ACTITUD METODOLÓGICA IX - Sobre el amar, crear y transformar.

Amar la realidad, de la que somos parte, que nos abraza y cobija en todo lo que somos, que es lo único que tenemos, que es el marco permanente de todo lo que hacemos, que nos provee lo que necesitamos para seguir viviendo y para realizar nuestras propias creaciones, que nos permite actuar sobre ella misma para transformarla, desarrollarla y perfeccionarla, y que en cierto modo está toda entera en nuestro interior, llenando nuestra personal intimidad. La realidad nos devela sus secretos y despliega sus potencialidades cuando la amamos, cuando buscamos conocerla en todos sus elementos, aspectos y dimensiones, y cuando actuamos en ella con creatividad, autonomía y solidaridad.
 

Cuando digo amar la realidad digo también y en principio amarse a sí mismo, con todo lo que somos íntimamente y con todo el mundo exterior que nos rodea, con el que nos relacionamos y que forma igualmente parte de lo que somos.

Amar la realidad es también amar al otro u otra en quién nos reflejamos, y a todas las personas, sean familiares o transeúntes que encontramos de paso, sea que se nos presenten como amigos o que parezcan enemigos, siendo todos integrantes de la comunidad y de la sociedad por la que somos lo que somos y a la que nos debemos.

Amar la realidad es también amar a la naturaleza, con todos sus paisajes, su flora y su fauna, que son también partes nuestras tanto como somos parte de ellas; amar entonces al universo entero, y en última síntesis, amar al ser que todo lo es, todo lo penetra y todo lo trasciende.

Amar la realidad constituye la actitud fundamental e indispensable tanto para el desarrollo personal como para la acción y el desarrollo social, económico y político, como igualmente lo es para la investigación intelectual y la creación artística. Podemos considerar también el amor a la realidad como la base sobre la cual se constituye y desarrolla toda experiencia humana espiritual.

Amar y conocer van siempre juntos. Se da una relación íntima, bi-direccional y sinérgica, entre el conocimiento de la realidad y el amor a la realidad. Si no amamos a la realidad ésta se nos torna refractaria a nuestro conocimiento; por el contrario, amarla es la actitud que nos abre a sus secretos, estructuras y procesos. Amar la realidad implica y requiere también conocerla, pues sólo amamos lo que llegamos a conocer, y mientras más amplio y profundo sea el conocimiento que tengamos de algo o de alguien, más intenso e íntimo llegará a ser el amor que podamos tenerle.

Esta relación bi-unívoca entre conocimiento y amor de la realidad se manifiesta en todos y cada uno de los niveles en que algo o alguien se nos presente como real. Conocimiento y amor en el plano de las realidades empíricas (materia y energía, seres vivientes y sensibles, etc.); también al nivel de las realidades fenomenológicas y subjetivas, conscientes y autoconscientes, con las emociones y sentimientos, ideas y búsquedas, anhelos y esperanzas que nos mueven; y de las realidades intelectivas, racionales y espirituales, con todas las formas, figuras y símbolos, números e ideas, y en sus infinitas y variadas combinaciones y relaciones.

La relación de amor y conocimiento de la realidad es para nosotros mismos transformación, desarrollo y perfeccionamiento de lo que somos, porque el amor hace que el amante se asemeje e identifique con lo amado, igual como el conocimiento pone la realidad conocida al interior del cognoscente que de este modo llega a identificarse formalmente con ella. Así, el conocimiento y el amor a la realidad son lo que nos hacen verdaderamente reales, mas plenamente reales, o sea, plenamente realizados, en el sentido más profundo del término.

Amar la realidad no es fijarla en lo que es ni sacralizar sus estructuras ni conservarla en el status quo, sino quererla en su permanente devenir y participar creativamente en su transformación. Criticar y eliminar lo negativo, distorsionado y limitante es un modo especial y profundo de amar, que se da solamente cuando el amor es genuino y comprometido. El cirujano que corta cuidadosamente la carne y desinfecta la herida sin que lo detenga el dolor que provoca actúa con amor verdadero, siendo en cambio falso y engañoso el actuar del médico que apiadándose del paciente hace que su llaga termine infectada.

Pienso que hay que amar la realidad como el escultor ama la piedra de la que extraerá la obra que ha concebido en su mente, y que por ello no duda en golpearla con el cincel y el martillo ni teme sacarle pedazos inútiles y busca darle formas nuevas y procede a pulirla hasta que considera que su obra está perfectamente cumplida.

El escultor debe conocer íntimamente y amar entrañablemente la piedra que golpea y transforma al crear su obra. El escultor que no conoce y ama y transforma de este modo la piedra no podrá nunca hacer una obra de arte con ella y desde ella. El arte como la ciencia y la cultura, como la economía y la política, son desarrollo, transformación y perfeccionamiento, son creación de lo nuevo a partir de lo viejo.

La transformación del mundo no es amor en las nubes. La realidad se transforma siempre con la realidad, de modo que podemos amar la realidad como fin y como medio. No hay otro modo de actuar y cambiar el mundo que haciendo que unas realidades actúen e interactúen con otras realidades, implicando a menudo la contradicción y el conflicto entre las partes. La contradicción y el conflicto son también parte de la realidad que hay que conocer y amar.

Pero de lo que se trata siempre es de actuar en la realidad amorosamente para extraer de sus entrañas lo que tiene escondido, lo que está en ella sólo como posibilidad, en potencia o poco desarrollado. Sacar de cada realidad lo mejor que tenga y pueda dar, hacer de la piedra una escultura, hacer de la naturaleza rústica un jardín ameno, hacer de la vida social un lugar de encuentros y convivencias, sacar de nosotros mismos lo mejor que tenemos y lo mejor que somos.