IX. PARA LA RENOVACIÓN DEL COOPERATIVISMO EN EL MARCO DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA - Luis Razeto

IX. PARA LA RENOVACIÓN DEL COOPERATIVISMO EN EL MARCO DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA

I. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

La tesis que voy a exponer sintetiza lo que vengo elaborando y difundiendo desde hace 35 años sobre la economía solidaria. Es ésta: si el cooperativismo quiere participar de modo relevante en el desarrollo de una economía alternativa al capitalismo y al estatismo, que estando fundada sobre valores y principios éticos sea también eficiente en el actual contexto económico, debe experimentar un proceso de profunda renovación del pensamiento, de las prácticas y de los modos de organización que ha desplegado desde sus inicios hace más de 170 años.

Partimos de la constatación de que, no obstante el importante desarrollo alcanzado en todo el mundo, el cooperativismo ha manifestado límites en su crecimiento, y no ha llegado a imponerse como sujeto histórico dotado de efectiva capacidad de dirección de los cambios económicos y políticos. No obstante sus altos valores morales y el elevado consenso social que ha logrado como sujeto económico, social y cultural, se ha mantenido en un plano subordinado respecto a las grandes tendencias tanto del mercado como de la cultura y de la acción social transformadora.

Al nivel de las unidades o empresas cooperativas se manifiestan diversas debilidades y flaquezas que les dificultan su crecimiento en un contexto de competencia con las empresas capitalistas. Hay problemas recurrentes que no ha sabido superar: una insuficiencia crónica de capitales propios, junto a dificultades para conseguir financiamientos crediticios; un escaso dinamismo comercial; insuficiente movilidad de sus factores productivos; retardo en la asimilación de innovaciones tecnológicas; problemas de gestión en cuanto a asegurar la real participación de sus integrantes y adoptar al mismo tiempo decisiones eficientes y oportunas, equilibrando las exigencias de seguridad y conservación con las necesidades de riesgo e innovación.

Dificultades aparecen también en el proceso de integración entre cooperativas al nivel de la formación de un movimiento y de un sector económico-social cooperativo. Aquí las dificultades se refieren principalmente a la fijación de políticas generales que sean al mismo tiempo concretas; o sea, que incidan en el desarrollo de la cooperación en su conjunto, beneficiando también a cada una de las unidades organizadas. En tal sentido, tienden a generarse confusiones entre las funciones de representación y las de coordinación operacional para actividades económicas conjuntas.

Todos estos son problemas serios, que debemos reconocer como reales y actuales. Estoy convencido de que los cooperativistas los conocen por experiencia directa, y a menudo los reconocen en sus instancias de reflexión y evaluación. Pero tal reconocimiento suele hacerse en “tono menor”, atribuyéndolas a obstáculos externos o a deficiencias organizativas de tipo práctico, y poniéndolas en relación con limitaciones humanas o con un escaso desarrollo de la conciencia y de la ética cooperativista. Pero no se comprende suficientemente que hay problemas de naturaleza estructural, al nivel de la lógica operacional interna de las organizaciones cooperativas en la forma en que históricamente se ha sedimentado y consolidado su práctica. Podemos expresarlo de otro modo diciendo que es tan alta la valoración que se hace del cooperativismo en base a sus principios y valores fundantes, que la observación y el análisis de las insuficiencias que manifiesta en la práctica no llegan a suscitar un cuestionamiento más de fondo a su teoría y a su práctica.

Tengo la convicción de que el Cooperativismo puede alcanzar una renovada eficiencia económica, desplegar nuevas fuerzas para responder a la crisis económico-social contemporánea, y hacer un aporte sustancial a un proceso de transformación histórica de la sociedad; pero ello supone enfrentar – en la teoría y en la práctica - sus insuficiencias y limitaciones estructurales.

Todo indica que el cooperativismo tiene energías internas capaces de llevarlo a superar sus problemas y limitaciones por la vía de una renovación tanto organizativa como intelectual; renovación que no implica abandonar ninguno de sus contenidos y formas esenciales constitutivos, sino por el contrario, alcanzar un más coherente despliegue de su propia racionalidad económica, al nivel de empresa, de sector y de proyecto de transformación.

Más específicamente, identificamos cuatro aspectos principales en los que el cooperativismo requiere renovarse:

1. Es necesario reencontrar, reelaborar y profundizar el sentido y los fundamentos ideales, éticos y valóricos que fundamentan lo que queremos lograr cuando hablamos de economía cooperativa y solidaria.

2. Es necesario realizar una crítica rigurosa tanto del pensamiento como de las prácticas del cooperativismo, que devele las limitaciones de las organizaciones y procesos realizados hasta ahora. Una crítica constructiva que apunte a identificar con precisión las causas de las ineficiencias económicas que lo han afectado, y que permita avanzar hacia una mayor coherencia entre las prácticas organizativas y los fundamentos ideales y axiológicos.

3. Es necesario contextualizar y readecuar las actividades y procesos en los marcos de una realidad económica, social, política y cultural que ha cambiado aceleradamente en las últimas décadas, y especialmente en los años recientes. Ni los mercados ni los Estados son como eran en los períodos en que el cooperativismo desplegó sus mayores logros y realizaciones. La falta de comprensión de las exigencias de adecuación que esas transformaciones le han planteado, le han significado diversas crisis, bastante extendidas y muy fuertes en muchos países.

