INTRODUCCIÓN
De vez en cuando es necesario volver a los principios e ir a los fundamentos, para renovar el espíritu de lo que hacemos y reencontrarnos con las orientaciones morales y las motivaciones ideales que nos impulsan.
Podemos definir la felicidad como el estado interior de satisfacción, gozo y plenitud que produce en nosotros la realización progresiva de lo que estamos llamados a ser como seres humanos, en las distintas dimensiones de la existencia en que se presentan y expanden nuestras necesidades, aspiraciones y deseos.
Estas dimensiones de la existencia humana son, en lo esencial:
1. La vida económica, por la cual satisfacemos nuestras necesidades de alimentación, vestuario, habitación, seguridad, salud, etc., y que realizamos mediante el trabajo y las actividades productivas, los intercambios que efectuamos con las otras personas y organizaciones que forman parte de la sociedad, el consumo de bienes y servicios, y la acumulación de reservas que nos permiten garantizar su satisfacción en el tiempo.
2. La vida comunitaria, social y política, en la que satisfacemos nuestras necesidades de pertenencia a colectivos humanos, nos hacemos útiles a los demás, construimos vínculos de amistad y solidaridad, y formamos parte de dinámicas históricas que vivimos socialmente, políticamente y como humanidad.
3. La vida cultural e intelectual, por la que conocemos la realidad en su unidad y en toda su diversidad y complejidad, nos orientamos en lo que hacemos con los valores y virtudes que hayamos desarrollado, desplegamos nuestra creatividad produciendo las obras y creaciones que nos expresan, y dejamos en el mundo las huellas de nuestras acciones y actividades transformadoras.
4. La vida espiritual, que vivimos interiormente, que nos lleva al encuentro de nuestra propia humanidad, nos mueve a trascender lo material, lo social y lo intelectual, y nos impulsa a buscar la plenitud del sentido de la vida y la trascendencia a la que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser.
Estas cuatro dimensiones esenciales de la existencia humana nos proporcionan, al desplegarlas y realizarlas, cada una sus propias satisfacciones y goces. En efecto, la ‘sabiduría del universo’ (póngale cada uno el nombre que quiera: Dios, la naturaleza, el cosmos noético, el azar) ha dispuesto para nosotros múltiples goces y placeres que nos facilitan la vida y nos mueven a desarrollarnos en esas cuatro dimensiones: los placeres de la vista, los encantos de la música, los perfumes de las flores, el sabor de los alimentos, las emociones que nos proporcionan los paisajes, y los animales; los placeres del sexo; las alegrías de la vida familiar; las emociones de la amistad y de la solidaridad; la satisfacción de observar los frutos del trabajo cumplido; el disfrute al consumir los bienes y servicios; los placeres intelectuales de la literatura, y de las ciencias, de la investigación y contemplación de la verdad; los gozos espirituales de la oración, de la meditación, los dones de la gracia divina.
De ninguna de estas cuatro dimensiones de la existencia humana podemos prescindir, siendo todas indispensables en nuestro desarrollo humano. Todas ellas están íntimamente relacionadas, y es en la articulación y armonía de su realización integral y progresiva, que alcanzamos la más elevada felicidad. Las unas sirven y enriquecen a las otras, y las dotan de consistencia, amplitud y profundidad humana.
Cada una de ellas tiene sus propias dinámicas y estructuras, y se despliegan conforme a sus propias lógicas y modos de desarrollo, que pueden ser más o menos favorables al desarrollo humano integral, y en consecuencia, proporcionarnos mayores o menores felicidades. Conviene, en consecuencia, examinarlas cada una en sus propios méritos.
En este trabajo enfocamos la dimensión económica en cuanto contribuye a la realización humana y a la felicidad, lo que implicará poner de manifiesto los aspectos éticos y espirituales involucrados en ella. Es, sin dudas una cuestión de extraordinaria importancia, en cuanto la economía constituye en cierto modo la base sobre la que se levantan y construyen las otras dimensiones de la realización humana, a las que condiciona en sus respectivas posibilidades de desarrollo y perfección.
