PRÓLOGO.

POR QUÉ Y PARA QUÉ

Las actitudes que adoptamos cuando pensamos y sentimos, cuando aprendemos y proyectamos, cuando conocemos y amamos, cuando actuamos y nos relacionamos, son muy importates en la vida. De ellas dependen nuestros éxitos y nuestros fracasos, nuestro desarrollo personal y nuestra inserción en la comunidad, nuestras capacidades de crear y nuestra riqueza interior. Y es importante tomar conciencia de que nuestras actitudes las podemos corregir y modificar, desarrollar y perfeccionar, sabiendo también que cada vez que actuamos o nos comportamos de un cierto modo, ese modo de actuar y de comportarse se refuerza, tendiendo a convertirse en un método, en un hábito. Por todo ello es necesario aprender a identificar y a distinguir cuáles sean las actitudes favorables y cuáles las que resultan inconvenientes.

He elaborado y me atrevo a proponer estas ‘actitudes metodológicas’, porque he visto con demasiada frecuencia que personas inteligentes, honestas y comprometidas en valiosas iniciativas solidarias, se comportan de modos tales que se obstaculizan a sí mismas en sus proyectos personales y colectivos, y sin quererlo ponen trabas a iniciativas de otros cuyos objetivos comparten y quisieran que prosperen. Personas idealistas y comprometidas con cambios sociales, pero que adoptan actitudes contraproducentes, se dañan a sí mismas y dificultan lo que quieren, sin darse cuenta y con la mejor de las intenciones.

Pienso que la sociedad en crisis, contradictoria, carente de paz y de profundidad espiritual en que nos ha correspondido vivir, condiciona a las personas para que se comporten como lo requiere el ‘sistema’ económico y político, y a quienes se resisten a adaptarse, los desorienta y desvía de manera que sus acciones carezcan de eficacia e incluso dañen a los movimientos transformadores en que participan.  

Es por eso que, quien quiera ser realmente autónomo y desde su propio sentir, pensar, relacionarse y actuar busque contribuir eficazmente en la creación de nuevas formas de organización económica, de nuevos modos de hacer política, de nuevas modalidades educativas y culturales, y más ampliamente, en la creación y desarrollo de una nueva civilización, debe ‘trabajar sobre sí mismo’, tomar conciencia crítica de sus propias actitudes y comportamientos, y corregirlos o afinarlos en lo que sea necesario.

Alcanzar una disposición mental y relacional saludable es en gran medida cuestión de actitudes: de actitudes cognitivas y de actitudes prácticas, los dos aspectos que he unido  bajo la expresión ‘actitudes metodológicas’. Somos sujetos cognoscentes y sujetos actuantes. Del modo como conocemos y del modo en que actuamos se configura nuestra personalidad, más o menos sana o enferma, más o menos constructiva o destructiva, más o menos creativa, autónoma y solidaria.

Estas actitudes metodológicas son generadoras de conductas, actividades y relaciones saludables, sinérgicas y eficaces, y forman parte de un desarrollo cognitivo y espiritual como el que distingue a las personas que son y quieren ser constructores y habitantes de una nueva civilización.