4. Es necesario reorientar la economía cooperativa y solidaria en orden a definir su aporte ante los grandes desafíos y tareas históricas que enfrenta la humanidad en el presente, que son, básicamente: generar un desarrollo económico y humano integral, que sea social y ambientalmente sustentable; avanzar en la creación de la que se viene denominando la ‘sociedad del conocimiento’; y transitar hacia una nueva, superior y mejor civilización.

Examinemos con algún detalle estos cuatro aspectos, comenzando por el sentido y los fundamentos de lo que hacemos cuando creamos y desarrollamos economía cooperativa y solidaria.

2. EL REENCUENTRO CON LAS RAÍCES FUNDANTES

El cooperativismo suele hacer referencia a sus muy conocidos ‘principios’, que vienen desde los orígenes del movimiento y que a lo largo del tiempo han experimentado varias reformulaciones, corrigiendo ciertas rigideces pero conservando el espíritu con que fueron planteados inicialmente. Junto a los principios se costumbra mencionar los ‘valores’ del cooperativismo, en términos que refieren a la ética de la justicia social, de la participación democrática, de la cooperación y el mutualismo, de la libertad de asociación, de la solidaridad y el bien común. Y se concluye afirmando un conjunto de ‘normas’ a las que deben atenerse las cooperativas en su organización y en su funcionamiento.

Ahora bien, la renovación del cooperativismo de que hablamos no se refiere a los principios con sus reformulaciones, ni a la enunciación de los valores fundantes, ni a la definición de las normas, sino al hecho que tanto los principios como los valores y las normas tienden a ser percibidos en la actualidad como retóricos, abstractos y poco convincentes, especialmente por los jóvenes que tienen la experiencia de ser constantemente sometidos al enunciado de principios, de valores y de normas por parte de todo tipo de ideologías políticas, organizaciones religiosas, misiones y visiones de empresas y corporaciones, que los difunden en términos publicitarios pero que no condicen con las prácticas y actividades reales desplegadas por esas entidades. Dicho más concretamente, en la cultura actual cada vez se cree menos cuando se mencionan principios, valores y normas, por más bellamente que sean expuestos y presentados.

Y como tampoco se cree mucho en doctrinas ni en ideologías, las cuales incluyen siempre un elevado componente de sacrificio personal que se exige a quienes las sigan, se hace necesario un nuevo discurso motivador, una nueva mística, una nueva fundamentación conceptual, una nueva estructura del conocimiento, para crear y desarrollar iniciativas que implican nada menos que una dedicación vital de las personas en su ejecución.

Pero ¿qué tenemos más allá de los principios, de los valores y de las normas? Ante todo y principalmente aquello que, en lo profundo de la experiencia humana, los fundamenta y justifica: una opción existencial, que hunde sus raíces en la propia naturaleza humana, por una vida de mayor felicidad y realización personal y comunitaria. Que constituyen, ciertamente, el sentido primero y último del cooperativismo y de la economía solidaria que es indispensable reencontrar.

La economía cooperativa y solidaria requiere presentarse como, y serlo realmente, una economía para las personas, de las personas y desde las personas. Eso es lo básico, que conlleva la negación formal de que se trate de una economía desde el capital y para el capital y desde el Estado y para el Estado. Ni siquiera se trata de sumarse a un movimiento que está allá, construido antes por otros, y que se nos presente como algo que ya existe fuera de nosotros.

Tenemos que afirmar enfáticamente que los protagonistas de la economía cooperativa y solidaria somos las personas, nosotros mismos. Ella está en nuestras manos, y depende de nuestra decisión, de nuestra conciencia y de nuestra voluntad el realizarla y desplegarla.

Que es una economía de, desde y para las personas significa que su objetivo primero, central y último, es nuestro propio desarrollo, el despliegue de nuestras capacidades y potencialidades, el bienestar y la felicidad de cada persona que crea y que forma parte de una cooperativa.

Esta realización personal incluye las cuatro grandes dimensiones de lo que somos las personas, las que han de estar integradas en el desarrollo de nuestras iniciativas y organizaciones cooperativas y solidarias.

1. La primera dimensión es la dimensión estrictamente económica, por la cual satisfacemos nuestras necesidades de alimentación, vestuario, habitación, seguridad, salud, etc., y que realizamos mediante el trabajo y las actividades productivas, los intercambios que efectuamos con otras personas y organizaciones, el consumo de bienes y servicios, y la acumulación de reservas que nos permiten garantizar la satisfacción en el tiempo. A todo esto los seres humanos dedicamos gran parte de nuestro tiempo, y para ello estudiamos y nos capacitamos.

Construir las bases económicas de su bienestar y felicidad es la tarea y el desafío primordial de las personas y de las familias. Me atrevo a decir que incluso constituye una obligación moral. Una persona o familia que no logre levantar las bases económicas que sustenten adecuadamente sus necesidades fundamentales de alimentación, salud, educación, vivienda y seguridad, difícilmente podrá ser feliz, ni tener una sana inserción en la comunidad, ni desplegar una consistente vida cultural e intelectual.

Por cierto, en la construcción de este objetivo las personas y familias han de encontrar apoyos, recursos y oportunidades en la economía general de un país y del mundo, en el mercado y en las políticas públicas; pero la construcción misma de la economía personal y familiar orientada al propio desarrollo integral, no puede sino ser obra de cada persona y de cada familia.

Las cooperativas y organizaciones de economía solidaria las crean las personas con ese fin: para favorecer la construcción de esas economías personales y familiares. Asociándose con otras personas que se proponen lo mismo, se logra disponer de los medios y recursos que, solos, no somos capaces de tener y gestionar adecuadamente.