En este sentido podemos concebir la construcción de una economía personal y familiar como la creación de los fundamentos de una vida humana plena. No es que en ella se cumpla la plenitud ni la perfección humana, pero la economía bien organizada y fundamentada éticamente, facilita el desarrollo moral y espiritual de las personas. Es algo similar a lo que proponen las órdenes religiosas cuando postulan su institución material y normativa, sus prácticas y disciplinas ‘exteriores’, como la organización de los medios para realizar, más pronta y plenamente, el desarrollo de la perfección interior de los monjes. Pero, obviamente no pensamos aquí en función de una vida monacal sino de la vida personal y familiar más plena y feliz, integrada sanamente en la comunidad y la sociedad.
I. LA ECONOMÍA PERSONAL Y FAMILIAR COMO CONSTRUCCIÓN DE LAS BASES DE LA VIDA FELIZ
Planteado así el asunto estamos invitados a pensar la dimensión económica desde nosotros mismos, y mirando a nuestra propia realización. Ello implica un cambio de perspectiva respecto a lo que nos tienen acostumbrados los economistas y los que analizan y critican la economía, que parten siempre de la ‘macroeconomía’ o del ‘sistema económico’ considerado como un todo y abarcando el conjunto de la sociedad.
El problema que tienen esos enfoques ‘macro’ y ‘sistémicos’, es que nos llevan fácilmente a olvidar que la economía, en lo esencial, ha de estar al servicio del desarrollo y de la felicidad real y concreta de las personas. O sea, de la felicidad nuestra, decada persona y de cada familia. Por eso la invitación a cambiar de mirada, y a ponernos, cada uno de nosotros, no como periféricos y dependientes respecto del amplio mundo de las realidades económicas de las que somos parte, sino como el centro de nuestras propias decisiones y actividades económicas.
La pregunta que nos planteamos es la siguiente: ¿cómo puedo, en mi actuar económico, alcanzar una mejor y más plena realización como persona humana, y en consecuencia, una mejor aproximación a la felicidad?
Alguien podría pensar que este enfoque que parte del individuo nos lleva al individualismo y al egoísmo. Veremos más adelante que no es así, sino exactamente al contrario. Mientras tanto, podemos corregir y reformular la teoría de la ‘mano invisible’, según la cual persiguiendo cada uno su propio interés, se realiza el bien de la colectividad. Esta idea proviene de la economía clásica, pero es una de las más criticadas por las corrientes económicas contemporáneas. La crítica que se ha hecho a la idea de la ‘mano invisible’ ha llevado a sostener un postulado contrario, esto es, que la única forma de encauzar la economía hacia el bien general de la sociedad es mediante una ‘mano estatal’, muy visible y fuerte, que regule y planifique la economía, obligando a los individuos y a las empresas particulares a que se enmarquen en políticas económicas organizadas desde arriba. Con ello, se delega la responsabilidad del bien común al Estado, y como consecuencia de ello los individuos tienden a liberarse de sus propios deberes éticos en sus actividades económicas, siendo el bien común algo que no está en sus manos realizar.
Esta consecuencia, si bien no querida o esperada, de la crítica a la idea de la ‘mano invisible’ constituye un grave error y perjuicio, cuya superación implica reconocer que hay algo de verdad en aquella teoría de la ‘mano invisible’, que es necesario rescatar, para evitar el excesivo estatismo a que conduce su simple negación.
Casi todos los grandes errores teóricos contienen un núcleo de verdad, que se distorsiona al absolutizarse y/o al entenderse de modo restringido. En este caso, el núcleo de verdad de la ‘mano invisible’, lo que debemos rescatar de dicha concepción, es que buscando cada uno, no la maximización de su interés egoísta, pero sí su propia realización como ser humano integral, y su felicidad éticamente guiada, se está en condiciones de contribuir, y se contribuye de hecho, a la realización del bien común, o bien general de la sociedad.
