Las categorías analíticas son claves para comprender mejor la realidad. El papel de la teoría es justamente ayudar a la práctica allanando su camino. En asuntos socioeconómicos, y más concretamente en los asuntos vinculados a los comportamientos solidarios en nuestras economías, se hace necesario revisar algunas de las categorías económicas más comúnmente utilizadas por los principales paradigmas teóricos, so pena de mirar con los anteojos equivocados ciertas prácticas concretas que enriquecen el panorama económico con el que convivimos a diario. Desde este punto de vista se comprenderán los dos objetivos superiores que guían a quienes nos hemos dedicado a las economías solidarias: por un lado se trata de rescatar todas aquellas experiencias que demuestran en los hechos cómo es posible, además de deseable, producir, distribuir, consumir y acumular con sentido solidario. Por otro lado se trata de construir el herramental teórico necesario para dar cuenta de lo anterior. Ambos objetivos deben complementarse. Si solo nos detenemos en la teoría sin vincularla a la práctica, podemos caer en la enajenación, o incluso en el mero ideologismo. Ahora bien, sin una correcta teoría, muchas veces las prácticas nos pasan desapercibidas, y terminan perdiendo fuerza como motores de cambios significativos.
Hemos sido testigos en tal sentido, acerca de cómo muchos grupos comunitarios y experiencias asociativas, sólo después de escuchar algo de teoría de las economías solidarias, comienzan a tomar conciencia de su identidad propia y de la potencialidad que su particular racionalidad tiene en materia de desarrollo humano. Dicho de otro modo, hay gente que hace economía solidaria sin darse cuenta de ello, lo que demuestra cómo el trajín de la práctica cotidiana suele envolver en un manto de reserva, las cualidades propias de cada experiencia.
En concreto, debemos dar cuenta de numerosos comportamientos contemporáneos que a priori podrían ser catalogados como irracionales desde perspectivas ortodoxas de la economía. ¿Cómo explicar por ejemplo, que una empresa comunitaria decida rechazar la oferta de uno de sus principales clientes para aumentar la producción? ¿Qué argumentos tenemos desde las ciencias tradicionales, para explicar cómo tanta gente prefiere dedicar parte de su tiempo (recursos escaso por excelencia, si es que hay alguno) a actividades que no le implicarán ningún retorno económico? ¿es razonable que millones de personas en todo el mundo se organicen para aportar de acuerdo a sus posibilidades y recibir de acuerdo a sus necesidades, sin que medie el manido pago por productividad?; o ¿qué es lo que mueve a millones de productores de todo el mundo a desechar los agroquímicos, cuando su uso podría abrir indudables posibilidades de mejora en materia de competitividad?. En la misma línea ¿qué ventaja económica sacan aquellos ciudadanos dispuestos a consumir determinados productos provenientes del comercio justo, con precios superiores a los del mercado? . Estas preguntas, enmarcadas en casos concretos que existen en nuestras economías contemporáneas, solo se podrán responder adecuadamente si partimos de una teoría ideada para dar cuenta de los fenómenos vinculados a las economías alternativas[1].
Estos comportamientos alternativos, constitutivos de una tercera lógica de producir, consumir, distribuir y acumular, con alta incidencia incluso en nuestros comportamientos cotidianos, se desarrollan en el marco del concepto que originalmente le atribuía Aristóteles a la economía, distanciándolo de la crematística. La economía, como nos lo recuerda el autor de Política, entiende en los asuntos del cuidado y gestión de nuestro ambiente, de nuestra casa, del entorno (oikos – nomía). La segunda en tanto, entiende en los asuntos del dinero y los precios. Definitivamente creemos que la economía contemporánea se ha transformado fundamentalmente en una ciencia crematística, olvidando sus raíces más humanistas.