Las cooperativas de trabajo y las empresas de trabajo asociado, son para desarrollar las propias capacidades y generar los ingresos indispensables. Las cooperativas de consumo, para organizar mejor el uso de esos ingresos y acceder con ellos más ampliamente a los bienes necesarios para satisfacer las necesidades personales y familiares. Las cooperativas de vivienda para realizar la aspiración de la vivienda propia familiar. Las cooperativas de ahorro y crédito, para formar un fondo de reservas que nos sirva para enfrentar emergencias y para financiar proyectos y emprendimientos diversos. Las cooperativas de servicios, para atender las necesidades de salud, previsión social, educación, etc.

Con ellas y por intermedio de ellas las personas nos ayudamos en la construcción de las bases de sustentación de nuestra vida personal y familiar. Y cabe agregar que esta economía cooperativa y solidaria es el mejor modo de lograr ese objetivo, pues en ésta las personas lo alcanzamos desplegando nuestra creatividad, al participar activamente en la organización; y lo vamos logrando con un máximo de autonomía, en cuanto otras alternativas implican dependencia, sea de empleadores externos o del Estado.

Ahora bien, las cooperativas y la economía solidaria no se limitan a esta función específicamente económica, sino que la cumplen buscando contribuir y poner las bases de sustentación de la realización humana integral, lo que implica hacer referencia a las otras tres dimensiones de la vida humana que son necesarias para nuestra realización y felicidad.

2. Junto con la dimensión económica, se presenta la dimensión de la vida comunitaria, social y política, que es también esencial para nuestro desarrollo. En esta dimensión social satisfacemos nuestras necesidades de pertenencia a colectivos humanos, nos hacemos útiles a los demás, construimos vínculos de amistad y de solidaridad, y formamos parte de dinámicas históricas que vivimos socialmente, políticamente y como humanidad.

Esta dimensión comunitaria y social se inserta naturalmente en cada cooperativa y organización de economía solidaria, en cuanto una cooperativa es un espacio de convivencia, de organización social y de participación, que genera un sentido de pertenencia, de servicio a los demás, de relaciones y vínculos de cooperación, solidaridad y amistad. Y más allá de esto, la participación en el cooperativismo y en la economía solidaria constituyen un modo de participar también en el perfeccionamiento y transformación de la sociedad en su conjunto. El cooperativismo es un movimiento que crea alternativas, que busca la superación de las injusticias del capitalismo, y de las dependencias y dominaciones que establece el estatismo.

3. La tercera dimensión de la realización humana, que está unida a las dos anteriores, es la vida cultural e intelectual, por la que conocemos la realidad en su unidad y en toda su diversidad y complejidad, nos orientamos en lo que hacemos con los valores y virtudes que hayamos desarrollado, desplegamos nuestra creatividad produciendo las obras que nos expresan, y dejamos en el mundo las huellas de nuestras acciones y actividades transformadoras.

También esta dimensión cultural y de desarrollo cognitivo forma parte de las cooperativas y de la economía solidaria. En ella adquirimos conocimientos sobre muchas cosas, se dan múltiples oportunidades de aprendizaje, y se realizan actividades de formación y educación. En la medida de nuestra participación activa, tenemos experiencias significativas y desplegamos aprendizajes esenciales para una buena vida.

4. Finalmente está la dimensión moral y espiritual, que vivimos interiormente, que nos lleva al encuentro de nuestra propia humanidad, nos mueve a trascender lo material, lo social y lo intelectual, y nos impulsa a buscar la plenitud del sentido de la vida y la trascendencia a la que aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser.

La dimensión moral y espiritual de la vida está siempre presente en una economía cooperativa y solidaria plena y coherente. Es una economía fundada en valores éticos, de justicia, de libertad, de solidaridad, de ayuda mutua y cooperación. El sentido más profundo de la economía solidaria y cooperativa está, precisamente, en incorporar ética y valores morales y espirituales en la actividad económica. Las experiencias más exitosas de economía cooperativa y solidaria son aquellas que tienen en sus orígenes, y que conservan y despliegan en su desarrollo, profundas motivaciones espirituales.

Estas cuatro dimensiones de la realización humana son los fundamentos últimos, la razón de ser de las cooperativas y de la economía solidaria. Por ello, constituyen criterios principales, que debemos tener siempre presentes, y con los cuales observar, analizar, juzgar y proyectar lo que estamos concretamente haciendo y logrando en nuestras organizaciones cooperativas y solidarias. Tenerlos presente, revisitarlos, es una fuente constante de renovación y perfeccionamiento de lo que hacemos. Pues si nos distanciamos de ellos, nuestras organizaciones van perdiendo sentido, se van distorsionando.

3. LA BÚSQUEDA DE LA EFICIENCIA Y DE LA COHERENCIA

Pasemos al segundo aspecto de la renovación necesaria, que deriva de la crítica de sus defectos específicamente económicos y de la búsqueda de la indispensable eficiencia y de una más plena coherencia con la racionalidad de la economía cooperativa y solidaria.

Punto de partida de este análisis es la necesidad de superar un gravísimo déficit del cooperativismo en cuanto a disponer de una concepción propia de la economía, científicamente fundada. El cooperativismo siempre ha estado acompañado de pensamiento y de cultura; pero ha sido fundamentalmente un pensamiento de carácter doctrinario, derivado de la ética, e ideológico, derivado de la confrontación con las formas económicas capitalista y estatista. Pero le ha faltado una teoría propia enmarcada en la ciencia de la economía, que lo oriente para resolver correctamente problemas económicos básicos, como la medición de la eficiencia, el tratamiento del capital, la definición de sus fines económicos, el tamaño óptimo, su modo de inserción en los mercados, sus formas de gestión, de financiamiento, de comercialización, de consumo y de acumulación.

