En esta aplicación de la Teoría Económica Comprensiva a nuestras vidas, expondré de qué manera, en la construcción de una economía bien constituida, nos hacemos parte, cada uno de nosotros, del mercado, del estado y de las comunidades y asociaciones intermedias, y de qué modo esos tres grandes sectores o espacios de la economía se hacen parte de nosotros mismos. La comprensión de ello nos permitirá participar desde ahora mismo en esa construcción, con creatividad, autonomía y solidaridad, y desarrollarnos de modo más integral aprovechando las condiciones y oportunidades que cada uno de esos sectores nos ofrecen. Para entenderlo bien es preciso explicar algunos conceptos básicos de la Teoría Económica Comprensiva.
Una de las ideas centrales de la Economía Comprensiva es la conveniencia del pluralismo y de la diversidad en cuanto a las formas de producción, distribución, consumo y acumulación. Pluralismo y diversidad en el sentido de permitir y facilitar las iniciativas económicas de los individuos, de las familias, organizaciones y comunidades de la ‘sociedad civil’, y del Estado en sus varios niveles de agregación de la vida colectiva.
Pluralismo y diversidad también en cuanto a las formas de propiedad de los medios de producción, desde la propiedad privada individual hasta la propiedad universal o de lo que es común a toda la humanidad, pasando por el reconocimiento de la legítima apropiación de los recursos por los trabajadores y las empresas que los producen, las comunidades que asientan en ellos sus vidas, y los estados que los protegen.
Pluralismo y diversidad, además, en cuanto a los modos en que se transfieren y circulan los bienes, servicios, recursos y factores económicos, que determinan modos diferentes de relacionamiento entre los sujetos, a saber, los intercambios de mercado, las tributaciones y asignaciones que realiza el estado, las donaciones entre personas naturales y jurídicas, la comensalidad en las familias y comunidades, la cooperación en y entre grupos de asociados.
Pluralismo y diversidad, en fin, en cuanto al reconocimiento de que no hay una sola sino variadas y múltiples racionalidades económicas, resultantes de las diversas articulaciones posibles entre los elementos diferenciadores mencionados.
Las razones para afirmar la conveniencia del pluralismo y la diversidad son muchas, pero las podemos resumir diciendo que el pluralismo y la diversidad son lo que permite y facilita la expansión de la vida, de las personas en sus particularidades y vocaciones individuales, de la sociedad en todas sus variadas y múltiples potencialidades, y en camino hacia el desarrollo humano integral.
En una simplificación analíticamente útil, sostenemos que una buena economía es aquella en que conviven y se desarrollan armónicamente y en proporciones racionalmente equilibradas, tres sectores económicos principales: el sector de la economía individual, de propiedad privada y de intercambios de mercado; el sector de la economía cooperativa y solidaria, y el sector de la economía estatal o pública. Cada uno de estos tres sectores tiene sus ámbitos específicos en que se desenvuelve con ventajas y en que aporta mejor a la satisfacción de las necesidades y al desarrollo humano y social. Cada uno de nosotros forma parte de los tres sectores, y en cada uno de ellos tenemos derechos de participación y obligaciones que cumplir.
Las ponemos en este orden, porque es el ordenamiento que resulta de una sana concepción de la organización económica y de su desarrollo en vistas del mejor despliegue y potenciamiento de los seres humanos, que es el objetivo final al que ha de orientarse toda la economía.
En efecto, conviene, ante todo, el desarrollo y potenciamiento de las capacidades de las personas, de los individuos, en cuanto seres racionales y emocionales, conscientes y libres, singulares e infinitamente diversos, sujetos primeros y últimos de los derechos y de los deberes humanos. Hay que reconocer y valorar como esencial la libertad individual para que busquemos la satisfacción de nuestras propias necesidades, aspiraciones y deseos, para que realicemos nuestras propias iniciativas, proyectos y empresas, y para que busquemos los modos de relacionarnos con otros, de hacernos útiles a los demás y de servir a la sociedad. Los seres humanos nos desarrollamos, ampliamos nuestras capacidades y nos perfeccionamos, a través de lo que hacemos y en la medida de nuestras realizaciones y obras. En este sentido, es conveniente que las personas seamos libres para realizar todo aquello que seamos capaces de realizar en beneficio propio y de los demás.
Pero nos necesitamos unos a otros para realizar obras mayores, que requieren la confluencia de varias o de muchas personas. Por eso nos asociamos y cooperamos en emprendimientos y proyectos compartidos. Formamos grupos, comunidades, asociaciones, organizaciones, entre personas que compartimos los mismos objetivos, pero que aportamos capacidades, competencias y recursos diferentes y complementarios, necesarios para realizar obras y ejecutar proyectos de mayores dimensiones. Así nos enriquecemos unos junto a otros, aprendemos unos de otros, nos perfeccionamo con el concurso de nuestros aportes recíprocos.
En este sentido, es conveniente que todo lo que podamos realizar en agrupamientos y organizaciones pequeñas, en beneficio común y compartido, lo podamos realizar libremente. Es la importancia y el valor de las llamadas ‘organizaciones intermedias’, que se forman y están entre los individuos y la sociedad en su conjunto. Es la importancia de la economía solidaria. Sería un grave daño para nuestro desarrollo humano, si todo lo que trascienda las capacidades de los individuos, lo delegáramos en el Estado, o en entidades burocráticas de gran tamaño. Porque cuando delegamos atribuciones y esperamos que un organismo superior realice y nos provea de lo que podemos realizar en agrupamientos menores, estamos inhibiendo el desarrollo de nuestras propias capacidades, y atrofiamos nuestras capacidades de realizar obras en comunidad, debilitando éstas y reduciéndoles sus ámbitos de competencia y libertad.
