Confiar en nosotros mismos: en la propia capacidad de llevar adelante las iniciativas y proyectos que emprendemos, y en que nuestros esfuerzos y trabajos darán resultados y frutos valiosos. Confiar en las personas, especialmente en aquellas que comparten con nosotros objetivos y proyectos, emociones y búsquedas, aunque tengan ideas, enfoques y puntos de vista distintos a los nuestros. Confiar en que muchos elementos de la realidad operan a nuestro favor sin que lo sepamos. Pero confiar sin descuidar el análisis y la atenta valoración de los hechos, de las acciones y de los comportamientos de las personas, pues no hay que confundir la confianza con la ingenuidad y la credulidad.
La confianza de la que hablo no es la del niño que se fía desaprensivo porque está seguro del cuidado amoroso de sus padres, sino un estado de conciencia adulto que se logra como resultado del desarrollo personal y del compartir y trabajar junto a personas y grupos que hemos elegido conscientemente como compañeros de ruta.
Seguros de haber puesto todo nuestro empeño y capacidades en la realización de lo que queremos hacer, podemos confiar en que el resultado será positivo y que habrá valido la pena el esfuerzo, aunque no se logre lo que se espera o incluso si se llega a fracasar por la interferencia de factores externos o de acciones y omisiones que no controlamos. Porque la confianza en sí mismo no se funda en los resultados ni en los éxitos exteriores, sino en la verdad, la honestidad y los valores que guían nuestro propio ser y actuar y hacer. Tal confianza en nosotros mismos nos libera del temor al fracaso que tanto paraliza y que impide la realización de cualquier proyecto grande e importante.
La confianza en los otros no es la del ingenuo que cree que todos actúan con buenas intenciones y honestidad, sino el resultado de haber compartido esfuerzos y búsquedas, de haber conocido las limitaciones propias tanto como las ajenas, pero principalmente, de haber apreciado y valorado las capacidades y potencialidades que pueden ser desplegadas por cada persona cuando se encuentra en un ambiente de mutua confianza y apoyos recíprocos.
En un contexto de mutuas recriminaciones y desconfianzas, las personas nos insegurizamos y no podemos actuar libremente, que es una condición necesaria para que realicemos bien aquello que nos corresponde en función de las obras proyectadas. Otorgar confianza a los demás es un requisito para que ellos actúen por sí mismos, de modo creativo, autónomo y solidario, en orden a los objetivos compartidos. Quien sienta que no se confía en él temerá desplegar su creatividad, carecerá de la conveniente autonomía, y no se sentirá genuinamente solidario con la comunidad u organización de que forma parte.
Desarrollamos la confianza en nosotros mismos cuando los demás confían en nosotros, y confiamos realmente en los demás sólo si confiamos en nosotros mismos. La confianza crea confianza, en todas las direcciones, y es por ello que me atrevo a afirmar, sin saber exactamente la razón, que son muchos los elementos y aspectos de la realidad externa (que no controlamos y que no conocemos) que actúan a favor nuestro y de lo que queremos hacer y lograr; que lo que actúa a favor nuestro es más fuerte que aquello que está en contra.
Hay quienes perciben el mundo como ajeno y amenazante, un lugar más o menos siniestro donde nos acechan múltiples peligros y amenazas. Nada más paralizante que tal manera de pensar la realidad y relacionarse con ella. No sabría dar razones plenamente convincentes, pero mi propia experiencia, y sobre todo el observar cómo tantas cosas y obras valiosísimas que parecen tan improbables existen y se realizan, me han llevado a tener - y me mueven a recomendar - una actitud metodológica de confianza en la realidad múltiple, compleja, diversa, plural e infinita que nos rodea.
Es importante comprender que la confianza no es igual que la certeza: la confianza se da siempre en un marco de incertidumbre, pues si tuviéramos certeza no sería necesaria la confianza. Confiamos para que la duda y la incertidumbre no nos paralicen.
Pero es necesario confiar sin que ello implique descuidar nunca el análisis cuidadoso y atento de la realidad en que nos movemos, la crítica y la autocrítica constructivas que retroalimentan y permiten corregir constantemente nuestro quehacer, y la práctica habitual del ‘conócete a tí mismo’ como forma indispensable de aprendizaje y perfeccionamiento personal.