Es una carencia que ha llevado a resolver esos problemas y cuestiones prácticas ‘mirando hacia el lado’: buscando y llegando a imitar en ciertos aspectos las formas capitalistas y en otros las formas estatistas. Y con riesgo de subordinarse a unas y a las otras. Menciono sólo algunos problemas derivados de esta carencia de desarrollo científico.

1. Definirse “sin fines de lucro”, non profit, no es suficiente y ni siquiera adecuado para precisar el objetivo económico positivo que se busca, y en base al cual analizar y evaluar la eficiencia. Toda organización económica debe crear valor, significando ello que el costo de los insumos y recursos que emplea sea menor al valor de los bienes y servicios que genera. En eso consiste la posibilidad de que la actividad económica genere beneficios a sus asociados y a la sociedad en general. La expresión monetaria de esos beneficios son los excedentes, con los que han de recompensarse los esfuerzos de los que contribuyeron a su generación, y efectuarse las inversiones que permitan crecer y mejorar la productividad de las actividades. Entonces, debiera pensarse en generar elevados beneficios y excedentes, y en utilizarlos de modo justo y solidario. Un modo de generarlos y de utilizarlos que ha de ser muy diferente en la economía cooperativa y solidaria que en la economía capitalista; pero debe ser un modo coherente, concebido con rigurosidad científica, y que oriente a maximizar la eficiencia de las cooperativas, pero medida según sus propios criterios.

2. No pensarse como empresa ha significado que las cooperativas tuvieran una especial dificultad para convocar, organizar y tratar del modo adecuado a los factores productivos necesarios para realizar las actividades económicas. No cabe duda que toda cooperativa es una empresa, una unidad económica que con el objeto de producir bienes y servicios emplea trabajo, capital, medios materiales de producción, tecnologías, un sistema de gestión, unas energías de integración social, etc. Pero el cooperativismo surgió en una época en que el concepto de empresa se identificaba con el capitalismo, que definía la empresa como una inversión de capital que se hace con el objeto de maximizar el rendimiento del capital invertido. Por eso las cooperativas evitaron pensarse a sí mismas como empresas, lo que llevó a una confusión e indefinición del propio ser como entidades económicas, y a severas dificultades para organizarse con eficiencia económica, todo ello acentuado por el hecho de que el cooperativismo no fue capaz de elaborar una teoría microeconómica propia, una específica concepción de la empresa cooperativa, muy distinta de la empresa capitalista.

3. Influenciado por el marxismo que identificó el capitalismo con el mercado, los pensadores cooperativistas se plantearon que estas organizaciones no debían operar en el mercado abierto sino exclusivamente con sus asociados. Pero el no plantearse la inserción en los mercados y operar solamente con los asociados ha impedido el crecimiento de las cooperativas y el aprovechamiento de las economías de escala; y paradójicamente, lo que ocurre en los hechos es que con ello el cooperativismo se auto-impide ser una forma de producción, distribución y consumo alternativa al capitalismo, pues no ofrece su producción y sus servicios a todos los integrantes de la sociedad sino exclusivamente a quienes se integran en las organizaciones que sustenta, que son una proporción menor de la población.

4. Otro de los problemas del cooperativismo ha sido una insuficiencia habitual de recursos financieros, que capta con dificultad. Una razón de ello es la definición del principio del ‘interés limitado al capital’. También éste en un error conceptual derivado de confundir el capital ‘capitalista’ con el capital social, que es el dinero aportado por los socios para constituir y acrecentar el patrimonio de la cooperativa. ¿Por qué castigar los aportes de capital de los socios ofreciéndoles un interés limitado, si dichos aportes son el resultado de la decisión de los socios que sacrificando su propio consumo forman un ahorro que destinan a la organización cooperativa? Ese capital, que en su sentido más puro puede entenderse como ‘trabajo anterior’ que el mismo socio ha realizado y que invierte en su organización, debiera ser recompensado con el mismo criterio con que se recompense al trabajo y a los demás factores propios, y así se benefician los socios y la cooperativa que de ese modo contará con los financiamientos necesarios para su desarrollo.

Es evidente que la crítica y el reconocimiento de estas dificultades y errores conceptuales no es suficiente. La efectiva superación de las limitaciones indicadas supone la elaboración conceptual, la difusión y la aplicación práctica, de una teoría económica rigurosa que, expresando la racionalidad especial de la economía cooperativa y solidaria, permita resolver de manera coherente cada una de las dificultades mencionadas, y que oriente los procesos de formación y desarrollo de las iniciativas y organizaciones. En eso ha consistido una de las principales contribuciones que ha hecho la teoría de la economía de solidaridad al cooperativismo. En dicha teoría, recogiendo la experiencia del cooperativismo pero yendo más allá de éste en el conocimiento y la valoración de diversas otras formas de economías alternativas fundadas en valores humanos, hemos ido formulando respuestas nuevas a esos viejos problemas; respuestas que abren a la experimentación de formas organizativas diversas.

En el tiempo disponible para esta exposición no podemos detallar dichas contribuciones teóricas, debiendo limitarnos a mencionar los temas en que se han realizado los aportes más significativos, desde la formulación de la economía de solidaridad:

* Una nueva concepción de la empresa cooperativa, en vistas de alcanzar un modo de operación más eficiente, no sólo manteniendo, sino incrementando la coherencia con los fundamentos esenciales de la cooperación, a saber, el carácter dirigente y central del trabajo, la gestión participativa y autogestionaria, las relaciones internas de solidaridad y comunidad.