Pero cuando se necesita la confluencia de los aportes de muchos, o de diversas agrupaciones menores, para realizar obras o emprender proyectos de gran envergadura, es conveniente que con el concurso de todos, surjan esas agrupciones mayores, provistas de la capacidad y libertad para realizarlas. El Estado, entendido como la agrupación mayor, que agrupa a todas las personas, grupos, comunidades y organizaciones menores existentes en un territorio nacional, será quien se haga cargo de aquello que requiere el concurso de todos, y que ha de beneficiar a todos sus integrantes.
Pero el Estado no debe hacerse cargo de aquello que podemos realizar las personas, ni las comunidades y organizaciones menores, porque si lo hace, nos expropia de nuestros derechos, de nuestras libertades, y al no sernos posible realizar lo que somos capaces de hacer, nos vamos atrofiando por desuso, y nos vamos convirtiendo en personas y grupos dependientes de que se nos provea desde arriba lo que nos sustenta. Cuando delegamos en el Estado nuestras competencias; cuando pedimos y exigimos al Estado que atienda necesidades que podríamos satisfacer personalmente o asociados en organizaciones intermedias, vamos perdiendo nuestras libertades, nos vamos atrofiando en nuestras capacidades, y nos convertimos en individuos desprovistos de capacidades y recursos, y en consecuencia, dependientes y subordinados a burocracias que deciden y actúan por nosotros.
Una sociedad constituida por personas que de ese modo han permanecido en niveles inferiores de desarrollo, y por agrupaciones y comunidades débiles y atrofiadas por no haber realizado lo que estaba en sus capacidades propias, será inevitablemente una sociedad débil, configurante a su vez de una humanidad pobremente desarrollada.
Por eso el Estado, en una economía y en una sociedad pluralista y diversa como la que propiciamos, no debe suplantar ni inhibir, sino al contrario garantizar que las personas y las agrupaciones menores podamos desarrollar nuestras capacidades, y realizar nuestros proyectos y emprendimientos, con libertad y autonomía, respetándonos unos a otros, y evitando que nuestras iniciativas personales o grupales afecten negativamente a la sociedad en su conjunto.
De este modo comprendemos que la sociedad humana debe construirse desde lo personal hacia lo social, desde lo pequeño hacia lo grande, desde abajo hacia arriba, o más exactamente, desde el centro que somos cada uno, hacia el círculo abarcante de la humanidad entera, pasando por las diferentes agrupaciones intermedias.
Ese camino lo podemos seguir como personas, cada uno, implicando nuestro propio desarrollo, transformación y perfeccionamiento. Es cierto que la sociedad como un todo no ha llegado a establecerse aún del modo conveniente para el mejor desarrollo humano. Llegar a ello será un proceso de desarrollo, transformación y perfeccionamiento que requerirá tiempo. Pero la economía es ya suficientemente compleja, pluralista y diversa, como para permitirnos elegir y decidir por nosotros mismos. Nada externo nos impide a cada uno que vivamos desde ya la economía del modo bueno para nuestro más pleno desarrollo personal. El impedimento es más bien interno, y reside en nuestra insuficiente conocimiento y comprensión de las alternativas, y en nuestra débil voluntad para vivir de acuerdo a lo que realmente nos conviene. Pero, lo repito, la economía actual es suficientemente compleja, plural y diversa como para permitirnos participar en ella guiándonos por los criterios que nos indica la Teoría Económica Comprensiva.
Esto significa, en concreto, que el comienzo y el centro de nuestro desarrollo económico personal consiste en ser trabajadores-empresarios y consumidores-inversores; ser personas que realizamos por nosotros mismos todo aquello de lo que nos vamos haciendo capaces, desplegando de este modo nuestras capacidades y potencialidades.
Y para realizar aquello que nos supera como individuos, nos podemos coordinar horizontalmente con otros que tengan similares proyectos y objetivos, y con ellos asociarnos y formar comunidades y organizaciones capaces de emprender y desarrollar obras mayores. De este modo nos potenciamos con el aporte de nuestros compañeros y socios, aprendiendo unos de otros, complementándonos en nuestras respectivas capacidades y recursos. Pero esta economía solidaria, creativa y autónoma, no es posible que sea constituida por personas que no se han desarrollado individualmente. Una supuesta economía solidaria crecida al alero del Estado, dependiente del Estado, es una economía inconsistente, no sustentable y destinada a perecer. La economía solidaria requiere, y a su vez forma y desarrolla, trabajadores empresarios, consumidores inversores, y personas que han aprendido el buen trabajo y el buen consumo.
Por eso, finalmente, sólo para aquello que requiere el concurso de todos y que a todos beneficia, recurriremos a aquellas instancias comunes, públicas, nacionales, estatales e internacionales, que son necesarias para lo más grande y general. Pero no delegaremos al Estado lo que podemos realizar nosotros mismos y nuestras asociaciones y agrupaciones menores. No esperaremos ni pediremos que el estado nos proporcione aquello que somos capaces de realizar y producir nosotros mismos con nuestras propias capacidades, recursos y fuerzas.
Así nos desarrollaremos plenamente; y en nuestras familias, organizaciones y comunidades seremos capaces de aportes crecientes; y así también las instancias colectivas generales en que participemos, llegarán a ser tan desarrolladas y fuertes como habremos llegado a serlo las personas y los grupos que seamos parte de ellas.
Luis Razeto
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