Muchos son los desafíos que la humanidad puede y debe enfrentar durante los próximos años, décadas y siglos. Aquí he querido referirme apenas a uno de esos tantos; ¿Cómo hacemos para forjar una definición viva de la persona humana? En el presente escrito, planteo y desarrollo tres aspectos que considero, debieran tenerse en cuenta para lograr una definición “viva” del ser humano la cual pudiera ayudarnos en los dilemas del presente y del futuro. Estos aspectos son: la necesidad de que existan una multiplicidad de definiciones de la persona humana interactuando entre ellas, la necesidad de definiciones de la persona humana que no sean herméticas o ajenas a su contexto social y la necesidad de generar definiciones de la persona humana que no tengan intenciones de perpetuarse.
En los últimos doscientos años hemos sido testigos de algunas muertes decretadas por ciertos pensadores. Nietzsche anunció la muerte de Dios a finales del siglo XIX, Foucault la del hombre en la segunda mitad del XX y Fukuyama, la de la historia durante el crepúsculo de ese mismo período. ¿Por qué aquí hablo de revivir a la persona humana (2) y no de redefinirla? Porque si así como Dios o la historia, el hombre murió también, de lo que se trata entonces no es de redefinirlo, sino de revivirlo, de revivir algo que murió, de revivir a la persona humana, de forjar una definición en la que ella sea vivenciada, más que entendida.
Tamaño desafío claro está, si la definición por esencia es congelamiento y mata el devenir donde la vida tiene sentido. ¿Cómo hacerlo entonces? ¿Cómo hacer de la definición, del concepto, algo vivo? ¿Cómo se saca al pez del afluente con el propósito de entender su recorrido?
En primer lugar, asumiendo el contrasentido. No existe la definición conceptual de la persona humana viva. Pero si la vida misma es devenir, misterio, dialéctica entre caos y orden, la definición viva de la persona humana cobra vida, en el propio devenir conceptual. Es decir, una definición viva de la persona humana se da justamente en la posibilidad de interacción, complemento, pugna y diálogo entre las múltiples definiciones que existan de lo que los seres humanos somos.
¿Debemos pese a ello, esforzarnos individualmente por lograr forjar una definición de persona humana que intente ser bien lograda y conceptualmente bien acabada? Pienso que sí, pero la vida presente en esa definición que forjemos, no depende de esa definición en sí misma, sino de la posibilidad de existencia de otras definiciones, similares, contrapuestas, mucho más simples, mucho más complejas. Que la vida sople sobre esa figura de barro que hagamos con nuestra definición, depende exclusivamente de que nuestra definición de persona humana no sea la única. Para revivir al hombre (para nosotros, la persona humana) aquel hombre a quien Foucault decretó muerto, debemos redefinirlo conceptualmente, y esperar que muchos otros también lo hagan. Si por intentar darle vida a nuestra propia definición de la persona humana, negamos las demás, generamos el efecto opuesto al pretendido y nuestra definición se vuelve inerte, como todo concepto lo es con respecto a la vida. Nuestra definición de persona humana revive al ser humano, solamente mientras al mismo tiempo, existan otras distintas a la propia.
El hijo del Dios vivo cristiano, para ser hijo de un Dios vivo, debía ser, de una vez y al mismo tiempo, hijo de Yahvé, hijo de Inti y de Viracocha, hijo de la tierra, hijo de Olorun, hijo de Zeus (¿Acaso el hijo del Dios vivo cristiano que San Pablo anunció a los griegos, pudo ser vida allí en Grecia, si el hijo entre Dios y una mortal, no hubiese sido al mismo tiempo el propio Hércules?). Pero el hijo del Dios vivo cristiano era excluyente en su definición, no era hijo del Dios devenir, del Dios vida, del Dios misterio, del Dios contradicción, era hijo del Dios concepto claro y distinto. No le costó mucho al genio de Nietzsche descubrir entonces que estaba muerto, porque en realidad, al ser un concepto, nunca estuvo vivo. Algo no muy distinto le ocurrió al hombre que Foucault encontró muerto un día. Era tan claro, tan prometedor, tan ilustrado, tan perfecto, tan apolíneo, tan exacto, tan único, tan occidental, que no podía una cosa así de inmóvil ser afluente, ser devenir, ser misterio, estar viva.
En segundo lugar, debemos procurar dejar vivir a nuestra definición, lanzándola a la vida. No es suficiente con que existan distintas concepciones del ser humano para que se logre una definición viva de la persona humana. Si entre las múltiples definiciones de ser humano, lo que se tiene son pugnas o diálogos intelectuales encerrados en bibliotecas o círculos académicos, no podemos pretender que esas definiciones de ser humano sean definiciones vivas. La vida se juega en la vida. Gracias a la belleza del trabajo de Maturana y Varela, sabemos que la vida se reproduce y se autoreproduce en la vida, por la vida y para la vida. La definición de ser humano que nada tiene que ver con la vida humana, nada tiene que ver con la persona humana que está viva. Tal vez la pregunta central a la que lograron responder ingeniosamente los pensadores de la sospecha, Marx, Freud y Nietzsche fue; ¿Qué tienen que ver las definiciones existentes del ser humano con el ser humano? Hay que arrojar al devenir de la vida las definiciones de la persona humana que se forjen. Si quiero que mi definición de la persona humana sea una definición viva, tiene que pertenecerle al deporte, a las niñas y niños que juegan en el jardín, al adolescente que escucha reggaetón, al narcotraficante, al sacerdote, a la prostituta y al que compra sus servicios, a la persona que toma la locomoción, a las políticas públicas, al programa televisivo de farándula.