* Una nueva comprensión de las articulaciones entre las unidades que componen el sector cooperativo y solidario, de modo de alcanzar formas superiores de coordinación e integración, profundizando también aquí la coherencia con el modo de ser, de relacionarse y de actuar inherente a las empresas cooperativas, respecto de los cuales toda instancia de coordinación y representación debiera entenderse como una prolongación o ampliación de su propio modo de ser y de hacer economía.

* Una reformulación y valoración del mercado, distinguiendo el mercado capitalista que es solamente una de sus posibles formas organizativas e institucionales, de otras formas del mercado que pueden ser justas, democráticas y solidarias. Ello implica entender que el mercado es una construcción social, un espacio de coordinación de las decisiones económicas entre todos los sujetos individuales y colectivos, incluidos los estados, que participan en él, y que puede ser modificado por la actividad de esos mismos sujetos económicos, entre los cuales el cooperativismo y las diferentes manifestaciones de la economía solidaria, en cuanto se reconozcan también como actores del mercado.

* Repensar el proyecto cooperativo global y las perspectivas transformadoras del movimiento, habida cuenta de las nuevas condiciones de crisis existentes en la sociedad, los desafíos que plantea, y la existencia de diversos y plurales procesos alternativos emergentes en los niveles tecnológico, organizativo, social y cultural.

4. EL COOPERATIVISMO A LA ZAGA DEL CAPITALISMO Y DEL ESTATISMO

El cooperativismo se concibe a sí mismo como alternativo respecto del capitalismo y del estatismo; pero para ser realmente una alternativa se requieren tres cosas: a) Una superioridad moral y espiritual; b) una teoría económica más amplia y más profunda que las que sostienen al capitalismo y al estatismo, lo cual es condición necesaria para que la economía cooperativa y solidaria se desenvuelva con autonomía respecto de las otras formas económicas; y c) evidenciar unos resultados de mayor eficiencia (en términos de precios al consumidor y de remuneraciones que puede proporcionar a los aportadores de factores productivos), tales que las personas y las sociedades opten por esta alternativa en razón de los mayores beneficios que les reporta.

De estos tres requisitos el cooperativismo cumple claramente el primero respecto del capitalismo. Con relación al estatismo, le ha faltado claridad en cuanto a proponerse como un modo de socialización más respetuoso de las libertades individuales y de las autonomías de las comunidades y organizaciones intermedias. En cuanto al segundo requisito ya nos referimos a las limitaciones existentes. Y respecto al tercero, los resultados ‘mejores a los de la competencia’ sólo pueden apreciarse en algunas entidades cooperativas, siendo muchas otras las que al no lograrlos han generado una cierta difusa desconfianza sobre la real eficiencia del cooperativismo como modo de hacer economía, lo que le ha restado fuerza de atracción.

En los hechos, la evolución histórica del cooperativismo pone de manifiesto una constante subordinación a las dinámicas principales del capitalismo y del estatismo.

La propuesta inicial y original del cooperativismo fue la afirmación de que el trabajo ha de ponerse en la base, en el centro, y en la dirección de las organizaciones económicas y de la economía en general. El trabajo por sobre el capital. Una concepción del trabajo como creador de valor económico, con la consiguiente exigencia de su justa remuneración en correspondencia con su productividad, y su reconocimiento como fuente legítima de la propiedad de los bienes y recursos económicos, fue esbozada por Adam Smith y desarrollada con orientación cooperativista por Roberto Owen y Carlos Fourier; pero la teoría económica derivó pronto en la concepción neo-clásica que subordinaba el trabajo al capital, y no se llegó a concebir una teoría alternativa rigurosa que fundamentara una verdadera economía centrada en el trabajo, que explicara su relación con los otros factores productivos, y que diseñara los instrumentos adecuados de medición del valor-trabajo. Carlos Marx, que entendió el trabajo como la única fuente de valor económico pero que postuló el denominado ‘socialismo científico’ centrado en el Estado, terminó inhibiendo el desarrollo de una teoría económica cooperativa en que el trabajo obtuviera su justa centralidad y apreciación.

Siguiendo con el vínculo que relaciona la historia del cooperativismo con el desarrollo del pensamiento económico, nos encontramos con la expansión que experimenta el movimiento cooperativo desde mediados del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Fue un período de la historia económica y política en que lo que se consideraba determinante era la propiedad de los medios materiales de producción: la tierra, las industrias, las máquinas, etc. En ese contexto, en el pensamiento cooperativo se fue desplazando la cuestión del trabajo por la cuestión de las formas de propiedad, que refería el tema al ámbito del derecho.

En ese contexto el cooperativismo se definió y articuló como propuesta de una economía en que los medios de producción fueran socializados, cooperativizados. Lo esencial que se planteaba era que los socios de las cooperativas fueran los propietarios de los medios de producción, en una modalidad de propiedad social o cooperativa en que ya no resultaba explícita la concepción del trabajo como creador de valor y fundamento de la propiedad. De hecho, en muchas cooperativas se adopta el concepto de la ‘propiedad social’ de los medios de producción, una noción que resulta bastante ambigua y que se presta a variadas interpretaciones. Podemos entender esto como un primer declive, que pone de manifiesto una incipiente subordinación conceptual respecto de las concepciones socialistas centradas en el Estado.

