Todas las personas adultas tenemos no solamente el derecho sino también el deber de trabajar, para obtener los medios necesarios para vivir y sostener una familia, para ser útiles a otras personas, y para realizar un aporte al progreso de la sociedad. Además, el trabajo es una de las actividades que nos hace crecer como personas, en cuanto en y por el trabajo desarrollamos la creatividad, alcanzamos autonomía personal, y actuamos en cooperación y solidaridad.
Lamentablemente, a lo largo de la historia y hasta hoy, el trabajo ha sido esclavizado, explotado y subordinado, y ello lo ha desvalorizado ante los propios ojos de trabajador, y en la sociedad en general. No abundaré sobre esto porque es conocido y ha sido muy explicado y analizado. Lo que me interesa es mostrar cómo hacer para que nuestro trabajo recupere, a partir de hoy y concretamente, su condición humana y sus valores y sentidos profundos. Lograrlo está al alcance de todos, cualquiera sea la condición laboral en que nos encontremos: desocupado, cesante, empleado dependiente, trabajador por cuenta propia, trabajador asociado, empresario, etc. Pero es necesario desplegar un proceso, que parte en nuestra propia mente, con el conocimiento de algunas cosas importantes, y que supone disponer la voluntad para realizarlo.
Lo puedo expresar con una expresión muy sencilla: se trata de ‘asumirse como empresario del propio trabajo’, o también ‘gestionar el propio trabajo como una empresa’, o bien ‘ser trabajador y empresario a la vez’.
Para comprenderlo hay que conocer lo que es una empresa, desde la óptica de la Teoría Económica Comprensiva. Partamos diciendo que una empresa es una organización compuesta de seis factores productivos: fuerza de trabajo, medios materiales de producción, tecnología, gestión, financiamiento y ‘factor C’. Estos factores productivos no son simples variables económicas, ni cosas, sino realidades humanas, compuestas de informaciones y de energías, que las constituyen como activas, operantes, y que en cuanto actúan son productivas.
En este sentido, cada factor productivo puede ser identificado con un verbo:
La fuerza de trabajo la podemos expresar con el verbo ‘hacer’, en cuanto es la capacidad de realizar actividades y tareas empleando las energías y habilidades del cuerpo y de la mente, puestas en acción por un acto de la voluntad.
La tecnología la podemos expresar con el verbo ‘saber’, en cuanto es el know how, el saber hacer, esto es, el conjunto de conocimientos teóricos y prácticos que se aplican y se objetivan en los sistemas, procedimientos, especificaciones, diseños, fórmulas e innovaciones que se utilizan en la empresa.
La gestión la podemos expresar con el verbo ‘decidir’, en cuanto es la capacidad de tomar decisiones, de comandar y administrar, de programar y planificar, de lograr que lo que se ha concebido, planificado y decidido, se traduzca en acción ejecutiva o práctica.
Los medios materiales de producción los expresaremos con el verbo ‘tener’ o ‘poseer’, en cuanto son objetos o realidades materiales que podemos hacer productivos en la medida en que sean nuestros, que los poseamos o que estén a nuestra disposición.
El financiamiento lo expresamos con el verbo ‘creer’, porque la capacidad de obtenerlo y utilizarlo supone creer y confiar en lo que se va a realizar, que somos capaces de hacerlo, por lo cual estamos dispuestos a arriesgar alguna cantidad de dinero propio, o de obtenerlo como ‘crédito’ de parte de otro que confía y cree en lo que uno se ha propuesto realizar.
Finalmente, el ‘factor C’, que es la solidaridad convertida en fuerza productiva, lo expresaremos con los verbos ‘amar’ y ‘servir’. En efecto, es necesario que la empresa se organice con amor y con la intención de servir a los demás, mediante la producción de algunos bienes o la prestación de servicios que serán de utilidad para otras personas.
Pues bien, organizar y poner en actividad una empresa consiste en combinar armónica y eficientemente esos seis factores, y hacerlos funcionar en orden a la producción de un bien o de un servicio. También lo podemos expresar como “conjugar armónicamente, con ciencia y arte, esos verbos: hacer, saber, tener, decidir, creer y servir”.
Si eso es una empresa, todo trabajo, por simple que sea, lo podemos entender como una empresa. Por ejemplo, cocinar una cazuela implica: el trabajo de lavar, pelar y preparar los ingredientes (fuerza de trabajo, hacer algo); el uso de una cocina, una olla y otros útiles (medios materiales de producción, tener); el conocimiento de la receta y la habilidad de combinar los ingredientes conforme a tiempos y cantidades conocidas (tecnología, saber); la decisión de realizar la cocción conforme a un plan o programa (gestión, decidir); el dinero que se empleó en adquirir lo necesario (financiamiento, creer); y la intención de servir a los comensales (factor C). Los mismos seis factores están presentes y operantes en cualquier trabajo de servicio, como atender un enfermo, enseñar, lavar ropa.
Toda persona, en alguna medida, es poseedor de los seis factores. Todos tenemos alguna capacidad de trabajo, ciertos conocimientos prácticos, capacidades de decidir, alguna confianza y credibilidad, ciertos medios materiales, algún dinero, y capacidades de servir a otros. Con esos factores que tenemos, podemos trabajar, y podemos concebir nuestro trabajo como una empresa.
