EL DESAFÍO DE UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL MUNDO Y DE LA VIDA - LUIS RAZETO

Aunque la ideología del progreso – esa que ha marcado a la sociedad humana a lo largo de la civilización moderna, dando sentido y orientación a la economía, la política y la cultura durante varios siglos – se encuentra en crisis y es cuestionada por múltiples y justas razones, sostendré que el principal desafío que enfrenta la humanidad en el presente es, precisamente, progresar, desplegar aún más las potencialidades del hombre, abrir nuevos horizontes a la experiencia humana, avanzar hacia una mayor plenitud tanto a nivel individual como colectivo, o si se quiere resumir lo anterior en una palabra sola, evolucionar. Ello requiere e implica desarrollar una nueva cosmovisión. Esta es la hipótesis que quiero proponer a la reflexión, la crítica y el análisis de ustedes.

Para comprender esta hipótesis es necesario ponerse en la perspectiva de la historia larga de la humanidad, y aún más allá, en la perspectiva de la evolución de la vida, y alcanzar incluso la que he llamado ‘conciencia noética’, como explicaré más adelante.

Si miramos y analizamos la realidad actual manteniéndonos en los marcos de la civilización moderna, que es capitalista en lo económico, estatista en lo político, y materialista en lo cultural, no podemos sino ser pesimistas respecto del futuro, y estar desesperanzados y desorientados. Pues, por un lado reconoceremos que en esta civilización la humanidad ha dado pasos gigantescos de progreso al haber generado formas de producción industrial altamente eficientes, un mercado global que permite acceder a una gama muy vasta de bienes, unas tecnologías avanzadísimas, unos estados capaces de proporcionar ciertos niveles de bienestar y protección social, unos medios de comunicación sorprendentes, inéditos niveles de consumo de bienes y servicios para un porcentaje importante de la población, notable expansión de la educación en todos los niveles, y un significativo alargamiento de las expectativas de vida. Pero al mismo tiempo, por otro lado, reconoceremos que todo esto se encuentra amenazado, en peligro de no ser sustentable en el futuro próximo, atravesado por gravísimos problemas sociales, políticos, ecológicos, ambientales, hasta el punto que muchos perciben que la sobrevivencia misma de la humanidad no está asegurada. Y por un tercer lado, todo lo que se ha logrado parece dejar a gran parte de la humanidad al margen de los beneficios, y a multitudes insatisfechas, dándose lugar a protestas, indignación, rechazo y oposición que pueden incluso alcanzar la fuerza suficiente para destruir esos logros o deteriorarlos seriamente. En mi opinión, el problema principal consiste en que esta civilización capitalista, estatista y materialista, ha dado de sí todo lo que podía ofrecer, y no está en condiciones de resolver esos problemas y de satisfacer las demandas sociales y las aspiraciones humanas. Por todo lo anterior cunde el pesimismo, la desorientación y la desesperanza.

De este estado de ánimo sólo es posible salir, y a partir de ello descubrir las posibilidades de progreso y avance hacia niveles de vida humana más plenos, poniéndonos en un punto de vista superior al de la civilización moderna en que estamos todavía inmersos. La dificultad principal para ello consiste en que, junto con experimentar y vivir la crisis de la civilización moderna, hemos dejado de creer y de confiar en el hombre, en la vida, en la naturaleza y en el espíritu.

El capitalismo nos ha convencido de que los seres humanos somos naturalmente egoístas, competitivos, ávidos. El estatismo nos ha convencido de que somos incapaces de autogobernarnos éticamente, siendo posible el orden social sólo mediante la imposición del poder y combinando el garrote y la zanahoria. El materialismo nos ha convencido de que no existe ninguna realidad espiritual que buscar y hacia la cual podamos trascender, que la vida es cruel, que el universo tiende indefectiblemente hacia la dispersión y la muerte. Y en lo más próximo, que el calentamiento global y el cambio climático son irreversibles. Pero ¿podemos los seres humanos vivir y tener esperanzas sin confiar en nosotros mismos, sin pensar que el futuro puede ser mejor, y sin creer en algo superior?

He planteado en distintas formas la necesidad de transitar hacia una nueva civilización, que nosotros mismos tenemos que crear y construir en lo económico, lo político y lo cultural. Ello requiere creer en las potencialidades del ser humano, y comporta una nueva concepción del hombre, de la vida y del universo. Se necesita una nueva cosmovisión, la que solamente puede sustentarse en lo más avanzado que hemos conocido hasta hoy mediante las ciencias, las filosofías y las sabidurías.

Desde los tiempos más remotos los hombres han mirado el cielo e interrogado a los astros del firmamento buscando respuestas a los grandes misterios del ser, de la vida y de la existencia humana. Podemos decir, en tal sentido, que el cielo ha provisto a la humanidad con sucesivas revelaciones. En efecto, los asirios, los chinos, los egipcios, los hebreos, loss hindúes, los mayas, los griegos, etc. han realizado distintas lecturas del cielo estrellado, escuchando sus voces y encontrando en él presencias arcanas y esotéricas. Se llaman precisamente “cosmovisiones’ esas grandes concepciones del mundo, de la vida y del hombre que distinguen a las culturas y civilizaciones.

Hoy el conocimiento científico, que constituye una nueva lectura del universo (de la materia, de la vida y del conocimiento), nos proporciona nuevas respuestas, y nos permite encontrar en las dinámicas espacio temporales del cosmos y de la vida las causas, el sentido y el fin del cambio permanente e irreversible que mueve a todo el ser. Es como una nueva revelación de lo que somos y del lugar que ocupamos en el universo. Mediante la comprensión filosófica y la sabia meditación sobre lo que nos enseñan las ciencias, adquirimos una nueva perspectiva y visión de la realidad, que nos lleva a valorar con otros ojos la exuberancia de la materia, la diversidad de la vida, la profundidad de la conciencia, los alcances del espíritu humano.