Cuando, después, siguiendo con el desarrollo histórico del capitalismo se difunde el modelo de las empresas como sociedades anónimas por acciones, que conlleva la separación entre la propiedad y la gestión, y el levantamiento de la gestión como lo central de la eficiencia económica, el cooperativismo se pone nuevamente a la zaga. Se enfatiza en las organizaciones y en los discursos el elemento de la gestión, de la participación en la toma de decisiones, y se desarrollan los modelos de la autogestión y de la co-gestión como formas alternativas a la gestión capitalista. En los hechos adquirieron gravitante importancia en las cooperativas los gerentes, los administradores y los gestores de las organizaciones.

En la evolución del capitalismo se llegó finalmente al predominio incontrastado del factor financiero sobre el capital productivo. Y el cooperativismo siguió esa dirección, subordinando nuevamente la orientación de su pensamiento y de su desarrollo práctico a los temas y cuestiones levantadas por las ciencias de la economía y de la administración capitalistas. El cooperativismo financiero llega a ser el principal elemento impulsor del desarrollo del cooperativismo.

Esta breve reseña de la subordinación del cooperativismo, que no ha alcanzado la autonomía suficiente para construir una verdadera alternativa económica al capitalismo y al socialismo, nos pone nuevamente en presencia de sus carencias teóricas, que en primer término se manifiestan al nivel de la ciencia económica y, más en profundidad, al nivel de su paradigma filosófico y su estructura cognitiva.

Hace 35 años, en mi primer libro sobre el cooperativismo y la economía solidaria (cuyo título Empresas de Trabajadores y Economía de Mercado incluía los dos términos claves de la economía moderna: empresa y mercado), sostuve que el cooperativismo llegaba tarde a ser parte de la economía de empresas y de la sociedad de mercado. He argumentado que este retraso ha sido consecuencia de no haber comprendido el verdadero significado de la empresa y del mercado, que se habían confundido con la micro y la macroeconomía capitalista. Se había confundido la empresa con una de sus formas particulares, la empresa capitalista; y el mercado con una de sus modos particulares, el mercado capitalista. Por eso los cooperativistas, y más en general, quienes aspiraban a introducir la ética, la cooperación, la justicia y la solidaridad en la economía, no han participado en el debate teórico ni en la experimentación práctica relativos a las formas de empresa y a los procesos de construcción del mercado. El cooperativismo se ha quedado fuera incluso del pensamiento económico, de la ciencia de la economía como disciplina intelectual. Así, las empresas fueron diseñadas sin nuestro aporte, el mercado fue construido sin la presencia de los principios y valores cooperativos, y la ciencia de la economía fue pensada y proyectada sin considerar la cooperación como factor de eficiencia, atribuyéndose ésta exclusivamente a la competencia y al interés individual.

He sostenido que ese rechazo de la empresa y del mercado ha sido el gran error histórico – a la vez económico y político - del cooperativismo, un error que le ha impedido liderar la construcción de la economía de empresas y de la sociedad de mercado, permaneciendo al margen de las principales dinámicas de la historia moderna.

Estamos hoy frente a desafíos nuevos. Y es muy importante identificarlos y elaborar las respuestas adecuadas que abrirán al futuro de la humanidad. Las sociedades y las economías contemporáneas enfrentan desafíos inéditos en el contexto de nuevas dinámicas económicas, políticas y científicas, y esta vez no debiéramos quedar fuera o al margen de su elaboración y de su construcción. Dicho de otro modo, tenemos una nueva oportunidad histórica de liderar los procesos económicos y societales que marcarán el futuro de nuestras sociedades por varias décadas e incluso durante siglos.

Lo que está surgiendo es la que ha comenzado a llamarse “sociedad de conocimiento”, que se relaciona con la economía de redes, y más ampliamente, con la creación de una nueva civilización, fundada en la creatividad, en la autonomía y en la solidaridad. Es el cuarto aspecto que convoca a la indispensable renovación de la economía cooperativa y solidaria.

5. LA ECONOMÍA SOLIDARIA EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO Y EN EL TRÁNSITO HACIA UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

La humanidad enfrenta problemas de enorme complejidad, que ponen en cuestión incluso su propia sobrevivencia. Ello plantea la necesidad de transitar hacia una nueva civilización, de la cual la economía cooperativa y solidaria está llamada a ser un pilar esencial. Pero la posibilidad de serlo realmente exige superar desafíos inéditos, siendo tal vez el más importante el que se relaciona con la creación y difusión del conocimiento. Es importante comprenderlo en profundidad para ver en qué medida puede participar en esto la economía cooperativa y solidaria. Es obvio que en el tiempo disponible sólo podemos proponer un esbozo de la cuestión.

En un mundo crecientemente complejo, en que los fenómenos de la naturaleza (cambio climático, contaminación de las aguas, desequilibrios ecológicos, calentamiento global, etc.) adquieren relevante y decisivo protagonismo; en que la proliferación de las informaciones y la multiplicación de las fuentes que las generan hacen crecientemente difícil la coordinación de las voluntades y decisiones; en que se incrementan exponencialmente los conocimientos sobre los más diversos aspectos de la materia, de la vida y de la conciencia, y que por su sola difusión transforman aspectos fundamentales de la vida humana; en que se han inclinado los consensos éticos e ideológicos básicos que sostenían el orden y guiaban los cambios económicos, sociales y políticos; en este mundo complejo en acelerada transformación, el conocimiento adquiere una especial centralidad, e impactará radicalmente cuestiones claves de la organización económica, política y cultural.