Lo que diferencia unos trabajos y empresas de otros son: las características que tienen los factores que se necesitan; la cantidad y complejidad en que se dispone de ellos; la intensidad con que se emplean; la eficiencia con que son organizados y utilizados. Por eso, hay trabajos (empresas) de mayor o menor tamaño y complejidad, y de mayor o menor eficiencia.
Puesto que cada uno de nosotros tiene, en alguna medida y en cierta calidad, los seis factores necesarios para producir, cada uno de nosotros es, desde este punto de vista, una empresa, un trabajador y un empresario al mismo tiempo. Si comprendemos que nuestro trabajo es una empresa propia nuestra, estamos en condiciones de transformar, desarrollar y perfeccionarnos como trabajadores y como empresarios, y con ello, transformarnos, desarrollarnos y perfeccionarnos como seres humanos.
Todo buen empresario tiene como principal tarea y responsabilidad en su empresa, la de expandir cada uno de los factores, perfeccionarlos, y combinarlos con creciente eficiencia, de modo que la productividad del conjunto de los factores con que opera la empresa sea mayor y mejor.
Es lo mismo que podemos hacer con nuestros propios factores: expandirlos, perfeccionarlos y mejorar la organización de ellos al trabajar con ellos. Esto implica: capacitarnos laboralmente, en el sentido de ampliar y perfeccionar las propias capacidades de realizar tareas y obras; estudiar, aprender, esto es, expandir los conocimientos y los saberes pertinentes, que nos hagan más innovadores y creativos; mejorar nuestras decisiones, asumiendo grados crecientes de libertad, alcanzado un mayor control de nosotros mismos y de nuestras relaciones con otros, gestionando nuestra vida con mayor sabiduría; formar y expandir un patrimonio material adquiriendo, cuidando y conservando lo que llegamos a tener, y con lo cual contamos para realizar nuestros proyectos; del mismo modo, cada uno puede ahorrar y formar un fondo de dinero útil, y hacerse más confiable y capaz de suscitar la credibilidad de otros respecto al éxito que podemos alcanzar con nuestros emprendimientos; y, en fin, cada uno puede hacerse siempre más útil a los demás, elaborando y produciendo los bienes que otros pueden necesitar y los servicios que a otros sirvan en sus propias vidas.
Asumirse como empresario del propio trabajo, o sea ‘gestionar el propio trabajo como una empresa’, esto es, ‘ser trabajador y empresario a la vez’, nos desarrolla como seres humanos, pues nos hace capaces de hacer, saber, decidir, tener, creer y servir, más y mejor.
Pero a todo esto que afirmamos le falta todavía un elemento clave o esencial: toda empresa tiene un proyecto, o incluso mejor, toda empresa es un proyecto. Para ser cabalmente empresarios de nosotros mismos, es preciso tener una idea clara de lo que queremos ser y de lo que deseamos hacer en la vida. Tener un proyecto personal, y en función de eso que queremos ser y hacer, o sea, para realizar ese proyecto, buscaremos los modos para disponer de los seis factores indispensables, en las proporciones y las calidades que serán necesarias.
Un proyecto empresarial debe ser realista. Es una iniciativa que, necesariamente, tiene que tomar como base y punto de partida la realidad concreta en que se encuentra el sujeto emprendedor, los recursos con que cuenta, el contexto en que está. Es precisamente por esto que cualquier persona, en cualquier circunstancia, está en condiciones de concebir un proyecto y realizarlo.
En el caso particular de una empresa – y de un trabajador/empresario de su propio trabajo – la realidad relevante para su proyecto es el mercado en que opera. Así, por ejemplo, si se trata de un trabajador dependiente, que está empleado en una empresa, su ‘mercado’ es esa empresa donde presta sus servicios laborales. Y será en función de esa empresa, o de otras empresas similares a las que pueda emigrar, que el sujeto pensará en desarrollar sus propios factores, para hacer que su trabajo sea más eficiente y que, en consecuencia, pueda merecer y exigir mejores remuneraciones y condiciones. Ese puede ser su proyecto de empresa.
Un trabajador por cuenta propia, un profesional independiente, un trabajador asociado con otros en una empresa cooperativa y solidaria, partirá igualmente de esas condiciones particulares y concretas en que se encuentra y donde realiza sus actividades laborales. Que de ahí en adelante, asumirá como empresario pleno, provisto de los seis factores, que puede potenciar y organizar de modos siempre más eficientes.
El ‘tipo humano’, o sea el modo de ser hombre o de ser mujer que caracteriza a una nueva y mejor civilización, lo hemos definido como una persona creativa, autónoma y solidaria. Esto, en lo específicamente económico, se realiza de modo especialmente coherente en el trabajador-empresario. Y es interesante e importante reconocer que trabajadores empresarios hay muchos en todo el mundo, y especialmente en nuestros países latinoamericanos. Y lo más importante es que todos podemos empezar y llegar a serlo.
Luis Razeto
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