Si todos nos comportáramos éticamente en nuestras propias actividades económicas, el bien común estaría asegurado: operaría la ‘mano invisible’. Pero como no todos lo hacemos sino que en muchos predomina el afán de enriquecerse más allá de lo conveniente para el propio desarrollo humano integral, se hace necesario el freno y la regulación estatal que venga a corrijir los excesos y obligar a los demasiado ávidos a mantenerse en los límites de lo que no dañe a la naturaleza, a los recursos disponibles, y a la sociedad.
De acuerdo con esto, el Estado o el órgano regulador que sea, será menos necesario mientras más los ciudadanos nos comportemos éticamente; y en cambio, la mano del estado pesará más fuertemente sobre cada uno de nosotros, en la medida y proporción de nuestro desorden ético y de la desmesura de nuestras pretensiones.
Es por todo lo anterior que, en nuestro análisis y búsqueda sobre la dimensión económica de la realización humana, debemos partir de la economía personal y familiar, que es la unidad básica sobre la cual se eleva y construye la economía solidaria, orientadas ambas por el objetivo de la plena realización de las personas y de las comunidades, y que mejor favorecen y construyen el bien común.
Conforme a lo anterior, nuestro punto de partida es la identificación del objetivo a lograr, cada uno, en la dimensión económica de la vida, y que podemos formular en los siguientes términos: construir las bases económicas de una vida feliz es la tarea y el desafío primordial de las personas y de las familias. No sólo en función de sí mismos, sino también en orden al bien común de la sociedad.
En la construcción de tal objetivo las personas y familias han de encontrar apoyos, recursos y oportunidades en la economía general de un país y del mundo, en el mercado y en las políticas públicas; pero la construcción misma de la economía personal y familiar orientada al propio desarrollo integral, no puede sino ser obra de cada persona y de cada familia.
Una persona o familia que no logre levantar las bases económicas que sustenten adecuadamente su vida personal y familiar, difícilmente podrá realizar plenamente las otras dimensiones de la existencia humana, a saber, una sana relación e inserción en la comunidad, un desarrollo significativo de la vida cultural e intelectual, y una buena aproximación a la vida espiritual.
Pero ¿en qué consiste y cómo se alcanza esa adecuada economía personal y familiar? No, por cierto, en hacerse de grandes riquezas ni en acumular mucho dinero y propiedades. En efecto, una acumulación excesiva de riqueza y de bienes materiales suele implicar una distorsión del verdadero sentido de la economía, que en vez de ponerse al servicio del desarrollo personal y social integral, se concentra excesivamente en la dimensión económica de la existencia, menospreciando y dificultando la buena y solidaria inserción en la comunidad, atrofiando los valores culturales e intelectuales, e inhibiendo el desarrollo de las virtudes morales y espirituales. Además, la concentración de grandes riquezas en pocas manos suele lograrse a costa del empobrecimiento y la infelicidad de otras personas, lo que viene a negar directamente el sentido ético de ese comportamiento económico.
De lo que se trata en la dimensión económica es, en lo esencial, construir las bases de sustentación de la vida personal y familiar de modo que, mediante el propio trabajo y disponiendo de la propiedad y/o del acceso a los indispensables recursos, alcancen las personas y familias la satisfacción de sus necesidades, les sea posible participar activamente en la comunidad de la que forman parte, y dispongan de los medios indispensables para su desarrollo cultural, intelectual y espiritual.
II. EL TRABAJO Y EL CONSUMO COMO CLAVES DE LA REALIZACIÓN PERSONAL EN LA DIMENSIÓN ECONÓMICA DE LA VIDA.
Identificado el objetivo y la meta a lograr, surge la interrogante sobre los medios o el camino que lo permitan y faciliten. Es lo que examinaremos a continuación.