Un primer efecto a considerar es que la coordinación de las decisiones y la organización y conducción de la sociedad ya no podrán continuar entregadas ni a las dinámicas del mercado y de las finanzas, ni a la clase política y burocrática que gobierna los Estados nacionales. No podrá dejarse la coordinación y conducción de la sociedad a los mercados y a sus agentes financieros, porque son ciegos a muchas de esas dimensiones complejas de los problemas, y tampoco los políticos y burócratas del Estado están en condiciones de cumplir a cabalidad esas funciones, pues carecen de los conocimientos necesarios para enfrentarlos con éxito. Se hace indispensable la participación consciente, informada y activa de toda la sociedad, y de una sociedad civil que tendrá que dar un salto cualitativo en sus competencias cognitivas.

Es cada vez más evidente en este mundo crecientemente complejo, la necesidad de que el conocimiento y las ciencias asuman importantes roles en la articulación de las estructuras y en la conducción de los procesos económicos, políticos y culturales. De hecho los científicos y los hombres y mujeres dedicados al desarrollo del saber, están adquiriendo creciente relevancia y poder. Son fenómenos que se enmarcan y están siendo entendidos como parte del surgimiento de la ‘sociedad de conocimiento’. Pero esto no debe significar el levantamiento de una nueva clase científico-tecnocrática dirigente, que implicaría dejar a la inmensa mayoría de la población en la dependencia y la pasividad. Es aquí, en lo que podemos concebir como la democratización del conocimiento, por donde la economía cooperativa y solidaria puede jugar una función decisiva en el futuro.

Demos unos pasos en el análisis del asunto para comprender de qué modos la economía cooperativa y solidaria pudieran incidir significativamente en ello. Cuando se habla de ‘la sociedad del conocimiento’, lo que habitualmente se destaca es que el ‘valor’ y la productividad de las empresas, de los trabajadores, de los técnicos, de los administradores, de las comunidades, etc. está dado principalmente y cada vez más, por la capacidad que tengan de aprender, de generar y de desplegar conocimientos, de difundirlos y distribuirlos, y de aplicar esos conocimientos a la solución de los problemas que afectan a las personas y a la sociedad.

Pero no es solamente eso. La sociedad de conocimiento constituye un cambio muy radical en el modo en que se organizan las relaciones humanas y sociales, y en que se coordinan las diferentes actividades y funciones. La sociedad de conocimiento es una realidad que está surgiendo, y es también un proyecto de transformación social que se está impulsando desde diferentes ámbitos. Un proyecto orientado a establecer un tipo de organización de la vida humana en el cual las relaciones sociales ya no estarán tan determinadas por las cuestiones que marcaron los conflictos y las dinámicas de la civilización moderna, a saber, la propiedad de los medios materiales de producción, el control y manejo de las finanzas, y el ejercicio del poder político por tales o cuales partidos o grupos de poder.

Las relaciones sociales y los procesos y proyectos económicos y políticos se organizarán en base a los saberes, las informaciones y los conocimientos que las personas y los diversos y variados grupos humanos posean y que sean capaces de emplear en sus actividades. En tal sentido podemos afirmar que hay un profundo desplazamiento de lo que las personas y las sociedades ‘valoran’, de lo que merece ser buscado, creado, desarrollado. Dicho de otro modo, el conocimiento se está convirtiendo en la principal fuente de la creación de valor, y quienes lo detentan y desarrollan se están convirtiendo en la categoría organizadora de la economía y de la política.

Ahora bien, es importante darse cuenta de que el conocimiento ‘crea valor’ no solamente en las empresas y en las actividades productivas directas. El conocimiento que se expande en un individuo, lo hace crecer, lo perfecciona, lo hace ‘ser’ y ‘valer’ más, en las distintas áreas de la actividad humana. El conocimiento que crece y se despliega en una comunidad, en una cooperativa, en una organización política, en una entidad deportiva, en un movimiento social, o en cualquier tipo de organización, potencia a dicha organización, la hace más capaz, más fuerte, más creadora. El conocimiento que se desarrolla y difunde en una sociedad, aumenta el ‘valor’ (en el más amplio sentido) de esa sociedad.

Por todo eso, en la disputa y el conflicto cultural, social y económico que se da entre los distintos tipos de economía y entre los diferentes ‘sectores’ que compiten en el mercado, y también entre las diferentes racionalidades y opciones políticas y entre los diversos proyectos de sociedad, un factor decisivo del resultado será cada vez más, la capacidad y la dedicación que desplieguen sus participantes en las actividades y procesos de aprender, desarrollar, difundir y distribuir el conocimiento. La expansión y el perfeccionamiento de la economía cooperativa y solidaria dependerá, en gran medida y principalmente, del conocimiento pertinente que aprendan, produzcan, difundan y apliquen las personas interesadas y comprometidas en su desarrollo. La viabilidad de su proyecto económico, social y político será proporcional al nivel y a la calidad de los conocimientos con que dicho proyecto se elabore y proponga.

Si la economía, la política y la cultura del futuro próximo serán organizadas y perfeccionadas en gran medida y fundamentalmente desde el conocimiento, resulta claro que la economía, la política y la sociedad del futuro asumirán formas y contenidos diferentes y diversos, según cuáles sean las estructuras de producción, comunicación y difusión del conocimiento, así como las formas y contenidos del conocimiento que será desplegado. Es por ello que la economía cooperativa y solidaria debe plantearse ser un actor y protagonista importante en la construcción de la sociedad de conocimiento. La pregunta que surge es en qué formas puede la economía cooperativa y solidaria participar en este proceso.

Podemos distinguir al respecto dos planos de acción importantes. El primero se refiere a las estructuras y/o modos de producción, comunicación y difusión social del conocimiento. Existen actualmente, ampliamente difundidos, tres principales estructuras o modos de organización del conocimiento.

