XXVI. Donde se analiza la cuestión del Estado en la nueva civilización: el lugar que podrá ocupar, y las transformaciones que tendrá que experimentar.

 

Otra cuestión fundamental que debemos reflexionar respecto a la 'nueva política' se refiere al Estado. Hemos visto que el Estado constituye la 'forma unificante' propia de la civilización moderna, constituyéndose en el eje central de su pilar político. Si nos planteamos transitar a una civilización nueva y superior, cabe preguntarse si el Estado permanecerá vigente en ésta, y en el caso que la respuesta sea positiva, bajo qué condiciones su presencia y actividad no implicará mantener la política atrapada en la lógica de la civilización moderna que decae y perece.

Ya hemos dicho que la historia de las civilizaciones demuestra que entre una civilización y la siguiente no hay una ruptura o separación completa, sino que muchos elementos de la civilización anterior permanecen vigentes y activos en la civilización nueva. Pero la cuestión, en el caso de la pregunta que nos hemos planteado, se refiere no a un elemento cualquiera, sino a la 'forma unificante', que por definición, es lo que define centralmente a una civilización. Sería, pues, de esperar que siendo el Estado la 'forma unificante' central de la civilización moderna, deje de serlo en la nueva civilización que emerge.

Pues bien, lo primero que podemos decir al respecto es que no sería la primera vez que la 'forma unificante' de una civilización permanece vigente y activa en la nueva civilización, aunque no ya operando como tal 'forma unificante' central, sino reducida a elemento o componente particular, y en cuanto tal, subordinada y en cierto sentido degradada, al integrarse en la nueva civilización que la sustituye. Este fue, por ejemplo, el caso de la Iglesia Católica, que de haber sido la 'forma unificante' de la civilización medieval europea, permanece operante en la civilización moderna, en la cual ha sido el Estado el que asume la calidad central de 'forma unificante'.

Basándonos en ese precedente histórico, y pensando que el Estado cumple algunas importantes funciones que deberán seguir realizándose en la nueva civilización, podemos formular la hipótesis que el Estado continuará presente en la nueva civilización, pero ya no cumpliendo el papel de 'forma unificante', sino despojado de sus atributos de centralidad, reducido en sus funciones, subordinado a otro componente organizador central de la vida social y política. Y, además, profundamente reformado, transformado internamente.

Examinemos lo que puede significar y cómo se pueda llegar a todo esto.

En base a todo lo que hemos examinado hasta aquí, y especialmente en lo referido a los sujetos creadores de la nueva civilización, a las dimensiones de ésta y a la forma de su expansión, al modo de elaboración de su 'forma unificante' propia, y a las características de la nueva política, podemos adelantar algunas importantes conclusiones sobre las transformaciones que debiera experimentar el Estado en la transición a la nueva civilización.

Ante todo, la creación de la nueva civilización debiera implicar una sustancial reducción del poder del Estado y de sus funciones. Ello, por un lado, en cuanto la recuperación del control sobre las propias condiciones de vida, por parte de las personas, de las organizaciones, de las redes y de las comunidades locales, implica que muchas de las funciones y actividades que en la civilización moderna han sido concentradas en el Estado, se descentralizarán y diseminarán socialmente. Digamos que el Estado experimentará, en tal sentido, un cierto 'vaciamiento desde abajo'. La educación, la salud, la provisión de servicios de proximidad, el entretenimiento, la previsión social, la ayuda mutua, y tantos otros aspectos necesarios para el desarrollo de la vida humana y de la convivencia social, experimentarán un significativo proceso de descentralización, recuperando las personas, las familias y las comunidades locales, un conjunto de funciones y actividades que se han ido concentrando en el Estado, que las ha centralizado, burocratizado y homogeneizado injustamente.

Esto es coherente con el criterio de elaboración y establecimiento de la nueva 'forma unificante' que procede desde abajo hacia arriba, o sea conforme al principio de que todo lo que pueden realizar las personas, y luego las comunidades e instancias menores, deben hacerlo ellas mismas, desplegando así sus propias capacidades, mientras que aquello que requiera el concurso de algún nivel de agregación superior, lo asumirán las instancias sociales inmediatamente superiores que se creen con ese propósito. De este modo el proceso de la organización social va ascendiendo progresivamente hacia los niveles societales mayores y hasta finalmente el nivel universal, que se hará cargo de aquello que sólo puede ser adecuadamente resuelto en estos niveles superiores.

El poder, de este modo, lejos de concentrarse en el Estado, se difumina socialmente, permitiendo que cada persona, cada grupo y cada comunidad creativa, autónoma y solidaria,, en sus respectivos niveles, se hagan cargo de lo que pueden satisfactoriamente cumplir, lo que les permite su efectivo empoderamiento. Y como consecuencia de ello, la sociedad humana se irá articulando como una comunidad de comunidades, una organización de organizaciones, una red de redes.