Como en casi todas los aspectos de la realización humana, también para la vida económica es necesario desarrollar las capacidades, los hábitos y los comportamientos apropiados, los que debieran ser formados durante la infancia y la juventud de las personas, pero que es una tarea personal que se extiende a lo largo de la vida.
Tratándose de lo económico, dos son los aspectos más importantes que considerar: el trabajo y el consumo. Sobre ambos tenemos unos grados importantes de control personal, y podemos efectuar sobre ellos decisiones relevantes.
Por ‘trabajo’ entenderemos, en este análisis, todas las actividades humanas que contribuyen a producir bienes y servicios, o como dicen los economistas, a ‘crear valor’. Incluye por lo tanto el trabajo manual y el intelectual, el trabajo de ejecución y el de organización y dirección, lo que hacen los obreros, los artesanos, los técnicos y profesionales, los gestores y organizadores de empresas. Se refiere - el trabajo - a la actividad realizada por la persona, en el marco de organizaciones económicas, que aporta a la producción de bienes y servicios y que genera ingresos monetarios.
Así entendido el trabajo, lo primero que se requiere es desarrollar la propia fuerza de trabajo, las propias capacidades laborales, que implica básicamente, calificarse mediante el dominio de un oficio o profesión, formar la disposición de la voluntad para ejecutar aplicada y eficazmente las actividades laborales, adquirir las competencias útiles para realizar un buen trabajo calificado, y/o para crear, administrar o gestionar una organización económica.
Dicho de otro modo, debemos ser capaces de generar honestamente los ingresos o las ganancias que sean necesarias y suficientes para adquirir los bienes y servicios indispensables para reproducir la vida personal y familiar a lo largo de la vida. Ser capaces, y hacerlo concretamente.
Pero aquí surgen interrogantes cruciales: ¿cuánto es el tiempo que debemos dedicar a trabajar? ¿Cuál es el criterio para establecer el monto de los ingresos con los cuáles acceder a los bienes y servicios que aseguren la mejor realización personal? Para responder esta pregunta es preciso examinar la otra gran dimensión de la economía personal y familiar, esto es, el consumo.
Por ‘consumo’ entenderemos el uso que hacemos de nuestros ingresos en la adquisición de los bienes y servicios que necesitamos, y la utilización efectiva de esos bienes y servicios en la satisfacción de nuestras necesidades, aspiraciones y deseos. Es en función del consumo que trabajamos, nos generamos ingresos y adquirimos los bienes y servicios; y es en el consumo que obtenemos aquella parte de la felicidad implicada en la satisfacción de nuestras necesidades y en el cumplimiento de nuestras aspiraciones y deseos.
Así entendido el consumo, es claro que nos servirá consumir todo lo indispensable para lograr la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos personales que nos signifiquen una buena y ética realización personal. En tal sentido, será importante la integralidad del consumo en cuanto a que en él se atiendan armónicamente las cuatro dimensiones de la existencia humana. En efecto, la vida social y comunitaria, la vida cultural e intelectual, y también la vida espiritual, requieren determinados bienes y servicios económicos para su despliegue. Y siendo estas dimensiones progresivas en cuanto a su relevancia para el desarrollo humano, será conveniente que las personas y las familias privilegien emplear sus ingresos en orden a proveerse de experiencias y aprendizajes más que a la adquisición y acumulación de cosas materiales. Una buena convivialidad familiar y social, el desarrollo de mejores niveles de cultura, el aprendizaje de conocimientos y de aptitudes, la apreciación de las artes, y la vivencia de experiencias significativas de desarrollo espiritual, forman parte de los objetivos que a nivel personal, familiar y social deben privilegiarse por sobre la adquisición y acumulación de bienes materiales.