Uno es el modo capitalista, en que las grandes corporaciones financian y encargan investigaciones y estudios a Universidades, Fundaciones y centros de investigación ligados a las grandes empresas, donde se producen conocimientos útiles para la innovación tecnológica en ellas mismas, y se distribuyen externamente bajo licencias restrictivas que exigen el pago de derechos y royalties, estableciéndose que el conocimiento o información transferida no puede ser difundida por el comprador. Este modo ‘capitalista’ tiende a producir conocimientos avanzados y de alto valor económico, pero presenta dos evidentes limitaciones: deja sin abordar grandes áreas de la realidad y de los problemas que requieren ser socialmente resueltos, y es marcadamente concentrador en cuanto a los sujetos que pueden acceder a su utilización, excluyendo a todos los que carecen de los medios suficientes para comprarlos. El conocimiento queda determinado a las lógicas de la acumulación del capital.

Otro es el modo estatista, en que el Estado financia las investigaciones determinando conforme a sus propios programas y políticas las prioridades y los sujetos a quienes se encomienda su producción, y fija los criterios y procedimientos de su difusión. El modo ‘estatista’ presenta la cualidad de asegurar el financiamiento de las investigaciones y de difundir más ampliamente sus resultados; pero presenta la limitación de estar ideológicamente orientado en la determinación de lo que se financia investigar y de lo que se decide comunicar y difundir. El conocimiento queda subordinado a las lógicas del poder político.

Un tercer modo de producción y difusión del conocimiento es el que se manifiesta actualmente en las redes informáticas en que investigadores y centros de estudio independientes ofrecen libremente sus conocimientos y reciben de otros aquellos que desean. En estas redes de libre asociatividad y participación, los aportes a la sociedad de conocimiento son muy notables, especialmente por facilitar el acceso libre y democrático prácticamente en todas las áreas del saber. En la medida que gran parte de los contenidos circulan en las redes y se comparten gratuitamente, implicando donaciones abiertas efectuadas por los que colocan en ellas los conocimientos, podemos considerar que este tercer modo de producción, comunicación y difusión del conocimiento se realiza conforme a una lógica de economía solidaria. Pero también presenta limitaciones, de las que es importante estar conscientes, para buscar los modos de superarlas.

Una primera y muy importante limitación es que, siendo muy eficaz en la comunicación y difusión de informaciones y de conocimientos existentes, anteriores, es muy limitado su aporte en la producción de conocimientos nuevos. En efecto, la producción del conocimiento requiere dedicación intensa al estudio y la investigación por parte de los investigadores, que necesitan ser remunerados u obtener ingresos correspondientes a su trabajo. En muchos casos, además, la investigación tiene costos elevados de equipamiento e infraestructura, que los receptores y beneficiarios potenciales de tales conocimientos no están en condiciones de solventar, o no están dispuestos a hacerlo, malacostumbrados a recibir gratuitamente la información que circula en las redes. La dificultad del financiamiento de la producción del conocimiento resulta particularmente grave cuando se trata de desarrollar conocimientos que sirvan para transformar y perfeccionar los procesos económicos, sociales y culturales, que requieren conocimientos nuevos, permanentemente actualizados, creados en función de la nueva economía, de la nueva politica, de las nuevas ciencias que han de constituir la nueva civilización.

Pensamos que la economía cooperativa y solidaria tiene capacidades para superar este problema. En efecto, si bien las donaciones son una parte de la economía solidaria, no son su componente principal. La reciprocidad y la cooperación, que implican alguna forma de justa retribución de lo que se recibe de otros, es lo esencial de este modo de producción y distribución. Con esta su propia racionalidad económica la economía cooperativa puede destinar recursos para organizar actividades y procesos de creación, comunicación y difusión de conocimientos nuevos, orientados según sus propias necesidades de desarrollo, y en orden a promover y crear una economía, una política y unas ciencias que sean parte de la transición hacia la nueva civilización de que hablamos. Y ello no como una actividad accesoria o de segundo o tercer orden, sino asumiendo que participar protagónicamente en la sociedad de conocimiento implica dar a la actividad cognitiva la prioridad y centralidad correspondientes.

Podemos indicar algunas orientaciones prácticas ordenadas a iniciar una dinámica en este sentido. Poner énfasis en programas y actividades de aprendizaje, y en la formación cognitiva de sus integrantes, en cada cooperativa; participar en procesos de investigación colaborativa, especialmente con Universidades y Centros autónomos de investigación y docencia; establecer alianzas estratégicas con esas Universidades y centros de investigación; impulsar la creación de cooperativas de científicos y de profesionales en las diferentes ramas del conocimiento y las tecnologías; abrir debates sobre los aportes que la economía cooperativa y solidaria puede hacer a la ‘sociedad de conocimiento’; organizar congresos y eventos cooperativos centrados en la creación de ‘capital cognitivo’ en el movimiento cooperativo; fomentar entre los asociados la valoración del conocimiento, incentivando y creando oportunidades de investigación y docencia en diferentes disciplinas y áreas del saber. Muchas son las iniciativas que se pueden realizar ahora mismo, y que podrían dar inicio a procesos más amplios que con el tiempo lleven a la economía cooperativa y solidaria a ser reconocida como un actor importante de la sociedad de conocimiento.

Todo ello enmarcado en aquella profunda renovación teórica y práctica del cooperativismo, de la cual hemos esbozado en este artículo los que consideramos pudieran ser sus principales lineamientos.

Luis Razeto

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