Al mismo tiempo, y considerando que de este modo la nueva civilización se proyecta en dimensiones planetarias o universales, habrá aspectos y funciones que hoy cumple el Estado - aparentemente en representación de la sociedad toda sin que esto sea efectivo dadas sus características territoriales determinadas -, que se trasladarán a instancias universales, que sean realmente expresión de la humanidad. Será un proceso que, en este sentido, podemos entender como cierto 'vaciamiento' del Estado 'desde arriba'.

En este segundo sentido podemos pensar, por ejemplo, que los Estados nacionales debieran ser despojados de la capacidad de realizar guerras, o sea quedar desprovistos de los actuales ejércitos nacionales, puesto que el bien de la humanidad y la nueva civilización requieren la paz entre las naciones, y es obvio que ha sido la disposición de ejércitos bajo el control de los Estados lo que ha posibilitado que a lo largo de toda la civilización moderna se hayan realizado tantas nefastas guerras fratricidas entre naciones.

Será en cambio una instancia universal que agrupe a todas las naciones, en la que todas ellas encuentren adecuada representación y participación, la que podrá disponer de las capacidades militares necesarias para impedir que una naciones se levanten contra otras, y para asegurar la paz universal, impidiendo que se establezcan relaciones de dominio y opresión de las más débiles por las más fuertes.

Otro elemento que se ha demostrado dañino para la existencia de un orden social justo entre las naciones, ha sido el monopolio que han tenido los Estados nacionales modernos en la emisión y control del dinero. Un orden económico justo requeriría que las transacciones comerciales a nivel internacional no fueran realizadas mediante el uso de una o pocas 'divisas' emitidas y controladas por uno o pocos Estados muy poderosos, que con ello imponen condiciones de intercambio inequitativos con los otros países. Se hace indispensable una moneda única, una moneda de circulación universal, para el comercio y las finanzas internacionales, que ha de ser emitida y controlada por alguna instancia en la que todas las naciones encuentren adecuada representación y participación. Al mismo tiempo, 'desde abajo', será posible y conveniente el surgimiento de monedas locales, comunitarias, comunales y complementarias, que faciliten los intercambios y fomenten los desarrollos locales, comunitarios y comunales.

Ahora bien, además de la reducción y relativo 'vaciamiento' de sus poderes actualmente sobre-concentrados, el Estado requerirá procesos de transformación profunda, en la dirección de su efectiva y real democratización, y en orden a expandir la participación ciudadana en sus procesos decisionales.

Por de pronto, y por las razones expuestas anteriormente, los partidos políticos ya no serían parte de la estructura del Estado, no ejercerían la función de selección del personal directivo del Estado, no tendrían la representación de grupos, clases o categorías particulares. En consecuencia la política y el Estado no se desenvolverían en un estado de permanente conflicto de intereses y de ideologías contrastantes.

La necesaria mediación entre los ciudadanos y el Estado central no sería realizada por partidos políticos, sino que las organizaciones, comunidades, redes y demás agrupamientos que las personas formarían en la sociedad civil, tendrían participación directa en un Estado configurado como organización de organizaciones, como comunidad de comunidades, como red de redes.

La representación indirecta de los individuos, que es propia de las democracias en la civilización moderna, que implica inevitablemente la división entre dirigentes y dirigidos, sería sustituida en la nueva civilización por la participación directa de las comunidades y demás organizaciones que se hayan generadas en la sociedad civil; participación que se realizaría en instancias consultivas y decisionales, en las que se prescindiría de las burocracias permanentes que son propias de los Estados actuales en crisis. En las nuevas formas del Estados, las funciones técnicas especializadas, y los especialistas que su ejercicio pudiera requerir, quedarían bajo el control de los ciudadanos y de sus comunidades.

Dejamos hasta aquí estas reflexiones e ideas sobre el Estado en la nueva civilización, siendo claro que lo que hemos enunciado tan sintéticamente, no son más que hipótesis provisorias, coherentes y consecuentes con cuanto hemos reflexionado hasta aquí sobre la nueva política. Porque, del mismo modo que en las otras dimensiones de la nueva civilización, las formas y los contenidos que asuman en ella los Estados, serán concebidos, proyectados, creados y perfeccionados por los propios sujetos creativos, autónomos y solidarios que la construyan.

Lo que es claro es que el Estado experimentará transformaciones profundas en el proceso de creación de la nueva civilización. Tales transformaciones serán el resultado del proceso mismo de creación de la nueva política, en el seno de la sociedad civil que - como vimos antes - se configurará también como sociedad política, sin generar un poder político que se levante por sobre la sociedad y se imponga sobre ella.

Luis Razeto

 

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