Y en cuanto a los volúmenes del consumo adecuado, tengamos en cuenta que análogamente a cómo un exceso de enriquecimiento resultado del trabajo y de la producción puede inhibir el desarrollo humano integral, también un exceso de consumo (lo que suele llamarse consumismo) nos desvía del equilibrio necesario para atender las otras dimensiones de la vida, y puede distanciarnos de una adecuada y armónica realización personal.
Entonces hay que preguntarse: ¿cuánto es el consumo requerido en orden a nuestra mejor y más plena realización humana? Y ¿podemos disponer de algún criterio que nos permita discernir lo que podríamos llamar ‘el buen consumo’?
Buscando responder esta pregunta llegamos a conectarla con la anterior, referida al criterio para discernir el tiempo de trabajo conveniente y la magnitud de los ingresos que conviene generar para comprar los bienes y servicios que aseguren la mejor realización personal. Porque ambas cosas están relacionadas. En efecto, el tamaño potencial de nuestro consumo (esto es, el volumen y calidad de los bienes y servicios que podemos adquirir), depende de la magnitud de los ingresos que nos podemos generar mediante el trabajo que realicemos. A mayor cantidad de trabajo mayores ingresos, y mayores bienes y servicios que podremos adquirir y consumir. Pero la relación del trabajo y del consumo con nuestra felicidad y realización requiere un análisis más complejo, y es importante comprenderlo bien.
Trabajar es, sin duda, una satisfacción y un aspecto importante de nuestra realización personal, en cuanto los seres humanos necesitamos actividad, realizar obras, organizar, expresar nuestra creatividad. Pero trabajar más allá de cierta cantidad de tiempo durante el día, implica cansancio, pérdida de energía, desgaste e incluso agotamiento y estrés. Digamos que cierta proporción de tiempo de trabajo, por ejemplo, algunas horas diarias o semanales dedicadas a trabajar, nos resultan placenteras; pero a medida que aumenta la intensidad y la extensión del tiempo de trabajo, va aumentando el sacrificio y la insatisfacción que significa continuar trabajando. Por ello, normalmente queremos poner un límite al tiempo que dedicamos a la actividad laboral.
Algo similar ocurre con el consumo: éste resulta muy placentero al comienzo, en cuanto implica satisfacer las necesidades más importantes, o las que nos proporcionan mayor realización. Pero si continuamos consumiendo, cada nuevo bien o servicio consumido empieza a proporcionarnos menores satisfacciones, o sea, a medida que más consumimos va disminuyendo la satisfacción que obtenemos. Por ejemplo, comer con apetito es placentero; pero seguir comiendo después de sentirnos satisfechos, empieza a provocarnos disgusto. Consumir más allá de cierto límite, cualquiera sea el tipo de bienes o servicios de que se trate, puede ser penoso, inconveniente, e incluso llevarnos a experimentar severos problemas de salud física y psíquica.
De este modo, si relacionamos la cantidad del trabajo que realizamos para obtener ingresos, con la magnitud de la satisfacción que nos proporciona el consumo de los bienes y servicios que podemos adquirir con esos ingresos, podemos encontrar un punto de equilibrio, un punto óptimo, en que podemos detener ambas actividades económicas, el trabajo y el consumo. Ese punto de equilibrio queda determinado en el momento en que continuar trabajando nos reduce la satisfacción de hacerlo, al mismo tiempo que los ingresos que podríamos obtener aumentando el trabajo ya no nos proporcionan suficiente satisfacción, que compense el malestar de seguir trabajando.
Lo podemos representar esquemáticamente así:
Siendo: SMT = satisfacción marginal del trabajo, que a partir del punto a va disminuyendo con cada unidad de tiempo en que se extiende la actividad. SMC = satisfacción marginal del consumo, que a partir del punto b va disminuyendo a medida que aumenta el consumo realizado. (Nótese que en el gráfico los valores de la ordenada de la satisfacción son inversos para ambas variables, representando Insatisfacción para el trabajo, y satisfacción para el consumo). PMF = punto de máxima satisfacción o felicidad, donde se cruzan la SMT y la SMC.
