¿Acaso la literatura tiene respuestas para enfrentar los desafíos de la actualidad? ¿Cuáles son esas respuestas? ¿Es entonces un recurso para la humanidad?
Existen muchas motivaciones para abrir un libro, encender una pantalla, descargar un documento que trae consigo una historia real o ficticia contada desde los más variados géneros y estilos narrativos; sin embargo, hay una condición afín a todos y que además es atemporal, es la forma de vernos y enfrentarnos a nosotros mismos como individuos y como conjunto humano por medio de las narraciones.
En la literatura todo es lícito, inclusive para mostrar lo ilícito, ya sea que esté impuesto por un régimen político y jurídico, por las prohibiciones sociales, los miedos y tabúes ideológicos, religiosos, sicológicos, entre otros muchos que nos definen y nos restringen. Una de las virtudes de la literatura es su capacidad depurativa al regodearse y penetrar sin límites en nuestra condición humana, desde lo más noble y sublime hasta la bajeza más grande que nos representa, con la misma facilidad en que convierte lo sublime en miserable, y lo bajo y denigrante en enaltecido. La literatura nos exhibe con nuestras más profundas y exageradas contradicciones y paradojas, absurdos o fantásticos sueños, pero además lo hace con la más absoluta libertad. Libertad, aunque su producción sea el objeto planificado del más tiránico sistema sociopolítico, porque allí, incluso, se construye el espacio de mostrarnos de qué somos dueños o de qué carecemos. Aún, en la misma censura se devela quiénes somos realmente.
Siendo este recurso tan preciado para hablarnos de sí mismos y lo que potencialmente se podría llegar a ser, la literatura tiene un propósito fundamental para el presente y los tiempos venideros. Como antes lo hizo, hoy también dejará su rastro sobre quiénes somos ahora mismo para las generaciones del mañana, y las actuales. Y con ello nos uniremos a la cadena de la valoración universal.
Ante la pregunta que ustedes plantean sobre cuál es el principal desafío que enfrenta hoy la humanidad, lo definiría en una sola palabra: la supervivencia. Un reto que no es nuevo, es tan antiguo como la vida misma, no solo la humana, la de todas las especies y la del mundo.
Y ustedes se preguntarán qué puede hacer la literatura por la supervivencia que no haga ya la ciencia, la medicina y sus áreas curativas relacionadas, la tecnología, la economía, entre otros recursos más reconocidos. En este escenario la literatura parecería tan trivial como prescindible. Pero no es así, porque la literatura no se desliga de la esencia de la vida, y es una de las grandes creaciones humanas. Con su condición delatora, que nos deja expuestos en lo que los humanos somos expertos como la construcción de nuestras propias trampas de aniquilación: la mala política, la economía que obvia el sentido humano, la ciencia y la tecnología dirigidas a la destrucción, las posiciones extremas reflejadas en los odios fratricidas; en todos sus encubrimientos y ficciones, la literatura los desnuda de forma descarnada. Y no porque pelee con la política, la economía, la ciencia, la tecnología; al contrario, las incluye y por eso se apropia del derecho de exhibirlas plenamente. ¿Entonces cómo puede ayudar la literatura a nuestra supervivencia?
Señalo al menos cinco elementos: 1- La fuerza de la palabra. 2- La conexión con las emociones. 3- La individualidad en su unión con la sociedad. 4- El consenso y el disenso. 5- La empatía. Por supuesto estos no actúan por separado, todos están estrechamente relacionados, mezclados, enredados, mimetizados.
La palabra poseedora de significado ha sido abusada, maltratada, dicha de cualquier forma, cuando realmente constituye la representación del poder intelectual y emocional del ser humano. La literatura se construye desde la palabra para transmitir de forma sagrada y profana las realidades humanas y del mundo que debemos entender, entonces la palabra se convierte en una mediadora que debe ser respetada y valorada. Desde la conexión con las emociones por medio de la palabra que narra, estamos en capacidad de sentirnos, encontrarnos en medio de grandes confusiones, y descubrir también a los otros con una proyección que la misma razón muchas veces no alcanza, es una comprensión tan profunda y sanadora para el dolor y la frustración de los hombres como esperanzadora sobre nuestro devenir. Cuando leemos surge un gozo en una conexión personal, individual, que se dirige a nuestras experiencias e imaginación, al centro del propio corazón; al mismo tiempo, nos une íntimamente con otras vidas, reconocidas o impensables, y ahí nos vemos como parte de un todo al descubrir que somos lo que el otro es, y esa sensación debe ser un freno al atentado contra su integridad. De esa compenetración puede nacer el consenso y también el disenso, porque nos cuestiona e induce a la comprensión. De la comprensión nacen los acuerdos, a pesar de las confrontaciones. En estos escenarios y recursos que generosa nos regala la literatura está la empatía, esa capacidad de ponernos en el lugar del otro y que el otro lo tenga con nosotros en un acto de reciprocidad. Si intelectual y emocionalmente le damos el espacio a la empatía, especialmente en la cotidianidad, así como nos la hace vivir la literatura con sus relatos y personajes, es posible que podamos cultivar y desarrollar lo que la humanidad, las otras especies y el mundo muchas veces piden de manera desesperada: comprensión y respeto. La supervivencia de la humanidad y su entorno como desafío permanente, no solo necesita de los invaluables avances tecnológicos, científicos, sociales, entre otros, necesita una acción simple y compleja a la vez: mirarnos a los ojos mientras del interior brotan palabras conectadas a las emociones y al intelecto, para escuchar, entender, decir, disentir, consensuar, reconfortar, sentir y respetar nuestra existencia en el mundo. Y así evitarnos una mortífera guerra. El deseo de eliminar al otro y empezar a valorarlo.
ANEXO: Algunas frases y referencias literarias.
“Moby Dick de Melville, es un libro en el que mediante la ballena blanca, se dan rienda suelta a los miedos a la América de entonces, es decir, el miedo a los que no eran como ellos”. La maleta de mi padre, Orhan Pamuk.
“Y creo que hoy también estaría incompleta la obra de un novelista turco actual que no imaginara a los kurdos. A las minorías o ciertos puntos oscuros de la Historia de los que no se puede hablar”. La maleta de mi padre, Orhan Pamuk.
“¡Ese día me di cuenta – me dijo- lo solas que estamos las mujeres en el mundo!”. Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez.
“¿Y nunca se deja cegar por los prejuicios? Espero que no. Quienes jamás cambian de opinión tienen que estar muy seguros de juzgar correctamente al principio.” Orgullo y prejuicio, Jane Austen.
Sobre la mujer en la guerra: “Los relatos de las mujeres son diferentes y hablan de otras cosas. La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. (…) En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan el planeta junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible.” La guerra no tiene rostro de mujer. Svetlana Alexiévich
“¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.” Las campanas doblan por ti, John Donne, poeta inglés (1572-1631).