro, como también aceptar el riesgo y que los resultados no sean siempre en el sentido esperado; y en tanto así ocurra, el otrora poderoso evite o renuncie a recurrir a las estrategias e instrumentos "basados en la desconfianza" que otrora le fueron tan útiles para protegerse de la incertidumbre, cuestión que no es teórico- racional, sino también conlleva indivisiblemente un ejercicio en la práctica de esas situaciones.

Esto implica un tema cierto de poder al que la propuesta que se expone no puede sustraerse, pues la condición de igualdad plena de derechos y deberes es a todas luces un cambio de las relaciones de poder, sólo que debe hacerse entre todos y a partir de cada uno, y los ciudadanos somos irremplazables en esta tarea.