El punto en que se cruzan ambas curvas es el de máxima felicidad económica, en cuanto continuar trabajando nos genera una pérdida de satisfacción, no compensada por el menor aumento de la satisfacción que nos proporcionarían los ingresos y el consumo que pudiéramos obtener extendiendo el tiempo o la intensidad del trabajo.
Por cierto, este ‘balance’ entre el trabajo y el consumo es subjetivo, en cuanto depende de las características de cada persona, del tipo de trabajo que se realiza, de las necesidades, aspiraciones y deseos que tenga cada uno. Y todo ello está fuertemente marcado por la ética personal. Por eso, la estimación del equilibrio económico entre las actividades que nos proporcionan crecimiento personal y satisfacción, o deterioro y malestar, ha de ser realizado por cada uno, lo cual puede ser todo un arte del buen vivir, y una expresión de la sabiduría personal.
Pero podemos avanzar en la comprensión de las condiciones objetivas y subjetivas que intervienen en este ‘balance de la felicidad económica’. Examinemos en primer término lo referente al trabajo.
La mejor realización y felicidad personal parece requerir que el balance o punto de equilibrio entre el trabajo y el consumo se alcance con un tiempo reducido de trabajo dedicado a la obtención de ingresos. En efecto, el hecho de alcanzar el equilibrio en pocas hora de trabajo diario o semanal, junto con implicar una satisfacción económica lograda, permite a la persona destinar más tiempo y dedicación a realizar las otras tres dimensiones de la vida: la convivencia y sociabilidad, la cultura y el conocimiento, y el desarrollo moral y espiritual.
Lo anterior debe ser matizado, porque hay que considerar las características y cualidades del trabajo que realizamos. En efecto, hay actividades laborales que nos resultan muy satisfactorias. Son las que en la figura están representadas por el segmento descendente de la curva de SMT (hasta el punto a), y será conveniente que dicho segmento se extienda en el tiempo. Por otro lado, hay actividades laborales que contienen significativos componentes de realización cultural, de aprendizaje intelectual, de relacionamiento humano y convivencia enriquecedora, de servicio a la comunidad e incluso de desarrollo espiritual.
Considerando todo esto, a lo que tendremos que propender es a reducir al mínimo el tiempo de trabajo que nos resulta insatisfactorio, o que no contenga significativos componentes de realización personal, cultural o de beneficio social, o que impida dedicar el tiempo que se desea a otras actividades de mayor contenido ético o espiritual.
En el mismo sentido podemos propender a ampliar la satisfacción que nos proporciona el trabajo, de varios modos:
1. Buscando trabajar en aquellas labores que mejor correspondan a nuestra vocación, a nuestras cualidades y características, y a nuestras aspiraciones y gustos personales.
2. Logrando que el trabajo que realizamos se corresponda adecuadamente al nivel de nuestros conocimientos, competencias y habilidades. Tenderemos a evitar asumir tareas y responsabilidades que excedan nuestras capacidades.
3. Esforzándonos en que el tipo de trabajo que realizamos tenga un mayor contenido cultural, intelectual y ético; que favorezca nuestra creatividad, que nos permita autonomía, que exprese valores morales, que sea útil a los demás.
4. Incrementando la productividad de nuestro trabajo, esto es, que sea más eficiente, más productivo, capaz de generar mayor valor económico por unidad de tiempo trabajada.
Examinemos ahora lo referente al consumo, que también podemos optimizar en orden a perfeccionar el balance entre el trabajo y el consumo que favorezca la realización personal en el campo económico.
