Afirmamos que los actores y protagonistas de la creación de una nueva civilización son personas creativas, autónomas y solidarias: tres términos con que caracterizamos al ‘tipo humano’ distintivo de una civilización superior. Debemos precisar el significado y las implicaciones de cada una de estas connotaciones.
Empecemos por la autonomía, condición necesaria que han de tener los sujetos que inicien una nueva civilización, porque quien sea dependiente o subordinado o se encuentre de algún modo atrapado en la civilización dada, no podrá ser activo en la creación de una nueva.
En una primera aproximación diremos que para ser autónomos hay que pensar con la propia cabeza y decidir con la propia voluntad, y no delegar las decisiones respecto a los aspectos más importantes que afectan a nuestra vida. Autónomos son sujetos que han decidido recuperar para sí el control sobre sus propias condiciones de vida.
Alcanzar la autonomía, pensar con la propia cabeza, decidir por sí mismo, recuperar el control de nuestras condiciones de vida, no es algo fácil ni obvio. Muchas personas creen que son autónomas pues sienten que viven como quieren vivir y que tienen sus vidas bajo control; pero en los hechos se comportan como les indica su grupo de pertenencia. Sus aspiraciones no difieren de las que tiene la mayoría; adhieren a la mayor parte de las ideas que les ofrecen los medios; consumen lo que les recomienda la publicidad; siguen las modas al vestirse y proveerse de diferentes mercancías; desean tener sus viviendas en los lugares que todos creen que son los más prestigiosos; intentan estudiar en los centros educacionales que aparecen en los rankings como los mejores; se endeudan en los bancos del sistema; se divierten en los centros de diversión donde encontrarán buenas afluencias de público; vacacionan donde los publicistas les aseguran que tendrán adecuadas entretenciones; cuidan sus empleos como cualquier vecino y compañero de trabajo; actúan como se les ha enseñado que deben hacerlo para no perder el empleo, el prestigio, los grupos de pertenencia; leen los libros que aparecen recomendados por los críticos habituales, o que tienen records de ventas; ven las películas que concitan las más altas taquillas.
Quien mantenga deudas en tarjetas comerciales, o créditos de consumo en el sistema financiero, está muy lejos de la autonomía, al menos tan lejos como el tiempo que necesitará para quedar libre de todo endeudamiento en que haya incurrido siguiendo las pautas de consumo y gasto que el 'sistema' quiere que siga, y que lo obliga a perseguir como objetivo permanente los ingresos indispensables para cubrir las cuotas que vencen mensualmente: objetivo que le han fijado los acreedores, o sea, los mismos que lo indujeron a endeudarse adoptando las pautas de consumo y el modo de vida predominantes.
Sobre la dependencia en lo económico y en lo político y sobre los posibles modos de superarla, nos detendremos más adelante. Es preciso partir de lo primero, que es lo más difícil y también lo más importante, esto es, la autonomía cultural, que comienza con pensar con la propia cabeza.
Antonio Gramsci, pensador italiano a quien considero precursor y en ciertos aspectos el iniciador de la ciencia de la historia y de la política orientada a poner los fundamentos de una nueva civilización, afirmaba que para llegar a pensar autónomamente, es preciso ante todo adquirir conciencia de que habitualmente lo que hacemos es participar mecánicamente de concepciones del mundo que hemos adquirido pasivamente, o aprendido en la escuela, en la Iglesia, en el partido, en los medios de comunicación, en el mercado. Decía que normalmente adoptamos ideas y modos de pensar y de sentir en forma acrítica, 'naturalmente', tomándolas de los grupos sociales en que nacemos o a los que nos integramos en distintos momentos de nuestra vida, y que van impregnando nuestra conciencia sin darnos mucha cuenta de ello. Así, aceptamos un 'sentido común' conforme al cual somos parte de determinados grupos, de determinadas culturas, de una cierta civilización dada. Por ejemplo, nos concebimos integrados en una nación, creemos en un Estado del que esperamos soluciones a muchos problemas, adherimos a algunas ideologías políticas, adoptamos ciertas creencias religiosas, éticas, filosóficas, que no hemos elaborado personalmente, y que no hemos sometido a reflexión y crítica.
Esto no quiere decir que dichas ideas y creencias sean todas falsas ni erróneas o negativas, sino solamente que no las hemos elaborado personalmente, que las asumimos pasivamente, que las adoptamos tal como nos fueron presentadas. El problema es que al configurarse nuestra conciencia de esta manera, adquirimos un pensamiento heterogéneo y confuso, pues las ideas que vamos adoptando nos han llegado y continúan llegándonos desde fuentes muy diversas.
Para lograr pensar por sí mismos, al nivel de autonomía requerido para ser creadores de una civilización nueva, el mismo Gramsci indica un requisito esencial: es necesario someter a crítica todas nuestras creencias, hasta las más fundamentales.
Someterlas a crítica no significa desecharlas, negarlas, abandonarlas. Se trata en cambio de trabajar sobre ellas y llevarlas a un nivel de elaboración superior, integrarlas en una concepción unitaria, acceder a un punto de vista más elevado, desde el cual podamos comprender el significado histórico de las diferentes teorías, ideologías, creencias.
Escribió Gramsci: “Criticar la propia concepción del mundo es tornarla consciente y homogénea, y elevarla hasta el punto al que ha llegado el pensamiento mundial más avanzado”. Y agregó: “El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de lo que realmente se es, es decir, un "conócete a ti mismo" como producto del proceso histórico desarrollado hasta ahora, y que ha dejado en ti mismo una infinidad de huellas recibidas sin beneficio de inventario. Hay que comenzar por hacer ese inventario.” Esto es, reconocer el origen de nuestras creencias y de las ideas que hemos adoptado, y entonces, considerando lo aprendido y asumido como solamente un punto de partida, crear, innovar, desarrollar un pensamiento propio.
Claro, esto parece demasiado difícil, muy complejo, casi inalcanzable. Pero nadie ha dicho que iniciar la creación de una nueva civilización sea algo fácil. Además, evidentemente, nadie podrá lograrlo por sí solo. De ahí la importancia de que ya desde los inicios de la creación de la nueva civilización, quienes se lo propongan como objetivo, quienes deseen colaborar en tan magno proyecto, quienes aspiran a la autonomía, se relacionen, se asocien, dialoguen, se critiquen recíprocamente, colaboren en el proceso de acceder a dicho punto de vista superior. El avance hacia la autonomía es también, simultáneamente, un camino de creciente solidaridad.
Luis Razeto
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