Desde luego, si hacemos esto lo que va a ocurrir es que nuestra definición de persona humana va a ser apoyada, reformulada, complementada, ignorada y también pervertida. Talvez un misionero en África entregue su vida amparado en nuestra concepción de persona humana. Talvez la tome en sus documentos el Fondo Monetario Internacional para justificar el endurecimiento de los ajustes estructurales que quitan derechos humanos a las personas del tercer mundo. Tal vez sea citada por un candidato presidencial corrupto para ganar una elección, por un dictador para ejercer una tiranía y al mismo tiempo, le haga sentido a una madre para sacar a sus hijos adelante. Una definición viva de persona humana no puede serlo si con ella se hace lo que nosotros esperábamos que se hiciera con ella, del mismo modo como nunca la vida de un hijo va a ser cien por ciento acorde a la formación que le dimos o una relación de pareja va a ser justamente lo que proyectamos. Arrojar nuestra definición de persona humana a la vida-para hacerla una definición viva-es hacerla real, impredecible, es decir, perderla.
Esta pérdida no debe sumirnos sin embargo en una resignación ante peligro del relativismo en el que la definición puede caer y enrarecerse. Esta pérdida es sobre todo, un acto de fe y de esperanza. De fe y esperanza en que la vida como siempre lo ha hecho, se abrirá paso, y una definición viva de persona humana es vida y por lo tanto, encontrará la manera de seguir siendo vida entre sus recovecos, del mismo modo como el evangelio de Cristo-de vida en abundancia- se abrió paso entre los inquisidores protectores del evangelio, entre los corruptos Borgias representantes del evangelio en la tierra, entre los violadores de indígenas misioneros del evangelio y pasando por todos ellos, la vida en abundancia del evangelio cobró sentido en Aparecida, en Romero, en Martín Baró. Si la vida no fuera más fuerte que lo que la trata de pervertir o destruir, no se estaría esta semana condecorando a la persona que motiva este diálogo, se estaría condecorando al racismo, al odio y al colonialismo. Pero la vida ganó. No hay que temer entonces a que una definición viva de persona humana sea lanzada a la vida para que tenga que ver con la vida, porque la vida siempre gana y se abre paso. Desde el inicio lo ha hecho de forma lenta y extraña, desde que la vida comenzó siendo una sopa de moléculas etérea con mínimas posibilidades de llegar a convertirse en células, en microorganismos, en supraorganismos, en especies, en civilización. Pero la vida ganó, venció los recovecos y logró convertirse en célula, en microorganismo, en supraorganismo, en civilización.
Finalmente, un tercer aspecto importante de tener en cuenta en una definición viva de la persona humana, es que esta definición en algún momento debe morir. Si no muriera, no estaría viva. Todo lo vivo muere, y lo que muere lo hace porque ha estado vivo. En la Cultura Occidental, se han intentado dar conceptos de persona humana con pretensiones de definirla de una vez y para siempre. Una definición de persona humana que se piensa inmanente y eterna, no puede ser una definición viva, porque la mayor certeza que tenemos de algo vivo, es que va a morir. Una definición de persona humana con pretensiones de perpetuarse en el futuro, y con pretensiones de haber explicado todo el pasado humano, es una definición inerte. Tal vez lo que Foucault encontró entonces no fue al hombre muerto, sino a un hombre que nunca estuvo vivo a partir de esas ambiciosas definiciones occidentales que lo explicaban, las cuales nunca morirían.
Y al morir, nuestras definiciones darán paso a otras definiciones vivas de persona humana y como la vida lo hace, tomarán el legado de las anteriores para entregar nuevas formas. Nuestra definición viva de ser humano, para serlo, debe desde su primer día, como todos nosotros, entregarse a ser un eslabón más de la interminable cadena de la vida.
Y es pues, una definición viva del ser humano, de lo que es la persona humana, aquella que desde mi humilde perspectiva, nos ayudará a entender a qué ser humano deseamos reivindicar en los desafíos presentes y futuros que enfrenta la humanidad.
(1) La pregunta que invita a la realización de este trabajo es no cabe duda, tremendamente compleja y difícil de intentar responder satisfactoriamente en las presentes páginas. Lo que pretendo entonces aquí, no es dar una respuesta concluyente a la interrogante planteada. Apenas busco entregar una apreciación que sea fraternalmente refutada, complementada o reconstruida en base al sano diálogo que en este espacio se establezca.
(2) Hablaré en este escrito de definir a la persona humana o al ser humano y no de definir al hombre (al referirme a este último lo hago repitiendo el concepto utilizado por otros autores), porque me parece importante partir por esa diferencia lingüística para lograr un concepto genuinamente vivo de lo que somos, hombres y mujeres.