Partimos de la base que el consumo es necesario, y que nos proporciona importantes satisfacciones, goces y placeres que contribuyen a nuestra felicidad y realización personal. Sin embargo, como vimos, a medida que aumentamos la cantidad de bienes y servicios consumidos la satisfacción que obtenemos va disminuyendo. Por otro lado, sabemos que si nuestras necesidades de consumir bienes y servicios económicos son reducidas, será menor la exigencia que tendremos de generarnos ingresos monetarios, y en consecuencia también será menor la cantidad de tiempo que nos obligaremos a ocupar en actividades laborales insatisfactorias.
Consecuencia de ello es que nos conviene reducir el consumo que nos proporciona menor satisfacción. Son las cantidades de consumo que en la figura están representadas por el segmento descendente de la curva de SMC, a partir del punto b. Corresponden, en muchos casos, a tipos de consumo que no nos generan una efectiva realización personal. Tal reducción del consumo innecesario y poco satisfactorio lo podemos obtener:
1. Buscando simplificar nuestras necesidades económicas, teniendo en cuenta que actualmente son muchas las aspiraciones a consumir que nos son inducidas por la publicidad, o por la envidia en relación a otras personas que ostentan consumo suntuario, o simplemente por un desorden moral que nos lleva a exacerbar la parte material de la existencia.
Pero también es posible expandir aquellos tipos de consumo que contribuyen más directamente a la realización humana (o sea desplazar a la derecha el punto b del gráfico). Esto se puede obtener;
2. Procurando que el consumo de los bienes y servicios económicos se conecte con las actividades que favorecen el desarrollo de las otras dimensiones de la vida humana, esto es, de la convivialidad, de la cultura y el conocimiento, y de la espiritualidad. Esto implica satisfacer las necesidades económicas mediante actividades de consumo que contengan un mayor contenido cultural, de convivencia y de espiritualidad. Un ejemplo de esto consiste en cenar, o sea satisfacer la necesidad de alimentarnos, haciéndolo en familia o en comunidad, mientras se fraterniza, se comparten experiencias y conocimientos, se inicia y concluye la cena dándole un significado espiritual, etc.
De estos modos, asumiendo el control con criterios éticos y en la perspectiva de nuestra mejor realización personal, de las dos actividades principales que como personas nos proporcionan felicidad e insatisfacción en la vida económica, cuales son el trabajo y el consumo, logramos favorecer, y poner nuestra vida económica al servicio del desarrollo de las otras tres más importantes dimensiones de la vida humana: la dimensión comunitaria, social y política; la vida cultural e intelectual, y la vida espiritual. Pero hay otra dimensión del asunto que es importante considerar1.
III. LA ECONOMÍA PERSONAL Y FAMILIAR COMO FUNDAMENTO DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA.
Me parece que alcanzar en la vida el punto de equilibrio entre las propias capacidades de trabajo y las propias necesidades de consumo, constituye una obligación moral para toda persona adulta normal, no afectada por graves debilidades físicas o psicológicas. No ser capaz de desarrollar las propias capacidades de trabajo, en lo suficiente para generar los ingresos necesarios para satisfacer necesidades básicas, pone en evidencia, o bien una cierta desidia, pereza o descuido del esfuerzo indispensable para hacerse útil mediante el trabajo, o bien unas excesivas demandas y aspiraciones de consumo, más allá de las indispensables para vivir sana y dignamente.
Al contrario, lo que podemos considerar normal en una persona adulta que haya procedido en su vida económica con los mencionados criterios de desarrollo personal, es que genere con su trabajo éticamente organizado, más ingresos que los que necesita para satisfacer su consumo éticamente dispuesto. Esto le permite formar una base de ‘reservas de valor’, esto es, un cierto volumen de ahorro (que es conveniente conservar para atender futuras necesidades o prever enfermedades, o realizar proyectos, etc.), o bien invertir productivamente de modo de generarse una renta que le reduzca las exigencias del trabajo directo, y poder por consiguiente dedicar más tiempo al desarrollo de las dimensiones superiores (desarrollo social, cultural, intelectual y espiritual) de la vida humana.