La cultura y la economía
Desde este punto de vista se comprenderá como la economía es mucho más que meras fórmulas matemáticas. La economía implica tomar decisiones con vistas a la satisfacción de las necesidades humanas. Y desde el momento en que debemos comenzar a definir nuestras necesidades y debemos tomar nuestras decisiones, comienzan a importarnos los marcos sociales en los que estamos participando.
Uno de los puntos de partida de los autodenominados “socioeconomistas”[2], es que la economía debe quedar imbricada en lo social, lo que Polanyi llamaba “embedded economy”[3], y no como sucede en estos tiempos que corren, caracterizados por un dominio absoluto de lo económico sobre el resto de las esferas humanas. Una economía imbricada en lo social, significa ni más ni menos, pensar la economía en íntima relación con la cultura, esto es, con los valores, ritos, normas y racionalidades desarrolladas en determinado contexto.
En tal sentido, una cultura individualista será la plataforma perfecta para el desarrollo de una economía neoliberal, así como una cultura comunitaria y solidaria, posibilitará seguramente el desarrollo de una economía con rostro más humano[4]. Una de nuestras misiones consiste en observar las prácticas de nuestros pueblos para detectar cuánto de individualista y cuánto de solidario hay en nuestras culturas.
Es probable que luego de ver el estado de situación de nuestro mundo (verdadero desorden establecido al decir de Mounier), con tanta pobreza, con tanta iniquidad, con tanta violencia, y con tan poco respeto por lo que le dejaremos a nuestras futuras generaciones, caigamos en la tentación de pensar que no existe una cultura de solidaridad. En consecuencia, no habría terreno para solidificar un proyecto de economía solidaria. Mi punto de partida es sin embargo, muy distinto: sí existe la cultura de la solidaridad, y por lo tanto la economía solidaria no es un proyecto ex ante, de carácter ideológico, sino que se basa en hechos concretos presentes en nuestros mercados determinados. Sabemos por ejemplo, que esta cultura solidaria está especialmente presente en los pueblos autóctonos, en determinados sectores populares, y en tantos hombres y mujeres a lo largo y ancho del mundo dispuestos a apostar por el triunfo de los valores humanistas en el plano de las acciones concretas. Sabemos también, que el éxito de un emprendimiento solidario depende de cuánto se haya trabajado ese aspecto de cultura cooperativa[5].
Antes de continuar con nuestra argumentación, permítanme compartir con Uds. qué entendemos por solidaridad. Este término tiene a nuestro criterio dos grandes acepciones:
Primera acepción.
Etimológicamente, el concepto de solidaridad proviene del latín “solidum” (sólido) para hacer referencia a algo que está integrado.
Desde este punto de vista la solidaridad se entiende como hacer algo en conjunto, con espíritu comunitario y asociativo.
Segunda acepción.
En segundo término, se asocia a la solidaridad con el altruismo, para distinguir aquellas acciones que se hacen no en beneficio propio, sino en beneficio de un prójimo.
Atendiendo a las dos acepciones anteriores, podemos decir que la economía de la solidaridad incluye todas aquellas experiencias comunitarias donde se comparten medios y beneficios (caso de las comunidades de trabajo, las empresas autogestionadas, cooperativas, mutualidades, etc.); como aquellas otras que explícitamente tienen como referencia en los resultados económicos no solo los propios intereses, sino también –en un mismo o superior rango- los de terceros beneficiados (como ocurre con las corrientes de comercio justo, fondos de inversión ética, etc.).
La racionalidad de la cultura solidaria es utópica.