En el libro El Cosmos Noético mostré cómo la ciencia pone de manifiesto que el universo ha evolucionado en la precisa dirección de generar seres conscientes y cognoscentes que buscan conocerlo y que se preguntan por el sentido del todo. La Cosmonoésis consiste en ponerse en el punto de vista del Cosmos Noético, que mira en perspectiva el universo, la evolución y la hitoria, desde la formación de la materia hasta el surgimiento del espíritu en el individuo humano. Para acceder a dicho punto de vista es necesario un proceso de unificación y universalización del conocimiento, un conocimiento comprensivo de la complejidad.

Sabemos hoy que en nuestro pequeño planeta, que gira en torno a una estrella enana al borde de uno de los brazos de estrellas que forman una de las tantas galaxias que hay en el Cosmos, emergió la vida, la sensibilidad, la conciencia autoconsciente, el intelecto racional y parece que también el espíritu supraconsciente. En el proceso de unificación del conocimiento empezamos a tomar conciencia del Cosmos Noético.

No sabemos aún con certeza si en algún otro lugar del universo se hayan verificado las particularísimas condiciones que en la tierra hicieron posible que anidaran el conocimiento, las artes y el amor. Lo que sí sabemos es que, habiendo llegado a ser sujetos autónomos, conscientes y libres, que se guían en su acción por sus propias capacidades cognitivas, que se ponen libremente anhelos y fines, y crean los medios necesarios para realizarlos, los humanos tenemos con el Universo entero, con el Cosmos Noético que nos dió la vida, la conciencia, la razón y (tal vez) el espíritu, una responsabilidad tan inmensa y trascendente que nos cuesta comprenderla y asumirla en toda su dimensión y en su profundo significado.

Ante todo, somos responsables de nuestro planeta, de la vida en la exuberancia de su diversidad y en la armonía y equilibrio de su ecología. Nuestra especie ha poblado la tierra y en su afán de subsistir y progresar ha empleado energías y recursos naturales que pueden agotarse si continuamos empleándolos desaprensivamente. En la civilización moderna, la del industrialismo y el estatismo, hemos deteriorado la estratósfera (la capa de ozono), la atmósfera (polución y contaminación, cambio climático), la geósfera (desertificación, erosión), la hidrósfera (contaminación de los mares, ríos, lluvia ácida, pérdida de las napas), la biósfera (extinción de especies, desequilibrios ecológicos, deforestación), y ahora hemos ya comenzado a dañar el subsuelo (fracking). Es necesario cambiar radicalmente nuestros modos de relacionarnos con la naturaleza y de actuar en ella, siendo de nuestra responsabilidad permitir que muchas futuras generaciones puedan habitar felizmente nuestro mundo.

Somos igualmente responsables de extender y profundizar el conocimiento de las realidades física, biológica, cognoscente y espiritual, y de aplicarlo para preservarlas, desarrollarlas y perfeccionarlas. En ese sentido tenemos la tarea que nos ha planteado el universo al generarnos - después de 13.600.000.000 de años de evolución de la materia - como órganos capaces de conocerlo.

Somos responsables de nosotros mismos, de cada uno de los hombres y mujeres provistos de tan magníficas potencialidades, y de la sociedad que formamos entre todos y que necesitamos organizar de los modos más justos y solidarios para que podamos desplegar nuestras experiencias y búsquedas, nuestros sueños y creaciones, en armonía y en paz, generando nuevas experiencias y avanzando hacia la plenitud posible.

Cuando empezamos a comprender el lugar que ocupamos en el Universo y alcanzamos la que podemos denominar Conciencia Noética, nos percatamos de estar llamados, e internamente motivados, a evolucionar y realizar un cambio cualitativo en nuestros modos de vivir y de sentir, de pensar y de conocer, de relacionarnos con la naturaleza y entre nosotros, de comunicarnos y de actuar.

Comprendemos que lo que hemos realizado los humanos hasta ahora no ha sido más que una laboriosa preparación hacia algo que vislumbramos como decididamente superior a lo que hemos experimentado y conocido.

Como humanidad hemos realizado obras notables. Un logro magnífico, reciente, es el domino de aquellas energías y ondas electromagnéticas que nos permiten comunicarnos trascendiendo los límites del espacio y del tiempo que nos tuvieron por siglos limitados en nuestras capacidades de comunicarnos y coordinarnos a nivel planetario. Sobre las bases de la conciencia planetaria, del conocimiento científico, de las nuevas formas de comunicación, de la solidaridad humana y de las energías morales y espirituales que hemos desarrollado y que podemos expandir y perfeccionar, tenemos la posibilidad de crear una nueva y superior civilización.

Nuestras responsabilidades son tan grandes como nuestras potencialidades, y ambas constituyen la que podemos entender como la misión que nos incumbe, asumiendo que somos, en la tierra y quizás si en el universo, lo más reciente y nuevo, lo último que ha generado el Cosmos Noético, la más avanzada realidad que ha surgido en el proceso evolutivo universal.

Si lo comprendemos, asumiremos que nuestra misión evolutiva y nuestra tarea histórica es hacer surgir en cada uno de nosotros el espíritu, desde el cual y con el cual podremos realizar todo lo demás: progresar humanamente, salvaguardar la ecología y el planeta, reorganizar la sociedad, crear una civilización superior que facilite el más pleno desarrollo humano, desplegar el conocimiento, las artes y el amor en todas sus formas y manifestaciones.