Ahora bien, como ya dejamos dicho, una excesiva acumulación de riqueza, más allá de lo necesario para atender las necesidades personales y familiares, considerando el indispensable ahorro para prevenir necesidades futuras que atender (educación de los hijos, eventuales enfermedades, etc.) o para realizar proyectos importantes, etc., constituye también una deformación moral. No es adecuado ni justo acumular más riquezas que las necesarias para una ‘vida buena e integral’, en el más amplio sentido de la expresión.
Es aquí, en la consideración de las dos situaciones mencionadas – la situación de las personas que no logran el ‘punto de equilibrio’ mediante el propio trabajo y consumo, y la situación de las personas que por su extraordinaria eficiencia laboral y su contenido consumo logran generar excedentes que sobrepasan lo necesario para su desarrollo personal –, que surge la economía solidaria, como camino especial y magnífico de realización y perfeccionamiento ético y espiritual de la vida económica personal y familiar.
Aquellas personas que por cualquier circunstancia no alcanzan por sí mismas el equilibrio de una buena vida económica desarrollando sus capacidades de trabajo y organizando adecuadamente el consumo, pueden encontrar en la economía solidaria una vía regia para lograrlo. En efecto, asociándose con otras personas, multiplicando su eficiencia mediante los efectos productivos del Factor C, organizando comunitariamente el consumo de modo de obtener mayor satisfacción de los bienes y recursos escasos disponibles, las personas logran – mediante la participación en iniciativas de producción y de consumo solidarias – alcanzar su realización personal en lo específicamente económico, con el plus de encontrar en esas mismas experiencias, significativas oportunidades de desarrollo comunitario, cultural, intelectual y espiritual.
Aquellas otras personas que por su mejor desarrollo económico personal y familiar logran generarse ingresos y acumular excedentes más allá de los convenientes para la ‘vida buena e integral’, podrán dedicar al desarrollo de la economía solidaria, al menos una parte de sus recursos excedentarios: aportando solidariamente a la formación de iniciativas de producción y de consumo de economía solidaria, o apoyando o aún mejor, organizando e invirtiendo en iniciativas culturales y educacionales, o de índole espiritual, que favorezcan el desarrollo humano integral no sólo de sí mismas, sino de la comunidad de la que forman parte, y de la sociedad en general.
En ambas situaciones - la de quienes no alcanzan por sí mismos el umbral de equilibrio entre el trabajo y el consumo que les garantice una vida sana y digna, y la de quienes lo sobrepasan en exceso generándoles riquezas que no les sirven realmente y que incluso les desvían de la correcta atención de las otras dimensiones de la vida humana - encontramos que la economía solidaria les ofrece las oportunidades y la ocasión perfecta para complementar su economía personal y familiar de modo que mejor favorezcan el desarrollo humano integral.
Pero no se trata de entender la economía solidaria sólo como un perfecto complemento de la economía personal y familiar, pues la manera óptima de organizar éticamente la economía personal y familiar, es aquella en que la misma economía personal y familiar se desenvuelve al interior de la economía solidaria. En efecto, cuando el trabajo se ejerce en empresas u organizaciones de economía solidaria, y el consumo se desenvuelve con los criterios que son propios de esta economía, el equilibro entre ambas actividades se tiende a establecer a nivel ‘estructural’, esto es, en la misma unidad económica, por la propia racionalidad de la economía solidaria, cuya eficiencia es mayor mientras más establezca dicho equilibrio en su organización interna.
Así, la racionalidad especial de la economía solidaria tiende por sí misma a lograr en sus participantes aquél equilibrio entre trabajo y consumo que crea las condiciones de su realización y felicidad. Y además, en las organizaciones de la economía solidaria se tiende a asociar de manera espontánea o natural, la actividad económica con el desarrollo de las otras dimensiones de la existencia humana: la vida comunitaria, social y política, la vida cultural e intelectual, y la vida espiritual.
Luis Razeto
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