La racionalidad del sector solidario, por su parte, es justamente una racionalidad solidaria y comunitarista, que por momentos se comporta, a diferencia de un tipo de racionalidad hobbesiano ("todos contra todos"), como una racionalidad utópica. Esto ocurre, por cierto, en momentos en que lo solidario y comunitario se presenta como alternativo y minoritario, como ocurre hoy en día. Lo utópico, concepto que no podemos profundizar en este momento, pero que hace referencia a la persecución de un ideal mayor, viene a sintetizar la idea según la cual, los grandes pasos dados por la humanidad en el área de los conocimientos tuvieron su raíz en metas provocadoras, cuando no risueñas, para la mayoría de sus contemporáneos. Lo utópico y lo solidario se unen, pues, en el hecho que ésta última es la principal fuerza a la que se recurre para alcanzar logros que puedan dejar atrás la cultura del "no se puede". Los comportamientos sociales, desde esta lógica, como se comprenderá, son muy distintos a los antes citados. El profesor Joaquín García Roca lo relata de la siguiente manera: "Hay una esfera social en la que se activan las relaciones interpersonales y se fomenta la gratuidad; responde a la lógica del don, que se sustancia en el escenario de los mundos vitales y crea los espacios comunitarios. Se estructura como alianza, se sostiene sobre estrategias cooperativas, tiene su base moral sobre los sentimientos de solidaridad, y ayuda mutua. Sus virtualidades básicas las recibe de la auto - organización. Hay lugares donde sigue viva la exigencia de sentido, de comunicación interpersonal, de fraternidad. La lógica del don se reivindica para producir y distribuir ciertos bienes sociales caracterizados por la proximidad, la comunicación y la personalización. La vigencia del voluntariado social, las asociaciones altruistas, las organizaciones de ayuda mutua, ciertas cooperativas y algunas fundaciones, confirman hoy la potencia y actualidad de esta instancia que constituye el nervio del tercer sector"[6]. Desde esta perspectiva solidaria, y siguiendo al mismo autor, los bienes producidos pasan a ser bienes relacionales, con significados personales, sobre todo "de pertenencia, de confianza, de identidad, de reconocimiento, que son valores que se cultivan en los mundos de vida", dando lugar a acciones solidarias "capaces de recrear formas de agrupación y modos de asociación cuyo éxito mayor se basa en el ejercicio de la solidaridad y en la dignificación del actor humano, en la visión del cambio colectivo y en la articulación de lo microsocial con lo macrosocial"[7].
Visto de esta manera, los actores se autoperciben en esta lógica como hermanos, como compañeros, como socios o como copartícipes en determinada actividad. En definitiva, volvemos a una relación social que redescubre en el campo de lo social y de lo económico, la relación personalizada del yo - tú que Buber distinguía como central en su modelo comunitario.
Concluyendo
Creemos que los actos y experiencias solidarias, se apoyan en una matriz social de valores que justamente forman parte del acervo de cultura de nuestros pueblos. En el fondo, existe una racionalidad utópica en los valores de la cultura solidaria, que terminan por dar forma y contenido, además de mística, a diversas experiencias concretas que muestran cómo la eficiencia económica puede ir de la mano de la ayuda mutua, cooperación, y participación democrática.
Sostenemos que buena parte de las experiencias de solidaridad, constitutivas de un tercer sector de nuestros mercados, caracterizados por el espíritu asociacionista, por la lógica de la reciprocidad y del don, por la ayuda mutua, las relaciones de buena vecindad, la irrupción de lo comunitario, etc., rompen definitivamente con la idea de una sociedad como fruto de un pacto de tipo hobbesiano hombre-lobo, con naturaleza violenta e individualista. Tales prácticas solidarias, cuando tienen lugar en culturas predominantemente individualistas y hedonistas, solo pueden mantenerse en el tiempo si parten de premisas diferentes y tienen en el horizonte metas que sean tan alternativas como viables, impulsadas por un colectivo. Pensar con esa cabeza, es pensar en clave utópica, o como nos lo recordaba Dom Helder Cámera, “cuando soñamos solos es solo un sueño, pero cuando soñamos juntos es el comienzo de una nueva realidad”.
PREGUNTA
1. ¿Qué entiede por economía el Prof. Coraggio, y cómo se insertan sus mecanismos en las dimensiones sociales y culturales?. Desarolle su respuesta en hasta dos carillas.